SANTIAGO J. SANTAMARÍA. El Bestiario

 

 

TRUMP Y LOS MIEDOS DE NIXON EN COMICIOS DEL 68

El candidato oficial del Partido Republicano está “enganchado” con la retransmisión radiofónica de “La guerra de los mundos” de Orson Welles, que consiguió en 1938 desatar el pánico colectivo en Estados Unidos…

 

No transcurre un solo día en que no ocupe grandes titulares. Como dicen en Estados Unidos, no es que Donald Trump se haya apropiado del debate político, sino que “él se ha convertido en el debate”. Todo parece girar en torno su figura y él, muy consciente de ello, no deja de revolver el avispero con su incendiario discurso. ¿Podría Trump llegar a convertirse en presidente? Por el momento las encuestas dicen que perdería frente a la candidatura demócrata, personificada por Hillary Clinton. Aun así, la irrupción de Trump en la carrera por la Casa Blanca supone una revolución electoral que nadie había podido prever. La percepción que el propio Partido Republicano tiene acerca de quiénes son sus votantes y con qué mensaje llegar a ellos está siendo puesta en solfa. Y en el exótico escenario de que Trump se convirtiese en presidente de los Estados Unidos, podemos anticipar que la política de aquel país cambiaría para siempre. Y no para bien.

Ya saben cuáles son los lemas más repetidos en los mítines de Trump, desde el “Hillary sucks, but not like Mónica” (“Hillary apesta -la chupa-, pero no como Mónica”) al “Trump that bitch” (“Trumpea, machaca a esa perra”), “Build the wall! Build the wall!” (“¡Construye el muro! ¡Construye el muro!”), o los más gráficos “Donald “Fuckin” Trump”, (“Donald Trump el más cabrón”) o “Finally someone with balls” (“Por fin alguien con cojones”), que corean sus seguidores en plan hinchada deportiva y se materializan en el merchandising de campaña. A nadie tampoco se le escapa que en ellos Trump lanza consignas falsas, razonamientos infantiles, abunda en bromas contra los musulmanes, los mexicanos, los gays, la mujeres “demasiado” liberadas, los pacifistas o los ecologistas, esquiva a los boicoteadores, insulta y amenaza, interpela al público y exhibe su yupismo pasado de moda para escenificar, en definitiva, uno de los géneros más antiguos de la vida pública estadounidense: el teatro de la estupidez.

Una sensación de vacío, de abandono, de desamparo. No es tristeza, no es angustia, no es ira. Es más bien la situación de hallarse al borde del precipicio. De soledad absoluta, vinculada a nuestra condición de fragilidad. Cada uno lo vive a su manera, pero tiene elementos comunes. El miedo a la muerte, a la enfermedad, al paro. Está asociado a la pérdida de una (quizás falsa) sensación de seguridad, al descontrol, a la incerteza. La pérdida de la salud, del trabajo, de la casa, de un ser querido, de la vida. Se trata de una de las emociones primarias y básicas, y tiene una función principalmente informativa. La de avisarnos de que existe un peligro. La de protegernos. El sistema límbico analiza de forma constante la información que recibe nuestro entorno, para identificar las posibles amenazas. A través de la amígdala cerebral, núcleo de estas emociones, evalúa el peligro, y activa la sensación de miedo en el caso que sea necesario. Se producen en este momento distintas reacciones fisiológicas. Aumenta la presión arterial, la velocidad del metabolismo, la glucosa en sangre, la adrenalina, la tensión muscular e incluso se agrandan los ojos y se dilatan las pupilas.

Nuestros cuerpos se preparan para afrontar el peligro. Por esta razón se detiene también el sistema inmunitario, así como las funciones no esenciales. Nuestro cerebro da preferencia a sobrevivir a una amenaza frente a otros procesos cognitivos básicos. Ya se puede tratar de un riesgo físico o psicológico, es en cualquier caso un ataque a un sentimiento de seguridad. Ante la percepción de este peligro nuestro cerebro prioriza la conservación, es decir, se prepara para una respuesta de huida, lucha o paralización.

Por muy desagradable que sea la sensación del miedo, se trata de una información útil que nos permite sobrevivir a un peligro. O, como mínimo, intentarlo. Nos hace alejarnos de él y buscar opciones más seguras. El problema ocurre cuando el miedo supera el riesgo real al que nos enfrentamos. Sigmund Freud hablaba de la ansiedad como un miedo neurótico, que no tiene relación con el objeto de peligro. Esta angustia por un riesgo inexistente, o inferior a la respuesta de nuestro organismo, puede llevarnos incluso al pánico, donde el cerebro se fija únicamente en la percepción de peligro, retroalimentando el miedo, y haciéndonos perder el control sobre nuestro propio comportamiento.

Esta falta de autonomía en la toma de decisiones en una situación de miedo extremo ha sido recogida también en la legislación. El derecho romano fijó en el 79 a. C. la “actio quod metus causa”, que permite demandar la nulidad de contratos o actos que han sido llevados a cabo bajo la influencia del miedo. E incluso muchos códigos penales en el mundo de hoy eximen de responsabilidad criminal a aquel “que obre impulsado por miedo insuperable”. Este miedo no tiene por qué ser real, puede ser incluso imaginario. Es decir, la ley considera que en algunas circunstancias en las que actuamos por miedo no somos responsables de nuestras decisiones. Esto es fácil de entender en casos como los de un matrimonio forzado, pero ¿qué ocurre cuando la decisión que tomamos no tiene que ver con nuestro estado civil, sino con nuestro voto.?

Existe la creencia de que el apoyo a partidos de extrema derecha, como mínimo en Europa, está muchas veces sustentado en el miedo. El miedo a la inseguridad económica, a la inmigración, al caos. Este puede ser potenciado también por los propios políticos, magnificando los efectos reales de algunos riesgos económicos o sociales. Si nos vamos a los datos, vemos que los partidos de extrema derecha tienden a obtener mejores resultados en épocas de crisis económicas, o tras ataques terroristas. Por ejemplo, tres semanas después de los atentados de París el 13 de noviembre de 2015 el Frente Nacional liderado por Marine Le Pen obtuvo un porcentaje de casi el 28% del voto en la primera vuelta de las elecciones regionales francesas, su mejor resultado histórico, consiguiendo ser la primera fuerza política en seis regiones francesas.

El discurso con el que el empresario neoyorquino Donald Trump ha aceptado la nominación del Partido Republicano a las elecciones presidenciales de noviembre ha dejado entrever por dónde van a ir los derroteros de su campaña para la derrotar a Hillary Clinton y llegar a la Casa Blanca. Estas son las siete claves: “Vamos a construir un muro para evitar la entrada de inmigrantes ilegales y la droga”, “¿Enciérrenla, enciérrenla? No. Derrotémosla en noviembre”, “Este es el legado de Hillary Clinton: muerte, destrucción, terrorismo y debilidad”, “Vamos a construir las carreteras, las autopistas, puentes, túneles, aeropuertos y vías de tren del futuro”, “Los partidarios de Bernie Sanders se van a unir a nosotros”, “Estoy con vosotros, lucharé por vosotros y ganaré por vosotros”… “Cuando jure el cargo el próximo año, restauraré la ley y el orden en este país”. Uno de los hilos centrales del discurso de Trump en la convención ha sido dibujar un paisaje casi apocalíptico de inseguridad en Estados Unidos, que él promete revertir. Desde hace tiempo, el republicano utiliza la amenaza terrorista para atizar un discurso del miedo y de mano dura. A raíz de los dos ataques a policías en las últimas semanas en EE UU, Trump ha incorporado a ese discurso la necesidad de orden. Es una estrategia parecida a la empleada por el republicano Richard Nixon en las elecciones de 1968.

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