“Yo Asimov”, en tiempos de Inteligencia Artificial
- Este visionario nos legó lecciones muy humanas para un mundo que se parece cada vez más a sus novelas
El Bestiario
Santiago J. Santamaría Gurtubay
Hace unos meses que se reeditó en castellano la autobiografía póstuma “Yo, Asimov”, del autor que anticipó muchas de las situaciones que estamos viviendo en la actualidad. Más allá de sus logros en el campo de la ciencia ficción y la divulgación, de la trayectoria de este visionario podemos extraer lecciones muy humanas para nuestra vida cotidiana, en un mundo que se parece cada vez más al de sus novelas. La única forma de cambiar un destino adverso es rebelarte contra él. Isaac Asimov emigró desde Rusia a Nueva York a los tres años. Su condición de extranjero y judío, con unos padres que, sin dominar el inglés, regentaban una tienda de caramelos, parecían condenarles a trabajos de bajo rango. Ridiculizado e ignorado por sus compañeros de clase, se propuso superarlos a todos. Cuando los demás jugaban, él leía y se formaba sin cesar. Convertido en un ratón de biblioteca, logró ser el mejor alumno de su escuela.
Perder enseña más que ganar. Asimov cuenta que solo una vez dejó de lado su aversión al juego para unirse a una partida de póquer con algunos compañeros de universidad, tras la promesa de que las apuestas serían muy bajas. Al confesarle a su padre lo que había hecho, este le preguntó: “¿Qué tal te fue?”, a lo que contestó: “Perdí 15 centavos”. Su progenitor, sabiendo del poder adictivo del juego, declaró entonces: “Gracias a Dios. ¡Imagínate que los hubieras ganado!”. Los amigos son tu tripulación para llegar a otros mundos. Tras una infancia y adolescencia de soledad, su vida cambió radicalmente al ingresar en los ‘Futurianos’, un círculo de fanáticos de la ciencia ficción, algunos de los cuales llegaron a ser escritores de renombre. Este grupo le apoyó y empoderó para escribir y publicar sus primeros cuentos en revistas especializadas. A su vez, encontrar a personas afines le convirtió en un hombre extrovertido que, en sus propias palabras, cuando le dejaban dirigir la conversación, “no permitía que nadie fuera tímido”. Mantendría el contacto con estas amistades hasta su muerte, en 1992.
El autor de “Yo, robot” (1950) aplicaba tres leyes de la robótica a sus obras sobre el tema…Un robot no hará daño a un ser humano, ni por inacción permitirá que un ser humano sufra daño. Un robot debe cumplir las órdenes dadas por los seres humanos, a excepción de aquellas que entren en conflicto con la primera ley. Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o con la segunda ley. ¿Qué habría pensado Asimov de la irrupción de ChatGPT y similares? En un relato, el autor afirma que una máquina no se vuelve contra su creador si está bien diseñada. Siempre positivo sobre todo lo que tiene que ver con la tecnología, Asimov pronosticó una humanidad liberada de todos los trabajos con sofisticadas máquinas como sirvientes, lo cual llevaría a un nuevo Renacimiento.
El pensador y autor de ciencia ficción anticipó una sociedad conectada, la crisis ecológica y los dilemas de la inteligencia artificial. Creía en el progreso, pero sus profecías no son tranquilizadoras. Isaac Asimov empezó en 1939 a escribir relatos sobre robots, unos textos que se anticiparon en más de 80 años a los debates que se nos abren hoy con la Inteligencia Artificial. El autor de origen ruso escribió libros de ciencia ficción y divulgación científica e histórica compulsivamente —dice que sufría claustrofilia, el gusto por estar encerrado— y dejó publicados cerca de medio millar de títulos. Un documental “Isaac Asimov, mensaje al futuro”, del director francés Mathias Théry, recupera los discursos del pensador dirigidos a los ciudadanos del siglo XXI que él no llegaría a conocer.
El escritor imaginó una sociedad gestionada por ordenadores conectados; le angustiaba una crisis ecológica por la contaminación y la extinción de especies, lo que solo resolvería la cooperación internacional; señalaba los dilemas que vendrían por la convivencia entre las personas y las máquinas inteligentes. Sobre este último asunto, apuntaba dos posibles caminos: que los sistemas de Inteligencia Artificial vayan ocupando nuestros empleos y nos dejen en la indigencia, o que estos ingenios nos liberen de las tareas penosas o rutinarias y permitan que desarrollemos nuestra creatividad. Todavía no tenemos la respuesta a cuál de esas dos vías se impondrá.
Asimov no habría compartido las predicciones apocalípticas que hacen hoy los mismos jefes del negocio de la Inteligencia Artificial. Es más: invitaba a los humanos a asumir con deportividad que serán superados por sus criaturas. “Cuando los robots sean lo suficientemente inteligentes, deberían sustituirnos. Una especie reemplaza a otra cuando es más eficaz. No creo que el Homo sapiens tenga un derecho divino a estar por encima de las demás. Cuando la Inteligencia Artificial nos esclavice, creía este sabio, será porque nos lo habremos merecido”.
Daniel Innerarity es catedrático de Filosofía Política, investigador Ikerbasque en la Universidad del País Vasco y titular de la Cátedra Inteligencia Artificial y Democracia del Instituto Europeo de Florencia. Su último libro es “La libertad democrática” (Galaxia-Gutenberg). “La histeria digital”, con este titular publicó este mes de agosto en EL PAÍS, una columna periodística donde hace mención a la comparencia en el Senado de Estados Unidos de Sam Altman, director de OpenAI, creadora del ChatGPT, con su posterior gira europea reclamando una mayor regulación de la Inteligencia Artificial. “No sabe uno si interpretar estas manifestaciones como arrepentimiento o exhibición de poderío, como operación de mercadotecnia o estrategia para protegerse de futuras reclamaciones legales.”
El efecto imprevisible de estas nuevas tecnologías se compara con una guerra nuclear y una pandemia, mientras se anuncia una previsible extinción del género humano. El anuncio de tales peligros recuerda a otros miedos previos en nuestra historia reciente, como los que surgieron en los inicios de la revolución industrial, el escepticismo frente a las primeras vacunas o el rechazo de la electrificación. Ninguna de las disrupciones provocadas por estas tecnologías ha acabado con el género humano, por cierto. Más bien han proporcionado grandes avances, en algunos casos acompañados de nuevas crisis y conflictos. Después de haber disfrutado de la libertad de la ausencia de reglas, los tecnólogos de Silicon Valley acaban de descubrir el alivio populista de descargar toda la responsabilidad en los políticos. “Con esto no excluyo que haya que tomarse en serio sus advertencias. La menos creíble es la que pronostica una superinteligencia que nos convertirá en dóciles subordinados”.
“Yo, robot” (título original en inglés: “I, Robot”) es una película de acción y ciencia ficción distópica estadounidense producida en 2004, dirigida por Alex Proyas y protagonizada por Will Smith. Aunque se atribuye la historia a los relatos de “Robots” de Isaac Asimov, que incluye una recopilación de cuentos del mismo nombre, en realidad está basada en un guion de Harlan Ellison. Algunas ideas de Asimov acerca de los robots —la más importante, las tres leyes de la robótica— se añadieron al guion de Ellison.
Tenemos que debatir intensamente acerca de qué hacer con la que probablemente es la tecnología más poderosa de todos los tiempos, para lo cual no es un buen comienzo coquetear con la idea del fin del mundo. Prestemos atención a otros finales, buenos y malos, de cosas concretas (en el trabajo, la comunicación, el poder, la democracia…), de los que nos distraen los escenarios apocalípticos. En las redes sociales aparecen fotografías falsas sobre el papa Francisco, Vladímir Putin, Xi Jinping, Emmanuel Macron, y Donald Trump. Son los ‘memes’ de la Inteligencia Artificial.
@SantiGurtubay
@BestiarioCancun