Llora el boxeo

Fallece en la CDMX doña Martha Saldívar de Sulaimán, el lado amoroso del pugilismo mundial.

Por Alberto Salazar > Quequi

“Martha se ha unido a José, el amor de su vida para la eternidad. Nuestra querida madre Martha ha fallecido en paz en compañía de sus seres queridos. Su recuerdo será eterno, será recordada como una mujer amable y adorable que vivió la vida al máximo, siempre cuidando a los demás con sacrificio, amor y compasión”, escribió la mañana de este domingo Mauricio Sulaimán Saldívar, presidente del Consejo Mundial de Boxeo (CMB-WBC, por sus siglas en inglés) en su cuenta de X (ante Twitter).

El dirigente del organismo regulador del boxeo más importante del mundo añadió: Muchos boxeadores la llamaban “mamá” porque ella los tomaba a todos bajo su protección, ya fuera Mike Tyson, Julio César Chávez o un humilde niño aficionado. Aún se revelaban las causas de tan lamentable pérdida; le sobreviven José, Lucy, Héctor, Fernando, Mauricio y Claudia Sulaimán Saldívar, hijas, yerno, nuera y 14 nietos.

Así como Julio César Chávez le decía “jefa” y Mike Tyson la llamaba “mamá”. Ellos y más leyendas del ring encontraron en doña Marta Saldívar el cobijo del amor, la paciencia y la comprensión que los acompañó en luces y sombras, en su andar por el deporte de los puños. Al casarse con don José Sulaimán (1931-2014), ella se convirtió en un pilar indispensable para el CMB.

“No se imaginan. Todos los boxeadores llegaban a mi casa y personas de muchas partes del mundo. Julio César Chávez venía muy seguido y, con frecuencia, me decía: ‘Jefa: ¿Me invita a comer?’. Sí, Julio. Pero quiero comida árabe, y a prepararle sus alimentos”, relató alguna vez doña Marta al Heraldo de México durante una entrevista concedida a Kathy López.

Además, por los pasillos del hogar de los Sulaimán caminaron también “Kid” Azteca, José “Mantequilla” Nápoles, Raúl “Ratón” Macías, Oscar de la Hoya, Jorge “Travieso” Arce, Don King o Muhammad Alí, entre otros muchos, quienes compartieron con ella mucho más que el pan y la sal, también la dicha de la gloria y el sinsabor de la adversidad.

Por muchos años apoyó, con su cariño y su buena sazón, al organismo verde y oro, y a cada pugilista que tocaba su puerta. Su casa, en la colonia Lindavista, de la Ciudad de México, fue para los boxeadores un refugio de reflectores, prensa, entrenamientos y sparrings; un respiro para convivir entre el sabor de un buffet mexicano, y las delicias libanesas que aprendió a hacer para don José Sulaimán, y a quien estuviera a dieta para dar el peso en una pelea, lo consentía con alimento especial.

Además, cubrió su responsabilidad más grande: Cuidar y educar a sus seis hijos: Me tocó ser mamá y papá porque, a veces, José estaba sólo un mes en México. “Ha sido una vida intensa, pero muy bonita, y más porque José era tan especial, le caía tan bien a todos”, añadió.

“Es algo que no es tan difícil de explicar, si ves a una persona con necesidad, la ayudas. Tengo una lista de 36 personas que vivieron en mi casa. Algunos boxeadores cubanos, amigos de mi hijo Pepe, parientes, conocidos, entre otros. Son cosas que se vivieron con mucho cariño”, concluyó doña Martha en aquella entrevista.

Tras su partida, sus hijos han continuado su legado. “Para mí es un orgullo que Mauricio haya seguido lo que dejó su papá. Yo estoy feliz, porque lo está haciendo muy bien”.

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