El Bestiario

SANTIAGO J. SANTAMARÍA EL BESTIARIO

El fantasma de Chacumbele le persigue a Donald Trump

 

México y el mundo quedaron atónitos al oír el discurso del 45 presidente de los Estados Unidos, donde cuestionaba el modelo anglosajón que ha regido el mundo desde el final de la II Guerra Mundial. Los japoneses están pensando en un harakiri del sucesor de Barack Obama y los cercanos cubanos creen que se ha apoderado del nuevo inquilino del Despacho Oval el fantasma de Chacumbele, aquel de quien se decía que él mismito se mató…

 

 

El magnate de Manhattan arremetió contra las élites de Washington, se postuló como representante de los perdedores de la globalización, y prometió colocar el eslogan “América primero” en el centro de todas sus políticas. Hubo un momento que hasta pensé que iba a anunciar el traslado de la capital del país a Nueva York y la Casa Blanca a la Tower Trump, un rascacielos de uso mixto ubicado en el 725 de la Quinta Avenida, entre las calles 56 y 57, y cuyo ático es utilizado como residencia primaria de Donald y Melinda Trump y de su niño Barron William.“Vamos a quitarle el poder a Washington y devolvéroslo a vosotros, el pueblo americano”, comenzó. “El 20 de enero de 2017 será recordado como el día en que el pueblo se convirtió de nuevo en el gobernante de la nación”, añadió.

En el Capitolio, el Olimpo norteamericano, puso la mano sobre dos ejemplares de la Biblia -uno que le regaló su madre y otro que perteneció a Abraham Lincoln, el presidente que liberó a los esclavos- y repitió las 35 palabras del juramento. A lo lejos, frente a él, en la semivacía explanada del National Mall, los monumentos a los gigantes americanos: Lincoln, Washington, Martin Luther King, Jefferson, los líderes que sentaron las bases de una nación que, con reveses y nunca en línea recta, quiso proyectarse como un modelo de democracia, de apertura al mundo y diversidad.

En algunos momentos el discurso populista y “brexista” -Brexit es la unión de la palabras inglesas Britain y exit, Gran Bretaña y salida- parecía inspirado en la retórica de Ronald Reagan. En su primera inauguración, el republicano actor de Hollywood dijo que había que resistir a la tentación de creer que “el gobierno por un grupo de élite es superior al gobierno por y para el pueblo”, y que “el gobierno no tiene otro poder que el que le concede el pueblo”. Pero el tono de Trump era muy distinto, no optimista y confiado como el de Reagan, sino pesimista y apocalíptico. El discurso, más populista que conservador, y también nacionalista, con acentos victimistas y autárquicos, destacó por su medida duración, menor a media hora. “Esta carnicería americana se detiene aquí y ahora”, dijo después de describir un país azotado por los cierres de fábricas, la educación deficiente y la plaga de las drogas. En la España de hoy su discurso no difiere mucho del de un antisistema de Podemos, o de unos dirigentes de ocho apellido vascos o catalanes.

Lanzó un agrio discurso que buscó culpables por doquier: el establishment washingtoniano, el libre comercio, sus propios antecesores. Ante estos males, se entronizó como gran remedio. Él es, a juzgar por sus palabras, el hombre providencial que recuperará la gloria perdida de Estados Unidos, que devolverá al pueblo la luz robada por la codicia de las élites. Con voz inflamada, trazó un escenario de fábricas cerradas, familias desamparadas y clases medias depauperadas. “Desde hoy, América primero”.

Si en el 2016 oímos por primera vez el término Brexit, en el 2017 se va a popularizar el “Mexit”. El Brexit, aunque sea un disparate producto del mal cálculo de su entonces primer ministro, David Cameron, no dejó de ser una decisión soberana de la ciudadanía británica. En el caso de México, la situación es exactamente contraria, pues no hablamos de la salida voluntaria de un país de un espacio de integración económica, sino de una expulsión de facto e unilateral de un socio, México, a manos de otro, EU. Porque aunque el nuevo presidente diga que quiere renegociar el Tratado de Libre Comercio (NAFTA) para conseguir un acuerdo más favorable a su país, lo que en la práctica significan sus declaraciones sobre México y los mexicanos, a los que acusa de ladrones, individual y colectivamente, y a los que amenaza con una política consistente en muros físicos y elevados aranceles comerciales, es una ruptura en toda regla de la letra y espíritu de dicho acuerdo.

La economía mexicana y la estadounidense están, cuando se cumplen 23 años de que entrara en vigor el Tratado de Libre Comercio conocido como NAFTA o ALCA, tan altamente integradas como lo están la británica y la europea. El sector del automóvil, que Trump ha puesto en el punto de mira, es un buen ejemplo de ello pues el 40% de los componentes de los 2.7 millones de vehículos que México exporta a EU se fabrican en nuestro país, generando 30 mil 000 empleos directos. El comercio entre ambos países, que en 1992 tenía un volumen de 80 mil 000 millones de dólares, hoy es de 506 mil 000 millones, seis veces superior, siendo responsable de seis millones de puestos de trabajo en EU que la insensatez de Trump también amenaza. Igual que la integración europea permitió a los europeos superar un pasado traumático, el NAFTA, con todos sus problemas, incluidos los subsidios agrícolas estadounidenses, que han dañado gravemente a la agricultura mexicana, permitió dejar atrás aquello de “pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de EU”.

El suicidio anglosajón

EU y Reino Unido, creadores del orden internacional actual y mayores beneficiarios de la globalización, renuncian unilateralmente al liderazgo y dejan la vía expedita para que China y otros articulen un nuevo escenario mundial. Estamos ante ‘El suicidio anglosajón’, como titula, en una magnífica columna, el periodista español José Ignacio Torreblanca, autor de los libros “Asaltar los cielos: Podemos o la política después de la crisis”, “¿Quién Gobierna en Europa?” y “La fragmentación del poder europeo”.

El mandato que Donald Trump inaugura hoy muy bien podría ser juzgado en el futuro como el momento en el que EU inició el desmantelamiento del orden internacional hegemónico anglosajón que con tanto ahínco sucesivas administraciones norteamericanas construyeron y sostuvieron desde 1945. El “siglo imperial británico”, que comenzó en 1815 tras las guerras napoleónicas, concluyó en 1915, 100 años después, dejando a Reino Unido como única e indisputada potencia mundial.En su momento álgido, inmediatamente antes de comenzar la I Guerra Mundial, el Imperio Británico ejercía su poder sobre 412 millones de personas, un 23% de la población mundial, ocupando sus dominios casi un cuarto de la superficie de la Tierra. Fue el británico, sin embargo, un poder imperial tan extenso como afortunado. Cuando fue relevado por EU, este lo hizo, de forma inédita en la historia -en la que los imperios entrantes suelen destruir a los salientes-, no solo de forma pacífica sino como continuador y renovador del proyecto liberal, político y económico que inspiraba la obra imperial británica.

Vía los acuerdos de Bretton Woods, que fijaron las reglas del comercio y las finanzas; la Conferencia de San Francisco, que dio paso a la ONU; y el Plan Marshall, que rescató al continente europeo del hambre, la inseguridad y la miseria y forjó la alianza más exitosa de la historia, la alianza transatlántica, Washington formalizó ese relevo pacífico de poder imperial, diseñando y luego sosteniendo con sus recursos el orden político, económico y militar mundial que conocemos. Pero ahora, estos dos hegemones, el británico y el americano, que algunos han calificado de “benignos” (más que nada en comparación a otros competidores como la URSS o la Alemania nazi, y no obstante el escepticismo de Gandhi sobre el empeño de Occidente en denominar el imperialismo como “civilización”), están adoptando un rumbo aislacionista en lo político, proteccionista en lo económico, y xenófobo en lo identitario y cultural, cuestionando los elementos fundacionales del orden global que tanto la “pax britannica” como la “pax americana” han compartido y articulado.

Lo paradójico es que tanto EU como Reino Unido tienen a su favor todos los elementos para seguir sosteniendo un orden multilateral liberal y beneficiarse de él con creces, como han hecho hasta ahora. Frente a las quejas que nos trasladan respecto a integración económica o la inmigración, lo cierto es que los dos países han superado la crisis de 2008 más rápido que sus rivales y, además, son un referente tanto en la integración de inmigrantes como en el fomento de la diversidad cultural y la tolerancia religiosa. Pese a los lamentos de Trump y de los partidarios del Brexit, sus países viven, en comparación a otros, y en comparación a otros periodos de su historia, una época dorada. Que los países más dinámicos, abiertos y exitosos tiren la toalla de la globalización no deja de resultar sorprendente de hasta qué punto vivimos una enorme anomalía histórica. No sería, sin embargo, la primera vez en la historia que un imperio se suicidara.

Entre 1405 y 1433, la marina imperial china, bajo el mando del almirante Zheng He, se paseó por todos los mares de Asia y África Oriental. La dinastía Ming fue capaz de organizar expediciones de hasta 300 barcos (algunos de 120 metros de eslora en una época en la que la Santa María de Colón solo tenía 26 metros) y decenas de miles de marinos. Pero a la muerte del emperador Yongle, justo coincidiendo con la época en la que los navegantes portugueses comenzaban a surcar los mares, sus sucesores decidieron poner fin a dichas expediciones, iniciando un largo periodo de aislamiento que cortaría el acceso de China a conocimientos y mercados claves en un momento crucial para su desarrollo, dejando al país en una situación de debilidad que posteriormente permitiría a Occidente doblegarla fácilmente y obligarle a abrir sus mercados. Que mientras Donald Trump y la premier inglesa Theresa May anuncian su intención de marcharse, el presidente chino, Xi Jinping, defienda la globalización desde el atril de Davos ofrece una pista muy clara sobre la profundidad del relevo de poder al que estamos asistiendo y vamos a ver profundizar. El fantasma de Chacumbele le persigue a Donald Trump.

 

@SantiGurtubay

 

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