Los ‘almendrones’ nos trasladan a La Habana de los cincuenta
EL BESTIARIO
Los coches clásicos norteamericanos desafían cualquier lógica temporal o política, incluido este próximo 3-N, el de la ‘reelección distópica’ de Donald Trump y los 250 mil muertos por el COVID-19…
SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY
La capital cubana es un gran museo de arquitectura al aire libre con edificios históricos que han preservado sus estructuras originales gracias a que el boom constructivo que arrasó barrios enteros en otras capitales latinoamericanas en los años sesenta y setenta no llegó a la isla ‘enemiga’. Un legado fabuloso que fascinó a un visitante excepcional, el arquitecto británico Norman Foster, quien se quedó maravillado con las líneas sinuosas de los Chevrolet, Cadillac, Dodge o Mercury pintados de rosa chicle, verde turquesa, naranja, gris o morado. Muchos son descapotables, como el Buick Super Dynaflow. Y nació la idea de documentar este binomio congelado en el tiempo en un libro, “Havana, autos & architecture”… Estados Unidos volvió a votar contra la resolución de las Naciones Unidas que condena el embargo económico estadounidense sobre Cuba. Israel hizo otro tanto. Otros 191 países apostaron por la normalización. Donald Trump cambió la abstención de su antecesor en el cargo, Barack Obama. Las relaciones diplomáticas se rompieron en 1961, tras asumir Fidel Castro el poder e instalar un gobierno socialista. Esos anuales llamamientos no han logrado que Washington cambie de postura. “Son conocidos los sondeos de opinión que muestran el apoyo creciente y mayoritario de absolutamente todos los sectores de la sociedad norteamericana al levantamiento del bloqueo y a la normalización de las relaciones bilaterales”, ha recalcado hasta la saciedad el canciller cubano, Bruno Rodríguez.
A pesar de esta actitud del ‘enemigo’ Donald Trump, el país vecino está entre los cinco principales socios comerciales de Cuba (el 6,6% de las importaciones llegan desde ‘La Yuma’) y es además el primer suministrador de productos agrícolas de Cuba. Suministra el 96% del arroz y el 70% de los productos de carne avícola. Otras importaciones a gran escala provenientes de Norteamérica son el trigo, el maíz, la soya y sus derivados. Actualmente los principales competidores de Washington son la Unión Europea, segundo mayor exportador de productos agrícolas hacia Cuba, seguida por Brasil, Argentina, y Canadá. En total, Cuba importa alrededor de mil millones de dólares. La Habana tiene que pagar en efectivo y al contado todos los productos ‘made in USA’, ya que no hay crédito financiero a la ‘Isla Revolucionaria’.
Estamos ante un anacronismo histórico, que no tiene nada que ver con la ‘realpolitik’ que se impone en la vida del día a día, y desde hace muchos años, entre dos vecinos como son Estados Unidos y Cuba. Testigos ruidosos y contaminadores de esta historia de embargos y bloqueos son los ‘almendrones’ del enemigo que ayudaron en los peores momentos del ‘periodo especial’, junto a las pesadas bicicletas chinas, al transporte en la ciudad de La Habana. Los coches clásicos americanos, junto a la arquitectura de ‘La ciudad de las columnas’ como la definía el escritor Alejo Carpentier, y las voces ‘esmeriladas’ de los mil y un ‘Buenavista Social Club’ que alegran las tardes, noches y madrugadas en el Malecón habanero, en los toques de tambor en La Lisa o Marianao, en las reuniones de abakuás y ñáñigos, en las fiestas gay o ‘Periquitones’ y en las de la ‘gente guapa’ a los que asistían el director de cine español Pedro Almodóvar y sus ‘chicas’ de la ‘Movida Madrileña’, en las mil y un actividades de los municipios profesionales del Vedado y Miramar…, en las ‘descargas’ de La Puntilla en Santa Fe, cercana a la internacional Marina Hemingway…, desafían cualquier lógica temporal o política, haciendo de La Habana, una ciudad encantada que nos transporta a la década de los cincuenta del pasado siglo.
Cada mañana, cuando el sol empieza a calentar la explanada frente al Capitolio de La Habana, se repite un desfile singular en el Kilómetro Cero de Cuba. Un día cualquiera, más de una veintena de coches clásicos americanos de los años cincuenta, niquelados y brillantes, aparcan aquí para convertirse en taxis turísticos. Formidables modelos de Chevrolet, Cadillac, Dodge o Mercury pintados de rosa chicle, verde turquesa, naranja, gris o morado. Muchos son descapotables, como el Buick Super Dynaflow de 1950 de William Hernández, que luce un llamativo naranja, llantas cromadas y tapicería blanca. “Sin techo se puede ver todo mucho mejor y el aire alivia el calor”, dice William. Hemos tenido suerte, está esperando a sus próximos clientes y ha respondido el teléfono. A poca velocidad, no más de 30 o 40 kilómetros por hora, suele pasear a los turistas hasta la plaza de la Revolución, el cementerio de Colón, El Bosque de La Habana y el barrio de Miramar para recurvar, siguiendo la majestuosa línea del Malecón, hasta el punto de salida. “Me preguntan mucho sobre el coche y yo les cuento”, dice. A veces sólo acuden al Capitolio para hacerse una foto. A él no le importa. “Hoy se hacen una foto y mañana, quién sabe, puede que vuelvan para darse un paseo”. La tarifa de una hora son 25 o más dólares. Y desde los asientos de estas piezas de museo rodantes se despliega la fascinante belleza destartalada de la arquitectura de La Habana. Un viaje en el tiempo.
En 1994 creamos una empresa mixta en la Cuba del ‘Período Especial’, para editar la revista Mar Caribe. Por entonces teníamos la oficina en Miramar y nuestro domicilio en Santa Fe. Los automóviles que habíamos visto en películas como ‘Scarface’ de Brian de Palma y Al Pacino llamaban la atención a los europeos que llegábamos a La Habana para participar en la Ley de Inversiones Extranjeras, un parto forzoso tras la caída de la antigua Unión Soviética. Una tarde, después de conversar con el comodoro del Club Náutico Internacional Hemingway, José Miguel Díaz Escrich -logramos con él nuestra primera página de publicidad de Mar Caribe-, compartimos con otros socios. Uno de ellos estaba vendiendo un Biuk de 1956, de color negro, con cuatro puertas sin columnas, perteneciente a los ‘Tigres de Manferrer’, una pandilla que dominaban los ‘negocios’ en La Habana de Fulgencio Batista. Me llamó la atención su parabrisas, donde se podía ver las señales de un disparo, disimulado con una ‘lengua’ de los Rolling Stones. El precio, 2.000 dólares del 2014, cuando 1 dólar se cambiaba en las calles de La Habana o Santiago entre los 100 y los 150 pesos. Hoy, el cambio está en los 24 pesos. Estuvimos a punto de comprarlo. La escasez de combustible para este ‘tanque de guerra’ nos obligaron a olvidarnos del histórico Biuk del año de mi nacimiento, 1956.
“La Habana es un gran museo de arquitectura al aire libre con edificios históricos que han preservado sus estructuras originales gracias a que el boom constructivo que arrasó barrios enteros en otras capitales latinoamericanas en los años sesenta y setenta no llegó a Cuba”, explica la arquitecta cubana María Elena Martín Zerquera, coautora de una de las guías más ambiciosas de la arquitectura habanera, editada por la Junta de Andalucía. En ella se incluyen joyas de una de las épocas más destacables, la primera mitad del siglo XX, con obras de estilo Art Decó, Art Nouveau, Eclecticismo y Movimiento Moderno, edificios que uno, si sabe mirar, descubre durante un paseo por las calles de La Habana. “Hay barrios enteros que guardan todavía el urbanismo, el trazado original de aquella época. El Vedado, Miramar o el Nuevo Vedado, que se levantó prácticamente por completo en la década de los cincuenta, son ejemplos. El Malecón, el Paseo del Prado o la calle Reina son auténticas joyas. Un patrimonio arquitectónico de gran valor que necesita urgentemente un plan de rescate”, dice la arquitecta.
Un legado fabuloso que fascinó a un visitante excepcional, el arquitecto británico Norman Foster, quien en sus repetidos viajes a la isla caribeña también se quedó maravillado con las líneas sinuosas de los coches clásicos. Y nació la idea de documentar este binomio congelado en el tiempo en un libro, “Havana, autos & architecture”, que vio la luz. Coches y arquitectura. Dos elementos que dan título al libro y que desafían toda lógica temporal, que funden el presente y el pasado de la ciudad y encierran historias que sólo podrían contarse en La Habana. El periodista Mauricio Vicent, hijo del columnista Manuel Vicent, las ha escuchado a lo largo de los 28 años que ha vivido en La Habana y las relata aquí con mucho detalle. Historias como las de William Hernández, cuyo abuelo fue un inmigrante canario que llegó a ser general mambí y congresista, y cuyo padre, dueño de una vaquería y de colonias de caña de azúcar, se compró en 1951 aquel Buick descapotable que fue lo único que quedó de la fortuna familiar tras la revolución. Hoy da de comer a una familia entera.
La vida media de un coche en Europa es de entre diez y 15 años. En Cuba se calcula que actualmente circulan cerca de 70.000 vehículos estadounidenses producidos antes de 1959, o sea, que tienen al menos casi 60 años. Muchos de ellos se han convertido en taxis colectivos, una especie de transporte público, el ‘boteo’, con rutas fijas que alivian la complicada movilidad cotidiana de la ciudad. Los cubanos suelen llamarlos “almendrones”, en referencia a su forma de almendra gigante, o simplemente “cacharros” cuando ya están muy destartalados. Los más exclusivos y cuidados son, simplemente, “clásicos”. La gran mayoría sigue circulando gracias a múltiples adaptaciones e inventos mecánicos varios. Llevan motores rusos o modernas piezas coreanas. Todo vale con tal de seguir rodando y gastar menos combustible. Pero mantienen lo más visible, su estética, rompedora en su tiempo. Son los sueños lúdicos de grandes diseñadores hechos realidad. Salieron al mercado en un tiempo en el que la aerodinámica, el tamaño, el peso o la eficiencia no importaban.
Uno de los modelos más brillantes fue el Chevrolet Bel Air de 1957, un clásico entre los clásicos, símbolo del sueño americano, el lujo accesible para la clase media. Sus grandes y estilosas aletas fueron trazadas por el genial Harley Earl (responsable de otros modelos míticos como el Chevrolet Impala o el Cadillac Eldorado), y en Cuba se vendieron de este modelo unas dos mil unidades. Uno de ellos, de color verde-surf, lo cuida y conduce hoy el artista plástico Marco Castillo, integrante del conocido dúo Los Carpinteros. Todo es original, cada una de las piezas, localizadas y compradas por medio mundo durante años. Marco Castillo ve su Bel Air como una escultura perfecta que supo capturar el espíritu de un tiempo.
En “Havanna, autos & architecture”, el Bel Air de Marco Castillo posa junto al hotel Riviera, inaugurado aquel mismo año de 1957 con un elegante casino en manos del mafioso americano Meyer Lansky. Las fotos siguen evocando otras historias de sabor nostálgico. Un Mercury rojo de 1954 cruza por delante de la fachada barroca del palacio del Centro Gallego, aquel que el escritor cubano Alejo Carpentier comparó con un pastel de cumpleaños. Y un elegante Austin Healey convertible de 1958 aparece junto a la casa racionalista de Max Borges, arquitecto del mítico cabaret Tropicana. Varios almendrones pasan junto al hotel Habana Libre, en cuyo piso 23 instalaron su cuartel general Fidel Castro y los barbudos cuando tomaron la capital en 1959. Un par de años después entrarían los últimos coches americanos en Cuba.
El fotógrafo Nigel Young, que documenta desde hace dos décadas la arquitectura de Norman Foster, atrapó estas historias habaneras con su objetivo para el libro, que incluye más de 250 fotografías suyas. Lo que más le llamó la atención fue que tanto la arquitectura como los coches sobreviven como bellos y elegantes recordatorios de un tiempo pasado, mientras satisfacen las necesidades más básicas de alojamiento y movilidad. “Ambos son ingeniosamente parcheados y reparados para seguir siendo útiles”, cuenta el fotógrafo. “En un momento quizás enfocaba una carrocería medio desmontada frente a una elegante villa de estilo Art Nouveau o descubría un improvisado taller callejero, cuyas herramientas y partes de motores se dispersaban a lo largo de una elegante calle. Y mientras enfocaba una soberbia obra arquitectónica, no era extraño que sorprendiera al pasar un antiguo convertible cargado de turistas felices de ser el centro de atención en su taxi del sueño americano”.
Quien quiera seguir admirando coches históricos puede acercarse al Depósito de Automóviles Antiguos, donde el historiador de La Habana Eusebio Leal exhibe, entre otros, un Oldsmobile modelo Ninety Eight que perteneció a Camilo Cienfuegos, guerrillero histórico de la Revolución, y el MG descapotable que aparece en la portada del disco más famoso de Benny Moré. Coches que rememoran una época llena de historias. En los años ochenta y noventa del pasado siglo, vigente todavía la Unión Soviética y Moscú marcando las ortodoxias marxistas, la ciudad tenía un rostro mucho más politizado que ahora. En cada esquina había un cartel o una pintura con mensajes políticos y consignas anticapitalistas. Viví 14 años en La Habana, en Santa Fe y el Vedado y en este tiempo, aparentemente, la urbese fue durmiendo poco a poco a causa de las dificultades económicas. Pero la gente nunca perdió su chispa, es más, las necesidades despertaron el ingenio. Si algo se rompe, no se tira. Se busca una solución. Y casi siempre la hay. ‘Todo se resuelve’, era la consigna.
El arquitecto inglés Norman Foster, que es quien dirigirá las obras del nuevo Aeropuerto de México, se ha mostrado embelesado por otra de las contradicciones que se dan en la isla, donde los últimos coches, junto con las piezas de repuesto, entraron en los años 60. “Es caótica, pero de ella sale un objeto perfecto”, ha señalado en referencia a la capacidad para hacer salir de un viejo taller un vehículo incluso más perfecto que cuando estaba nuevo. El parque de vehículos en Cuba superaba unos años atrás las 200.000 unidades, un tercio de las cuales son antiguos. El increíble ingenio de los cubanos, que llegan a fabricar piezas en tornos artesanales, ha permitido mantenerlos e, incluso, estos facilitaron que en la época dura de la crisis el país siguiera funcionando, pues sirvieron como transporte público. Volvemos a la contradicción. El coche del enemigo hizo que el país no se parara en la peor época. Ilusiones y pesadillas de sueños cromados.
“La Habana y el poder de la memoria”, es el título del prólogo que escribió Norman Foster para el libro, “Havana, autos & architecture”… La obras tiene su origen en el viaje que realizó a Cuba en la primavera de 2012. Se celebraba la XI Bienal de La Habana, y pasó bastante tiempo con dos amigos artistas, Marco Castillo y Dagoberto Rodríguez, conocidos como ‘Los Carpinteros’. Los Carpinteros habían preparado para la Bienal un espectáculo impactante, ‘La Conga irreversible’. Imaginen una multitud de bailarines, todos vestidos de negro riguroso, desfilando por el centro de la ciudad pero no hacia adelante sino hacia atrás… “Mientras fotografiaba aquel extraordinario espectáculo me asaltaron dos fuertes sensaciones. En primer lugar, la perspectiva de la cámara me ofrecía un telón de fondo formado por coches y edificios antiguos, en un torbellino de decadencia detenida en el tiempo que sólo puede encontrarse en la isla. Cuba es un auténtico museo de coches americanos clásicos, sobre todo de esa Edad de Oro que fueron los años 50, y su color y estado de conservación establecen una sintonía especial con los edificios circundantes, pues ambos han desafiado la lógica y los embates del tiempo.
“Mientras mi pensamiento se entretenía con estas imágenes, la segunda impresión que tuve, espoleada por las paradojas de la conga, fue la gran sensación de cambio que flotaba en el ambiente. Así, coincidiendo con nuestra visita nos enteramos de que el Gobierno había liberalizado el mercado inmobiliario y que los cubanos podrían comprar propiedades por primera vez desde el triunfo de la Revolución… Mientras observaba la enorme serpiente humana que danzaba por la calle pensé que no sería extraño que en poco tiempo las cosas en Cuba fueran exactamente igual que en el resto del mundo. Los exóticos vehículos del pasado, esos dinosaurios fabulosos, serían reemplazados por coches modernos, quizá técnicamente superiores pero carentes de alma. Del mismo modo, la riqueza repentina podría acabar de golpe con esa mezcla ecléctica, exótica y única que solemos englobar bajo la etiqueta de arquitectura cubana.
“La idea de este libro nació con el propósito de ayudar a las generaciones presentes y futuras, y a los amantes de los coches y de la arquitectura cubana,-recalca Norman Foster- a apreciar este valioso patrimonio cultural tal y como aparece conservado en una coyuntura tan crítica como la actual. Desde el principio entendí que esta tarea sólo podía recaer en las manos de los mejores. Mi mujer, Elena Ochoa, no sólo apoyó mi idea desde su condición de esposa, sino que además ejerció un papel central en su publicación junto con su equipo de Ivorypress. Desde un inicio formó parte del proyecto el fotógrafo suizo Luc Chessex, que vivió en La Habana en los años sesenta y cuyas imágenes, tomadas entonces, sirven de introducción al libro. También está el Historiador de la Ciudad, Eusebio Leal, quien me presentó por primera vez el esplendor urbano de La Habana. Y La elección del fotógrafo era casi inevitable. Durante muchos años Nigel Young ha sido un integrante fundamental de mi estudio londinense, empeñando toda su experiencia técnica y su instinto visual en registrar nuestros proyectos…”.
En cierto modo este libro es un testimonio del ingenio cubano que ha permitido que continuara funcionando gran parte de esta vasta flota de vehículos, muchos de los cuales siguen prestando servicio a la comunidad, aunque también existe un puñado de coches clásicos que ha subsistido hasta hoy en un fabuloso mundo paralelo creado por unos propietarios y choferes enamorados de los modelos originales, que han sido fieles a su espíritu y han hecho lo imposible por restaurarlos y devolverlo a su estado primigenio… “En una sociedad en la que la búsqueda utópica de la igualdad absoluta lo tiñe todo de color gris, los brillantes colores de los coches y la arquitectura que le sirve de trasfondo forman un conjunto único y distinto del resto del mundo. A pesar de las limitaciones económicas y de la dura situación de escasez, estos viejos vehículos no sólo han logrado sobrevivir, sino que siguen siendo símbolos de un estatus: unos objetos concebidos para ser exhibidos, de forma que sus detalles más ínfimos logren capturar la imaginación y sean sujeto de discusión y debate entre amigos y vecinos. El marco arquitectónico ofrecido por una calle de La Habana no recuerda demasiado a los arbolados barrios elegidos por la publicidad de los años 50, pero el mensaje que ambos transmiten sigue siendo el mismo. Todo ha cambiado pero todo sigue igual. Porque el primitivo orgullo de la posesión y la necesidad del individuo por sobresalir de la masa siguen estando tan vigentes como el primer día”, concluye Norman Foster.
Recordamos muchas veces y nos arrepentimos de no haber adquirido aquel Biuk de 1956, de color negro, con cuatro puertas sin columnas, perteneciente a los ‘Tigres de Manferrer’. No me olvido de aquel parabrisas, donde se podía ver las señales de un disparo, disimulado con una ‘lengua’ de los Rolling Stones. ‘Satisfaction’ de Mick Jagger y su banda se escucha estos días en La Habana Vieja… Pareciera un mensaje anunciador de la derrota, este histórico 3 de noviembre del 2020, del republicano Donald Trump
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