Una misión que nos toca a todos
“Este es el día del señor, él ha estado grande con nosotros y estamos alegres”. En este día de la fiesta de San Rafael Guízar y Valencia, patrono de nuestro nuevo seminario y con la presencia protectora de la santísima virgen de Guadalupe, a la que está dedicado este seminario mayor, el corazón se nos llena de gozo y de gratitud a Dios nuestro señor, de cuyo corazón misericordioso proviene todo don y toda gracia; cada vocación, cada joven que en la plenitud de su vida tiene la dicha de sentir la mirada amorosa de Dios, que se posa sobre él y que tiene el privilegio de escuchar la voz del señor que le dice “Ven y sígueme”, es el signo claro y luminoso de amor de Dios a una iglesia particular.
Cada vocación es puro amor de Dios para su pueblo, cada vocación nos conmueve y nos sobrecoge porque detrás está el misterio del amor de predilección de un Dios misericordioso y providente.
Dios nos quiere mucho, pues llamó no una vocación sino cuarenta y ocho para llenar este edificio que nos quedó chiquito y resultó sobrepoblado.
Al poner la primera piedra el día 2 de junio del año pasado, calculamos un grupo de 12 o 13 jovencitos para primero de filosofía, pero al iniciar el curso nos encontramos con la grata sorpresa de que el grupito calculado se triplicaba, bendito Dios, Gloria a Dios que nos ha amado y bendecido con numerosos jóvenes valientes y generosos. Cantemos con María Santísima el cántico de alabanza, “Mi alma proclama la grandeza del señor y se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humildad de su esclava y ha hecho cosas grandes el que es todopoderoso y misericordioso”.
Un seminario mayor es una universidad, es la universidad donde se aprende a Cristo y todo lo que él más ama, su madre santísima, su esposa la iglesia, su palabra, sus sacramentos, sus ovejas, una universidad donde se aprende el arte del apostolado, el pastoreo de las ovejas. El seminario es la universidad donde se aprende a Cristo, se le conoce más íntimamente, se le ama más apasionadamente y se le sigue más de cerca, es donde el joven se enamora de Cristo y de todo lo que Cristo más ama; un seminario es un semillero, un vivero donde cada seminarista va plantando y cultivando las semillas de las virtudes cristianas más bellas y necesarias, la fe y la caridad, pureza y la obediencia, la pobreza y la humildad, pero entre todas esas plantas tan importantes la primera y más importante es el amor a Cristo, por eso nos dice San Pablo “Arraigados y cimentados en el amor, podrán comprender con todo el pueblo de Dios, la anchura y la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo y experimentar ese amor que sobrepasa todo conocimiento humano, para que así puedan ustedes alcanzar la plenitud en Cristo Jesús”.
Qué hermoso es ver a todo el pueblo de Dios unido en este gran proyecto, en esta gran misión, qué hermoso es ver como se han ido sumando súplicas, horas santas, rosarios, familias enteras en oración, voluntades, generosidades, esfuerzos y sobre todo almas creyentes y piadosas que no dejan de pedir a Dios convencidas de que “la mies es mucha y los obreros pocos” y que hay que seguir pidiendo insistentemente para que el dueño de la mies envíe más obreros a sus campos; convencidas de que él sólo está esperando que se lo pidamos para darnos abundantemente lo que le pedimos con fe y perseverancia.
+ Pedro Pablo Elizondo Cárdenas L.C.
Obispo Prelado de Cancún-Chetumal