SANTIAGO J. SANTAMARÍA EL BESTIARIO
‘Turismofobia’ en España
Unos siniestros encapuchados detuvieron un bus turístico de Barcelona, amenazaron al conductor con un cuchillo, amedrentaron a los pasajeros y pintaron la luna delantera “Creímos que era un ataque yihadista”…
No eran delincuentes comunes, sino miembros de la plataforma “Arran”, una familia radical de las “Candidaturas de Unitat Popular”, la CUP. Es decir, una facción del socio parlamentario del Gobierno secesionista de la Generalitat y su principal apoyo en el “procés”. Son antisistemas o anarquistas con Seguridad Social de la Unión Europea y su sociedad del bienestar. “Turismofóbicos” y quienes ejercen la violencia contra vecinos y turistas, olvidan que hace tres décadas Barcelona optó por abrirse al mundo: carecía entonces casi completamente de visitantes. Hoy el sector supone el 12% del PIB de la ciudad. Genera en toda España, un 20% de los nuevos puestos de trabajo. Sólo en nuevos empleos directos supuso en el segundo trimestre la mitad del total, y el doble del renglón siguiente, la construcción especializada. La “turismofobia” mata empleos. No seamos ingenuos, quizás para muchos de ellos es bueno el que la gente sufra penalidades, brote de revoluciones pendientes, distópica estrategia de “Jemeres Rojos”, Khmers Rouges, en francés, Khmer Krahom, en camboyano.
Los ingresos turísticos están sosteniendo con firmeza la fase actual de crecimiento económico en España. El mercado turístico está creciendo a más del 4% anual, muy por encima del PIB (3%) y las proyecciones para este año indican que se superará el récord de visitantes (75.3 millones). Hoy, la aportación del turismo al PIB es superior al 11%. Son razones más que suficientes para valorar el turismo como un factor de creación de riqueza que debe ser cuidado y respetado. Pero en este horizonte de progresión sostenida empiezan a aparecer problemas de masificación, concentración y de preocupación social que deben ser corregidos antes de que la incomodidad se convierta en rechazo. Es por eso que, es muy importante que el actual gobierno de Carlos Joaquín en Quintana Roo, defiendan a capa y espada un modelo de turismo sostenible. La actual secretaria de Turismo, Marisol Vanegas y su asesor Darío Flota, públicamente se han posicionado en defensa del turismo sustentable, “una industria comprometida a hacer un bajo impacto sobre el medio ambiente y cultura local, al tiempo que contribuye a generar ingresos y empleo para la población local”.
El turismo solidario se entiende como una forma de viajar que se basa en el respeto de los viajeros hacia las personas y lugares que se visitan mediante un acercamiento más profundo a la realidad del país y un intercambio cultural positivo entre ambas partes. Además de contribuir al desarrollo económico de la zona con el alojamiento en lugares gestionados por la comunidad, consumiendo productos de comercio justo y visitando y colaborando en proyectos solidarios que allí se lleven a cabo. En definitiva una manera de viajar que tenga un impacto positivo tanto en las comunidades que visitan como en el propio viajero. Es importante tener las ideas claras en Cancún, Riviera Maya y Caribe Mexicano, para no sufrir fiebres exógenas de “turismofobia”. Paradójicamente, empresarios de los “Pays Catalans”, como son los propietarios de los Meliá, Iberostars, Barceló, Riu…, quienes reparten millones de turistas por el mundo, son originarios de la “catalana” Palma de Mallorca. Muchos de ellos tienen sus orígenes en la pequeña ciudad de Constancia de Inca, “la capital del cuero” o “la ciudad de la piel”, la industria del calzado la ha convertido, históricamente, en referente de este sector. Capitales acumulados durante siglos fueron reinvertidos por Gabriel Escarrer, con apenas 21 años, en 1956, en Meliá Hotels International S.A., líder mundial en complejos hoteleros, y líder en los mercados de Sudamérica y el Caribe. Actualmente, cuenta con más de 370 hoteles abiertos o en proceso de apertura en más de 41 países, que se comercializan bajo las marcas Gran Meliá Hotels & Resorts, Paradisus Resorts, ME by Meliá, Meliá Hotels & Resorts, Innside by Meliá, Sol Hotels & Resorts y TRYP by Wyndham.
España ha convertido al turismo en su primera industria. Desde que, a finales de los años cincuenta del siglo pasado, el país abriera las puertas masivamente a los visitantes exteriores, el país ibérico ha ido perfeccionando a trancas y barrancas su capacidad de recibir y acoger, desarrollando un sistema suficientemente eficaz como para atraer la atención de otras naciones, que buscan emular el éxito español. Pero las bases de ese éxito son relativamente frágiles, y el avance tecnológico y los cambios en la sociedad han abierto las puertas a nuevos desafíos. En 2015, el turismo aportó a la economía más de 110 mil millones de euros, más de un 11% del PIB; el automóvil, el segundo mayor contribuyente, no supera el 10%. Los más de 75 millones de visitantes internacionales que entraron en España el pasado año dejaron 77.625 millones de euros, igual a casi una cuarta parte de las exportaciones manufactureras. Y sigue creciendo: en el primer semestre de 2017, el número de turistas extranjeros que entró en España aumentó un 6.2% con respecto al mismo período del año pasado. Es una fuente de riqueza que, en plena crisis, sirvió para compensar la caída libre de otros segmentos de la economía y del propio turismo interior.
Para la industria mundial, España es un referente. En abril, el país volvió a repetir a la cabeza del Índice de Competitividad Turística del Foro Económico Mundial. «Es un éxito que puede atribuirse a una oferta única de recursos culturales y naturales, combinados con una sólida infraestructura de servicios turísticos, su conectividad aérea y unas poderosas políticas de apoyo», explicaba el informe. Tanto para el sector público como para el privado, el crecimiento desaforado ya es una preocupación real. «Se impone el reto de abrir una profunda reflexión sobre el modelo de crecimiento turístico más deseable para el futuro», consideraba la patronal Exceltur. Una necesidad se hace más imperativa cuando, al calor de la recuperación económica, los españoles están volviendo a buscar destinos vacacionales que antes no cabían en su presupuesto (aunque un 40% del país asegura que no puede irse unos días). Los progresos que hubo para plantear un modelo diferente se vinieron abajo con la crisis. Por arte de “birlibirloque”, sin que se sepa de qué forma ha sucedido una cosa, de manera mágica, ya no preocupaban las ineficiencias del modelo. El problema es que se sigue midiendo el éxito del turismo por el número de visitantes.
El PIB turístico solo creció un 2.9% de 2000 a 2013, frente al más del 11% del conjunto de la economía. Exceltur reconoce que 2016 fue fruto de unas circunstancias «excepcionales». El primero fue el impacto del terrorismo en destinos mediterráneos que compiten directamente con España en la oferta de sol y playa, en especial Turquía (en plena turbulencia política), Túnez y Egipto, que ha servido para compensar la desventaja competitiva de la fortaleza del euro (y, con ello, empujado hacia arriba las cuentas de resultados). De hecho, España está en el tercio inferior (en la 98ª posición) en el índice del Foro Económico Mundial en competitividad de precios, por detrás de destinos tradicionalmente más caros como Japón o Canadá. El turismo en España está, como es lógico, desigualmente repartido. Los 75 millones de visitantes que entraron en el país en 2016 representan 1.6 por cada español, pero la cifra aumenta a 2.4 por cada catalán (y 4.1 para cada barcelonés), 6.3 por cada canario y 11.7 por cada balear. En esta última comunidad autónoma, la presión de la industria turística es tal que muchos trabajadores tienen problemas para encontrar alojamiento.
A la vez, el mercado hotelero está viviendo una revolución. Por un lado, en las grandes ciudades los fondos de inversión inmobiliaria buscan en los hoteles y apartamentos turísticos la forma más rápida de rentabilizar sus propiedades; por el otro, en solo nueve años, la aplicación Airbnb ha pasado de la nada a tener más de tres millones de propiedades para alquilar en todo el planeta. En 2016, el número de plazas en apartamentos turísticos superó por primera vez a las hoteleras en los 22 mayores destinos del país. Nada de esto sale barato ni para el medio ambiente ni para la sociedad. La combinación de sol y playa, tradicionalmente la base de la industria turística española, viene acompañada con una intensa presión sobre los recursos hídricos (especialmente en Canarias, donde se extrae más agua de la que hay) que el cambio climático no hace sino agravar. Igualmente, las organizaciones ecologistas continúan alertando de los riesgos de la urbanización desmedida sobre costas que son, precisamente, uno de los grandes atractivos para el visitante. A esto se le añaden los problemas del mercado laboral del sector turístico —que por sus propias características, prefiere mano de obra barata y de temporada—.
Todo esto ha conducido a que al tradicional discurso sobre la importancia del turismo en la economía le haya surgido una versión contraria: el sector es visto como una molestia para una parte de los ciudadanos. En junio, el barómetro semestral del Ayuntamiento de Barcelona indicó que, para un 19% de los encuestados, el turismo era el principal problema de la ciudad. “Si estamos reaccionando ahora es por las demandas de la propia sociedad. Quizás lo que ha hecho saltar haya sido la llegada de la saturación a los destinos urbanos. En los destinos de sol y playa que haya mucha gente es lo normal: si vas a Benidorm es lo que te esperas. Pero en Barcelona, Málaga capital, Granada capital… ya es otra cosa”.Y esto también ha tenido una respuesta política: no solo por un creciente desprecio público a la aportación del sector a la economía —definir a España despectivamente como «país de camareros» es una expresión que ha ganado cuerpo en los últimos años— sino, en algunos casos aislados, a través de una hostilidad explícita y organizada, como el reciente ataque a un autobús turístico por la organización juvenil independentista “Arran”, el lunes en Barcelona. Este cambio de mentalidad se refleja en iniciativas como las moratorias hoteleras, los registros para viviendas vacacionales y las tasas turísticas —la última, planteada el martes por el ayuntamiento de Valencia—. Pero para algunas organizaciones empresariales, con la CEOE a la cabeza, hay que tener cuidado para no pasarse en la respuesta, máxime en un momento donde la recuperación económica es todavía frágil y cualquier aportación a la economía debe defenderse.
Cataluña fue la comunidad más beneficiada por el gasto de turistas extranjeros que visitaron España. Del total de 37.217 millones de euros, Cataluña se quedó con ocho mil 189 millones, un 14.8% más que en el mismo periodo del año anterior, en el que captó el 22% del total. Le siguió Canarias (siete mil 907 millones de euros) con un aumento del 13%, y Andalucía (cinco mil 614 millones de euros acumulado), con 12.3% más. La Islas Baleares ocupó la cuarta posición por gasto de visitantes extranjeros (cinco mil 200 millones de euros), un aumento del 12.6% con respecto al mismo periodo del año 2016, captando el 14% del total del gasto anual. Por detrás se situó la Comunidad de Madrid con un gasto de cuatro mil 237 millones de euros, un 18.7% más —la que más crece—. Le siguieron Comunidad Valenciana con tres mil 493 millones de euros, (+17.5%), que captó el 9.4% del total anual. El resto de las autonomías en su conjunto sumaron dos mil 578 millones de euros, un 20.3% más.
No es casual que el matonismo contra los turistas aflore cuando desde las instituciones catalanas más próximas al independentismo se practica un desprecio creciente por la ley, se cultiva el enfrentamiento entre legitimidades reales o ficticias y se proclama el cumplimiento de objetivos políticos —en este caso, la independencia— “a cualquier precio”. El desdén por la legalidad es el primer paso para dar por buenas la coacción y la violencia. El siguiente paso es la ruptura social. Los grupos responsables de la campaña violenta, denominados “Arran Països Catalans”, junto con otros grupúsculos adscritos a la izquierda anticapitalista, han tomado como bandera la protesta contra el turismo alentados probablemente por una atmósfera política caracterizada por el “todo vale”.
@SantiGurtubay