
SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY EL BESTIARIO
SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY
El gobierno del republicano Donald Trump, quien ha declarado en las últimas horas una emergencia nacional para construir el muro con México, está muy preocupado con Joaquín Archivaldo Guzmán Loera, tras ser declarado culpable por un jurado popular de Nueva York. El actual mandatario de la Casa Blanca está ansioso y está buscando una prisión de máxima seguridad en Colorado para que el líder narcotraficante. Teme que El Chapo, con el apoyo de sus expertos “ingenieros” en socavar, excavar alguna cosa por debajo, dejándola sin apoyo y expuesta a hundir o debilitar la fuerza moral de una ideología o un valor espiritual, o de la persona que la defiende o representa, logre burlarse del sistema penitenciario estadounidense y culmine su leyenda de otro. “El Fugitivo”,“The Fugitive” fue una serie de televisión estadounidense, un drama policial, emitido por la cadena televisiva ABC entre 1963 y 1967, con 120 capítulos, en cuatro temporadas. Ideada por Roy Huggins, protagonizada por David Janssen en el papel del Dr. Richard Kimble, Barry Morse como el teniente Phil Gerard y Bill Raisch como el misterioso “hombre manco”. En su momento fue una de las series más populares en todo el mundo, convirtiéndose su protagonista en una estrella conocida en todo el planeta. El médico pediatra Richard Kimble, (David Janssen) fue acusado del asesinato de su esposa, Helen, quien trabajaba como enfermera, en la ficticia ciudad estadounidense de Stafford, Indiana. Pero él no la había matado. Quien acabó con su vida fue un perturbador “hombre manco” (Bill Raisch). El jurado había declarado culpable a Kimble y lo sentenció a morir. Rumbo al lugar donde sería ejecutado, viajando en tren y viendo a través del cristal del vagón por última vez el mundo, el destino mueve sus hilos y el tren en el que era llevado por el teniente Phillip Gerard (Barry Morse), sufre un accidente y Kimble escapa. Durante su huida cambiaba de identidad, asumía diversos trabajos, sin estar gran tiempo en las ciudades o pueblos en los cuales se refugiaba. Kimble era inocente y sabía que lo único que podía hacer para probar su inocencia era huir, encontrar al verdadero culpable del asesinato de su esposa y escapar del teniente Gerard, obsesionado por su captura.
Un día de enero de 2017, encadenado, custodiado por dos agentes estadounidenses, a bordo de una avioneta en la que había embarcado tras abandonar la prisión de Ciudad Juárez, Joaquín Archivaldo Guzmán Loera, vio un aeropuerto por la ventana y preguntó a dónde lo llevaban. “Bienvenido a Nueva York”, le respondió en español uno de los agentes. Desde aquel día, según sus abogados defensores, El Chapo no ha vuelto a respirar aire fresco. Apenas ha visto la calle. Los tres meses de juicio, que terminaron en vísperas del 14 de Febrero, Día de San Valentín, con un rotundo veredicto de culpabilidad que probablemente hará que pase el resto de sus días en la cárcel, le proporcionaron un breve paréntesis en el que pudo incluso sonreír a su esposa. Con la lectura del veredicto, el paréntesis se cerró. Quien fuera todopoderoso líder regresó a la cárcel neoyorquina donde lleva dos años encerrado, a la espera de que en junio se decida su condena y se determine el centro penitenciario donde habrá de cumplirla. Hasta entonces seguirá en el ala 10 Sur del Centro Correccional Metropolitano de Manhattan. Un mastodonte marrón enclavado en el sur de la ciudad, entre Wall Street y el exclusivo vecindario de Tribeca, cuyas condiciones de vida han sido descritas como peores que las de Guantánamo por un reo de terrorismo que habitó ambas penitenciarías. El Chapo ocupa una habitación sin ventanas de la sección más segura de la prisión, compuesta por media docena de celdas, donde la luz artificial nunca se apaga y a cuyos inquilinos se les prohíbe salir al exterior. Abandona la celda una hora al día, que puede pasar en una sala cerrada de recreo con una bicicleta estática y una cinta de correr. La defensa ha protestado por las condiciones del confinamiento de su cliente desde que llegó.
El veredicto del jurado deja pocas más opciones que una cadena perpetua. Después, el gobierno deberá decidir cómo custodia de por vida a un peligroso criminal, que cuenta en su currículum con dos fugas de sendas prisiones de alta seguridad mexicanas. “Por política interna y por motivos de seguridad, la Oficina de Prisiones no revela las instalaciones designadas para que un recluso cumpla su condena hasta que este haya llegado y haya sido puesto bajo custodia”, explica un portavoz del organismo público de prisiones. Todo indica, sin embargo, y así lo cree la defensa, que El Chapo será trasladado a la prisión federal de alta seguridad ADX de Florence, Colorado, también conocida como el “Alcatraz de las montañas Rocosas”. Se trata de un centro remoto y aislado, junto a una vieja localidad minera al sur de Denver. Aloja a 400 internos, algunos de los criminales más violentos del país, en celdas de dos por cuatro metros con un austero mobiliario de hormigón fijado al suelo. Pero, según explican los abogados de la defensa, la calidad de vida de El Chapo podría mejorar: contará, aseguran, con una pequeña ventana al exterior de apenas 10 centímetros de ancho. Igual que en Manhattan, deberá pasar 23 horas al día en la celda. Pero durante los 60 minutos de recreo podrá salir al exterior. El contacto humano es mínimo. La interacción con las visitas se produce a través de una pared de metacrilato. “Los prisioneros pueden pasar años sin tocar a otro ser humano”, según un informe realizado en la prisión por Amnistía Internacional. Los reclusos desayunan, comen y cenan en las celdas y, según el citado informe, pasan días enteros “escuchando solo unas pocas palabras”. Hay un hecho, lamenta la defensa, que limita las posibilidades de El Chapo de mejorar las condiciones en las que probablemente pasará el resto de sus días. Carece de un arma de la que sí disponían los compinches que desfilaron por la corte de Brooklyn para testificar contra él. A ellos se les ofreció cooperar con el gobierno, a cambio de mejoras en sus condiciones penitenciarias o rebajas en sus penas. A El Chapo, no. “Es una sentencia de la que no hay escapatoria ni retorno”, resumió el fiscal Richard Donoghue. El Chapo era un símbolo. El gobierno convirtió su juicio en una reivindicación de la guerra contra las drogas. Había formas más discretas y más baratas para el contribuyente de condenar de por vida a El Chapo: habrían sido suficientes menos cargos, menos testigos, menos pruebas. Pero se decidió tirar la casa por la ventana.
El melodrama compitió con la trama judicial hasta el último momento. A decir de las crónicas, más románticas que judiciales, El Chapo parecía menos interesado en la resolución del jurado que seguir con la mirada a su esposa y asegurarle con un gesto romántico su amor eterno. Así concluyó el juicio del narco más famoso de las últimas dos décadas, un show convertido en temporada mediática, a pesar de que todos dábamos por descontado el final: veredicto de culpabilidad y muy probable sentencia a cadena perpetua. Es un show que, por desgracia, confirma todos los clichés tan convenientes y acomodaticios para las buenas conciencias norteamericanas en el tema de las drogas: en efecto, las pruebas y testimonios muestran que los narcos mexicanos son sanguinarios, astutos, maestros en el arte de corromper autoridades, hombres todopoderosos que dominan a Gobiernos endebles. “Pero sobre todo, confirma lo que las series de televisión han mostrado una y otra vez: los capos latinoamericanos son responsables del tráfico de drogas que victimiza a tantos estadounidenses…”, recalca el escritor mexicano, oriundo de Sinaloa, Jorge Zepeda Patterson.
Como todos los clichés, este también pone en evidencia tanto como lo que esconde. Porque, es cierto, resulta imposible negar después de dos fugas de la prisión (también cinematográficas) y una vigencia de 25 años, que la justicia mexicana simple y sencillamente no podía en contra del líder del cartel de Sinaloa. O para decirlo rápido, que no puede en contra del crimen organizado. Todo ello es cierto, pero solo es una parte del fenómeno. El cliché convierte a los capos en origen y explicación del tráfico de drogas, cuando en realidad no son más que el instrumento al que recurre la realidad para satisfacer una necesidad, el consumo, expresado en una derrama descomunal cifrada entre 20.000 y 40.000 millones anuales de dólares, según la fuente que se utilice. La narrativa con la que se justifica el juicio en contra de El Chapo en Nueva York, al margen de su correlato jurídico, se centra en los crímenes cometidos en contra de los ciudadanos de aquel país. Como si se tratase de una fuerza satánica, prohijada en tierras sin ley ni Dios, que asciende a la superficie, cruza la frontera y llega al mundo prístino y civilizado a pervertir a sus habitantes.
Para muchos mexicanos, el fenómeno opera justamente al revés. La ley nunca ha campeado en estos reinos, es cierto, pero fue el enorme flujo económico procedente del norte y su terrible capacidad corruptiva lo que infiltró a las policías y puso de rodillas al sistema de justicia. Son las armas automáticas introducidas clandestinamente por la frontera las que otorgan el poder de fuerza imbatible a los sicarios de los carteles. En suma, el verdadero combustible del tráfico de las drogas son las armas, el dinero y la adicción made in USA. La realidad seguramente se encuentra en algún punto entre estas dos versiones. Cualquiera de ellas, por sí misma, caricaturiza un fenómeno complejo que victimiza a unos y a otros. Por desgracia, lo que vimos durante el juicio de El Chapo fue justamente una sola de estas versiones.
Nada se dijo sobre el hecho de que la droga que pasa por la frontera debe recorrer ilegalmente miles de millas para llegar a Nueva York o Chicago por vías de comunicación controladas por las supuestamente eficaces e incorruptibles autoridades estadounidenses. Se habla de la porosidad de la frontera mexicana que permite el trasiego desaforado de la cocaína o la pasta para la heroína, pero no se dice nada sobre la frontera estadounidense que permite el paso de armas y bultos de dinero, más voluminosos que la droga misma. Pero los fiscales neoyorquinos estaban el negocio de ver la paja en ojo ajeno, no la viga en el propio. La revelación en varios capítulos del triángulo amoroso entre El Chapo, su amante y su esposa, ofreció a los medios de comunicación la vertiente melodramática para sostener la atención y los ratings imprescindibles. Pero sobre todo permitió mantener el interés en una historia que tenía como protagonista a un hombrecillo que en el fondo resultó muy inferior a su leyenda. Cruel y rapaz, enamoradizo, provinciano y sentimental, pero sin más profundidad que su tozudez para deshacerse del rival en turno y para fornicar con la mujer que se pusiera en su camino, incluida Kate del Castillo-Negrete Trillo, ‘La Reina del Sur’ y su ‘medio hermano’ californiano Sean Penn, ex de Madonna, el ‘Mystic River’.
@BestiarioCancun