El valor de amar

Los pensamientos son como gotas de lluvia, como hojas que caen en otoño de los árboles, como el canto de un pájaro en la selva, no los controlamos, solamente sabemos que están sujetos a nosotros, anclados por tiernas lianas o lastres pesados.

 

 

 

Existen métodos, sencillas recetas, como las de Brahma Kumaris para lograr una mejor existencia sin pelearnos con ellos. Pensemos, dice Kumaris, en una semilla. Es como un punto –pequeña, diminuta y compacta- y sin embargo plena de potencial.

Cada pensamiento es una semilla, que puede ser positiva o negativa, según nuestro estado de ánimo, actitud y carácter. El pensamiento crea sentimientos y actitudes. A esta combinación se le llama conciencia. Nuestra conciencia es un reflejo de nuestros pensamientos, y nuestra vida es un reflejo de nuestra conciencia.

Habitualmente permitimos que nuestros pensamientos se esparzan por doquier, que divaguen por todos los rincones de nuestra mente.

Para que nuestra mente trabaje con naturalidad necesitamos aplicar un freno. Una mente natural es pacífica, y una mente pacífica nos da claridad. Cuando vemos las cosas con claridad no hay desgaste porque nuestra mente se vuelve ligera, no se ve agobiada con pensamientos innecesarios. La mayor enfermedad de la mente es pensar demasiado, especialmente en otros: en lo que hicieron, lo que deberían hacer, lo que debieron haber hecho, lo que dijeron, lo que quisiéramos que hubieran dicho, por qué hablaron siquiera. Todo esto perturba la serenidad propia de la mente.

Cuando pensamos demasiado solemos fantasear y reaccionar con desmesura, y así creamos sentimientos negativos. La observación nos da la paciencia y claridad necesarias para pensar y actuar de manera apropiada; al observar nos concentramos interiormente, lo que nos permite ver la realidad.

Si sembramos una semilla de pensamiento positiva y limpia y nos concentramos en ella, le daremos energía, así como el sol se la da a la semilla que yace en la tierra.

Cada mañana, antes de comenzar nuestra jornada, sentémonos tranquilos, en silencio, y sembremos la semilla de la paz. La paz es armonía y equilibrio. Dejemos que la paz encuentre su hogar en nuestro fuero interno. La paz es nuestra fortaleza original, nuestra eterna tranquilidad del ser.

 

VIVIR EL DESAFÍO

Leía acerca de Sakyong Mipham, lama del linaje budista tibetano Shambhala y corredor de maratones. Encabeza una comunidad global de más de 200 centros de meditación cuyas enseñanzas se basan en la contemplación y nutrición de la bondad fundamental que habita en cada ser humano y cuya suma nos encamina a una sociedad iluminada.

Me llama la atención cuando habla acerca de los principios de su filosofía. Sus palabras fueron: «para actuar con dignidad hace falta valentía, vivir en el desafío, pero las personas tememos y dudamos. Los cobardes se ocultan tras la negatividad que desparraman a su paso. Vivimos inmersos en continuos desafíos externos e internos. Nos debatimos entre la duda y la confianza.»

La cobardía es como estar congelado, no dejar que fluya la energía. La valentía siempre mirará el potencial de las cosas. Hay que estar abierto a lo que ocurra en el momento, vivir en la inmediatez con fortaleza y sensibilidad.

Y continuaba: «se trata de conquistar una mente lo suficientemente relajada como para confiar en lo ilimitado de su sabiduría y compasión inherentes. Podemos reírnos con ecuanimidad de cuánto nos esforzamos en intentar mantener nuestras prisas y riñas. En lugar de quejarnos podemos reírnos y ofrecer palabras amables. Todo lo que nos sale al paso es una oportunidad para elegir la confianza.»

Explicaba que cuando nos parece que somos defi­cientes nos maltratamos, y luego maltratamos a otros del mismo modo. Si eso se prolonga en el tiempo, el estado depresivo y agresivo se convierte en la norma.

Y concluía: «si confiamos en nuestra propia valía, la mente cuenta con más fortaleza, flexibilidad, inteligencia y magnanimidad respecto a sus propios sentimientos y opiniones. Debemos olvidarnos de la preocupante sensación de que somos culpables de algún tipo de error fundamental.»

Apreciar dónde nos encontramos ahora mismo es un antídoto contra la depresión cuyo resultado es la alegría. Animarse y estar alegre estabiliza la confianza. Necesitamos compasión y conexión para que la sociedad sea saludable.

El problema es que la influencia de la sociedad es omnipresente y somos incapaces de distinguir nuestros propios valores y pensamientos. Repetimos lo socialmente aceptado.

Hay que soltar pensamientos y emociones, es decir, dejar de aferrarse. Meditar sobre ello, y luego salir a la calle con un objetivo: ser amable. Es decir sentir esa energía que te permite sentir al otro como algo tuyo. Nadie sabe lo que va a pasar en la vida, estamos en eso juntos llenos de miedo y esperanza. Amabilidad es reconocer esa vulnerabilidad propia y ajena.

Sentir, es decir tener ternura, que aunque te muestres muy feroz está ahí dentro. Debemos conectar con ella, con el no saber, con la vulnerabilidad, con tu propia soledad. Si no lo haces, te endureces y dejas de sentir la vida.

Y no es buscar la soledad, sobre las relaciones manifiesta que la felicidad está justo ahí, en la conexión con los otros. El problema es que nos dedicamos a luchar contra nosotros mismos; entretenidos con quién queremos ser, no sabemos quiénes somos. Hay que apreciar en lugar de conquistar. Si la felicidad es un objetivo, no ocurre.

Cuando se sentía abrumado, su padre le decía: “Simplifica. Trabaja en el momento, sencilla y adecuadamente, con mucha sinceridad. Sé quien eres profundamente”. Cada momento tiene su energía: nos lleva por delante o la conducimos. Confiesa que a veces su padre le decía: “Seamos”, mostrándole que si podemos sentir, entonces podemos simplemente ser.

 

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