SANTIAGO J. SANTAMARÍA. El Bestiario
EL ‘BURKINI’ Y LAS OTRAS CASAS DE BERNARDA ALBA DE FEDERICO GARCÍA LORCA
El argumento de la libertad no sirve en el tema del atuendo de las musulmanas o de otras mujeres en el siglo XXI. La preocupación social y cultural se centra en el cuerpo de ellas, hay que salvaguardarlo de sus deseos naturales, del apetito de los hombres y de las habladurías de los demás.
Federico García Lorca fue una leyenda en vida. Su obra sólo es un pálido reflejo del aura que irradiaba el personaje. Él mismo tenía un fuerte sentido del mito, un certero instinto para acuñarlo. Y son esas raíces primigenias las que lo hacen tan universal. Luis Buñuel y Salvador Dalí, que le reprocharon su “costumbrismo”, no calibraron ese entramado que subyace bajo el fulgor de las metáforas, ni el pasadizo hacia la modernidad inaugurado por el ciclo neoyorquino. Este pasado 18 de agosto se cumplieron 80 años del fusilamiento del poeta, dramaturgo y prosista español. Adscrito a la llamada Generación del 27, es el de mayor influencia y popularidad de la literatura española del siglo XX, autor de “La casa de Bernarda Alba”, “Bodas de Sangre”, “Un poeta en Nueva York».
Murió fusilado tras el golpe de Estado que dio origen a la Guerra Civil Española, en 1936. El asesinato hizo cerrar filas en torno a su memoria a otros copleros y juglares como Antonio Machado y Miguel Hernández, quien tenía en la celda donde murió un ejemplar del “Romancero gitano”. El mito no dejó de crecer. Cuando el presidente Eisenhower visitó España en diciembre de 1959, en su entrevista con Francisco Franco puso el nombre de Lorca sobre la mesa. Le informó del manifiesto publicado por intelectuales estadounidenses, acusándolo de tender la mano a los asesinos del poeta. El caudillo atribuyó su muerte a incontrolados y el primer mandatario norteamericano lo dejó en evidencia indicándole detalles muy precisos, proporcionados por sus servicios secretos. A las dos décadas de su fusilamiento, ya era una cuestión de Estado.
“Nos hundiremos todas en un mar de luto” dice Bernarda Alba, cuando se suicida su hija menor. No sufre gran cosa por la muerte de Adela. Le preocupa lo que se van a poner. “La casa de Bernarda Alba” es una implacable alegoría sobre el estatus de la mujer española hace un siglo. Así era en España antes. Así es hoy para muchas musulmanas, aunque no para todas. Cualquiera que pasee por un barrio de una ciudad china, cuyo libro religioso es el Corán, percibe que ni las mujeres llevan la cabeza cubierta ni se les pone cara de pecadoras por ello, en cambio, de las que viven en Oriente Próximo, el Magreb y el Golfo, sólo tenemos noticia cuando se discute públicamente de lo que llevan sobre su cabeza, nunca sobre lo que tienen dentro, como ha señalado la escritora egipcia Mona Eltahawy.
Ha vuelto a ocurrir este verano, con la polémica del «burkini» en Francia y con la decisión de la CDU-CSU alemana de restringir la vestimenta que oculta el rostro en ciertos espacios públicos. Se trata de una polémica recurrente, aunque un argumento cobra fuerza últimamente de forma preocupante: el de la libertad. Al afirmar que las mujeres musulmanas deciden libremente si se ponen o no el burka, el niqab o el hiyab, se busca vincular un evidente signo de opresión femenina con la libertad, muchos dirán que no es un signo de opresión femenina, sino un símbolo religioso; pero resulta que sólo lo llevan las mujeres, mientras los hombres están libres de ello, incluso los más píos. Si sólo fuera religioso, se establecería para todos, como la obligación de rezar mirando a La Meca.
“La casa de Bernarda Alba” es una obra teatral en tres actos de Lorca. Narra la historia de Bernarda Alba, que tras haber enviudado por segunda vez, decide vivir los siguientes ocho años en luto. En la obra destacan rasgos de la «España profunda» de principios del siglo XX, caracterizada por una sociedad tradicional muy violenta en la que el papel que la mujer juega es secundario. Otros rasgos destacados son el fanatismo religioso y el miedo a descubrir la intimidad.
Cuenta Laura Cepeda, que interpretaba en esa película a Adela, que don Luis visitaba el rodaje con frecuencia e incluso aportaba ideas, pero que su estado de salud -moriría al año siguiente- no le permitía tomar las riendas. Ignoro si hubiese querido realmente hacerlo. Pero el problema principal que tuvo esta Bernarda Alba fue precisamente que Buñuel no la había dirigido, condición que figuraba en el contrato con los herederos de Lorca, y al no haber sido así acabaron desautorizando su exhibición. A los 80 años del asesinato del poeta aún nos queda mucho Lorca por descubrir.
@SantiGurtubay