Por German Gallegos Cruz Atento recado a los «mala leche»
Hara-Kiri…
Imagínense ustedes que viajamos en un barco llamado Quintana Roo, en alta mar y a toda máquina. Los que compartimos este barco somos una combinación complicada de pasajeros, veamos: Toda la clase política, la sociedad civil, empresarios, comerciantes, campesinos, el clero, todas las iglesias de distintos credos, delincuencia organizada y delincuencia desorganizada, o sea; delincuentes comunes. Entre toda esta fauna, de suyo nociva por naturaleza, hay un común denominador: No queremos que el barco se hunda. Así transcurría el viaje. Todos sin ponernos de acuerdo, deseamos disfrutar el fabuloso periplo, y llegar a puerto seguro. Pero de pronto algún grupo, presa quizá de un desequilibrio mental, tiró un bazucazo al casco de la embarcación, y provocó pánico entre los viajeros.
Mi pregunta como pasajero de éste hasta hace 15 días, barco seguro, ¿quién podría sacar provecho de la zozobra de nuestra embarcación?, La única explicación lógica de la probable destrucción del barco, es que los interesados en hundirnos, ya no estén viajando con nosotros. Porque los que somos pasajeros activos, corremos el riesgo de ahogarnos todos, sin que nadie pueda sacar ventaja del apocalíptico hundimiento.
Hay espacio para analizar, ¿quiénes de los que compartimos esta nave, somos los más nocivos al interior? (tarea para la siguiente entrega), Los que se bajaron utilizando las embarcaciones salvavidas con el abusivo tráfico de influencias, puede que gocen nuestra desgracia. ¿Pero y los que aun navegamos juntos? Sí Quintana Roo se cae, nos caemos todos. Ejemplo Acapulco. En este otrora exitoso puerto del pacifico, el dinero corría a raudales, había dinero para todos. Hoteleros, restauranteros, prestadores de servicios múltiples, delincuentes de todas las calañas, incluyendo a la clase política. Todo mundo hablaba del éxito económico de aquel paradisiaco lugar. Ahora todo mundo vive de la repepena, de lo que caiga. Quintana Roo es un éxito absoluto en materia turística, vienen turistas de todo el mundo.
Les atrae el ambiente festivo, el clima, todas nuestras bellezas naturales y por supuesto las drogas y el alcohol que se venden sin remilgo alguno. Como ven, hay negocio para todos. Si por pura mala leche tratan de destruir nuestra embarcación, los afectados seremos todos. Por otro lado, si hacemos consciencia de la necesidad de seguir en nuestro fabuloso viaje, nos espera largo disfrute compartido. La sociedad siempre ha sido variopinta, porque los seres humanos somos distintos y únicos. No se puede esperar una coincidencia unánime. Entonces, aprendamos a respetar el ámbito de cada quien, sin afectar deliberadamente al grupo vecino. Creo que hasta hace quince días, llevábamos la fiesta en paz, sabiendo de la existencia de cada grupo social. Los curas no se metían abiertamente en el terreno de los evangélicos y al revés. Las fuerzas del orden bien que conocen las actividades de los que hacen negocios fuera de la ley, pero había una especie de tolerancia concertada y todo mundo en paz. Total, quienes consumen droga la van a buscar donde haya, sin que autoridad alguna pueda impedirlo. Esta actividad ilícita (porque el gobierno así lo quiere) está presente en todas las ciudades del mundo. Excepto donde ya la legalizaron. Como una historia de refuerzo a mi decir, un día, una amiga dominicana radicada es New York desde hace 40 años, me platicó que Rudolph Giuliani alcalde Neoyorquino, no aplicó la famosa estrategia de «cero tolerancia» con la delincuencia organizada. Llamó a los capos de la mafia metropolitana y les repartió la «gran manzana». Solo así pacificaron New York. Obviamente puso reglas que respetaron los mafiosos con el propósito de estar en la «jugada» Dice mi amiga que disminuyeron sustancialmente los asaltos y los homicidios. Es todo una historia escuchada de viva voz. La verdad solo Dios y Giuliani la saben. Pero a mí me consta, que New York se volvió segura a partir de la administración de «Don Giuliani», con gran seguridad, hasta pude bajarme del autobús turístico a comprar hierbas africanas de brujería y, tocar con mis propias manos las paredes del legendario teatro Apolo en el Harlem. Eso sucedió la segunda vez que visite la cuna de las naciones unidas. Hay tantas estrategias para lograr la amenazada armonía entre los quintanarroenses, que sería una lástima proponer los métodos de inicuo e inocuo Felipe Calderon: «Darle un escobazo al panal de las avispas» nada más. ¿Acaso no recuerdas cuando este testarudo chaparro se vistió de «generalito» y con voz temblorosa declaro que aplicaría todas las fuerzas del estado mexicano, para acabar de una vez por todas con la delincuencia organizada?. Ya pasó una década de aquel desatinado arranque, precisamente en su estado natal, Michoacán, y lejos de disminuir, aumentó la inseguridad. Siguen tan campantes los del negocio de los estupefacientes, que ni se despeinan. Son legión, cortan una cabeza y surgen diez. ¿Porque será?, El estado mexicano no ha tenido la suficiente fuerza para cumplir la promesa del «calderonato». Le he preguntado a varios pasajeros de nuestro «barco», si quieren verse nadando en mar abierto…todos dijeron, no. Si por torpeza y miedo no se logran soluciones; entonces hagámonos el Hara-Kiri, y tan tan.