Venezolanos habituados a vivir en crisis se adaptan a la pandemia en Miami
Antes de la pandemia, bastaba pedir un Uber en Miami para escuchar el acento de Venezuela. Los exiliados venezolanos que huyeron de la severa crisis económica y humanitaria en su país dependieron durante años de las aplicaciones de viajes compartidos para sobrevivir en Florida.
Ahora que la economía de Estados Unidos se ha estancado por el coronavirus, estos conductores venezolanos de Uber están mostrando las capacidades de adaptación que desarrollaron durante la presidencia de Nicolás Maduro.
Algunos están cocinando comida venezolana en sus casas para entregarla a los confinados compradores, que los contactan por las redes sociales.
Y les va tan bien que sueñan con continuar el negocio cuando pase el chaparrón.
El venezolano Mario Amate recuerda el día, a mediados de marzo, cuando encendió su teléfono «y el Uber no sonaba, no sonaba y no sonaba».
Estados Unidos comenzaba entonces a movilizarse para contener el avance de la COVID-19 y Florida, en el sureste, ya había cerrado los negocios no esenciales.
La aplicación «no sonó ni una vez en diez horas», dice este venezolano de 31 años que se instaló en Miami hace cinco, huyendo de la profunda crisis económica, política y humanitaria de su país.
Miami, una ciudad donde el español es el idioma predominante y que debe buena parte de su desarrollo al exilio cubano, se ha convertido en las últimas dos décadas en epicentro de la diáspora venezolana en Estados Unidos.
Según un estudio de 2019 del Pew Research Center, unos 421.000 venezolanos vivían en Estados Unidos en 2017, un 352% más que en 2000. Más de la mitad están en Florida.
Amate, abogado en su país, ha hecho toda clase de trabajos en esta ciudad. Últimamente cocinaba, pero el 70% de sus ingresos dependían de Uber. Cuando a su esposa, una contadora, le redujeron la jornada laboral a la mitad, comenzó la agonía.
«Nos preocupamos porque vimos que teníamos ingresos para una semana, ¿y después?», dice. Su vecino Rafael Delgado, también venezolano, despedido del hotel donde trabajaba y conductor de Uber en sus horas libres, le propuso entonces preparar y vender tequeños, un aperitivo venezolano a medio camino entre los bastones de mozzarella y las empanadas de queso.»Teníamos mucha angustia, pero no hay que dormirse», dice el joven de 29 años.Su esposa también fue despedida y entre los cuatro ya están produciendo 1.000 tequeños por semana, que les permiten sobrevivir.- Ya nos pasó -Un portavoz de Uber dijo a la AFP que, si bien la empresa no tiene registro de cuántos de sus usuarios son inmigrantes latinoamericanos, sí es un hecho que la mayoría de los conductores de Miami hablan español.La empresa no divulgó cifras específicas sobre esta ciudad, pero informó en marzo que sus carreras cayeron entre 60 y 70%.Frente a esta sombría situación, otros conductores venezolanos de Uber han recurrido a soluciones similares a las de Amate y Delgado.Jesús Escalona por ejemplo hace «pastichos», una versión venezolana de la lasaña, mientras Manuel Freitez recorre la ciudad entregando pasteles de canela conocidos como «golfeados» y panecillos de jamón llamados «cachitos».Los preparan su esposa, la chef Natasha Echevarreneta, de 30 años, y el padre de ella, un músico que dependía 100% de los ingresos de Uber.Echevarreneta trabajaba en un hotel en Miami hasta que la pandemia la dejó desempleada. Sin embargo, «nos ha ayudado bastante esta época», dice. «De hecho creo que seguiremos con esto inclusive cuando termine la cuarentena».Todos están esperanzados de que ésta pueda ser una solución a sus cuitas del exilio.»Tiempos de crisis es tiempo de oportunidades», dice Amate.En Venezuela, el coronavirus llega en un contexto de total colapso económico, luego de que 5 millones de personas emigraran de un país acosado por la escasez de medicinas y alimentos.Los ex-Uber venezolanos en Miami dicen que los años de lucha contra la carestía, la inseguridad y la falta de oportunidades en su país les dieron herramientas para enfrentar esta nueva crisis.»Ya todo esto nos pasó», dice Delgado. «Estamos acostumbrados. Ajá, no hay papel, ¿y? Reaccionar es lo que hay que hacer».
Con información de Leila MACOR, AFP