El mayor cisma desde Enrique VIII
EL BESTIARIO
Tras la huida de Harry y Mehgan de la Familia Real Inglesa a Estados Unidos, se dispara la popularidad de Isabel II, la intocable…
SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY
La entrevista del príncipe Harry y Meghan Markle con OprahWinfrey ha caído como una bomba en el palacio de Buckingham. En Reino Unido no se habla de otra cosa y la reina Isabel II ha tenido que emitir un comunicado en el que declara que tratará las “preocupantes” acusaciones de racismo de forma privada. Además, algunos amigos del príncipe Carlos han desvelado a VanityFair que el heredero está “en estado de desesperación” ante un posible descenso de su popularidad igual que sucedió cuando Lady Di habló sobre sus infidelidades. La historia de Diana de Gales es conocida por todos. La princesa puso en jaque a la monarquía hablando sin tapujos sobre la relación del príncipe de Gales con Camila Parker-Bowles e incluso después de su trágico fallecimiento en 1997, la madre de Guillermo y Harry siguió sacando los colores a la institución.
Los británicos fueron muy críticos con Isabel II y el heredero cuando se retiraron al castillo Balmoral mientras el pueblo depositaba flores y lloraba frente a verjas del Palacio de Buckingham. La reina reapareció justo antes del funeral, haciendo un discurso emitido en televisión, pero se condenó su falta de empatía.La infidelidad que puso contra las cuerdas el futuro de la monarquía en Reino Unido se confirmó, entre otras cosas, por la publicación de unas explícitas grabaciones entre Carlos y Camila. No han sido el único audio que ha dado un susto a la familia de Isabel II. En 1992, el mismo año en el que los príncipes de Gales anunciaron su intención de divorciarse, también se filtraron unas grabaciones de la princesa Ana, recién divorciada de su primer marido con James Gilbey.Por no hablar de las portadas de Sarah Ferguson besándose con su asesor fiscal mientras estaban de vacaciones en la Costa Azul. Entonces fue todo un escándalo y ahora puede que sea una de las tramas que preparan los guionistas de The Crown, en Netflix, que, con los Windsor, tendrían para más temporadas que Cuéntame. Si echamos la vista atrás, es imposible no mencionar la abdicación de Eduardo VIII por el rechazo de su familia a Wallis Simpson o los múltiples romances, portadas y escándalos de la princesa Margarita. Aunque ninguno con las implicaciones que cercan ahora mismo al príncipe Andrés, duque de York.
Si lo que han contado Meghan y Harry puede ser un problema para la casa real, las acusaciones contra el príncipe Andrés, salpicado por el escándalo sexual de Jeffrey Epstein, pueden traer nefastas consecuencias para la institución si se confirman. El empresario neoyorquino se suicidó en 2019 sin llegar a ser juzgado de los cargos de explotación y tráfico de menores. Una de las personas supuestamente implicadas en la trama era el hijo favorito de Isabel II, al que el magnate conoció a través de Ghislaine Maxwell, la mujer que ejercía de madame en el entramado y que Andrés de York conoce desde hace décadas ya que forma parte de la alta sociedad británica.Según una de las víctimas del escándalo, Virginia Giuffre, que acusa al miembro de la familia real británica de mantener relaciones con ella cuando todavía era menor, el primer encuentro tuvo lugar precisamente en el apartamento londinense de Maxwell. De hecho, existe una foto en la que el príncipe aparece agarrando a la adolescente mientras Maxwell sonríe detrás de ellos.Audrey Strauss, fiscal de Manhattan que lleva el caso, ha declarado que le gustaría que Andrés de York declarase, mientras que el abogado de 50 de las víctimas lo ha acusado de eludir a la justicia. El exmarido de Sarah Ferguson mantiene un perfil bajo desde que la entrevista que concedió a la BBC para intentar mejorar su imagen terminase siendo un desastre sin paliativos para él y la institución.
Cuando Meghan Markle reveló que un miembro de la familia real estaba preocupado por el tono de piel que tendría su hijo Archie al nacer, muchos espectadores pensaron inmediatamente en el príncipe Felipe, Duque de Edimburgo y marido de Isabel II. El consorte tiene un largo historial de salidas de tono, entre ellas, varias polémicas racistas.El duque, que tiene 99 años y lleva hospitalizado varias semanas, ha dejado caer que algunos de los habitantes de Nueva Guinea son caníbales, ha hablado de los escoceses como borrachos y considera que los aborígenes australianos se disparan flechas. Especialmente sonada fue la interacción con una enfermera filipina en un hospital de Londres a la que espetó sin despeinarse la siguiente frase: “Filipinas debe estar medio vacío porque estáis todos aquí”. Sin olvidar la conversación en una fiesta organizada por la reina en la que preguntó a un invitado negro de que “lugar exótico era”. El invitado, un lord, era de Birmingham, una gran ciudad del centro de Inglaterra.
Las polémicas no son solo racistas, también machistas. Felipe ‘bromeo’ con una joven que llevaba un vestido con un escote frontal durante una visita y le dijo: “Me arrestarían si bajara esa cremallera”. A pesar de que ha estado al lado de Isabel II desde hace más de 70 años, se ha rumoreado durante años sobre sus infidelidades a la reina, que gran parte de la sociedad y de la prensa da por verdaderas. Nacido en la isla griega de Corfú, pero de sangre danesa y alemana, sus hermanas estuvieron vinculadas con el régimen nazi. “Me gustaría ir a Rusia mucho, aunque esos cabrones asesinaron a la mitad de mi familia”, respondió en 1967 cuando le preguntaron si le gustaría visitar la Unión Soviética.
El rey de España, Felipe VI, y las infantas Elena y Cristina no son los únicos hermanos reales con una relación tirante. El príncipe Harry reconoció en la entrevista del pasado domingo que su relación con su hermano, el príncipe Guillermo, es fría y que han tomado “caminos diferentes”. Aun así, ha confesado que espera que el tiempo sea capaz de curar las heridas. Según el escritor Robert Lacey, experto en los Windsor y consultor de The Crown, la relación entre los hermanos cambió mucho antes de Meghan Markle entrara en escena. A medida que la relación de Guillermo con Kate Middleton se iba afianzando, su hermano pequeño sintió que se iba quedando “desplazado” hasta que, según el autor del libro ‘Battle of Brothers’, perdió su papel de “consejero” en la vida de su hermano. Unos hermanos que, como bien recordaba Harry en la charla con Oprah, han pasado “un infierno” juntos por la trágica muerte de su madre. Cuando el duque de Sussex presentó a Markle de forma seria a la familia, en 2016, la tensión escaló ya que a Guillermo le pareció que iban demasiado rápido cuando él había esperado diez años para casarse con su novia. Según el libro, fue el duque de Cambridge el que puso más inconvenientes en la llamada cumbre de Sandringham, en la que Isabell II, el príncipe Carlos y los dos hermanos hablaron del futuro de Meghan y Harry.
Lacey también relata que hubo “conspiraciones” para hacerle la vida más difícil a Markle y que se molestó por el “secretismo” con el que los duques de Sussex planearon el nacimiento de su hijo Archie. El libro dejó caer que Guillermo no quería ni una mancha sobre la institución que un día liderará él y empañó la imagen impoluta que hasta ahora los británicos tenían del príncipe. Al contrario de lo que se vendió en un primer momento, la relación entre las cuñadas Kate Middleton y Meghan Markle no era mala, pero tampoco buena, simplemente de cordialidad. La duquesa de Sussex desmintió en la entrevista del domingo que las informaciones que decían que ella había hecho llorar a la duquesa de Cambridge eran falsas, y que había sido al revés. A pesar de ese desencuentro, Markle asegura que Middleton “es buena persona”. Este es sólo un pequeñísimo porcentaje de los escándalos a los que se ha enfrentado la familia de Isabel II que, intocable, lleva ya más de 60 años en un trono que no se tambalea.
La prensa de Reino Unido ya no sabe qué metáfora usar para explicar lo que la polémica entrevista a los duques de Sussex ha supuesto para la Casa Real patria: “una puñalada en el corazón de la monarquía”, “un disparo casi mortal”, “un bombardero B-52 soltando su arsenal sobre Buckingham”, “una carga de proyectiles como para hundir una flotilla”, “una agresión para la que no hay cota de malla o chaleco antibalas que resista”… Todo muy bélico. Todo muy verdad. Y, sin embargo, en mitad de la onda expansiva de este escándalo que zarandea a la institución y deja en shock a quienes la componen, una figura sale indemne de entre los escombros: la de la reina Isabel II.El príncipe Harry y su esposa, Meghan Markle, se cuidaron mucho de no citarla expresamente para mal en ningún momento. El dibujo general de “comportamientos personales y negligencias colectivas”, como dice la BBC, obviamente salpica a la capitana del barco, pero aun así se salva. Para ella sólo hubo buenas palabras. “Siempre fue estupenda conmigo (…), es fácil y adorable”, afirmó la duquesa. El duque confirmó que con su abuela tiene una “muy buena” relación, que hablan con frecuencia y que “entiende” lo que está sucediendo con la pareja.
La pregunta sería, entonces, por qué no ha mediado en favor de su nieto, como ha hecho en otras ocasiones, para proteger por ejemplo a su hijo Andrés, pero ese es un tema tan peliagudo que ni los guionistas de The Crown podrían aún ponerlo en claro. Este martes, el Buckingham Palace ha emitido un comunicado en el que muestran los “preocupantes” problemas revelados por Harry y Meghan. Además, han señalado que la familia abordará estas declaraciones en privado. Lo que es indudable es que Isabel es amada y temida, en su casa y por su pueblo, y ni siquiera esta nueva crisis, de las incontables a las que ha tenido que hacer frente en su reinado viejo de casi 70 años, la va a tumbar. Según el instituto demoscópico YouGov, su popularidad supera hoy el 70%, pero ha llegado a alcanzar cotas del 83% en lo peor de la pandemia de coronavirus y en el primer año de aplicación del Brexit. Apenas un 12% de los ciudadanos la desaprueba. Tras una convulsa etapa -cuando hasta ella misma reconoció en 1992 aquello del annushorribilis- cuajada de divorcios, escándalos y hasta incendios, después de un tiempo en el que se hablaba de que había perdido el hilo con sus súbditos mientras otras se convertían en “princesas del pueblo”, Isabel II remontó y hoy es indiscutible.Un 55% de los sondeados señala que la reina y el modelo monárquico con buenos para el país, frente a un 27% que opina lo contrario.
Las respuestas a las encuestas evidencian de dónde viene ese aprecio: los ciudadanos creen que se ha convertido en el “centro de unidad del país”, en una tierra diversa y hasta con tensiones separatistas, y es “la mejor representante de Reino Unido ante el mundo”. La monarca más fotografiada de la historia, la incansable viajera que vio cómo se redimensionaba su imperio y optó por ser avanzadilla diplomática en un mundo globalizado. Lo que le aplaude la opinión pública es su capacidad de trabajo y su profesionalidad. “El deber, siempre por encima”, le decía su padre, el rey Jorge VI, y a rajatabla lo cumple. Da cuenta de ello su agenda, por ejemplo: 295 compromisos públicos en el último año de la vieja normalidad (2019) y 133 en el pasado año pandémico. Más que sus hijos y nietos juntos. Cada día, dedica a los documentos de su famosa caja roja, que tanto protagonismo tiene en la serie de Peter Morgan, al menos tres horas. Sus discursos para levantar a la nación en tiempos sombríos y hasta para animar a la vacunación han batido récords de audiencia.
A todos lados asiste con los pies firmemente plantados en la Historia y siendo “un ejemplo de protocolo, ejemplaridad y trabajo bien hecho, cordial con un toque distante que no hace sino acrecentar su aura”, la describía el Times en noviembre, con motivo del 73º aniversario de su boda con Felipe de Edimburgo. Es popular por patearse de la ciudad al campo, por la agudeza de sus observaciones y su discreción, dicen sus asesores. Los analistas menos cariñosos defienden que es buenísima en “no hacer nada” y que eso, a la larga, le funciona. Claro que hay quejas sobre los gastos de su institución, claro que hay revelaciones sobre cómo ha intentado (y logrado) redactar leyes en su favor, pero no hacen mella en exceso. Hay cierto debate social sobre la necesidad de ir a una república, pero nada serio, no pasa del 10% de la población. Algunas tribunas, un poco de cansancio en la calle, pero también ella se salva de esa quema. En el plano institucional, es un melón que no se abre. Imposible en Reino Unido un debate como el que el vicepresidente del Gobierno español, Pablo Iglesias, plantea sobre la República a pocos minutos de que hable en el Congreso Felipe VI. Cuando algún laborista ha enseñado un poco la patita, como pasó con Jeremy Corbyn y su negativa a poner la rodilla en tierra ante la reina, rápidamente se le ha echado tierra encima. No pasó del gesto.
¿Y la posibilidad de una abdicación, está sobre la mesa tras tantas décadas de reinado? No. Profundamente religiosa, Isabel encuentra ahí parte de la fortaleza que necesita en los malos tiempos, convencida como está de que no es reina sino por designación divina. Por tanto, irse es romper ese mandato supremo. No le va mal con esa estampa fuertemente espiritual, siendo como es la cabeza nominal de la Iglesia anglicana. Incluso en un país de descreídos -sólo el 27% declara que cree en algún dios-, esa faceta le añade entereza y valía. Rozan el 60% los que le piden que no abdique bajo ninguna circunstancia, según la encuesta de YouGov. Y en el caso de que diera el paso, un 41% de los ciudadanos de Reino Unido preferiría que fuera relevada por el príncipe Guillermo, su nieto, y no por el príncipe Carlos, su hijo. El 37% prefiere que la sucesión siga su curso natural. No parece que, en breve tiempo, la institución vaya a cambiar tanto como para que se ponga en peligro ni tan siquiera con un salto en la sucesión. Otra cosa es que la dinamiten ellos mismos; los ciudadanos no parecen tener prisa.
La reina aún no ha valorado la entrevista con OprahWinfrey y que ha generado “el mayor cisma en la monarquía desde Enrique VIII”, según el canal de televisión ITV. Dicen sus allegados que está preparando cuidadosamente un comunicado, aunque crecen las presiones para que sea claro y llegue cuanto antes. La prensa más amarilla ha filtrado que trató de parar la entrevista, pero lo único tangible que tenemos es que la contraprogramó con un discurso por el Día de la Commonwealth, que es lo último que aparece en sus redes sociales. Enfatizó la necesidad de “estar juntos” en estos malos tiempos, lució a su hijo, su nuera y sus nietos y familias respectivas (sin Harry ni Meghan ni Archie, evidente), y trató de mostrarse si no risueña (no va con ella), sí optimista. “¿No pueden todos callarse y seguir con su trabajo diario?”, es la frase que un miembro de su equipo dijo anónimamente a TheSunday Times como resumen de cómo ha sentado la entrevista a la monarca. El primer ministro, el conservador Boris Johnson, salió al auxilio de la reina de inmediato, se negó a valorar el programa de televisión y dijo tiene “la mayor admiración” por la jefa de estado y el “papel unificador que juega” en el país. No habrá debate por ese flanco.
JonnyDymond, corresponsal de la cadena pública BBC para la Casa Real británica, ha escrito un análisis en el que, aunque insiste en que a la reina se la ha protegido con una vitrina, la institución que lidera sale tocada de este terremoto. “Toda la institución real fue retratada como si nada se hubiera aprendido de los días en los que la princesa Diana, madre de los príncipes William y Harry, estaba viva”, señala. Queda lanzada la acusación, abunda, de que la casa real es “incapaz de cambiar, amar y comprender”, ante algo tan esencial como la igualdad entre las razas o la necesidad de preservar la salud mental. Y el lamento de Harry de que ve a su padre y a su hermano “atrapados” en el modelo actual de institución, hasta generarle “compasión”, es una llamada a la modernización y la apertura que obliga también a la reina a pronunciarse. “No sé cómo ellos podrían superar que, después de todo este tiempo, simplemente nos quedemos callados si ‘La firma’ [el término que se utiliza para referirse a la casa real británica, como si fuera una empresa] está jugando un rol activo para perpetuar mentiras sobre nosotros. Y si eso viene con el riesgo de perder cosas, hay mucho que ya se ha perdido”, lanzó Meghan días antes de la entrevista. Dicen en Reino Unido que todo puede fallar, menos Isabel II. Ahora está por ver si, tras décadas de gestión, también sabe abordar este nuevo reto y seguir saliendo a flote.
La entrevista de Meghan Markle y el príncipe Harry con OprahWinfrey ha revolucionado el mundo. Los duques de Sussex han hablado del racismo de la casa real, de las dificultades que tuvieron para convivir con la prensa británica e incluso Markle aclaró algunos rumores como su supuesta pelea con su cuñada, Kate Middleton. Poco se imaginaría de este futuro una Markle de apenas 18 años que se graduaba en el instituto InmaculateHeart de Los Ángeles (EEUU). Sin embargo, una frase que eligió época define a la perfección la situación que vivió en Reino Unido y por la que ella y Harry salieron de la familia real y se trasladaron a Estados Unidos. Tal y como enseñó ella misma el pasado mes de abril en el podcastAfertWorkDrinks, Markle eligió la siguiente cita de Eleanor Roosevelt (ex primera dama de EE UU) para su anuario: “Las mujeres son como bolsitas de té: no se dan cuenta de lo fuertes que son hasta que están en agua caliente”. Esta frase podía definir a la perfección la fuerza de Markle, que incluso ha confesado que llegó a pensar en suicidarse por el acoso mediático británico. “Ya no quería vivir”, confesó en la entrevista, donde señaló también que había preocupación por el “tono de piel” que tendría Archie. Fue tal el bache que vivió la duquesa de Sussex por aquel entonces, cuando estaba embarazada de su primer hijo Archie, que contó a la presentadora que sigue “atormentada” por unas imágenes suyas en una premiere de un nuevo espectáculo del Circo del Sol en el Royal Albert Hall. “Hice zoom y lo que vi fue la verdad de lo que era realmente ese momento, porque poco antes de irnos a ese evento, justo había tenido esa conversación con Harry, aquella mañana”, explicó a Winfrey.
El príncipe Harry ha reconocido que el racismo jugó “un gran papel” en la decisión final de abandonar la Casa Real británica y el país europeo junto a Meghan Markle.En un fragmento inédito de la entrevista concedida a OprahWinfrey que ha sido emitido por la cadena CBS en la mañana de este lunes, la presentadora pregunta a la pareja si abandonaron Reino Unido por culpa del racismo y Harryzanja que jugó “un gran papel”. En este contexto, el príncipe carga contra la prensa británica, subrayando que es “intolerante, específicamente los tabloides”. “Lamentablemente, si la fuente de información es intrínsecamente corrupta, racista o parcial, eso se filtra a la sociedad”, ha señalado. En otro fragmento también emitido este lunes, Enrique ha revelado que “nadie” de la familia real británica se ha disculpado ni con él ni con Markle. “La sensación es que esta fue nuestra decisión y por lo tanto las consecuencias han caído sobre nosotros”, dice a Winfrey. De la familia real, que ha descrito con la palabra “sistema”, ha dicho que es un “ambiente tóxico” debido a la “relación, control y miedo” que infiere la prensa sensacionalista británica. En este sentido, ha agregado que “no está seguro” de si el príncipe Guillermo, segundo en la línea de sucesión al trono británico, quiere dejar el “sistema” de la familia real.
Por su parte, Winfrey ha aclarado que ni la reina Isabel II ni su marido, el príncipe Felipe, hablaron nunca con Harry y Markle sobre el color de la piel de su hijo, Archie. Las conversaciones sobre supuestas “preocupaciones” por el color de la piel del bebé en el seno de la familia real británica han sido una de las revelaciones más impactantes de la entrevista. “No compartió la identidad (de quién estaba preocupado por el color de la piel de Archie) conmigo, pero quería asegurarse de que yo sabía, y tenía oportunidad de compartirlo, que ni su abuela ni su abuelo habían tomado parte en esas conversaciones”, ha matizado la presentadora. Por otro lado, un portavoz del primer ministro británico, Boris Johnson, ha asegurado que el ‘premier’ no ha visto la entrevista de los duques de Sussex y ha evitado pronunciarse sobre las acusaciones de racismo. “Es un asunto del Palacio de Buckingham pero el primer ministro no ha visto esa entrevista”, ha dicho el portavoz, según ha informado la agencia de noticias DPA. Horas más tarde, Johnson ha reconocido el papel de Isabel II y el papel “unificador” que juega en el país. Asimismo, en rueda de prensa, cuestionado sobre si los comentarios sobre el color de la piel de Archie deberían ser investigados, el primer ministro ha reiterado que tiene una política de no hacer valoraciones sobre asuntos reales que no pretende cambiar, informa el diario TheGuardian.
La familia real británica se preparó el 7 de marzo de 2021 para recibir nuevas revelaciones del príncipe Harry y su esposa estadounidense, Meghan, mientras una semana de reclamaciones y reconvenciones transatlánticas llega a su punto culminante con la emisión de su entrevista con OprahWinfrey. La entrevista de dos horas con la reina de la televisión estadounidense es la mayor revelación de la realeza desde que la madre de Harry, la princesa Diana, detalló su ruinoso matrimonio con su padre, el príncipe Charles, en 1995. Durante una esperada entrevista, emitida en la cadena CBS, la duquesa de Sussex, Meghan Markle, acusó a la familia real británica de racismo y dijo que había tenido pensamientos suicidas durante su primer embarazo. Markle aseguró que miembros de la familia real expresaron dudas y preocupación sobre el color de piel que tendría su primer hijo con el príncipe Harry. Apenas un año después de la ruptura de Meghan Markle y el príncipe Harry con la Casa Real británica, la actriz aseguró durante una entrevista, emitida el domingo en Estados Unidos, que su vida como miembro de la familia real se había vuelto tan desdichada que contempló suicidarse. Y ésa solo fue una de las bombas que la pareja soltó durante las dos horas de entrevista con OprahWinfrey. Las declaraciones más chocantes corrieron por la cuenta de Markle, que estuvo en solitario durante la primera parte de la entrevista, en horario de máxima audiencia en Estados Unidos. Como un titular que quedará para el recuerdo de la sociedad británica, la duquesa de Sussex retrató a la institución monárquica con una crudeza nunca empleada con la familia real. Un golpe a la institución en un momento tenso, ya que la familia está centrada en la hospitalización y estado de salud del príncipe Phillip.
Durante el embarazo de su primer hijo, Archie, el Palacio de Buckingham informó a la pareja que el bebé no tendría título nobiliario ni la seguridad que este conllevaba, a pesar de que ambos eran acosados por la prensa amarillista nacional. Según el matrimonio, esto se debe al origen de Markle –de madre negra y padre blanco–, quien aseguró que miembros de la familia real habían hecho comentarios racistas delante del príncipe Harry durante su embarazo. “En los meses en los que yo estaba embarazada hubo (…) preocupaciones y conversaciones sobre lo oscura que podría ser su piel cuando naciera”, aseguró Meghan. Su esposo corroboró la acusación de racismo contra la realeza, aunque ninguno quiso dar nombres. Los duques de Sussex tampoco quisieron revelar el contenido íntegro de esa conversación. “Sería demasiado perjudicial para ellos”, apuntó Markle, aclarando que el tema no se abordó una sola vez, sino varias. La duquesa de Sussex lamentó el racismo presente en la familia real y señaló lo irónico de la situación teniendo en cuenta que “la Commonwealth es una parte enorme de la monarquía y entre el 60 % o 70 % de sus miembros son negros”. Durante los cuatro años en los que ejerció su papel monárquico, la duquesa tuvo problemas de salud mental. Así lo reveló ante Winfrey y sostuvo que desde Buckingham le dieron la espalda a pesar de pedir ayuda en repetidas ocasionesEmocionada pero segura de sí misma, Meghan habló sobre sus pensamientos suicidas ante la cámara: “Me daba vergüenza tener que admitirlo ante Harry. Sabía que, si no lo decía, lo haría. Simplemente no quería seguir viva”.
Cuando intervino en la entrevista, el príncipe Harry aseguró estar decepcionado con la familia real. El príncipe, que sigue siendo el sexto en la línea de sucesión al trono, dijo que les cortaron el acceso a los fondos reales después de que él y Meghan anunciaran sus planes de retirarse de la realeza. Además, dijo que la relación con su padre se había visto realmente afectada después de su anuncio y le acusó de haber dejado de responder a sus llamadas en “los momentos más duros”. “Me siento realmente decepcionado, porque él ha pasado por algo similar. Ha habido mucho dolor”, señaló Harry, quien confió en poder “reparar la relación” con su padre. No obstante, el príncipe negó haber decidido abandonar la realeza sin comentarlo antes con su abuela, un rumor muy extendido por la prensa de tabloide británica. La pareja intentó dejar a la reina Isabel al margen de toda la controversia televisiva y ambos le dedicaron palabras de cariño. “Yo nunca ocultaría algo así a mi abuela, tengo demasiado respeto por ella”, indicó el príncipe Harry. También expresó compasión por su padre y su hermano, “atrapados” sin remedio en el sistema. Y admitió que hay una “gran” distancia sentimental entre los hijos de Lady Di. En la prensa británica ha trascendido que Isabel II no tenía planes de ver la entrevista de su nieto y su esposa. Por el momento, el Palacio de Buckingham no ha hecho ningún comentario sobre la entrevista.
Los cimientos de Buckingham Palace están temblando tras la entrevista del príncipe Harry y Meghan Markle concedida a la periodista OprahWinfrey en la CBS. Aunque si una declaración ha preocupado a la Casa Real británica, esa es la de los supuestos comentarios por parte de la familia real sobre el color de piel del hijo de los duques de Sussex. A ese respecto, Buckingham Palace se ha pronunciado este martes en un comunicado en nombre de la reina Isabel II. En él se asegura que toda la familia está entristecida por conocer “el alcance de los desafíos a los que se han enfrentado en los últimos años Harry y Meghan”. En el texto señalan, además, que las cuestiones planteadas en la entrevista, en particular la de la raza “son preocupantes”, y que serán abordadas de forma “muy seria por la familia en privado”. El comunicado acaba recordando que Harry, Meghan y Archie siempre contarán con el apoyo de los miembros de su familia. En la entrevista en la cadena estadounidense, Meghan Markle reveló que el príncipe Harry le había transmitido la “preocupación” de un miembro de la familia real británica por el tono de piel de su hijo Archie y por lo que podía suponer. “Hubo preocupaciones y conversaciones sobre cómo de oscura podría ser la piel de Archie. Me lo transmitió Harry”, explicó. La presentadora OprahWinfrey ha confirmado a CBS News que el príncipe Harry le confesó fuera de cámara que no se trataba ni de la reina Isabel II ni de su esposo, el duque de Edimburgo. Por otro lado, Meghan Markle explicó que durante su primer embarazo tuvo pensamientos “constantes que daban miedo” sobre el suicidio, y “que ya no quería vivir”, pero sólo encontró la ayuda del príncipe Harry. El resto, declaró, nunca hizo nada, razón por la que la pareja se apartó de la monarquía y salió de Reino Unido.
Menos conocido por los logros de su reinado que por sus seis esposas, el celebérrimo Enrique VIII de Inglaterra ha pasado a la cultura popular con una imagen con frecuencia distorsionada. Se suele recordar a sus esposas engañadas, repudiadas o ejecutadas, olvidando que el propio monarca, en su legítima ansia de tener hijos varones en quien perpetuar la dinastía, fue a menudo víctima de las malas artes de sus mujeres, de consejeros poco competentes o simplemente de la fortuna. Si bien la vida de alcoba de Enrique VIII fue fascinante y merece ser contada y conocida, no menos cierto es que poca incidencia histórica tuvo en su reinado, con la decisiva excepción de la triste historia de Ana Bolena: la amante y luego segundo esposa de Enrique VIII fue uno de los detonantes del cisma anglicano. Desligado de Roma, el rey pasó a ser cabeza de la Iglesia de Inglaterra, disolvió las órdenes religiosas e incautó sus bienes. Las consecuencias fueron profundas: el poder real se vio fortalecido, y las riquezas obtenidas favorecieron una incipiente industrialización y el desarrollo de la marina inglesa, base de un futuro poderío militar y comercial que se manifestaría en la era isabelina, es decir, en el reinado de Isabel I de Inglaterra (1558-1603), hija precisamente de Ana Bolena. En política exterior, Enrique VIII supo mantener el difícil equilibrio de las potencias europeas, lo que da fe de su capacidad como estadista.
Segundo hijo de Enrique VII de Inglaterra, el futuro Enrique VIII tenía nueve años cuando asistió como infante a los desposorios de su hermano mayor Arturo, príncipe de Gales, con Catalina de Aragón, hija menor de los Reyes Católicos. Arturo era el primogénito y en consecuencia el heredero del trono de Enrique VII, quien con esta unión pretendía consolidar su alianza con España y asegurar una prolífica descendencia a su linaje. Todo parecía ir viento en popa para los Tudor cuando, cinco meses después, siendo aún recientes los jubilosos ecos de la boda, el príncipe Arturo moría víctima de una gripe aguda ante la que los médicos de la época se mostraron impotentes. Súbitamente, todo pareció venirse abajo. La salud del rey Enrique VII era notoriamente mala y su único hijo superviviente, el futuro Enrique VIII, no había alcanzado aún la mayoría de edad. Inmediatamente fue declarado sucesor en previsión de cualquier contingencia. En 1509 falleció Enrique VII, y Enrique VIII ocupó el trono destinado a su difunto hermano. Enrique VIII tenía entonces diecisiete años y era un apuesto mozo a quien no faltaba entendimiento ni habilidad política. Tras ceñir la corona en sustitución de su hermano, consideró que por razones de Estado era preciso reemplazarle también como esposo. Desprenderse de Catalina de Aragón y devolverla a su país suponía perder la cuantiosa dote aportada por sus padres y, lo que era aún más importante, cortar un lazo de inestimable valor con la corona española, más necesario que nunca en el revuelto contexto político europeo de aquel entonces.
La solución consistió en declarar nulo el enlace de la Catalina con Arturo. La propia Catalina de Aragón reconoció ante un tribunal eclesiástico que la unión anterior no se había consumado por incapacidad del cónyuge y que, por tanto, ella continuaba siendo doncella. La Santa Sede no tuvo inconveniente en otorgar la dispensa y, dos meses después de subir al trono, Enrique VIII se casó con Catalina de Aragón, cinco años mayor que él. Desde el súbito fallecimiento de Arturo, Catalina de Aragón había permanecido recluida en la fortaleza galesa de Ludlow, entregada a rezos y lutos y en espera de lo que le deparase el destino. El largo encierro la había convertido en una matrona de marchita apariencia y exageradas costumbres devotas. Tras su boda con Enrique VIII dio a luz seis veces, pero el único varón nacido con vida sólo alentó durante cincuenta y dos días. Enrique VIII empezó a tener interesados escrúpulos de conciencia y a considerar que el origen del maleficio estaba en la Biblia: “No debes descubrir la desnudez de la mujer de tu hermano”, sentencia el Levítico. Su matrimonio con su cuñada, pensaba, no había sido válido, sino pecaminoso y prohibido; Catalina estaba maldita y era preciso deshacerse de ella. La coyuntura internacional permitió la adopción de medidas drásticas. La preponderancia en Europa del todopoderoso soberano español Carlos V, emperador romano-germánico y dueño de medio mundo, indujeron a Enrique VIII a aproximarse a Francia para contrarrestar su fuerza. Podía, pues, desembarazarse de Catalina sin perder aliados, aunque no iba a ser fácil encontrar un modo legal o aparentemente legal de hacerlo.No menos determinante que la falta de descendencia y la coyuntura europea fue la entrada en escena de Ana Bolena, noble inglesa que, tras ser educada en Francia, había regresado en 1522 a la corte como dama de la reina Catalina. Su atractivo despertó pasiones entre personajes encumbrados, entre ellos el mismo Enrique VIII, que trató de seducirla y obstaculizó su boda con lord Henry Percy. Pero la ambiciosa Ana Bolena no estaba dispuesta a convertirse en mera amante; quería ser reina y, mediante una fríamente calculada alternancia de favores y desdenes, consiguió que Enrique VIII se enamorase perdidamente de ella.
Culto e inteligente, Enrique VIII había mostrado desde su juventud su ferviente catolicismo. Había empleado su brillantez contra la reforma protestante lanzada por Lutero en 1520, mostrándose como un enérgico defensor de la fe católica. ‘Defensor de la fe’ fue exactamente el título que le dio el papa León X por el Tratado de los siete sacramentos, que el monarca había escrito en 1521. Pero esta situación cambiaría a raíz del conflicto desatado con la Iglesia por el acuciante problema sucesorio: el matrimonio con Catalina de Aragón no le había dado herederos varones. En 1527, Enrique VIII pidió al papa Clemente VII la anulación del matrimonio so pretexto del parentesco previo entre los cónyuges. El papa, presionado por Carlos V (que era sobrino de Catalina), negó la anulación, y Enrique VIII decidió romper con Roma, aconsejado por Thomas Cranmer y Thomas Cromwell. Para ello, Enrique VIII se armó de argumentos recabando de diversas universidades europeas dictámenes favorables a su divorcio (1529); y aprovechó el descontento reinante entre el clero secular inglés por la excesiva fiscalidad papal y por la acumulación de riquezas en manos de las órdenes religiosas para hacerse reconocer jefe de la Iglesia de Inglaterra (1531). En 1533 hizo que Thomas Cranmer (a quien había nombrado arzobispo de Canterbury) anulara su primer matrimonio y coronara reina a su amante, Ana Bolena. El papa Clemente VIII respondió con la excomunión del rey. La reacción de Enrique VIII no fue menos contundente: hizo aprobar en el Parlamento el Acta de Supremacía (1534), en virtud de la cual se declaraba la independencia de la Iglesia Anglicana y se erigía al rey en máxima autoridad de la misma.
La Iglesia de Inglaterra quedó así desligada de la obediencia de Roma y convertida en una Iglesia nacional independiente cuya cabeza era el propio rey, lo cual permitiría a la Corona expropiar y vender el patrimonio de los monasterios; los católicos ingleses que permanecieron fieles a Roma fueron perseguidos como traidores; su principal exponente, el humanista Tomás Moro, autor de Utopía, fue ejecutado en 1535. Sin embargo, Enrique VIII no permitió que se pusieran en entredicho los dogmas fundamentales del catolicismo; para evitarlo dictó el Acta de los Seis Artículos (1539). Obviamente no pudo impedir que, después de su muerte, Cranmer llevase a cabo la reforma de la Iglesia Anglicana, que se situó definitivamente en el campo del cristianismo protestante, con la introducción de elementos luteranos y calvinistas. Aun habiendo sido excomulgado y hallándose descontento consigo mismo y víctima de los remordimientos, nada impidió a Enrique VIII disfrutar de los favores de Ana Bolena, que se le había entregado con pasión en cuanto los acontecimientos comenzaron a favorecerla. A mediados de marzo de 1533, Ana Bolena comunicó a su regio amante que estaba embarazada. Enrique, loco de júbilo, dispuso la ceremonia, que tuvo lugar el 1 de junio en la abadía de Westminster. Pocos vítores se escucharon entre la multitud: las gentes veían en ella a la concubina advenediza carente de escrúpulos que había hechizado a su buen rey con malas artes.
Tres meses después, la nueva reina dio a luz una hija que se llamaría Isabel y llegaría a ser una de las más grandes soberanas inglesas, pero Enrique VIII no podía saberlo y se sintió muy decepcionado: todo el escándalo no había servido para asegurar la sucesión. El alumbramiento de una hembra debilitó considerablemente la situación de Ana Bolena. El 7 de enero de 1536 fallecía Catalina de Aragón, sola, abandonada y lejos de la corte. Veinte días después, Ana Bolena parió de nuevo, esta vez un hijo muerto. Enrique ni siquiera se dignó visitarla; acusada de adulterio, que hubo de confesar tras ser torturada, la altiva y calculadora cabeza de Ana no tardó en caer (19 de mayo de 1536) y el matrimonio fue declarado nulo por los prelados ingleses.
Mientras, el rey no había perdido el tiempo. Su nueva favorita se llamaba Juana Seymour y era una joven dama descendiente por rama colateral de Eduardo III. En contraste con la frialdad manipuladora y enérgica de Ana Bolena, Juana Seymour era una mujer tímida y dócil, pero también culta e inteligente, y fue probablemente, de entre todas sus esposas, la que más amó a Enrique VIII. El monarca se prometió oficialmente con Juana dos días después de la ejecución de Ana Bolena. En 1537, Juana Seymour lo colmó de felicidad al darle un hijo varón, Eduardo, que sucedería a su padre como Eduardo VI. Se alejaba así el fantasma de la maldición que parecía pesar sobre la dinastía; el niño había nacido débil y enfermizo, pero el rey podía abrigar la esperanza de tener pronto más hijos varones, fuertes y sanos. De ahí que se sumiera en la tristeza cuando, dos semanas después del parto, Juana Seymour falleció de unas fiebres puerperales. Enrique VIII la hizo enterrar en el panteón real de Windsor; oficialmente, Juana Seymour había sido la primera reina. Transcurrieron dos años antes de que se decidiera a contraer nuevas nupcias. En 1540, Enrique VIII volvió a casarse con Ana de Clèves para fortalecer la alianza de Inglaterra con los protestantes alemanes. Cumplidos los cuarenta y siete años y repuesto ya de la desaparición de Juana, se había decidido a probar fortuna una vez más alentado por su valido Thomas Cromwell, quien le mostró un cautivador retrato de la princesa Ana de Clèves pintado por Hans Holbein el Joven, en el que aparecía una muchacha adorable de angelicales facciones.
Perteneciente a la nobleza alemana, Ana de Clèves vivía lejos de Londres y jamás había pisado Inglaterra, pero ello no fue óbice para que se firmaran solemnemente las capitulaciones y para que se dispusiera el encuentro del rey con su futura esposa. Por desgracia para Enrique, el maestro Holbein había sido en exceso piadoso con su modelo; Ana tenía el semblante marcado por la viruela, la nariz enorme y los dientes horrorosamente saltones. Además, desconocía otro idioma que no fuera el alemán y su voz recordaba el relincho de un caballo. El desdichado marido aceptó el yugo que se le imponía y accedió al casamiento por tratarse de una obligación contraída de antemano, pero no pudo consumar la unión porque, según sus palabras, le era imposible vencer la repugnancia que sentía “en compañía de aquella yegua flamenca de pechos flácidos y risa destemplada”.
Apenas seis meses después de la boda, la reina fue “expedida” al palacio de Richmond y se iniciaron los trámites para sentenciar la disolución del vínculo. Ana de Clèves fue compensada con dos vastas residencias campestres y una jugosa pensión a cambio de no aparecer nunca más por la corte. Nombrada honoríficamente “Su Gracia la Hermana del Rey”, permaneció recluida en sus posesiones el resto de su existencia y cumplió con los términos del pacto. El caso de la siguiente esposa, Catalina Howard, tuvo un comienzo completamente opuesto. Si bien los retratos que se conservan de ella no le hacen justicia, hoy se sabe que en persona resultaba deslumbrante. En presencia de aquella ninfa, el rey creyó estar soñando. Sus avellanados ojos, sus cabellos rojizos y su figura perfecta hechizaron de tal modo al monarca que la boda fue dispuesta con una inusual celeridad. Todo el boato de la corte de los Tudor, extinguido tras la muerte de Juana Seymour, apareció de nuevo bajo el estímulo de la nueva reina, esplendorosa, vivaz y siempre risueña. Enrique VIII parecía estar viviendo una segunda juventud, pero su entusiasmo fue breve.
Cuanto se había inventado para desacreditar a Ana Bolena y llevarla al patíbulo resultó ser una verdad incontrovertible en el caso de Catalina Howard: al parecer, la caprichosa muchacha había sostenido relaciones amorosas con su preceptor y con varios músicos desde la edad de trece años, actividad que había continuado incluso después de su enlace con el rey.La nómina de sus amantes se incrementó por momentos y algunos galanes de la corte fueron descuartizados tras confesar sus relaciones con Catalina. La reina fue tildada crudamente de “ser ramera antes del matrimonio y adúltera después de él”. El 12 de febrero de 1542 fue ejecutada en el mismo lugar que AnaBolena y por el mismo verdugo. Con este currículum a sus espaldas, no es de extrañar que, cuando una bellísima duquesa, Catalina Carr, recibió años después a unos comisionados reales encargados de pedir su mano en nombre de Enrique VIII, ella respondiese sin pestañear: “Digan a Su Majestad que me casaría con él si tuviera una cabeza de repuesto”. Porque el rey, a pesar de haber engordado considerablemente y ser víctima de intensos ataques de gota, deseaba una nueva esposa. El príncipe heredero era demasiado débil y no hacía concebir esperanzas, así que para asegurar la sucesión era necesaria una nueva reina que le diese más hijos. Sin embargo, Enrique VIII era el primero en mostrarse escéptico, sobre todo después de las muchas decepciones y pesadumbres que las mujeres le habían proporcionado en sus matrimonios y amoríos anteriores: “Ahora soy viejo y necesito más una enfermera que una esposa; dudo que haya alguna mujer dispuesta a soportarme y a cuidar de mi pobre cuerpo”.
Sin embargo, esa mujer apareció en la vida del anciano rey. Se trataba de Catalina Parr, dama de noble condición que había estado casada dos veces, poseía una considerable fortuna y era extraordinariamente culta para su tiempo. Hacendosa, responsable, estudiosa e inteligente, no había duda de que se trataba de la persona idónea para acompañar al rey en sus últimos años. Al acceder al trono no dio ni una sola muestra de arrogancia. Discretamente pero con eficacia tomó a su cargo todos los asuntos domésticos y supo proporcionar a Enrique, tras sus trágicos matrimonios anteriores, cinco años de paz y sosegada vejez.
El soberano murió el 28 de enero de 1547. En su entierro, junto al estandarte real, se colocaron las enseñas familiares de Juana Seymour y Catalina Parr, las dos únicas mujeres que oficialmente habían contraído matrimonio con Enrique VIII y por lo tanto figuraban como reinas. Atrás quedaban la devota Catalina de Aragón, la ambiciosa Ana Bolena, la poco agraciada Ana de Clèves y la lujuriosa Catalina Howard, forjadoras de un funesto destino del que la casa Tudor escapó milagrosamente. Le sucedió en el trono su único hijo varón, Eduardo VI, nacido del matrimonio con Juana Seymour, que contaba sólo nueve años y falleció en 1553. Se abrió entonces un periodo de reacción católica bajo el reinado de María I Tudor, hija mayor de Enrique VIII, nacida de su matrimonio con Catalina de Aragón. Al morir María Tudor en 1558, ocupó el trono otra hija de Enrique VIII, Isabel I, nacida del matrimonio con Ana Bolena. Es preciso señalar que el episodio de Catalina de Aragón y Ana Bolena tuvo una incidencia fundamental en su reinado; a consecuencia del Acta de Supremacía (1534), los destinos de Inglaterra tomaron un rumbo bien distinto a los que podían señalarse como probables. El Acta de Supremacía creó una Iglesia anglicana desligada de la católica y sometida a la autoridad real, aunque sin renunciar a los dogmas y condenando las doctrinas reformadas (Acta de los Seis Artículos, 1539). Pero si bien esta Iglesia fue al principio tan sólo cismática, no heterodoxa, no tardaría en distanciarse del dogma y en acercarse al luteranismo.
La hegemonía del monarca sobre la Iglesia sería el firme fundamento sobre el que se asentó una nueva era. La monarquía se enriqueció con los beneficios obtenidos con la venta de los bienes eclesiásticos (en 1539 fueron disueltas las órdenes religiosas e incautados todos sus bienes), lo que abrió una etapa de prosperidad económica que favoreció una naciente industrialización y condujo a la creación de una poderosa flota marítima, base del posterior poderío militar y comercial. El reinado de Enrique VIII de Inglaterra, en suma, se caracterizó por un fortalecimiento de la autoridad real, al someter por entero a la Iglesia y eliminar las últimas estructuras feudales. Ello no impidió la consolidación del Parlamento, a la vez como instrumento de la política del rey y como órgano representativo del reino. El País de Gales fue asimilado a Inglaterra (1536) y se centralizó la jurisdicción sobre las Marcas. Se anexionó además Irlanda, de la que Enrique VIII fue proclamado rey en 1541. Otro capítulo importante fueron las campañas victoriosas contra Escocia en 1512-1513 y en 1542-1545, que no fueron suficientes para unificar Gran Bretaña bajo su poder. Por otra parte, Inglaterra incrementó su protagonismo en Europa, gracias al crecimiento de su marina de guerra y a una política exterior dominada por la búsqueda del equilibrio entre las potencias continentales: primero luchó contra Francia aliándose con Carlos V, pero cuando, tras la victoria de Pavía (1525), le pareció que el emperador español alcanzaba un poderío excesivo, Enrique VIII se alió contra él al lado del monarca francés Francisco I.
Mientras los editores en la prensa británica no reconozcan el problema del racismo, será imposible solucionarlo. La negativa de las acusaciones de Meghan Markle no pasaría si el sector fuera abierto, sincero y verdaderamente diverso. Los ejemplos de racismo y xenofobia, en particular en los tabloides, contrastan con la defensa de la Sociedad de Editores, criticada por varios directores de periódicos. Hace algunos años, el mismo día que el cantante Tom Jones revelaba que quizás tuviera ancestros negros, el jefe de caricaturistas de TheDaily Mail, Mac, se puso a trabajar. ¿Cómo reflejó este linaje negro? Con un par de figuras tribales, en la jungla: una madre con un bebé colgando de su pecho desnudo y otra figura de un “salvaje” con una lanza y tres cabezas humanas colgando delante. Fue la representación más claramente racista de las personas negras que uno podría imaginar. Y se publicó en el periódico del día siguiente. Por casualidad, ese mismo día, TheDaily Mail celebraba un acto a favor del “fondo periodístico para la diversidad”, que ofrece ayuda para que personas pertenecientes a minorías raciales puedan formarse.
Uno de los editores responsables del Daily Mail pronunció un discurso pagado de sí mismo sobre el buen trabajo realizado por el fondo. Le preguntaron los periodistas por la viñeta y si veía alguna incoherencia en ella. No tenían claro cuál sería su reacción. En todo caso les sorprendió. Se indignó. “¿Qué dices? No veo nada malo en la viñeta. Sólo queréis crear problemas”. Esperaba que le diera al menos algo de vergüenza, que se desembarazara del tema con una broma. Pero no, pese a lo evidente de los estereotipos en los que caía la viñeta, no veía nada malo en ella. Nada. E invirtió la carga de la prueba. Nos convertimos en acusados. Después, durante el mismo acto, hablamos con uno de los responsables de recursos humanos del Mail. Nos dijo: “Mira lo que estamos haciendo aquí esta noche, estamos celebrando este evento en honor de la diversidad. Esto es lo que importa de verdad”. Le dijeron que no tenía razón. Que lo que importa es lo que se publique cada día en su medio. Que pueden gastar un dineral en eventos para sentirse mejor sin que eso suponga la más mínima diferencia en el modo en que opera la organización.
Recordé aquellas charlas cuando -al eco de las declaraciones de Harry y Meghan sobre el racismo en los medios- la Sociedad de Editores refutó de manera inmediata cualquiera acusación. “Con certeza, la prensa no es racista”, decía el comunicado en el que se absolvía a sí misma de la más leve carga de culpa sobre la cobertura. Según la organización, lo único que hace la prensa es buscar la rendición de cuentas por parte de quienes ostentan el poder. Para muchas personas de color en el Reino Unido, que eso sucediera sería noticia. Más allá de la cobertura de la realeza, la diferencia entre la representación de las personas blancas y negras es evidente.Como señaló el jugador de fútbol RaheemSterling, este doble rasero se aplica también a los deportistas y define sus vidas personales, hasta el punto de si está bien o no gastarte tu sueldo en comprarles una nueva casa a tus padres.La Sociedad de Editores aúna a los responsables de periódicos y revistas de tirada nacional y local, y asegura que sus miembros son “tan diferentes como lo son las publicaciones, programas y sitios de internet que crean, como lo son las comunidades a las que ofrecen sus servicios”. Pero su equipo directivo es abrumadoramente blanco y no queda claro si sus miembros negros participaron en la redacción del comunicado.
La organización negó tener prejuicios racistas. Pero cualquiera con un nivel de comprensión básica del tema sabe que esto no es lo mismo que el racismo, que opera de maneras más sutiles que con insultos y martes de “negros no”.Existen muestras suficientes de racismo en la prensa británica: desde la identificación entre las personas asiáticas y el terrorismo o los abusos sexuales a menores hasta la asociación entre jóvenes negros y violencia. Todo esto, apuntalado por un racismo institucional y secular que la prensa no se ha quitado de encima: un racismo irreflexivo que permanece y cambia muy despacio. Puede verse en la cultura dominante de casi todos los periódicos de tirada nacional. Es de clase media, blanco y ha pasado por las universidades de Oxford o Cambridge. De vez en cuando encuentras a una persona de una minoría étnica en un cargo de responsabilidad, pero nada para cambiar de verdad la mentalidad de la empresa.Casi siempre, los debates sobre la raza y la religión que marcan la agenda se producen en un grupo pequeño de personas blancas. Como personas de color, se habla de ellos, no se habla con ellos. En muy pocas ocasiones pueden liderar el debate.
Estos son los asuntos que están en el centro de la desigualdad racial en la cobertura: una serie de prejuicios sutiles dentro de un grupo que se reafirma y los reafirma, que lidera la toma de decisiones, que no se cuestionan por nadie de fuera. Por eso un grupo de editores puede estar de acuerdo en que los estereotipos raciales más crudos no son más que un chiste. El primer acercamiento al problema pasa por aceptar su existencia: que quizás el racismo es un problema. Sólo el 6% de los periodistas británicos pertenece a una minoría racial y suelen estar en la parte baja de la escala jerárquica. En lugar de eso, la Sociedad de Editores ha reaccionado con una respuesta instintiva diciendo que el problema no existe en absoluto. Es irónico, entonces, que el pasado noviembre organizara una conferencia sobre “diversidad en las redacciones” para “hablar de qué medidas se pueden y se deben tomar”. De un plumazo, echa ahora por tierra cualquiera cosa que, sin duda, se dijera en ese acto.
Porque, si no hay ningún problema de racismo en la prensa ¿Por qué debería importarle a alguien la diversidad? ¿Por qué no limitarse a dejar que los blancos que mandan hoy y hacen un trabajo tan bueno, sigan igual? Es más, si quienes mandan saltan a la defensiva ante cualquier mínima alusión a la discriminación, ¿qué posibilidades hay de que lleguen a admitir que es necesario un cambio de verdad?Si este episodio nos muestra algo, es que para algunos editores británicos es suficiente con poner una cruz en un formulario. Que no se te ocurra cuestionar el modo en que funciona la institución. Y no esperes que cambie nada sustancial en cuanto al racismo en las redacciones. Al menos, no por ahora. Después de las críticas de las directoras del Financial Times y el Guardian, entre otros editores, la Sociedad de Editores publicó un nuevo comunicado. “La Sociedad de Editores está orgullosa de su historia haciendo campaña por la libertad de expresión y el trabajo vital que los periodistas hacen en una democracia para pedirle cuentas al poder. Nuestro comunicado sobre Meghan y Harry se hizo en ese espíritu, pero no reflejó lo que todos sabemos: que queda trabajo por hacer para mejorar la diversidad e inclusión en los medios. Reflexionaremos sobre la reacción que ha producido nuestro comunicado y trabajaremos para ser parte de la solución”, dijo.
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