JORGE GONZÁLEZ DURÁN. La Jiribilla

 

 

CHAN SANTA CRUZ

 

Chan Santa Cruz fue la capital de los hombres mayas que mantuvieron invicta su esperanza, organizados bajo un gobierno propio, con su ejército, con su cultura renacida.

Destruida y acosada en muchas ocasiones, Chan Santa Cruz fue levantada siempre de nuevo por los mayas.

Esta ciudad, baluarte y santuario, fue el símbolo de un pueblo indómito, porque nunca pudo ser sojuzgada. En este espacio abierto en la espesura los mayas congregaron su espíritu y su memoria. En su resistencia siempre los acompañó la memoria de los Itzaes de Tayasal, que prefirieron morir antes que rendirse al conquistador, el recuerdo de Nachan Can, que desafió y venció a los invasores de su tierra, allí estuvo el recuerdo de Jacinto Canek, que soport{o el martirio de su carne arrancada a pedazos y de su cuerpo quemado sin pedir clemencia.

El llamado de las cruces parlantes hizo renacer la esperanza en los corazones mayas, y ante sus ojos volvió a tener sentido la vida, y sus pasos tuvieron de nuevo firmeza y resonancia en los confines, donde los indígenas sufrían esclavitud, miseria, despojo, y la destrucción de su cultura.

En 1898, el Ejército Federal Porfirista organizó una poderosa expedición para conquistar Chan Santa Cruz. Después de 3 años de fieros combates, en donde el territorio liberado de los mayas fue defendido palmo a palmo, centímetro a centímetro, con trincheras construidas con los corazones, más que con las piedras.

La contienda es fiera, sin tregua a vencer o morir; sin embargo, es desigual. El ejército federal utiliza el armamento más moderno y eficaz de la época, los mayas sólo tienen rifles anticuados, sus filosos machetes, y una historia que estaban defendiendo palmo a palmo. El indígena puso su destino en las trincheras y barricadas teñidas con su sangre, sostenidas con su valor.

El 3 de mayo de 1901, los soldados federales penetraron en el legendario recinto de los mayas, pero sólo encontraron una ciudad abandonada. El general Bravo inició una furiosa cacería contra los indígenas invictos.

Los mayas, que pretendieron recuperar y reconstruir a su mundo destruido por la conquista, caminaban con el dolor de una agonía, huían de sus poblados bajo la noche, pero no eran un pueblo derrotado. Cada hombre llevó en los ojos esa nostalgia, esa innombrable esperanza. Era un mundo desamparado en busca de refugio para su Cruz.

En Dzulá, en abril de 1933, se escucharon los últimos disparos de la guerra iniciada en Tepich en 1847. Recordar esta historia es mantenerla viva.

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