SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY EL BESTIARIO

Isabel II se ‘resguardó’ de Donald Trump

En el Palacio de Buckingham portó una tiara con 96 rubíes para protegerse de ‘órdagos electorales’ como el ‘Muro Arancelario’ contra México…

¿Lleva la reina de Inglaterra dos años burlándose de Trump con su vestimenta? Internautas buscan explicación a la tiara que Isabel II lució en su último encuentro con el presidente estadounidense. Y no es la primera vez que sus complementos levantan alguna ceja. Lo bueno de una corona es que puede expresar realeza, estatus, historia y elegancia… y también un solemne y finísimo insulto a aquel que se tiene delante. En el banquete de Estado ofrecido a Donald Trump en el palacio de Buckingham el pasado lunes, la etiqueta decía que ellos debían llevar esmoquín y, ellas, tiara. En una nota recogida hace algunos años por la prensa británica, la casa joyera explicó que “los 96 rubíes son un gesto simbólico, ya que los rubíes en la cultura birmana protegen de la enfermedad y del mal”. El traje de Trump inspiró también muchas bromas (desde los que lo comparaban con el hombre que explota en “El sentido de la vida”, la película de los Monty Python, a aquellos que señalaron que se podía trazar perfectamente sobre su figura la silueta de un pene). Sin embargo, un análisis más detallado por parte de algunos internautas de la corona que lució la reina de Inglaterra ha revelado algo muchísimo más interesante: que Isabel II podría haber troleado de forma elegantísima al controvertido presidente estadounidense.

Atención a la tiara escogida por la reina, conocida como “Burmese Ruby and Diamond Tiara” (o sea, tiara de diamantes y rubíes birmanos). La pieza tiene su propia historia, una que daría para escribir otra columna. Contiene partes de una tiara que fue regalada a la reina por su boda (en 1947) y, además, 96 rubíes que Birmania regaló a la reina en los años 70. La corona actual fue elaborada en 1977 por la histórica joyería londinense Garrard, favorita, además de Isabel II, de Diana de Gales y de Kate Middleton. En una nota de prensa recogida hace algunos años por la prensa británica, la casa joyera explicó que “los 96 rubíes son un gesto simbólico, ya que éstos en la cultura birmana protegen de la enfermedad y del mal: en este caso para proteger a la persona que los lleve de los 96 males que pueden afectar a los seres humanos”.

En Twitter un usuario londinense observa el significado que el comunicado oficial de la joyería encargada de la tiara da a la pieza: “La reina llevó una tiara que le protege del mal durante la visita de Trump. ¡Estoy muriéndome de risa!”. Por supuesto, el chiste no ha tardado en correr como la pólvora: ¿estaba la reina intentando protegerse de ese mal llamado Donald Trump? Los más defensores de la realeza llaman a la calma. La revista Town and Country, una de las publicaciones más antiguas de Estados Unidos y biblia de la clase alta, ha aclarado en una columna de opinión que la reina pudo haber elegido la tiara para que su color rojo combinase con el azul y blanco de su vestido, conformando así los tonos de la bandera estadounidense. Sin embargo, otros señalan que hay mucho más que estética en las elecciones de vestimenta y joyería de la reina de Inglaterra. Se calcula que Isabel II tiene 41 tiaras y se supone que conoce el significado de cada una de ellas. ¿Por qué elegir justo esta para mostrarse al mundo posando con Donald Trump? Se trata además, según los más entendidos en la materia, de una que apenas suele utilizar. Y no es la primera vez que el mundo se detiene a analizar los complementos de la reina de Inglaterra y saca curiosas conclusiones: en el verano de 2018, en otro encuentro con Trump, Isabel II se puso para la ocasión un broche verde que le había regalado Barack Obama. ¿Una reina punk? Al fin y al cabo, el punk también es una cosa muy británica.

El envío de los seis mil soldados a la frontera con Guatemala ha protagonizado gran parte de la rueda de prensa de López Obrador de ayer viernes. El presidente mexicano ha señalado que la Guardia Nacional “puede ayudar en tareas de apoyo para funciones migratorias hay un marco legal que lo permite”. El anuncio disparó el debate que pone el foco en el funcionamiento de la fuerza militar y sus limitaciones. El mandatario recalcó que el objetivo de enviar a los militares a la frontera sur es “acompañar a migrantes en su retorno sin violación a sus derechos humanos”. Al ser cuestionado sobre si el despliegue de la fuerza de seguridad había sido utilizado como moneda de cambio en las negociaciones en Washington, López Obrador levantó las manos en señal de paz y amor y sentenció: “Soy el dueño de mi silencio”. El presidente estadounidense, Donald Trump, ha contemplado por primera vez desde que empezó la crisis la posibilidad de que haya un acuerdo con México antes del lunes, fecha en que entrarían en vigor las tarifas. “Hay una buena probabilidad”, ha dicho en Twitter. Hace tan solo unos días, enfrió ese mismo escenario, al decir que lo más probable era una imposición de aranceles antes de seguir negociando. El presidente norteamericano mantiene abiertas disputas con sus mayores socios comerciales: por un lado, la amenaza arancelaria a las importaciones mexicanas, y por el otro, el frente con China. El mandatario ha colgado un tuit en el que asegura que “muchas empresas están dejando China para evitar pagar las tarifas” que su Gobierno ha impuesto. Una idea que el republicano también ha manifestado en la pelea con México.

Las razones para amenazar a México con el alza de las tarifas comerciales tienen que ver con su reelección. Lo sabe él, lo sabemos todos. El primer incremento, del 5%, está programado para el 10 de junio, y justo ocho días después haría pública su decisión de lanzarse por un segundo período presidencial. Las fechas no son casuales, necesita para lanzar su campaña enardecer a su electorado con una muestra de poderío. La migración ofrece el pretexto perfecto. Recordemos que uno de sus principales lemas en 2016 fue la construcción de un muro en la frontera pagado por México. Y nótese la segunda parte de la frase. No se trataba solo de evitar el paso de los migrantes mediante la edificación de una muralla, se requería, además, infligir la humillación de que fuera el afectado quien la financiara. Para Trump el triunfo no es completo si no va acompañado de la exposición del vencido en rodillas. La victoria tiene que ver con la exhibición del poder, no solo con la obtención del botín. Y por desgracia ha diseñado el mecanismo perfecto para mantener durante varios meses y según lo requieran las vicisitudes de campaña el espectáculo de un circo que exhiba su poderío. Como se sabe, la aplicación de tarifas será gradual: 5% el 10 de junio, 10% el 1 de julio, 15% en agosto, 20% en septiembre y 25% en octubre, dependiendo de los esfuerzos que haga México para detener el tráfico de ilegales, en su mayoría centroamericanos que pasan por su territorio. El único problema es que la sacrosanta apreciación de Trump es la que calificará el desempeño de México en esta exigencia.

Esto le permite al presidente sostener de manera permanente y a lo largo de la campaña una Espada de Damocles que puede utilizar a placer, según sus necesidades políticas. Detener la progresión de las tarifas, suspenderlas del todo, prolongarlas hasta el próximo año. Toda medida conciliatoria que ofrezcan los mexicanos será exhibida como una muestra de poder y un triunfo personal. Por supuesto que hay una factura política al buscar una reelección a costa de la economía mexicana, considerando la interdependencia entre los dos países. Hay poderosos intereses estadounidenses afectados que ya se han manifestado. ¿Cuál es el mejor escenario para Trump? Ganar la partida frente a su electorado sin pagar demasiados costos en otros frentes políticos. Es decir, subir la tarifa al 5%, congelarla aduciendo que México ha introducido cambios importantes para ayudar a Estados Unidos en el tema migratorio y luego entrar en un período de prueba (incluso llegando a un 10%). Esto le permitiría a Trump ufanarse de las bondades de su extorsión sin causar excesivas olas. Llegado el caso, dentro de algunos meses podría volver a subir la apuesta y amenazar con un incremento adicional.

¿Qué es lo que le conviene a México? Que Trump consiga su objetivo sin necesidad de hacer el primer incremento. Es decir, que en la ronda de negociaciones que se lleva a cabo en estos días, la Casa Blanca considere que ha obtenido suficientes concesiones como para que Trump pueda exhibirlas como botín de guerra y haga innecesarias las sanciones anunciadas. Para nuestra desgracia Trump es poco dado a sutilezas. Quien se ha armado para una guerra que espera ganar no regresa del campo de batalla sin darse el gusto de disparar un tiro, así le digan que ya ha vencido. Así que lo más probable es que opere el primer escenario lo cual tampoco es calamitoso. Un 5% puede ser absorbido en parte por los productores mexicanos, porque lo compensan con la depreciación del peso que se ha experimentado en los últimos días. En México hay quienes consideran que la actitud conciliatoria del Gobierno ha sido humillante y que habría que desdeñar la extorsión, no ceder a las presiones y amenazar a su vez con represalias comerciales. Tal estrategia me parece suicida. Jugar a los machitos contra la belicosidad de Trump y la desproporción entre los dos vecinos sería terriblemente irresponsable. La vulnerabilidad de México frente a las remesas, el turismo, las inversiones, los suministros estratégicos (gasolina y gas para no ir más lejos) y un largo etcétera nos haría perder antes de haber empezado. La mera lectura de este escenario provocaría el desplome del peso y la huida de capitales.

Cuando un Ejército imparable amenaza con destruir tu ciudad lo más responsable que puede hacer un gobernante es pensar en los hombres, mujeres y niños que la habitan y no en la posibilidad de inmolarse para la historia. Negociar el menor botín de guerra posible y lograr que el invasor pase de largo. México tendría que fortalecer a los actores políticos estadounidenses que se oponen a las sanciones tarifarias, sin enfrenar directamente a Trump, y ofrecer concesiones lo menos onerosas posible que permitan que el tipo lleve su batalla a otros lares. El escritor Jorge Zepeda Patterson considera que parecería ingenua la actitud del presidente mexicano con su llamado a la concordia cuando el otro está cortando cartucho, pero bien mirado es parte de una estrategia que puede minimizar el riesgo de lo que podría convertirse en una tragedia.

La carta que el presidente López Obrador envió a Trump a raíz de las amenazas de éste de imponer aranceles graduales a cualquier producto mexicano si no se resuelve de inmediato el flujo de migrantes que llegan del sur y atraviesan nuestro país para ingresar a Estados Unidos, es categórica y se escribe desde la conciencia de la cancha en la que se juega. Yo la habría hecho más corta y directa, pero queda claro que un producto como ese tiene diversos fines comunicativos. Que López Obrador marque línea y plante cara desde diferentes frentes le habla, sí a los estadounidenses, pero sobre todo a los mexicanos. Y las reacciones de apoyo, que él mismo ha reconocido, han sido diversas y múltiples. En una de esas, como adelantaba el optimismo obligado del canciller Ebrard, México logra que junto con las voces más activas en Estados Unidos no se impongan los mentados aranceles por las afectaciones que podrían tener para Estados Unidos. O se reviertan pronto. Está por verse. Pero, carta y misión mexicana en Washington no obstantes, estamos atados más a la volatilidad de la ira trumpiana y a los vaivenes electorales estadounidenses, que a una política sólida de reciprocidad.

Lo que sí, el elefante en el salón sigue siendo la migración. Y ahí nos tienen con los dedos en la puerta. El eje del discurso de Trump para su reelección va a ser la migración. Y en ese tema seguiremos siendo la piñata que necesita, hagamos lo que hagamos, que nunca será suficiente. Porque debemos, además, reconocer que tenemos un retraso de décadas en atender y entender el fenómeno de manera integral. Ya no es, siquiera, la migración mexicana a Estados Unidos que ha disminuido en los últimos años. “México, la eterna piñata de Trump” este el título elegido para una columna de Gabriela Warketin de la Mora. ¿Qué vamos a hacer con los miles de migrantes que llegan, y seguirán llegando, a la frontera Sur de nuestro país? ¿Los vamos a detener a todos? ¿O no? ¿Cómo asegurar una migración ordenada cuando el Estado mexicano ha ido desmantelando, en presupuesto y estructura, sus organismos dedicados a refugiados y a migración? ¿Cómo atender la crisis humanitaria de una migración que se ha vuelto más femenina y más infantil, sin contar con recursos conceptuales ni operativos para ello? ¿Cómo acelerar el desarrollo de Centroamérica para mitigar las razones de la migración sin la participación, por ejemplo, de Estados Unidos? Durante años, México se benefició, en términos económicos y políticos, de expulsar a sus propios ciudadanos. Hoy que somos país de llegada y, sobre todo, de tránsito, estamos desbordados. Y descolocados, sin una narrativa sólida y efectiva que contrarreste las imágenes de miles que terminan por llegar a la frontera con Estados Unidos. Por ello, aunque superemos la coyuntura, seguiremos siendo la piñata favorita de Trump. Él sabe de dónde nos tiene agarrados. Son tiempos de una estrategia mayor.

@BestiarioCancun

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