SANTIAGO J. SANTAMARÍA. El Bestiario
Ni Donald Trump representa a EU ni el narco a México
Por su propia integridad y viabilidad, el Partido Republicano debe abandonar a su candidato, recuperar el espíritu de Abraham Lincoln y volver a ser referencia del centro-derecha, pragmático y anti-racista…
El ‘republicanismo’ fue fundado el 20 de marzo de 1854, en la ciudad de Ripon, en el estado de Winsconsin. En sus orígenes aglutinó a todas las personas blancas del Norte que luchaban para abolir la esclavitud de las personas negras en los el Sur. Donald Trump lo ha olvidado y es por eso que no pide perdón por sus insultos a México. El candidato republicano pisó la tierra que más ha ofendido, en una visita relámpago, se entrevistó con Enrique Peña Nieto y volvió a demostrar su capacidad para apropiarse del escenario. Tras una hora de conversación, dejó de lado los asuntos más espinosos y, jugando al hombre de estado, se ofreció a inaugurar un “diálogo constructivo” con el país que ha pisoteado. El golpe de efecto del magnate, inmerso en el último tramo de su campaña electoral, no tendrá una fácil digestión en México, donde, sin disculpas públicas, muchos consideraban un fracaso la reunión, a tenor de las portadas de los ‘mass media’ impresos y online, así como en las redes sociales, Twitter y Facebook.
El objetivo de la invitación del presidente de nuestro país a Hillary Clinton y al magnate de Nueva York, era demostrar una neutralidad ante las elecciones estadounidenses y que gane quien gane tendrá su apoyo; una posición tras la que anida el vértigo que siente el gobierno mexicano a que un enfrentamiento con el aspirante a suceder a Barack Obama en la Casa Blanca pueda propiciar un incendio de consecuencias incalculables.
Se acabaron las dudas sobre este canalla, portavoz de las miserias humanas de la América profunda. La versión más dura de su discurso antiinmigrante, cayó apenas unas horas después de ser recibido en Los Pinos, como una profecía. Relató de manera obsesiva compulsiva sus promesas con mil lujos de detalles: habrá un muro, logrará que México pague por él, echará a todos los indocumentados del país y les obligará a volver legalmente. Lo importante en política migratoria no es lo que conviene a los inmigrantes, resumió, sino lo que conviene a los ciudadanos norteamericanos. “México pagará el muro. Al 100%. Todavía no lo saben, pero pagarán por el muro”.
La campaña de Trump había prometido que el de Phoenix era el “gran discurso” sobre inmigración del candidato. “¿Estáis preparados? Número uno: vamos a construir un muro. Será impenetrable y maravilloso”.
“Y lo va a pagar México. Aún no lo saben. México colaborará con nosotros, así lo creo. Después de reunirme con su maravilloso, maravilloso presidente, estoy convencido de que quieren solucionar este problema”. Era su “Veni, vidi, vicil”, locución latina empleada por el general y cónsul romano Julio César en 47 a. c., al dirigirse al senado romano, describiendo su victoria reciente sobre Farnaces II del Ponto en la Batalla de Zela.
La fórmula se utiliza habitualmente para significar la rapidez con la que se ha hecho algo con éxito, a la vez proclamaba la totalidad de la victoria de César y sirvió para recordar al senado su destreza militar -César se encontraba inmerso en una guerra civil contra Pompeyo-. Alternativamente, el comentario se puede ver como una expresión del desdén de César para el senado que tradicionalmente representaba el grupo más poderoso de la república romana. “Veni, vidi y vici”, son la primera persona del pretérito perfecto simple de los verbos en latín venire, videre y vincere, venir, ver y vencer.
Fuera de los estereotipos, la relación entre ambos países es profunda y mutuamente beneficiosa. Las invectivas pidiendo un muro de contención para frenar a sus vecinos por vagos y peligrosos, entran en la esfera de la demagogia xenófoba y no resisten el menor análisis. Estos datos procedentes de la embajada de EU en México, la Secretaría de Relaciones Exteriores, FMI y Pew Research, respaldan lo que estoy comentando.
No hay mejor termómetro de la confianza que el dinero. Pues bien, entre 1999 y 2012 Estados Unidos invirtió 153 mil millones de dólares en México. Este inmenso chorro representó el 50% de la inversión directa en el país. Nadie dio más en el mundo. Nadie, por tanto, confió más. Excepto Trump, claro. No solo el capital cuenta. También quién lo pone. El paraíso de los grandes emporios ha llevado a México a sus más altos representantes empresariales. Ahí están Microsoft, con una inversión de 2,250 millones de dólares; Ford (2,100 millones); GM (1,340 millones), o Walmart (1,282 millones). Todos han puesto su dinero y su prestigio (y también algún que otro escándalo) en tierras mexicanas. Frente a estos gigantes, el imperio de Trump es de teletienda. ¿En quién confiaría usted?
Más que amigos, socios. No hay nada que una tanto como una buena relación comercial. No solo ambos países pertenecen al Tratado de Libre Comercio de América del Norte, sino que México es el segundo socio comercial de Estados Unidos y el primer destino de las exportaciones de California, Arizona y Texas, además del segundo mercado para otros 20 estados. Aproximadamente seis millones de empleos dependen del comercio con México y cada minuto se comercia un millón de dólares. ¿Alguien se cree que nuestro país sólo mande violadores y traficantes como pretende Donald?
México siente pasión por su vecino del norte. No sólo le envía el 80% de sus exportaciones, sino a lo mejor de su población. De los casi 12 millones de mexicanos que habitan fuera del país, el 97.8% lo hace en Estados Unidos. La cifra es 250 veces más alta que la de mexicanos que viven en España, la madre patria. Pero no sólo cuentan los migrantes. Aún más importantes son sus hijos. En 2012 se calculaba que 34 millones de mexicanos y sus familiares habitaban las tierras, escenario de las “Guerras Indias”. Son el 11% de la población nacional. Suficientes para acabar con cualquier prejuicio.