SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY EL BESTIARIO

EL BESTIARIO

Donald Trump, Pink Floyd y ‘The Walls’

El presidente de Estados Unidos se subió al escenario de la Universidad Wagner en Staten Island (Nueva York) para dar el discurso de graduación de la generación de 2004. Animaba a los jóvenes a no rendirse y reconocía que los muros no detienen a las personas…

SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY

Años antes de querer construir un muro físico en la frontera con México, el magnate de Manhattan, también tenía palabras para los muros, en este caso dentro de un alegato para que nada impidiera a las nuevas generaciones cumplir el sueño americano, costara lo que costase. “No os rindáis. No permitáis que suceda. Si hay un muro de hormigón frente a vosotros, atravesadlo, superadlo, pero id al otro lado de esa pared”, animaba con emoción a los recién licenciados. Vestido con una toga verde, insistía en la importancia de la persistencia para alcanzar las metas: “Os diré que la segunda cosa más importante después del amor es que nunca te rindas”, decía el entonces empresario inmobiliario. Décadas después, la hemeroteca ha convertido las afirmaciones de Donald Trump en un arma de doble filo que se ha vuelto contra él y su discurso de odio antiinmigración en Estados Unidos. Las imágenes rescatadas por el presentador y comediante Trevor Noah alcanzaron más de 100 mil retuits, seis mil comentarios y más de ocho millones de reproducciones en un día. “Espero que cuando Donald Trump construya su muro, nadie le enseñe a México este vídeo que encontramos”, escribió el presentador en su red social.

Lo que comenzó siendo la disparatada ocurrencia de la campaña electoral del equipo de un candidato poco disciplinado y enemigo de los argumentos complejos se ha convertido en el eje de la política interna de la democracia más poderosa del mundo y en un problema que ha colocado al país ante una crisis inédita. El inquilino de la Casa Blanca ha hecho de su obsesión por construir un muro a lo largo de toda la frontera entre su país y México un nudo gordiano de la discusión política que ha tenido importantes consecuencias tanto en el interior como en el exterior. La oposición demócrata se niega tajantemente y con toda lógica a asignar una partida presupuestaria, de nada menos que de cinco mil 700 millones de dólares, que financie esta obra faraónica e ineficaz. Un proyecto que sobre todo es símbolo contrario a su tradición de país donde cualquier persona del mundo puede llegar y realizar sus proyectos. Lejos de dialogar, la reacción del mandatario ha sido proceder al cierre parcial de la administración, una medida que conforme pasan los días perjudica a los ciudadanos y a los empleados públicos (que se quedan sin salario durante este periodo) y que ha provocado malestar entre las mismas filas republicanas. El insiste en que la necesidad de construir el muro responde a “una crisis humanitaria y de seguridad”, consiguiéndose frenar “la entrada de criminales y drogas a Norteamérica”.

Friedrich Drumpf, quien emigró a Nueva York desde Alemania con solo 16 años, hizo fortuna con hoteles y restaurantes que funcionaron como prostíbulos durante la fiebre del oro. En 1885 llegó Washington el demócrata Grover Cleveland, un presidente atípico por ser el único que ha tenido dos mandatos no consecutivos, que además vetó una ley que pretendía restringir la entrada de extranjeros al país. Hoy, 134 años después, otro mandatario poco común insiste en cerrar las fronteras y levantar miles de kilómetros de muros, amenazando con declarar la emergencia nacional por su ‘The Wall’. Donald es su nieto. Los originarios de Kallstadt, un apacible pueblecito germano cuya tradición vitivinícola data del Imperio Romano, se les conoce cariñosamente como Brulljesmacher, una palabra que en el dialecto regional significa fanfarrón. Caprichos del destino…

Lo que desconoce el esposo de Melanie Knauss, ex modelo de origen esloveno y hoy primera dama, es lo que le pasó a Pink Floyd, una banda de rock británica, considerada un icono cultural del siglo XX y que obtuvo gran popularidad gracias a su música psicodélica que evolucionó hacia el rock progresivo y rock sinfónico con el paso del tiempo. Han transcurrido cuatro décadas de la presentación de su álbum ‘The Wall’. ‘El Muro’ fue el disco que salvó literalmente a Pink Floyd, pues liberó a sus miembros de la bancarrota. Pero también el envite que acabó con el grupo, que no resistió el subidón de ego de su principal compositor, Roger Waters. A diferencia de bandas de clase obrera, como The Beatles, los integrantes de Pink Floyd eran chavales de buenas familias de Cambridge, llamados a “carreras serias”. Pero los iluminó la llamada de la excitante bohemia londinense. En 1965, los estudiantes de arquitectura Roger Waters (bajo), Nick Mason (batería) y Richard Wright (teclados) se juntaron con el guitarrista, cantante y compositor Syd Barret, un atractivo estudiante de arte, de psique herida y genio amplio y desaliñado. Barret les puso el nombre, tomado de dos ignotos músicos de blues campestre, Pink Anderson y Floyd Council. Pero blues habría poco.

La psicodelia, la experimentación con LSD, abrían nuevas puertas a la música, que se tornaba vanguardista, arty, intelectualoide, espacial.  Barret reinó en ese revoltijo. Un brevísimo mandato: en dos años las drogas agravaron su esquizofrenia y hubo de acogerse a los cuidados de su madre en Cambridge, donde llevó una vida esquiva hasta su muerte, en 2006. Fue sustituido por el guitarrista David Gilmour, más terrenal y técnico. Nació la segunda etapa de Pink Floyd, con Gilmour y el complicado Waters repartiéndose la composición y las voces. En 1979 Pink Floyd tenían problemas. El sarpullido punk había instaurado formas más directas de expresión. Los Floyd eran el epítome del dinosaurio hippioso. Además, las andanzas de su contable y el disparatado coste de sus llamativos espectáculos los habían arruinado. Cuenta la leyenda que el 6 de junio de 1977, en la última noche de la gira de ‘Animals’, en el Estadio Olímpico de Montreal, Roger Waters se encaró con un fan y le escupió. Un gesto impropio de un educado chico de Cambridge, que lo dejó meditabundo. Percibió que se está volviendo un megalómano. Además, le repugnaban los conciertos en estadios, tan similares a las grandes paradas de los regímenes totalitarios: “Aquello era cada vez más y más opresivo. No eran lugares para la música. Eran para el deporte, que no es más que la ritualización de la guerra”, explicó Waters. Conversando con el joven productor Bob Ezrin, que había cobrado fama pilotando a Lou Reed y Alice Cooper, Waters le contó sus angustias, le reveló que a veces sentía el deseo irrefrenable de levantar un muro entre él y el público. “¿Y por qué no lo haces?”, respondió Ezrin. Cada ladrillo del muro refleja una de sus angustias y paranoias: el padre caído en la Segunda Guerra Mundial, la madre sobreprotectora, los profesores fríos y sarcásticos, las drogas, la egolatría, el mesianismo casi fascista ante los seguidores… Hasta que el final llega la catarsis purificadora, la caída del muro. Son historias ‘bardas’ de obligada y urgente lectura en el Despacho Oval.

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