Los Sackler de Nueva York, farmacéuticos, filántropos y ‘narcos’


SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY

Provocaron la otra epidemia que perturba hoy a Estados Unidos, la de los opiáceos del ‘OxyContin’. Las tres mayores distribuidoras de medicamentos de Estados Unidos y la farmacéutica Johnson & Johnson (J&J) aceptaron pagar unos 26.000 millones de dólares en compensaciones por su supuesto papel en la crisis de los opioides, según anunciaron estas últimas semanas las autoridades. 

El histórico acuerdo pondrá fin a las demandas impulsadas por numerosos estados y ciudades del país contra las cuatro empresas y ofrecerá importantes fondos para apoyar a las comunidades más afectadas por la adicción y las sobredosis con este tipo de medicamentos. “La cultura es el último reducto de los canallas”, escribía el poeta maldito español Leopoldo María Panero. “Johnson & Johnson, McKesson, Cardinal Health y Amerisource Bergen no sólo prendieron la mecha, sino que alimentaron el fuego de las adicciones a los opioides durante más de dos décadas. Hoy, estamos haciendo responsables a estas empresas e inyectando decenas de miles de millones de dólares en comunidades de todo el país”, señaló en un comunicado la fiscal general del estado de Nueva York, Letitia James. James y fiscales de varios estados confirmaron el pacto, adelantado ya el lunes pasado por algunos medios, y que por el momento tiene carácter tentativo, pues ahora corresponde a cada estado y localidad pronunciarse sobre él. Si un número suficiente de ellos lo apoya, se hará efectivo y los firmantes comenzarán a recibir los pagos de las empresas. Nueva York, que el lunes ya cerró por su cuenta su parte del acuerdo, recibirá más de 1.000 millones de dólares y, a cambio, retirará a las tres distribuidoras de un juicio que actualmente se desarrolla en Long Island, el primero con jurado que se lleva a cabo en Estados Unidos por la crisis de los opioides.

Johnson & Johnson, que también estaba entre las acusadas, ya se había librado del juicio tras acordar con la Fiscalía pagar 230 millones de dólares y abandonar este negocio. Con el pacto anunciado hoy se resolverán litigios de casi 4.000 entidades que han demandado a J&J, McKesson, Cardinal Health y Amerisource Bergen ante tribunales federales y estatales. Los tres distribuidores se comprometen a abonar hasta 21.000 millones de dólares durante un plazo de 18 años, mientras que la farmacéutica pagará hasta 5.000 millones durante los próximos 9 años. El acuerdo cubre únicamente a las cuatro empresas en cuestión, por lo que continuarán adelante las miles de acciones que hay en curso contra otras empresas, incluidos fabricantes y las grandes cadenas de farmacias. En los últimos años, varias empresas han aceptado ya pagar compensaciones por su responsabilidad en la crisis. Actualmente, hay juicios en curso en Nueva York y California que incluyen a compañías como Teva y Allergan, mientras que las grandes cadenas de farmacias están pendientes del inicio de procesos en su contra en los próximos meses. Mientras, otras compañías como Purdue Pharma, considerada una de las mayores responsables del problema de los opioides como fabricante del popular producto OxyContin, se han declarado en bancarrota para hacer frente a las enormes cantidades de dinero que se les reclama. Según las autoridades, entre 1999 y 2019 casi medio millón de personas murieron en Estados Unidos por sobredosis de opiáceos. En 2020, según datos del Centro Nacional de Estadísticas de Salud, murieron más de 93.000 personas por sobredosis de medicamentos, un incremento del 30% sobre la cifra del año anterior, que ya había sido un récord. De esas muertes, 69,710 se atribuyeron a sobredosis de opioides.

La familia detrás del gigante Purdue Pharma pasó de ser un referente mundial de filantropía a convertirse en un emblema de la crisis de los opioides que azota a Estados Unidos. El término filantropía designa, en general, el amor por la especie humana y a todo lo que a la humanidad respecta, expresada en la ayuda desinteresada a los demás. Los Sackler, más ricos que los Rockefeller, según Forbes, erigieron gran parte de su patrimonio gracias al OxyContin, un opiáceo que según miles de demandantes se comercializó con publicidad engañosa, ocultando su potencial adictivo. El pasado mes de septiembre, Purdue Pharma se declaró en bancarrota y los Sackler anunciaron que cederán el control de la empresa a una entidad creada para “beneficiar a los demandantes y al pueblo estadounidense”. Además, desembolsarán 3.000 millones de dólares de su fortuna como parte de un acuerdo preliminar para poner fin a más de 2.000 demandas estatales y federales. Sin embargo, todavía hay más de una veintena de Estados que rechazan la compensación por considerarla muy baja.

La prestigiosa Universidad de Tufts, en Boston, decidió a principios de mes quitar el apellido Sackler de los programas y edificios construidos gracias a sus donaciones. Según The New York Times, la universidad ha recibido aproximadamente 15 millones de dólares de la cuestionada familia desde 1980 y “algo menos de la mitad sigue sin gastarse, los fondos que se utilizan para financiar la investigación en cáncer y epilepsia”. El Museo de Arte Metropolitano de Nueva York, el Louvre de París y la Tate Modern de Londres, entre otras galerías, también han eliminado a los Sackler de sus muros y han informado de que no aceptarán más regalos provenientes de esta dinastía farmacéutica. Michael Rodman, portavoz de Tufts, argumentó la decisión en un comunicado: “Decidimos que la asociación [de los Sackler] con la Universidad de Tufts era insostenible y opuesta a los valores y la misión de la escuela de medicina y universidad”. El abogado Daniel S. Connolly, representante de la familia de Raymond Sackler, uno de los tres fundadores de Purdue, explica en un correo electrónico que han solicitado una reunión con el presidente de la universidad para que reconsideren la decisión. “Confiamos en que cuando los hechos se conozcan y comprendan por completo, no habrá sustento para rechazar el uso de un apellido que ha respaldado el trabajo de la universidad por más de 40 años”, defiende. Los Sackler han dejado de hacer apariciones públicas, como los cortes de cintas en las instituciones que les dieron durante décadas la fama de mecenas, y se han mantenido al margen de los medios de comunicación.

En 2018 el fiscal general de Massachusetts presentó una demanda civil contra ocho miembros de la familia Sackler porque “supervisaron y participaron en un plan mortal y engañoso para vender opioides”. Entre 2008 y 2018 la familia sacó ocho veces más dinero de Purdue Pharma que en los 13 años anteriores. Según una auditoría encargada por la farmacéutica dada a conocer a mediados de diciembre, durante esos años los Sackler retiraron 10.700 millones de dólares (unos 9.950 millones de euros) de la empresa mientras se la acusaba de ser responsable de la crisis de salud. El dinero lo transfirieron a fideicomisos familiares o empresas en el extranjero. El desembolso más grande se produjo después de que en 2007 el Departamento de Justicia obligara a la farmacéutica a pagar una multa de 634 millones por engañar a los médicos y consumidores sobre los efectos del OxyContin. El informe elaborado por la consultora AlixPartners, presentado en el pasado 16 de diciembre en el Tribunal Federal de Quiebras en White Plains, Nueva York, demostró que entre 1995 y 2007 los Sackler recibieron 1.300 millones de dólares por las ganancias de Purdue Pharma. Para la fiscal general de Nueva York, Letitia James, que está intentando saber cuánto vale realmente el patrimonio familiar de los Sackler y dónde se encuentra su dinero, los 10.700 millones retirados entre 2008 y 2018 son el monto con el que “se beneficiaron los Sackler de la mortal epidemia de opioides del país”. Según el abogado Connolly, la cuantía de las transferencias se había hecho pública hace meses, cuando intentaron llegar a un acuerdo con los demandantes, que “fue aprobado por dos docenas de fiscales y miles de gobiernos locales”. Agrega que los informes financieros demuestran que “más de la mitad se pagó en impuestos y se reinvirtió en empresas que se venderán como parte del acuerdo propuesto”.

Los Sackler se han caracterizado por mantener un silencio sepulcral durante los juicios en contra de la farmacéutica, pero han dejado testimonios de cómo pensaban. Richard Sackler, el expresidente de la empresa familiar, escribió en un correo electrónico de 2001, citado por la fiscalía de Massachusetts: “Tenemos que golpear a los abusadores [de fármacos] de todas las formas posibles. Ellos son los culpables y el problema. Son delincuentes imprudentes”. Uno de sus representantes legales sostuvo este año que “como muchas personas, el doctor Sackler ha aprendido mucho más sobre la adicción y se ha disculpado por su lenguaje insensible utilizado en décadas pasadas”. Los primeros Sackler estadounidenses nacieron de una pareja de inmigrantes de Europa oriental. Los tres hijos del matrimonio crecieron en Brooklyn en la década de los veinte. Arthur, Mortimer y Raymond Sackler estudiaron psiquiatría y en los 50 compraron una pequeña compañía farmacéutica, Purdue Frederick, que más tarde rebautizaron como Purdue Pharma. El mayor, Arthur, fue un gran vendedor y un pionero del marketing en la medicina, además de uno de los principales coleccionistas de arte asiático de su generación. Sin embargo, el mayor éxito de Purdue Pharma llegó en 1995, años después de la muerte de Arthur. Sus hermanos Mortimer y Raymond lanzaron el OxyContin. La agencia estadounidense del medicamento (FDA, por sus siglas en inglés) autorizó su uso como analgésico para combatir el dolor en enfermos de cáncer. Años después, este fármaco sería considerado el precursor de la epidemia de sobredosis que se ha cobrado cerca de 400.000 vidas en Estados Unidos entre 1997 y 2017.

La rama multimillonaria de la familia descendiente de Arthur está separada de las otras dos. Tras la muerte del mayor de los tres hermanos, sus descendientes abandonaron el negocio farmacéutico. La esposa de Arthur Sackler, la filántropa Jillian Sackler, ha trabajado incesantemente este año para dejar claro que ni ella ni los hijos de su difunto esposo se han beneficiado de OxyContin. “Ahora me pregunto si su legado se recuperará alguna vez”, se preguntaba hace un mes, en una entrevista a The New York Times. Su apellido refulge en las fachadas más prestigiosas de este mundo: los Sackler lo han esculpido, a fuerza de donativos de millones, en salas e institutos del Louvre, el Guggenheim, el Metropolitan, Harvard, Columbia, Stanford, Oxford y docenas más; si nada lo remedia, allí estarán por siglos. O no. Los primeros Sackler fueron tres hijos de inmigrantes polacos que nacieron en Brooklyn entre 1914 y 1920, estudiaron medicina y fundaron, en los 50, una pequeña compañía farmacéutica, Purdue Pharma. El mayor, Arthur, era un gran vendedor: sus técnicas de marketing cambiaron la forma de comercializar medicinas y llenaron las arcas de los tres hermanos. Pero su éxito mayor empezó en 1995, siete años después de su muerte: fue entonces cuando los dos menores, Mortimer y Raymond, lanzaron el Oxy-Contin que, desde entonces, ha producido más de 30.000 millones de euros. Oxy-Contin, que en España y Unión Europea se llama Oxycodone, es un invento astuto: una pastilla que libera poco a poco un opiáceo conocido, la oxicodona, muy eficaz como analgésico. El mecanismo permite que la droga actúe durante ocho, diez, doce horas; su difusión fue veloz y sus efectos discutidos: mucha literatura médica lo acusa por la epidemia de adicciones que ha vuelto a sacudir a los Estados Unidos en las últimas décadas. Porque el Oxy-Contin se usa para tratamientos prolongados y, como todas las drogas, necesita dosis crecientes para producir los mismos efectos. Y porque hubo quienes descubrieron que, si abrían la cápsula y la molían, la podían inhalar o inyectar y que la dosis masiva, liberada de su mecanismo de regulación, les procuraba tremebundo viaje.

Ahora, un estudio del National Institute on Drug Abuse americano dice que el 10% de los usuarios de esos analgésicos se hace adicto y que la mitad se pasa a la heroína. Aprendimos a pensar que el tiempo es una flecha lanzada hacia delante, que lo que queda atrás se quedó atrás y en verdad vuelve tantas veces. Hace 30 años la heroína era epidemia; hace 15 parecía superada; en Estados Unidos, ahora, cada día mata a 115 personas y 50 bebés nacen adictos. Purdue Pharma y los Sackler se ponen de perfil. La empresa paga institutos, médicos y estudios que dicen que la culpa no es suya sino de los consumidores. Y, pese a la catarata de denuncias, nunca fue condenada porque sus abogados siempre arreglan por mucha plata antes del juicio. Mientras, sus dueños siguen limpiando sus nombres a golpe de millones. Como decía hace más de cien años un directivo del Metropolitan Museum de Nueva York -citado por The New Yorker en un artículo excelente- para pedir donaciones a los millonarios de entonces: “Piensen ustedes que la gloria puede ser suya si siguen nuestros consejos y convierten puercos en porcelana, granos en cerámicas antiguas, el rudo plomo del comercio en mármol esculpido”.

Entonces se llamaba beneficencia o, mejor, filantropía; ahora se llama responsabilidad social. De “hacer el bien” o “amar a los hombres” pasamos a “hacerse responsable”. Los nombres cambian y designan lo mismo: alguien que consigue apropiarse de muchas riquezas entrega unas pocas para dorar su imagen. Petroleros que calientan la atmósfera, financistas que empobrecieron a millones, fabricantes de drogas que matan dentro de la ley imponen sus nombres a la cultura, la solidaridad, la ayuda humanitaria. Es un sistema de estos tiempos: los riquísimos no solo controlan los mercados; también controlan los trabajos que pretenden reparar los daños que esos mercados causan. Que alguien posea miles de millones es monstruoso: que los use para decidir a quién se ayuda es la guinda del pastel. Son dineros que deberían entregar en impuestos para que los Estados definan, según los mecanismos democráticos, qué vidas mejorar con ellos, cómo. Y, en cambio, gracias al desprestigio de esos estados y a sus batallones de abogados fiscalistas, los que deciden son Gates, Soros o Sackler. Y esperan, faltaba más, que se lo agradezcamos.

Recuerdo que leíamos al poeta ‘maldito’ Leopoldo María Panero, de moda en los ochenta del pasado siglo, en plena ‘Transición Democrática’: ‘Poemas del manicomio de Mondragón’ (1987), ‘Contra España y otros poema de no amor’ (1990), ‘Heroína y otros poemas’ (1992)… Era hijo del reconocido poeta Leopoldo Panero (1909–1962). El joven Leopoldo María, al igual que tantos descendientes de los prohombres del régimen franquista (Javier Pradera, Rafael y Chicho Sánchez Ferlosio, por ejemplo), se sintió fascinado por la izquierda radical. Su militancia antifranquista constituyó el primero de sus grandes desastres y le valió su primera estancia en prisión. Tuvo una formación humanista, estudió Filosofía y Letras en la Universidad Complutense de Madrid y Filología francesa en la Universidad de Barcelona. De aquellos años jóvenes datan también sus primeras experiencias con las drogas: desde el alcohol hasta la heroína -a la que dedicaría una impresionante colección de poemas en 1992-, ninguna le es ajena. Viajero incansable, anduvo por los caminos del hippismo de los setenta, una época en que era imprescindible pensar en la India y visitar el fascinante mundo africano de Tánger y Marrakech.

En los años 1970 fue ingresado por primera vez en un psiquiátrico; había empezado a desarrollar una esquizofrenia en la cárcel. Las repetidas reclusiones no le impidieron desarrollar una copiosa producción. A finales de la década de los 80, cuando por fin su obra alcanzó el aplauso de la crítica entendida, ingresó permanentemente en el psiquiátrico de Mondragón. Casi diez años después, se estableció, por propia voluntad, en la unidad psiquiátrica de Las Palmas de Gran Canaria o, como él lo llamaba, ‘El manicomio del Dr. Rafael Inglott’, donde por fin pudo descansar. Desde entonces, la Facultad de Humanidades de la Universidad de Las Palmas se convirtió en su refugio, donde encontró la amistad de algunos profesores y estudiantes que le convidaban a vivir sin sentirse un marginado hasta su fallecimiento, el 5 de marzo de 2014. En el prefacio a su poemario ‘El último hombre’, Panero ofrece una “suerte de poética”: “Contrastar la belleza y el horror, lo familiar y lo unheimlich (lo no familiar, o inquietante, en la jerga freudiana)… El arte no consiste sino en dar a la locura un tercer sentido, en rozar la locura, ubicarse en sus bordes, jugar con ella como se juega y se hace arte del toro, la literatura considerada como una tauromaquia: un oficio peligroso, deliciosamente peligroso”. No olvidaré esta frase de Leopoldo María Panero: “La cultura es el último reducto de los canallas”.

Charles Pierre Baudelaire en sus “Paraíso artificiales” loaba su consumo hace más de un siglo.Miles de jóvenes ‘muleros’ trasladaban en el interior de su cuerpos condones llenos de bolas de ‘chocolate’ Hace más de treinta años, muerto Francisco Franco, España estrenaba libertad. Todo el mundo ansiaba: leer “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez sin ser increpado por la Guardia Civil en un control y conducido al Cuartel de Eibar para ser interrogado -fue una experiencia personal-; ver “El gran dictador” de Charles Chaplin; oír canciones de Pedro Infante, Jorge Negrete, Chabela Vargas, Trío Los Panchos, prohibida por el dictador al romper México sus relaciones con España tras el fusilamiento de cinco jóvenes antifranquistas, Juan Paredes Manot ‘Txiki’, Ángel Otaegi, José Humberto Baena, José Luis Sánchez Bravo y Ramón García Sanz, el 27 de septiembre de 1975; viajar a la Europa democrática y a París y poder comprarse unos libros de la editorial “Ruedo Ibérico” y poder acceder a otras fuentes donde conocer algo más de nuestro reciente pasado gracias a Hugh Thomas y su clásica “Historia de la Guerra Civil Española”, “La operación Ogro” de Julen Aguirre, seudónimo de la escritora Eva Forest donde se narraba el atentado contra el Almirante Carrero Blanco, “Historia de España” de Manuel Tuñón de Lara…; comprar el doble LP de recital que Paco Ibáñez dio en el Olympia musicalizando poemas de García Lorca, Miguel Hernández, Archipreste de Hita, Pablo Neruda, Antonio Machado…; probar un absenta en la cafetería “La Palette”, lugar que fue de encuentro de Pablo Picasso, Salvador Dalí, Juan Gris, Wilfredo Lan; alquilar en el Centro George Pompidou el documental “Las Hurdes, la tierra sin pan”, rodado por Luis Buñuel; acudir a un cine cualquier y gozar de “El último tango en París”, “Delicias turcas”, “Enmanuel”…; deambular por las calles sin ser molestado por los ‘secretas’ -policía política de Francopor tener un único defecto: ser joven e ir a tu ‘pedo’, ‘transpirando’ libertad… Eso les jodía.

En este escenario -“sospechosamente” para los más paranoicos-, de un día para otro, aparte del tradicional alcohol de ‘cubatas’ y ‘gintonics’, los jóvenes descubren que sus madres y abuelas toman “Bustaid” y otras ‘anfetas’ para bajar de peso y que éstas le dan terrible ‘marcha’ a uno; las plazas de los barrios antiguos de España se llenan de ‘talegos’ de hachís, a mil pesetas cada uno y con los que uno puede prepararse hasta diez ‘joints’… “Porros’ que se fuman solidariamente, acorde con la ingenua etapa postfranquista, donde lo nuevo era bautizado sin previa ‘catequesis’ alguna. La España juvenil ya no estaba dividida en dos bandos tradicionales, el rojo y el azul, sino en dos innovadores segmentos sociales ‘los alcohólicos anónimos’ (extrema izquierda dividida en más de un centenar de partidos pro maoístas, vietnamitas, trosquistas, soviéticos, cubanos, abertzales…, expertos en mil y un brebajes ‘baconianos’) y ‘los estudiantes de farmacia” (expertos en hachís, sicotrópicos, setas y amanitas…, y sus ‘colocones’).

Los agricultores de las montañas de la Cordillera del Rif, próxima a la ciudad marroquí de Fez, se dedican casi en su totalidad al cultivo de cannabis desde hace dos siglos. Su uso habitual en el Medio Oriente se propagó a Europa en el siglo XVIII. Ketama es el principal suministrador de hachís de España, desde donde se distribuye a Francia, Holanda, Inglaterra, Alemania, Italia… (Fotos Archivo VÓRTICE)En esta ‘melée’ social hay quien se vanagloriaba de ser un experto en el nuevo producto ‘de la hostia’ de principios de los años ochenta: el hachís. Recuerdo que se llamaba Diego. Terminada la discoteca “Mickey Mouse” de Eibar, los que no queríamos irnos a nuestras casas terminábamos yendo a una sociedad particular, ‘El Submarino’ -estaba en un bajo de la Torre Unzagadonde uno podía comer algo y seguir bebiendo. Diego nos llevaba cinco años de diferencia. Esto le hacía creerse superior al resto de los presentes. Su reloj en la muñeca derecha y el yo en su boca, le delataban. Uno del grupo, Loren Bascaran, optó por preparar un ‘porro’ con tabaco rubio y un dado de sabor para sopas, no sé si era “Gallina Blanca”, “Knor” o “Starlux”. Lo que nunca se me olvidará es el olor de costilla de cerdo del ‘canuto’. Diego fue el primero en probar el innovador ‘hachís’. Recuerdo que después de dos caladas Diego se puso blanco y presto optó por tumbarse en un banco de la sociedad, a la vez que nos reprochaba… “Cabrones, el ‘chocolate’ éste no es de Ketama sino de Afganistán. Está de puta madre…”. Lo que se había olvidado Diego es que antes de las caladas se había metido no menos de veinte tragos, a lo largo de la noche. Esos tragos sí que eran ‘afganos’.

Pasados varios meses, miles de jóvenes en toda España acudieron en masa a la ‘meca’ del hachís: Ketama, cercana a la población marroquí de Fez, en la cordillera del Rif. La ‘bajada al moro’ se pagaba después con el ‘trapicheo’ de varios gramos de hachís, introducidos en el cuerpo, a través de varios condones y mucha vaselina o lidocaína. Las cifras fueron creciendo de tal manera que nos plantearon en varios medios de comunicación, que fuéramos hasta Ketama y realizáramos un reportaje. Datos estadísticos que ya no recuerdo muy bien -creo que los detenidos se acercaban a los 5.000 en apenas un año-, facilitados por la propia Guardia Civil, complementaron el artículo. Treinta años después, a uno le da la sensación que el tiempo se ha paralizado.

Los nuevos protagonistas parecen los mismos a lo que entrevistamos a principios de los ochenta del pasado siglo. Sus respuestas, calcadas también. Son las nuevas generaciones de los miles de campesinos que desde siglos atrás se dedican al cultivo del hachís.

Los jóvenes ‘agricultores’ tachan de “locos” a las organizaciones no gubernamentales que les insisten machaconamente en introducir productos agrícolas alternativos como el azafrán, la hierbaluisa, la lavanda o las rosas para elaborar jabones, aceites u otros productos cosméticos, en las más de cien mil hectáreas ‘oficiales’ dedicadas al cannabis… “Cuando vienen por aquí -nos relataba el recepcionista del único hotel existente en Ketama para occidentales y cultivador también fuera de horas, como todo el mundo aquíse ponen ciegos de hachís y de pasteles de ‘chocolate al cuadrado’ que les sirven en los ‘caseríos’. Les llamamos así a los pasteles pues llevan cacao normal y hachís. Sabemos que al hachís ustedes le llaman también chocolate. Cuando están animados se olvidan de los productos alternativos. España y Europa están ‘locos’ con nuestro hachís. Es un mercado que está cercano. No nos queda más remedio que vender la mayor parte de la producción a los contrabandistas. Muchos de ellos son gente amiga de miembros del Gobierno y de la Policía. Es por eso que nadie dice nada. Aplican el dicho liberal de ‘laissez faire’. Lo importante es que no haya enfrentamientos y broncas. Mientras haya tranquilidad todo el mundo vive de la historia que lleva décadas…”. Hassan, al igual que hace con otros clientes alojados en el hotel, nos invita a su ‘caserío’ para enseñarnos sus cuartos llenos de ‘cannabis’ secándose y nos enseña el proceso que lleva el conseguir el hachís. De paso, como así ocurrió, nos insistirá a que le compremos varios condones con bolas de droga, con sus respectivas dosis de vaselina o lidocaína. Le adelantamos de nuestro nulo interés, pero sí de conseguir información y de picar algo en su casa, con la correspondiente posterior factura ‘oficial’. El periódico asume los gastos.

El hachís es una pasta hecha con la resina prensada que segrega la parte florida del cáñamo hembra, los llamados cogollos. El hachís puede cortarse con goma arábiga, henna, leche condensada, clara de huevo, restos de plantas, cenizas, cera, parafina, aceites y sustancias similares. La entrevista se inicia en una sala inmensa llena de kilims (alfombras) y almohadones donde la baja altura de los ‘asientos’ de piel curtida en la Medina de la cercana Fez, le obligan a uno a intentar sentarse en cuclillas o sencillamente tumbarse. En una de las mesas nos topamos con un libro, que no podía ser más oportuno para la ocasión, “Paraísos artificiales” del escritor francés Charles Pierre Baudelaire. Lo mejor del inicio del encuentro, el té a la menta y las pastas de almendra y miel, como los ‘cornes de gazelle’. La tertulia se alarga. El tiempo desaparece. Nos quedamos a cenar. Una harira (sopa de legumbres) y un mechui (cordero asado), completan el menú. Nos sirven sus hijas. Su esposa es la magnífica cocinera. Madre e hijas no se sientan con nosotros. Nos ‘espían’ desde su ‘territorio’ que es la cocina. Nos despedimos de ellas. Antes nos bebemos de golpe una interminable Coca Cola de vidrio verde. Los eructos son bienvenidos. Es una forma de demostrar nuestra satisfacción con el ágape improvisado. La sonrisa de los amables bereberes es una constante durante nuestra estancia en tierras del antiguo Protectorado Español. Muchos de nuestros confidentes dominan el francés, el bereber, el árabe y también, el castellano. “En la Guerra de 1923 muchos soldados de España se enamoraron y crearon su familia aquí y no llegaron a regresar a su país… Algunos viajaron a arreglar sus papeles, pero volvieron al Rif. Casi todos tenemos antepasados españoles. En muchas casas que afloran como setas en estos montes hablamos el bereber y el español como lenguas maternas…”.

El uso del hachís, habitual en el Medio Oriente, se propagó a Europa en el siglo XVIII. La palabra ‘hashís’ o hachís, que es la palabra ya castellanizada, proviene de los ‘hassassins’, miembros de una secta famosa por sus asesinatos y vinculada al uso de este psicofármaco. Al hachís también se le llama ‘hash’ en México, aunque es poco común encontrarlo. En España en cambio es de lo más común, mucho más que la marihuana seca y se le llama ‘chocolate’, ‘china’ o ‘polen’. Un cigarro elaborado con tabaco y hachís es un ‘porro’ o ‘canuto’. Y la persona que lo ha consumido, está ‘colocado’ o ‘emporrado’.

El hachís es una pasta hecha con la resina prensada que segrega la parte florida del cáñamo hembra, (los llamados cogollos). Dicha resina tiene un color café intenso y generalmente se presenta comprimida en forma de pequeños bloques. Se elabora extrayendo la resina de la marihuana seca con ayuda de un cedazo. La marihuana se agita dentro de un tamiz hasta que la resina atraviese los agujeros de la malla toda vez separada de la materia vegetal. Esta resina se prensa para formar una bola o una tableta de hachís. Este contiene proporciones mucho más considerable de canabinoles que la marihuana. El hachís puede cortarse con goma arábiga, henna, leche condensada, clara de huevo, restos de plantas, cenizas, cera, parafina, aceites y sustancias similares. Para detectar la adulteración puede hacerse uso de una boquilla indicada para reducir la nicotina y alquitranes del tabaco. Cuando el hachís está adulterado basta una fumada para obstruir por completo el filtro de la boquilla.

En sus “Paraísos artificiales”, el poeta maldito parisino Charles Pierre Baudelaire, llamado así debido a su vida bohemia y excesos, describe sus experiencias personales con el hachís… “Primero se apodera de vosotros una cierta hilaridad absurda e irresistible. Las palabras más vulgares, las ideas más simples cobran una fisonomía extraña y nueva… A veces, ciertas personas totalmente ineptas para los juegos de palabras improvisan series interminables de tales juegos, de combinaciones de ideas absolutamente improbables, que desconcertarían a los maestros más duchos de este arte absurdo… La segunda fase se anuncia por una sensación de frescor en las extremidades y una gran debilidad… Los sentidos adquieren una finura y una agudeza extraordinarias. Los ojos descubren el infinito. El oído percibe los sonidos más tenues e medio de los más agudos ruidos. Comienzan las alucinaciones.

Hassan, quien trabaja en la recepción en el único hotel existente en Ketama, nos invita a su caserío para enseñarnos sus cuadras llenas de hachís a la vez que nos insistirá le compremos varias ‘bolas’ de droga. Le adelantamos de nuestro nulo interés, pero sí de conseguir información y de tomar un té a la menta y comer algo en su casa. Las mujeres son las que nos sirvieron, pero tanto las madres como las hijas no se sentaron con nosotros. Es su tradición. Los objetos exteriores cobran apariencias monstruosas Se os revelan bajo formas desconocidas hasta entonces. Luego se deforman, se transforman y finalmente entran en vuestro ser o vosotros entráis en ellos. Se dan los equívocos más singulares, las transposiciones de ideas más inexplicables. Los sonidos tienen color, los colores tienen música. Las notas musicales son números y resolvéis con vertiginosa rapidez prodigiosos cálculos aritméticos a medida que la música se desarrolla en vuestro oído. Estáis sentados y fumáis; pero os creéis sentados en vuestra pipa y que es a vosotros a quien la pipa fuma; sois vosotros los que os exhaláis en forma de nubes azuladas… Las proporciones del tiempo y del ser se hallan descompuestas por la innumerable multitud y la intensidad de las sensaciones y de las ideas. En el espacio de una hora se viven varias vidas de hombre… De vez en cuando la personalidad desaparece. La objetividad… llega a ser tan fuerte que os confundís con los seres exteriores… La tercera fase… es algo indescriptible. Se trata de lo que los orientales llaman kief, la felicidad absoluta. Ya no es algo turbulento y tumultuoso. Es una beatitud tranquila e inmóvil. Todos los problemas filosóficos están resueltos. Todas las cuestiones arduas con las que luchan los teólogos y que desesperan a la humanidad razonante son ahora límpidas y claras. Toda contradicción se ha convertido en unidad. El hombre recibe un ascenso y se hace Dios…”

Si decide darse una vuelta por Fez, el viaje de esta ciudad hasta Ketama en un autobús de línea, un viejo, destartalado y casi fundido “Mercedes”, le permite adentrarse en el Marruecos profundo y ver unos paisajes apasionantes: valles semidesérticos que se convierten, en cuestión de minutos de lenta marcha, en interminables bosques, con mil y un verdes, con árboles más propios de otros lares mucho más septentrionales, y donde los pájaros no paran de cantar. Hace más de treinta años eso me llamó la atención. Los trinos no pueden disimular cierta dosis de “kief”, la felicidad absoluta, a la que hacía referencia el maldito Baudelaire. En Ketama, hoy, también, los pájaros no paran de cantar.

@SantiGurtubay

@BestiarioCancun

www.elbestiariocancun.mx

No hay comentarios