El sabor de la tradición: Doña Felipa y sus dulces que conquistan generaciones

JMM.- Desde hace más de dos décadas, el aroma del dulce cocido en leña ha sido parte del hogar de doña Felipa Serralta Baeza, una mujer que con dedicación a endulzado la vida de muchas generaciones en el municipio. Su historia no solo es la de una vendedora de dulces, sino la de una madre que, con esfuerzo y amor, logró dar educación a sus hijos y sacar adelante a su familia.


“La venta de dulces ha bajado mucho, pero seguimos adelante”, comenta doña Felipa mientras señala las variedades que tiene listas para la venta: camote, papaya, pepita, coco, ajonjolí y tamarindo. Antes, recuerda, las pailas de dulce se vendían por completo en una sola noche. Ahora, con la crisis económica y la competencia, la venta ha disminuido, pero ella sigue fiel a su tradición, confiando en la calidad de su producto.


Más allá del negocio, doña Felipa ve en sus dulces una forma de compartir. No le niega un dulce a nadie, aunque solo tengan diez pesos en el bolsillo. “Llévatelo, no importa. Sé que, si lo pruebas, vas a regresar”, dice con una sonrisa. Y es cierto: su dulce no solo es famoso en el pueblo, sino que ha llegado hasta Estados Unidos, donde familiares y paisanos lo disfrutan sin que pierda su sabor ni su esencia.


Elaborar dulce no es solo un oficio para ella, es un arte que requiere paciencia y precisión. “El secreto está en que quede a su punto, ni más ni menos”, explica. También sabe que el trato con la gente es clave. “Si no sabes tratar a tu cliente, se va y no regresa”, asegura.


Con nostalgia, recuerda cómo empezó todo. Su hijo, cansado de la vida en Cancún, quiso volver al pueblo y buscar una forma de ganarse la vida. “Aquí, aunque sea frijoles, no falta”, le dijo ella. Y así, con una calabaza y una paila, iniciaron una tradición que, con el tiempo, se convirtió en sustento y orgullo familiar.


Hoy, a pesar de los retos, doña Felipa sigue en su cocina, con la leña encendida y las manos llenas de dulzura. “Lo que gano, lo gasto”, dice, no con queja, sino con la satisfacción de haber encontrado en el dulce más que un medio de vida: una forma de permanecer en el corazón de su gente.

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