
La ‘geopolítica’ de la cena de Nochevieja
El héroe, el presidente de Ucrania, Volodímir Zelensk, y el malvado Vladímir Putin, Rusia. “Haz el amor, no la guerra”…
EL BESTIARIO
SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY
Política y dinero son dos temas que “no entran en el protocolo”. Para disfrutar de la comida y que siente bien se deben evitar las discusiones a toda costa, y la política suele dar pie a entablarlas. Por ese mismo motivo no conviene sacar trapos sucios familiares ni temas que resulten conflictivos: ya tratarás otro día la herencia de la tía que regresó de Estados Unidos, ex amante de Donald Trump; la ruptura de la niña y ‘reina’ de la casa con su novio ex heroinómano y ex atracador, todo un relato salvaje de Pedro Almodóvar; y la salida del armario del ‘machito’ futbolista fichado por el Barça, para jugar la ‘Regional Catalana’, una vez logren emanciparse de la España que les roba y dejen la Liga Española… Hablar de dinero es directamente una vulgaridad, propia de nuevos ricos, pijos de medio pelo y ejecutivillos con exceso de gomina. No te cuezas ni te drogues (antes). No seré yo quien condene a nadie por evadirse de este mundo y sus miserias, a pesar de que me ‘coloco’ con puro refresco. Ahora bien, no pasa nada por contenerse y esperar un poquito. Una cosa es tomarse algo y llegar con un punto, pero sentarse cegatón a la mesa es una falta de respeto a la persona que ha cocinado y a los otros invitados.
Recuerdo la película “Touch of Class”, comedia romántica británica película de 1973 que narra la historia de una pareja teniendo una aventura, que cae en el amor, con George Segal y Glenda Jackson como protagonistas. Siempre surgiría una personan que no se anda con rodeos. Eso podría provocar, como mínimo, una hemorragia diplomática en el núcleo familiar cuya cura necesitaría una amplia inversión en vino, recordar anécdotas del pasado y maledicencias hacia la televisión esa noche. Pero existe una forma de evitar estos accidentes. Puede leer, incluso seguir, estas instrucciones sobre dónde sentar a cada uno con el fin de que el salón de su casa no se convierta en un Despacho Oval de la Casa Blanca, pleno de testosterona y ropajes de Mónica Lewinsky salpicados por Billa Clinton, esposo de la derrotada Hillary Clinton, por culpa de los hackers rusos de Vladímir Putin y Julián Assange, fundador enrollado de WikiLeaks y hoy socio del Kremlin. Fiebres del populismo.
En toda familia empieza a haber ya, como mínimo, uno o dos simpatizantes de los mil movimientos anarquistas o antisistemas, muchos ex ‘Yo Soy 132’ de México o de ‘Podemos’ de España que, en nombre de su regeneración democrática, pedirán que la cuestión de la ubicación de la abuela se discuta mediante una asamblea. Debe presidir la mesa, aunque los motivos que cada uno encontrará para esto pueden ser dispares. Quienes aún le regalan a sus mujeres planchas o aspiradoras, pensarán que la venerable mujer debe presidir para poder estar más cerca de la cocina. Quienes respeten a sus mayores, creerán que esta mujer, que es ‘fresa’ y ‘casta’, debe mantener vivos los privilegios del antiguo régimen y las bases de la cultura de la transición mexicana y española.
El cuñado es un poco el palestino de la mesa. Hay gente que le tiene cierta simpatía porque es repetidamente maltratado por el cabeza de familia, por su esposa, por sus concuñados, por la suegra y, en ocasiones, por el gato también. Pero, a pesar de estar todos de acuerdo en que en su caso no se cumplen las resoluciones de la ONU, que se quedó sin paz y sin territorios y que el bloqueo al que le tienen sometido provoca que, cuando la bandeja de los langostinos llegue a su lugar, solo queden los mustios y que pasara toda la década sin saber qué había dentro de los volovanes, nadie está dispuesto a acogerlo, ni a alimentarlo. A la tercera copa de vino logrará cabrear tanto a sus enemigos naturales como a quienes hasta el momento han optado por una suiza neutralidad.
Si la abuela es Reino Unido, la suegra/madre es EE UU, y se sienta dónde la da la gana, a no ser que acuda su hermana (la China de todo esto), a quien debe dinero. Fue en Yalta, la semana del 4 de febrero de 1945, cuando la señora salió clara vencedora del reparto del mundo. Desde entonces, no existe conflicto en los confines de la familia en el que no se implique. Ha convertido el piso de su hija en Estado Libre Asociado -sus integrantes entran en su casa sin visado, pero no pueden votar ninguna decisión vinculante-, tiene derecho a veto sobre la agenda de su marido, sobrevuela la habitación de su hija sirviéndose de ‘drones’, tiene tropas acampadas en el trabajo del yerno y, sistemáticamente, castiga con bombardeos selectivos a cualquier miembro de la prole capaz de iniciar el más mínimo conflicto. Pero el 11 de septiembre de 2001, la señora sufrió un menoscabo gravísimo de su autoridad. Fue entonces cuando su hija anunció que pasaría la Nochevieja en casa de la suegra. Aquel edificio es hoy un solar. Mantiene una relación especial con su madre, de quien se independizó amotinándose a la hora del té y a quien utiliza como aliado en los casos más sensibles.
El tío. Es vital sentarlo lejos del padre de familia y, sobre todo, de los más jóvenes. Ha llegado sin afeitar, con la misma ropa que lucía hace seis días cuando vino a pedir dinero y a vaciar la nevera y al darle un beso a la perra Lola, una Golden Retriever, esta se ha desmayado. Cerca de los jóvenes (las potencias emergentes del asunto, fuertes en crecimiento e inflación pero débiles en diplomacia) es muy probable que termine podando su progresión personal. Cerca de su hermano, padre de esta familia, es muy probable que terminen a puñetazos. Este tío roquero, elemento que toda familia posee y que brilla con especial intensidad durante estas fechas, es una especie de Rusia ‘putiana’, una utopía juvenil -iba para escritor, para músico, para delantero de América o Real Madrid- que terminó en pesadilla colectiva.
En sus pocos momentos de lucidez, cordura y sobriedad ejerce de encantador de serpientes, de tío enrollado, del padre que todos quieren y del novio que ninguna tuvo. Pero casi siempre anda intoxicado, resentido con este mundo que jamás le dio lo que merecía. Jura que pronto volverá a ser lo que fue, aunque es muy probable que, simplemente, vuelva en 365 días y esté igual que hoy. De madrugada le mandará un ‘WhatsApp’ a su ex (Ucrania) y, gracias al maravilloso corrector del teléfono, le escribirá: “Hoja de ruta”.
El padre es Grecia, y solo se sentirá cómodo y adaptado cuando termine la cena y pueda bajar al bar a tomarse la última con sus colegas del trabajo: Irlanda, España, Italia y Chipre. Una vez fue la cuna del pensamiento, el ágora en la que todos se reunían para oírle hablar sobre cualquier cosa. Era el lugar del que procedían los mitos, el guardián de la democracia y de la memoria. Un dios de dioses. Pero llegó 2007 y se descubrió que había estado gastándose el dinero de la familia en ladrillos de Lego y en juergas tropicales y casinos de nuestra ciudad de Cancún. Perdió todo el crédito y tuvo que ser intervenido. Le quitaron las tarjetas de crédito y la última prueba del colesterol le dejó bajo la amenaza de unas navidades a base de pavo frío, lechuga orgánica y cerveza sin. Desde entonces, le vigilan los gastos, los triglicéridos y el vino que consume en la mesa.
Los hijos son el futuro. La generación mejor preparada de la historia. Un Mercedes en el garaje o un Ferrari que circula por un camino de cabras. Son Indonesia, Suráfrica, India o Brasil. La táctica consiste en repartirlos estratégicamente por la mesa, al contrario de lo que reclamaba la tradición, que los arrinconaba o incluso los ubicaba en una mesa aparte. Así se evita que conspiren entre ellos para derrocar el viejo orden mundial, como hicieron en 1955, cuando se reunieron en Bandung (Indonesia) para crear una de las instituciones más letales y peligrosas para el desarrollo de la geoestrategia del siglo XX: La Organización de Países No Alineados. Entonces, llegaron imbuidos por la ideología de Gandhi. Ahora, probablemente, lo harían a través de las enseñanzas de Mark Zuckerberg o Elon Musk, si son listos. Tras el segundo turrón y antes del tercer villancico habrá huido rumbo a algún bar, para santificar esta reciente tradición de huir de la casa familiar para beber y olvidar aquello infalible de que los amigos los escoges, la familia, no.
Elon Reeve Musk (Pretoria, Sudáfrica, 28 de junio de 1971), conocido como Elon Musk, es un empresario, inversor y magnate sudafricano que también posee las nacionalidades canadiense y estadounidense. Es el fundador, consejero delegado e ingeniero jefe de SpaceX; y el actual director de Twitter Con un patrimonio neto estimado en unos 188 mil millones de dólares en noviembre de 2022, Musk es la segunda persona más rica del mundo según el índice de multimillonarios de Bloomberg y la lista de multimillonarios en tiempo real de Forbes. Ha sido criticado por hacer declaraciones poco científicas y controvertidas. Musk difundió desinformación sobre la pandemia de COVID-19, incluida la promoción de la cloroquina como tratamiento contra el virus, afirmando que las estadísticas de fallecimientos eran manipuladas por investigadores y médicos por motivos financieros. Al comienzo de la pandemia, afirmó que los niños son “esencialmente inmunes”. Criticó repetidamente los confinamientos y violó los protocolos locales al reabrir una fábrica de Tesla en Fremont, California. En marzo de 2020, al comentar un informe del New York Times de que China no había informado de nuevos casos de propagación interna del nuevo coronavirus. En noviembre de 2020, tuiteó información errónea sobre la efectividad de las pruebas de COVID-19. En abril de 2021, tuiteó una versión modificada de una tira cómica de Ben Garrison con una caricatura de Bill Gates y un mensaje anti-vacunas.
El amigo del hermano. No hay mesa de Nochevieja que se precie sin la presencia de un descastado, de alguien que no tiene relación sanguínea, ni legal, con la familia, y que, cual perro abandonado o fan de la banda rockera británica Dire Straits o del maldito escritor norteamericano ‘angelero’ Charles Bukoswki, aparece en la mesa como buena obra del año. Según su peso, no es descartable zampárselo. Normalmente, acostumbra a ser un amigo de alguno de los hijos en edad postadolescente. Por el bien de la cena, se recomienda que el muchacho hable el idioma y esté familiarizado con la forma en que se pelan los camarones o langostinos. A la hora de sentarlo, hay que entender que el chaval o la chavala pueden ejercer de país no alineado, una suerte de zona de exclusión aérea que evite las hostilidades entre elementos con rencillas pendientes (imaginen Ucrania, si tienen narices), pero se corre el riesgo de que el tipo sea japonés o chileno, lo que garantiza que en un nanosegundo habrá conseguido crear conflictos territoriales con cualquiera de sus vecinos. Le negará la salida al vino al comensal que haya a su derecha, reclamará la soberanía de la cesta de pan… Pero felicitará las pascuas dos veces a cada cara que encuentra en la mesa.
El gran momento culinario del año se acerca, por lo que es hora de ofrecer una serie de claves para navegar en ese mar tormentoso que son las Nochebuenas familiares. Si sigues los mandamientos que, en plan Moisés de la eterna película del director Cecil B. DeMille y el actor Charlton Heston, expresidente también en sus horas no bíblicas de National Rifle Association (Asociación Nacional del Rifle), desde la que defendió ardientemente el derecho a la libre posesión de armas de fuego en Estados Unidos, describiremos en otra columna navideña, tus posibilidades de hacer el ridículo disminuyen radicalmente. La película es “Los diez mandamientos”. Charlton Heston, fue un consagrado y prolífico actor del cine clásico estadounidense, ganador del premio Óscar y universalmente famoso por sus interpretaciones en el cine del género épico dando vida también a personajes como Judah Ben-Hur (en “Ben-Hur”). Interpretó a Rodrigo Díaz de Vivar en “El Cid”, y a Miguel Ángel en “The Agony and the Ecstas”. Su carrera incluye además “Sed de mal”, de Orson Welles, y el papel del coronel Taylor en “El planeta de los simios” (1968) y su secuela.
El gran momento culinario del año se acerca, por lo que es hora de ofrecer una serie de claves para navegar en ese mar tormentoso que son las Nochebuenas familiares. Si sigues los mandamientos que se detallan en esta entrada, tus posibilidades de hacer el ridículo disminuyen radicalmente… No hagas los fritos tres horas antes. En el caso de que hayas cometido la imprudencia de incluir rebozados en el aperitivo debes asumir las consecuencias y tratar de freírlos en el último momento, aun a riesgo de oler después a ‘Eau de Croquette’. Una fritanga que lleve tiempo hecha es el peor inicio posible para un menú. Y lo peor de lo peor es un frito que ha estado tapado: la condensación por el calor habrá hecho que se humedezca y el rebozado se haya quedado blando, pastoso, grasiento y repugnante.
No improvises el cóctel. Mola servir un cóctel antes de cenar, pero mejor si lo piensas un poquito antes y, sobre todo, lo pruebas. Las improvisaciones de última hora, en plan “le pongo un chorrito de esto y una gota de lo otro”, suelen producir ‘bebercios’ intragables. Un ex cuñado de la localidad zamorana de Toro, en España, tierra del pan y tierra del vino, era un gran aficionado a innovar en este terreno justo antes de la cena, y sólo los miembros más alcohólicos de la familia pasaban de un sorbo con sus espantosos cócteles de champán. No te creas Ferran Adrià. La experimentación y la libertad creativa están muy bien… cuando no tienes a toda la familia cenando en casa en una fecha señalada. Si controlas mucho de cocina, da rienda suelta a la imaginación. Si no, reprime al cocinero molecular que llevas dentro y limítate a lo seguro o a lo que ya hayas cocinado otras veces con buenos resultados. Recuerda, además, que las uvas rellenas de foie con espuma de garnacha y coco caramelizado pueden no gustarle a la abuela y provocarle una mortal indigestión.
No muerdas las patas del marisco. Diez de cada nueve dentistas recomiendan Colgate y no partir las patas del marisco con la boca. No sólo estarás castigando tus molares, sino que ofrecerás un espectáculo muy poco apetitoso para el que esté enfrente. Usa un instrumento adecuado para ello -un cascanueces vulgar y corriente vale- y luego chuperretea discretamente. Tampoco es bonito, pero no se debe renunciar al placer por motivos estéticos. No administres cafeína a los niños. Ni cafeína, ni ningún otro tipo de droga estimulante. Los niños ya son un elemento suficientemente radioactivo en Navidad como para encima darles coca-cola o chocolate. Evita cualquier tipo de sobre estimulación y, durante la cena, no te empeñes en que coman ni les obligues a aguantar horas en la mesa como si fueran adultos. Cuanto antes se vayan a jugar y dejen de dar la caca, mejor.
No te apiporres. Meterse 3.000 calorías en la cena de Nochebuena quizá tuvo algún sentido en la posguerra, cuando se pasaba frío y hambre en el invierno. Ahora que estamos todos como morsas cebadas, no. “Celebrar” no es sinónimo de “llenar la andorga hasta que se te salga el turrón por la boca del esófago”. Tampoco es cuestión de ponerse a hacer la dieta Dukan justo esa noche, pero la comida sabe mucho mejor si se toma en cantidades moderadas. Además no hay que olvidar que la comilona del día siguiente rellenará cualquier posible hueco. No te cuezas ni te drogues… No pasa nada por contenerse y esperar un poquito. Una cosa es tomarse algo y llegar con un punto, pero sentarse cegatón a la mesa es una falta de respeto a la persona que ha cocinado. Si el que cocinas eres tú, un vinito vale, pero el consumo irresponsable de alcohol y drogas mientras trajinas con las cazuelas no es lo más recomendable: recuerda que no eres Anthony Bourdain ni un Juan Mari Arzak.
El cantautor catalán, Joan Manuel Serrat cumplirá años, 78. Su compañero, el golfo poeta andaluz, Joaquín Sabina, quien festejarán sus 74 ‘tacos’, el próximo 12 de febrero. Ambos nos regalaron una canción de ‘Navidad’ peculiar… “No es verdad que me dé náuseas la Navidad/ me conmueve la madre el niño, la mula y el buey/ lo que pasa es que estalla/ una bomba en noche en la noche de paz/ lo que pasa es que apesta/a zambomba el mensaje del Rey. /El portal de Belén es un zulo virtual/pero en vez de turrón este invierno me como un marrón/ unos hígados chumbos envueltos en papel albal/y Gaspar en lugar de una bici, me pone carbón. /Ojalá no abrasara el calor del hogar/cómo hacer cuando toca reír/si me da por llorar corazón/no me quieras matar corazón/sé de sobra quién paga y quién cobra/quien hace vudú, quien satura el cubo/de basura de tu cotillón/San José se enfadó con el padre del niño Jesús…”.
“Haz el amor, no la guerra”, en el original inglés: “Make love not war”; y en francés: “Faites l’amour, pas la guerre”) es un lema antimilitar asociado con la contracultura de la década de 1960 en Estados Unidos. Usado por primera vez por quienes se oponían a la Guerra de Vietnam, desde entonces ha sido invocado en otras situaciones ya sea contra el sistema o contra la guerra, reivindicando el pacifismo y el antimilitarismo. Me asusta la ausencia de ese “Haz el amor, no a la guerra”, en los foros internacionalistas y progresistas. Estamos empachados de análisis que hablan de inflación y de gas, principalmente, sin reivindicar un alto el fuego inmediato. La población civil de esta parte oriental de Europa, es la más afectada de una guerra limitada -me llama la atención ese calificativo- para explicarnos que estemos tranquilos pues no se van a utilizar armamento nuclear. Distopía pura.
Gershon Legman se considera el inventor de la frase “Haz el amor, no la guerra”. En abril de 1965, en una manifestación contra la guerra de Vietnam en Eugene, Oregón, y en su último año en la Universidad de Oregón, escribió la frase a mano en su suéter. Una foto de Diane Newell Meyer atestiguaría este hecho además de estar impresa en el Eugene Register-Guard. También apareció un artículo relacionado con el origen de la frase el 9 de mayo de 1965 en el New York Times. Los activistas radicales Penélope y Franklin Rosemont popularizaron la frase al imprimir cientos de pegatinas y pins con el lema a favor del amor y no a la guerra en la Librería de la Solidaridad en Chicago (Illinois) distribuyendo el material el Día de la Madre en marzo de 1965. Fueron los primeros en imprimir el eslogan. La frase tuvo continuidad en los acontecimientos protagonizados por jóvenes y estudiantes, como la Revolución de 1968 y del Mayo de 1968 en Francia y su extensión a otros países, como el movimiento estudiantil en México de 1968 siendo una de las causas de los movimientos contra el sistema, como el movimiento hippie y la ampliación del movimiento pacifista.
El movimiento estudiantil en México de 1968 fue un movimiento social -situado en un contexto planetario de luchas sociales de la denominada Revolución cultural de 1968- en el que además de estudiantes de la UNAM y del IPN, participaron profesores, intelectuales, amas de casa, obreros y profesionistas en la Ciudad de México y que fue reprimido el 2 de octubre de 1968 por el gobierno mexicano en la matanza en la plaza de las Tres Culturas. El lema “Haz el amor, no la guerra” aparece en diversas manifestaciones musicales y culturales: 1973, John Lennon, en la canción “Mind Games”; 1973, Bob Marley, en la canción “No More Trouble. Make love and not war!”…; sirvió de inspiración para el libro de David Allyn “Make Love, Not War: The Sexual Revolution: An Unfettered History”; 2010, Green Day, para la canción “When It’s Time”; 2019, Stan Lee, la usa en su último cameo en vida en la película “Avengers: Endgame”…
The New York Times nos presenta las ocho revelaciones más importantes de la investigación realizada por Anton Troianovski su jefe de la corresponsalía en Moscú, sobre la guerra de Vladímir Putin. ¿Por qué la invasión de Rusia ha sido tan torpe? La historia, basada en planes de batalla secretos, intercepciones de comunicaciones y entrevistas con soldados rusos y confidentes del Kremlin, ofrece nuevos elementos sobre el estado de ánimo del presidente de Rusia, Vladimir Putin, los sorprendentes fracasos de su ejército y los esfuerzos de Estados Unidos para evitar una guerra directa con Rusia. “En una conversación telefónica desde los hospitales rusos, los soldados heridos describieron que los enviaron a la guerra con poca comida, entrenamiento, balas o equipo y vieron morir alrededor de dos tercios de sus pelotones. Los materiales recuperados de los campos de batalla apuntan a la falta de preparación de los militares: un mapa de la década de 1960, una copia impresa de Wikipedia sobre cómo operar un rifle de francotirador, un cronograma tremendamente optimista para la invasión de Rusia. En las entrevistas, un soldado recordó haber preguntado cómo usar su rifle justo antes de partir a la batalla, mientras que otro describió cómo su supervisor le reveló que iban a la guerra: ‘Mañana vas a ir a Ucrania a joder un poco las cosas’.
Muchas de las personas más cercanas a Putin alimentaron sus sospechas, magnificando sus reclamos contra Occidente. Un exconfidente comparó la dinámica con la espiral de radicalización de un algoritmo de redes sociales: ‘Leen su estado de ánimo y comienzan a pasarle ese tipo de cosas’. Putin planeó la invasión con tanta confidencialidad que incluso Dmitry Peskov, su portavoz, dijo en una entrevista que solo se enteró cuando ya había comenzado. Anton Vaino, jefe de personal de Putin, y Alexei Gromov, el poderoso asesor de medios de Putin, también dijeron que no sabían nada de antemano, según las personas que hablaron con ellos al respecto. Estados Unidos intentó impedir que Ucrania matara a un importante general ruso. Los funcionarios estadounidenses descubrieron que el general Valery Gerasimov estaba planeando un viaje al frente de batalla, pero ocultaron esa información a los ucranianos, preocupados por la posibilidad de que un atentado contra su vida pudiera ocasionar una guerra entre Estados Unidos y Rusia. Los ucranianos se enteraron del viaje de todos modos. Después de un debate interno, Washington tomó la medida extraordinaria de pedirle a Ucrania que cancelara un ataque, solo para que le dijeran que los ucranianos ya lo habían lanzado. Se presume que decenas de soldados rusos murieron. Gerasimov no fue uno de ellos.
El mes pasado, un alto funcionario ruso le dijo al director de la CIA, William J. Burns, que Rusia no se rendiría, sin importar cuántos de sus soldados mueran o resulten heridos. Un miembro de la OTAN advierte a sus aliados que Putin podría aceptar la muerte o las lesiones de hasta 300.000 soldados rusos, aproximadamente tres veces sus pérdidas estimadas hasta este momento. Antes de la guerra, cuando Burns advirtió a Rusia que no invadiera Ucrania, otro alto funcionario ruso dijo que el ejército ruso era lo suficientemente fuerte como para enfrentarse incluso a los estadounidenses. Días después de la invasión, Putin le dijo al líder de Israel que los ucranianos habían resultado ser ‘más duros de lo que me dijeron’. Pero advirtió al primer ministro Naftali Bennett que son ‘un país grande y tenemos paciencia’. Antes, en octubre de 2021, durante su primera reunión con Bennett, Putin había arremetido contra el presidente ucraniano Volodímir Zelenski al decir: ‘¿Qué tipo de judío es él? Es un facilitador del nazismo’…
Los soldados rusos que invadieron usaron sus celulares para llamar a casa, lo que permitió que el ejército ucraniano pudiera encontrarlos y asesinarlos. Las intercepciones telefónicas obtenidas por el Times mostraron la amargura que sentían los soldados rusos hacia sus propios comandantes. ‘Te están preparando para ser carne de cañón’, dijo un soldado. Otro describió a un comandante que le advirtió que podría ser procesado por dejar su puesto, solo para que el comandante huyera cuando comenzó el bombardeo. ‘Los cauchos ni siquiera se atascaron en el lodo’, dijo el soldado. El día de la invasión, Putin tendió una trampa a los magnates de los negocios rusos, poniéndolos en la televisión ‘para comprometer a todos los presentes’, como lo describió uno de ellos. De hecho, todos los empresarios presentes fueron atacados por sanciones de Occidente en los meses siguientes. Sin embargo, otro multimillonario que estuvo en el Kremlin ese día, Andrey Melnichenko, se mostró desafiante e insistió en que las sanciones no harían que los magnates rusos se volvieran contra Putin. ‘En los libros de texto, a esto lo llaman terrorismo político’, dijo.
Los ejércitos fracturados de Putin a veces se han vuelto unos contra otros; un soldado dijo que un comandante de tanque disparó deliberadamente contra un puesto de control ruso. Putin dividió sus fuerzas en feudos, algunos dirigidos por personas que ni siquiera forman parte de las fuerzas armadas, como su exguardaespaldas, el líder de Chechenia y un jefe mercenario que ha proporcionado servicios de banquetes para eventos del Kremlin, Yevgeny Prigozhin. En una entrevista después de ser capturado por Ucrania, un soldado ruso dijo que había estado en prisión por asesinato cuando Prigozhin lo reclutó. Más tarde, después de que lo devolvieron a Rusia en un intercambio de prisioneros, apareció un video de su ejecución con un mazo”.
Todavía sorprenden la solidaridad, la deferencia o la cínica equidistancia que guardan muchos países que pertenecieron al Tercer Mundo y fueron adalides antiimperialistas en la época de la descolonización respecto al Moscú autocrático e imperial de Vladímir Putin. Países que han sido colonizados o sufrido invasiones y atroces opresiones imperiales apenas toman distancia del último imperio europeo y de su belicosa actitud colonial en el entorno de la antigua Unión Soviética. Eluden su condena en los organismos internacionales, obtienen precios de ganga en sus compras de gas y petróleo rusos y acogen complacidos sus inversiones y sus oligarcas como refugiados de lujo. Si antaño se acogieron a la libre autodeterminación de los pueblos para sacudirse los yugos coloniales y luego a la Carta de Naciones Unidas para defender su soberanía, la invulnerabilidad de las fronteras y la no injerencia en sus asuntos domésticos, ahora prefieren mirar hacia otro lado cuando se trata de la anexión rusa de territorios ajenos y de la intromisión de Putin en la política de Ucrania.
Se entiende tal actitud si nos atenemos estrictamente a los intereses y arrumbamos ideas, principios e incluso tratados e instituciones internacionales. Algunos de estos países, los de mayor extensión territorial y demografía, son auténticos imperios sucesores -la terminología utilizada por el gran estudioso español de los imperios que es el historiador Josep Maria Fradera, en su ensayo “Antes del antiimperialismo” (Anagrama)-, construidos en ocasiones sobre un antiimperialismo que solo ve los imperios de los otros, pero se comporta en su dominio hegemónico como los viejos imperios. Es flagrante el caso de Rusia, camuflada durante 70 años bajo los ropajes internacionalistas de la Unión Soviética. También lo es el de China, todavía ofendida por la humillación a cargo de las potencias europeas durante el siglo XIX, pero ahora en abierta expansión territorial, como pueden comprobar los uigures y los tibetanos; y marítima, tal como saben los países costeros del mar de China Meridional y en especial la presa designada que es la isla de Taiwán.
Son imperios como mínimo autoritarios, donde la ausencia de democracia y de libertades facilita su expansionismo. Pero el mimetismo imperial y la dualidad constitucional que discrimina entre los ciudadanos de la metrópolis y los de las colonias persisten en otras realidades aparentemente ajenas a los imperios. Es el caso de los países del Golfo Arábigo, incluyendo el futbolístico Qatar, donde solo un 12% de la población tiene derechos de ciudadanía, mientras los trabajadores extranjeros, la inmensa mayoría, se hallan sometidos a la vergonzosa institución de la ‘kefala’, auténtica esclavitud del siglo XXI. La retórica es antiimperialista, pero la realidad es de solidaridad entre nacionalismos imperiales y autoritarios. Con la coartada del mundo multipolar, estos neoimperialismos se sirven de una desconfianza histórica hacia los imperios anteriores, de la que salvan impúdicamente a Vladímir Putin, aunque él sea el último emperador de la vieja época.
Ucrania necesita de los máximos esfuerzos de sus aliados para vencer a Putin, pero no hay que esperar a que termine la guerra. La reconstrucción puede y debe empezar para revertir la destrucción que causan los drones y misiles rusos. Para esta tarea se han organizado dos conferencias internacionales convocadas por Francia. En la primera, con representantes de los gobiernos, se empezó a organizar la ayuda internacional a la población ucraniana para enfrentarse a la dureza de un invierno bajo las bombas. En la segunda, un nutrido grupo de empresas se decidió a preparar las inversiones en el país para cuando termine la guerra. La capital, Kiev, ha sufrido en los últimos días el peor ataque aéreo desde que empezó la guerra. Resistir durante el invierno la persistente ofensiva aérea rusa y, sobre todo, evitar que progrese la destrucción sistemática del país, es la tarea principal de Zelenski, que ha recibido con alivio la próxima llegada de las eficaces baterías Patriot de Estados Unidos. Hasta la primavera todo se jugará en los cielos de Ucrania entre la capacidad de defensa ucraniana y la de ataque rusa, aunque en tierra se mantienen dos focos de intensos combates, uno en la orilla oriental del río Dnieper, donde prosigue la contraofensiva ucraniana, y otro en Bajmut, en el Donbás, donde las tropas rusas intentan anotarse una victoria más simbólica que significativa para compensar sus fracasos.
Para el final de la estación fría, las autoridades militares ucranianas ya prevén una nueva ofensiva terrestre rusa, para la que se están entrenando 200.000 soldados de refresco con los que Moscú intentará de nuevo el asalto a Kiev, quizás desde territorio de Bielorrusia, y ayer Putin visitó a su presidente Aleksandr Lukashenko. Es difícil dilucidar la consistencia de tal previsión, dado el carácter estratégico de la información en tiempos de guerra, pero denota por uno y otro bando la escasa atención a la demanda de una negociación y de un alto el fuego por parte de numerosos países e instituciones internacionales. Como en toda guerra, lo determinante serán las posiciones que ocupen las tropas de unos y otros en el momento preciso en que las dos partes acuerden la necesidad de un alto el fuego, que puede coincidir con el final del invierno. Sigue siendo fundamental para los aliados de Kiev mejorar tanto sus capacidades de intercepción de los misiles rusos y los drones iraníes como garantizar los suministros de generadores y pertrechos invernales para resistir las penalidades del frío, la oscuridad y la escasez de alimentos.
El alto el fuego que nadie quiere… Un alto el fuego exige la voluntad de los dos contendientes. No la hay ahora, ni por parte de Putin ni de Zelenski. Piensan ambos que nada ganarían. Ni siquiera un respiro que les permitiera recuperar fuerzas para seguir combatiéndose. Ucrania lleva todavía la iniciativa en la contraofensiva terrestre que le ha procurado la recuperación de Járkov y Jersón y se siente con fuerzas para proseguirla, aprovechando que las carreteras, caminos y campos congelados vuelven a permitir el tránsito de tanques y vehículos pesados. En pleno Donbás, en la ciudad sin aparente valor estratégico de Bajmut, sus tropas están resistiendo ante la única operación ofensiva en la que se está volcando Moscú para salvar la cara tras el rosario de derrotas sufridas desde el 24 de febrero. La guerra que libra Rusia sobre el territorio es defensiva, con la carne de cañón de unas tropas escasamente preparadas y pertrechadas y sobre todo las trincheras y las minas terrestres.
Es en los cielos donde mantiene la iniciativa con un persistente bombardeo de infraestructuras para dejar a Ucrania a oscuras y en la miseria, sin calefacción, alimentos, ni asistencia médica. En el aire sigue la escalada entre los misiles rusos, muchos de fabricación iraní, que caen a diario sobre toda Ucrania, y las defensas antiaéreas cada vez más sofisticadas proporcionadas por los aliados. En la guerra aérea se halla el actual punto de desbordamiento fuera de las fronteras ucranias. Los misiles y los drones son disparados en muchos casos desde Rusia y desde los dos mares interiores, el Negro y el Caspio, por lo que no es extraño que el Ejército ucranio responda con ataques a aeródromos, buques e instalaciones militares situados en territorio ruso o en Crimea. El armamento proporcionado por los aliados de Kiev no se utiliza en estos casos ni se reconoce abiertamente su autoría, para atenerse a la aceptación de los límites de una guerra estrictamente defensiva demandados por la OTAN. Respecto a la duración de la actual etapa de doble confrontación terrestre y aérea, solo la escasez de armas, munición y soldados entrenados puede conducir a favorecer una pausa para reparar el armamento y reaprovisionarse.
Combatientes no faltan en Ucrania. En Rusia abundan los jóvenes, pero con poca moral y peor instrucción. En cuanto a la industria de guerra de uno y otro lado y de sus aliados, está ya al límite y en cualquier momento empezará a flaquear el suministro. Aunque será entonces el momento del alto el fuego, quienes quieran parar la matanza deberán estar atentos. No basta con que callen las armas momentáneamente. Puede ser peor incluso si luego se reanudan las hostilidades con más encono. Para que sirva debe ser permanente y garantizado por las instituciones internacionales. Es decir, se necesita un armisticio, con una línea de separación entre los contendientes y quien vigile su cumplimiento. Un armisticio no resuelve el conflicto. No es la paz anhelada, que requiere un tratado, aceptado por todos o a veces impuesto. La paz significa la aceptación de un nuevo orden que viene a sustituir al orden destruido por la guerra. Imposible sin un cambio de régimen en Moscú. De una guerra sin vencedores ni vencidos, como sucedió en Corea en 1953, difícilmente surge un tratado de paz, sino un armisticio como el que todavía está allí vigente, tal como estos días han evocado algunos comentaristas pensando en Ucrania. A Vladímir Putin le puede interesar la congelación del conflicto que le permita mantener el control sobre Crimea y Donbás e incluso presentarlo como una victoria, pero jamás aceptará las consecuencias de una guerra de agresión que no podrá ganar, si es que ya no la ha perdido. Es decir, responsabilidades penales, reparaciones de guerra, devolución de los territorios anexionados y plena soberanía para una Ucrania que quiere ser europea y atlántica. Ni siquiera se atisba esta paz, la paz justa. Es posible, aunque muy insuficiente, un alto el fuego. Pero se necesita al menos un armisticio que congele el conflicto y termine con tanto horror y tanta muerte. “Haz el amor, no la guerra”, un lema para el 2023. Tenemos que luchar por la paz, también desde Cancún.
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