‘El Honor de los Pineda’ en Iguala, da guerrotipos de mafia
EL BESTIARIO
La metástasis del narco hizo de un vendedor de sandalias, Jose Luis Abarca y su esposa María Ángeles, los nuevos ricos de esta villa de Guerrero y protagonistas del ‘Holocausto de Ayotzinapa’. Los directores de cine Francis Ford Coppola, Martin Scorsese y John Huston pareciera haber sido contratos para ‘remakes’ de sus históricos ‘El Padrino’, ‘Casino’, ‘El irlandés’, y ‘El Honor de los Prizzi’…
SANTIAGO J. SANTAMARIA GURTUBAY
La ‘alcaldesa’, hija de una antigua operaria de Arturo Beltrán Leyva, el Jefe de Jefes, y sus propios hermanos habían creado por orden de este capo el embrión de la organización criminal con el objetivo de enfrentarse a Los Zetas y a La Familia Michoacana. Tras un fulgurante ascenso social, quería satisfacer su última ambición: ser elegida regidora perredista. Ese 26 de septiembre del 2014 se iniciaba la carrera electoral en el zócalo, la pareja bailó entre cadáveres hasta el amanecer…Salomón Pineda Bermúdez y Leonor Villa Ortuño llegaron a vivir días felices. El matrimonio mexicano se dedicó a la venta de droga y a tener hijos. Julio Guadalupe, Alberto, Mario, Salomón y María de los Ángeles. Así se llamaron sus vástagos. Los primeros en despuntar fueron Alberto y Mario. Ambos empezaron con el menudeo de droga en Guerrero, pero pronto pasaron a mayores. Dando el salto a Colombia, mostraron su habilidad para la importación. Nada masivo. Pero un incidente les llevó a aguas profundas. Alberto, por una deuda, fue secuestrado en Colombia. Su hermano pidió ayuda al todopoderoso cártel de Sinaloa. La mediación surtió efecto e hizo que los grandes capos se fijasen en ellos. Les ofrecieron ampliar la organización en Guerrero, un territorio en disputa con Los Zetas y la mesiánica Familia Michoacana. Alberto y Mario aceptaron y quedaron a las órdenes del legendario Arturo Beltrán Leyva, el Jefe de Jefes. Su desempeño fue brillante. Ampliaron las rutas de entrada, y formaron una brutal cohorte de sicarios, Los Pelones. Eran tiempos prósperos. La familia participaba en el crimen. El dinero corría a raudales y la hermanita lo guardaba en cajas de cartón. Pero las tinieblas andaban cerca.Alberto y Mario, ebrios de poder, se alejaron del Jefe de Jefes. El 11 de septiembre de 2009, Alberto fue calcinado vivo. Dos días después, Mario recibió 17 balazos. Entretanto, Julio Guadalupe fue liquidado por la Familia Michoacana, y los progenitores, con Salomón, cayeron apresados por narcotráfico. Sólo María de los Ángeles, casada con un vendedor de sandalias, quedó libre.Todo parecía perdido. Pero el tiempo devolvió algunas cosas a su sitio. Murió a tiros el Jefe de Jefes, y Los Pelones emergieron reconvertidos en Guerreros Unidos. Salomón salió de la cárcel y se integró en el nuevo cártel. Y la hermana vio ascender con el dinero del crimen a su marido hasta la alcaldía de Iguala. Así estaban las cosas cuando la tarde del 26 de septiembre de 2014 un centenar de estudiantes de magisterio entraron en la ciudad…
Ya por la noche del 26 de septiembre, Ernesto Guerrero, de 23 años, vio como el cañón de un Colt AR-15 le apuntaba. “Vete o te mato”. En aquel momento no lo supo, pero el agente le había librado de una muerte segura. No fue por azar ni por piedad, sino por pura y simple saturación. Como Ernesto recordaría semanas después, los policías municipales tenían a decenas de compañeros de la Escuela Rural Normal de Ayotzinapa tumbados boca abajo en el asfalto y se los estaban llevando en camionetas a la comisaría. Iban hasta los topes. Tan ocupados estaban, que habían pedido ayuda a los agentes de la vecina localidad de Cocula, y cuando Ernesto, armado de valor, se acercó a preguntar por la suerte de sus amigos, ya no disponían de tiempo ni espacio para uno más. Directamente le apuntaron con el fusil y le conminaron a irse. “Vi alejarse por la avenida a mis compañeros”, rememora. Esa fue la última vez que supo de ellos.Aquel 26 de septiembre, Ernesto había llegado a Iguala, junto con casi un centenar de alumnos de magisterio, en unos autobuses procedentes de Ayotzinapa. Radicales y revoltosos, los estudiantes iban a recaudar, como otras veces, fondos para sus actividades. Esto significaba pasar el bote por sus calles más céntricas, entrar en unos pocos comercios e incluso cortar alguna avenida. Su desembarco no había pasado inadvertido. Los halcones del narco, según la reconstrucción de la fiscalía mexicana, habían seguidos sus pasos y alertado a la central de la Policía Municipal. Los normalistas no eran bienvenidos. En junio del año anterior, tras el asesinato y tortura del líder campesino Arturo Hernández Cardona, los estudiantes habían culpado del crimen al alcalde de Iguala, José Luis Abarca Velázquez, y atacado el ayuntamiento.
Los sicarios y los policías, que en Iguala vivían en perfecta simbiosis, creyeron que iban a repetir la algarada, pero esta vez no contra el regidor, sino contra alguien aún más poderoso: su esposa, María de los Ángeles Pineda Villa. Ella, como apuntan las investigaciones policiales, dirigía las finanzas del cartel de Guerreros Unidos en la ciudad. El vínculo con el narco le venía de lejos. Era hija de una antigua operaria de Arturo Beltrán Leyva, el Jefe de Jefes, y sus propios hermanos habían creado por orden de este capo el embrión de la organización criminal con el objetivo de enfrentarse a Los Zetas y a La Familia Michoacana. Cuando ambos fueron ejecutados y arrojados a una cuneta de la carretera de Cuernavaca, ella tomó las riendas en Iguala, protagonizando junto con su marido un fulgurante ascenso social que ahora quería completar con su última ambición: ser elegida regidora en 2015. Para ello, ese 26 de septiembre había preparado un gran acto en el zócalo de la villa. Era el inicio de su carrera electoral.
La irrupción en la ciudad de los normalistas, encapuchados, rebeldes, con ganas de protesta, les hizo temer que fuesen a reventar el discurso. El alcalde exigió a sus esbirros que lo impidiesen a toda costa y, según algunas versiones, que los entregasen a Guerreros Unidos. La orden fue acatada ciegamente. Las fauces del horror se abrieron de par en par. Posiblemente nunca se llegue a saber cómo la barbarie llegó a tal extremo, pero lo que las pesquisas policiales han logrado sacar a la luz es que a los normalistas, que seguramente no sabían cuál era la naturaleza del poder municipal en Iguala, se les dio trato de sicarios, se les persiguió con la saña con que se mata a los cárteles rivales. En sucesivas oleadas, la policía atacó a sangre y fuego a los estudiantes. De nada les valieron sus desesperados intentos de huir en autobuses tomados a la fuerza. Dos murieron a tiros, otro fue desollado vivo, tres personas ajenas a los hechos perdieron la vida a balazos al ser confundidas con normalistas. En la cacería, decenas de estudiantes fueron detenidos y conducidos a la comandancia policial de Iguala. Nadie dio orden de parar. El reloj siguió adelante.El jefe de los sicarios, Gildardo López Astudillo, avisó al líder supremo de Guerreros Unidos, Sidronio Casarrubias Salgado. En sus mensajes, siempre según la versión de la fiscalía, le informó de que los responsables de los desórdenes de Iguala pertenecían a Los Rojos, la organización criminal contra la que libraban una salvaje guerra. Sidronio dio orden de “defender el territorio”.En una operación de exterminio bien diseñada, fruto posiblemente de experiencias anteriores, los estudiantes fueron recogidos de la comandancia de Iguala por agentes de Cocula, quienes, cambiando las placas de sus matrículas, les entregaron a los liquidadores del cartel en la brecha de Loma de Coyote. Todo estaba preparado para no dejar huellas…
Nicolás Mendoza Villa lo recordaría meses después por escrito en una notaría de la Ciudad de México. A las seis de la tarde del 31 de mayo de 2013, el ingeniero Arturo Hernández Cardona y él vieron cómo dos sicarios empezaban a cavar la que iba a ser su fosa. Ambos estaban presos en un paraje desconocido de Guerrero. Un día antes, les habían secuestrado, pistola en mano, en la carretera hacia Tuxpan junto a otros compañeros de la Unidad Popular, un movimiento de defensa de los derechos de los campesinos. Durante horas les habían torturado con un látigo de alambre. El peor parado había sido su líder, Hernández Cardona. Ya de noche llegaron al lugar dos hombres bien conocidos. Andaban tranquilos y con una cerveza Barrilito en la mano. Eran el alcalde Iguala, José Luis Abarca Velázquez, y su jefe de policía, Felipe Flórez Vázquez. El regidor, con quien Hernández Cardona había mantenido agrias disputas, la última, dos días antes en su despacho municipal, se adelantó unos pasos y ordenó que torturaran otra vez a su adversario político. “¡Ya que tanto estás chingando, me voy a dar el gusto de matarte!”, gritó el alcalde.Acto seguido, su jefe de policía levantó al ingeniero del suelo y, siempre según esta versión ante notario, lo arrastró unos diez metros hasta la recién terminada fosa. Ahí, el alcalde de Iguala le disparó primero a la cara, luego al pecho. El cadáver quedó al descubierto, mientras el cielo oscuro de Guerrero se rompía y empezaba a llover. Otros dos dirigentes de Unidad Popular fueron asesinados.
El hombre que asegura haber visto todo esto y pudo escapar para contarlo fue Nicolás Mendoza Villa, chófer del ingeniero asesinado. Mendoza prestó testimonio ante notario, la esposa del ingeniero presentó denuncia, la prensa aireó el caso y algunos conocidos políticos mexicanos exigieron responsabilidades. La Procuraduría respondió acumulando ocho tomos de diligencias. Pero, como tantas veces sucede en México, nada ocurrió. El alcalde de Iguala siguió gobernando como antes, inaugurando centros comerciales y posando alegre con sus camisas ceñidas y desabotonadas hasta la mitad del pecho. Unas fotos almibaradas donde siempre aparece su esposa, María de los Ángeles Pineda Villa. “Desde entonces reina el miedo en Iguala”, afirma Sofía Mendoza Martínez, concejal del PRD y viuda de Hernández Cardona; una de las pocas personas capaces de romper el círculo del terror y acusar al alcalde mucho antes de que se convirtiese en el hombre más buscado de México por la matanza de seis personas y la desaparición de 43 estudiantes de magisterio en un oscuro enfrentamiento con la policía y el narco el 26 de septiembre.
El municipio, de 130.000 habitantes, es la tercera ciudad de Guerrero, histórica cuna de la bandera mexicana y un enclave estratégico para los movimientos del narco. En una tierra con una tasa de homicidios tres veces mayor que la mexicana la participación de la esposa del alcalde en los asuntos políticos, según admiten dirigentes del PRD, fue cada vez mayor, hasta el punto de que ya pensaba postularse como candidata a la alcaldía en 2015. Para ello había logrado ser elegida consejera estatal del PRD y dirigía el denominado Desarrollo Integral de la Familia (DIF). Nada parecía capaz de frenarla. Eso era lo que se pensaba hasta la noche del 26 de septiembre. Ese viernes tenía que ser un día grande para ella. Presentaba el informe de actividades del DIF en la plaza de las Tres Garantías, en el zócalo de Iguala, un espacio reservado para las grandes ocasiones. El pistoletazo de salida de su carrera electoral.El acto empezaba a las seis de la tarde, justo a la hora en que dos autobuses procedentes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, un semillero de la izquierda radical mexicana, entraban en el municipio. El grupo, formado por estudiantes de magisterio de 18 a 23 años, acudía a la ciudad a recaudar fondos para sus actividades. La policía municipal estaba esperándoles. Un informe del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), servicios secretos mexicanos, señalaba que la esposa del alcalde pidió al director de la policía municipal, Felipe Flórez Velázquez, que impidiera la llegada de los jóvenes. La orden, cómo no, fue obedecida. No tardó en darse el primer encontronazo entre los agentes y los normalistas. Hubo gritos y algún enfrentamiento físico. Lo habitual. Los estudiantes se retiraron hacia la estación de autobuses. Allí se apoderaron de tres vehículos para volver a su escuela. Pero a la salida les esperaban los agentes. Esta vez hubo tiros. Los normalistas se defendieron a pedradas y lograron romper el cerco. El alcalde, informado de la algarada, pidió entonces, según el citado informe, un escarmiento. Fue entonces cuando alguien llamó a la muerte. Las llamas de la hoguera del‘Holocausto de Ayotzinapa’, no se han apagado todavía, cuando se ha cumplido el sexto aniversario. El fuego sigue extendiéndose y avivándose por todo el país. La oscuridad y la niebla no dejan ver las estrellas de los cielos de nuestro México. La necrofilia imperante es inadmisible en un Estado de Derecho. El ‘Honor de los Pineda’ se impone.
Fernando Del Paso, ‘El Quijote de la Restauración de México’, seguirá siendo el Palinuro de México, el del slogan “¡Todos somos Ayotzinapa!”. Su novela preferida carece de un argumento. A grandes rasgos, relata la historia y las andanzas de Palinuro, estudiante de Medicina que vive en una pensión de la Plaza de Santo Domingo con su prima Estefanía, con la que mantiene una relación amorosa. El protagonista es parcialmente autobiográfico, ya que Del Paso también fue en su juventud un estudiante de Medicina, pero abandonó la carrera cuando se dio cuenta de que no soportaba ver los cuerpos muertos y el olor de la sangre. En palabras del autor, Palinuro es “el personaje que fui y quise ser y el que los demás creían que era y también el que nunca pude ser aunque quise serlo”. Esta obra del ausente en la toma de posesión del nuevo presidente Andrés Manuel López Obrador, este 1-D, está plagado de imágenes surrealistas como las que marcaron su vida. En su final, sentado en su silla de ruedas, enguantado como si fuera un astronauta, vestido de todos los colores London, fue capaz de gritar, en medio de las salas de la FIL de Guadalajara, un slogan, lema, una consigna, que le salió del alma atormentada de mexicano: “¡Todos somos Ayotzinapa!”
“Le salió del alma del ciudadano, en medio de la tragedia de México (un grupo de jóvenes, una multitud de almas, asesinados por los oscuros de corazón que dominan el vientre malo del país), ese grito que fue su respuesta a una situación que ya envejece la atosigada alegría de su país. Fue extraordinario ese momento en que Del Paso, patrón mayor de aquella feria, dolorido por mil obstáculos físicos que le acaecieron a la vejez, se constituyó en voz de su país, decente altavoz de sus compatriotas. Y ese grito fue más emocionante aún, más conmovedor, porque estaba tan mal Fernando, tan poco dotado para hablar, que se llevó a la sala donde se iba a presentar uno de sus libros a un traductor que fuera deletreando las palabras que acudían difícilmente a su voz dificultada…”, escribía el día de su muerte, el 14 de noviembre del 2018, en Guadalara. Fernando del Paso Morante fue un escritor, dibujante, pintor, diplomático y académico mexicano. Era especialmente reconocido por tres extensas novelas, que son consideradas como algunos de los mejores exponentes de la narrativa mexicana del siglo XX. Habían pasado muchos años desde que su pasión por Federico García Lorca lo trajo a España, y lo llevó luego a las capitales europeas donde su voz de periodista improvisado lo hizo la voz tecnicolor de América en Europa. Lo escuchábamos desde todas partes, y parecía que ese trueno jamás iba a aparecer de nuevo. Se fue apagando, ya se sabe, por los latidos disminuidos de su garganta; por eso pareció un milagro ese grito por Ayotzinapa. No es difícil imaginar que ese clamor de pocas palabras tan intensas, “¡Todos somos Ayotzinapa!”, fuera la continuación lógica del homenaje que su literatura rinde a México desde su fundación a sus ancestros, pues de eso trata su literatura.
La última vez que estuvo en España, hace cinco años. Recogió en Madrid el Premio Cervantes 2015, con sus gafas ahumadas cayendo sobre su rostro risueño, rodeado de su mujer y de sus hijos. Vestido como roquero, parecía un motorista alegre recién descendido de su montura, bromeando hasta de su voz rota, aquella que luego rehízo para dar aquel grito. Su voz tecnicolor está en ese recuerdo, en los tiempos en que era un gentleman mexicano en Londres, en su voz lorquiana, en su escritura detenida y precisa con la que alcanzó la cima que seguirá siendo Palinuro de México… Este homenaje a ‘Palinuro de México’ con ese ‘Nobel’ de la Literatura Española, sirvió de ‘prólogo’ a la ‘dimisión’ de Tomás Zerón, el investigador del ‘Caso Ayotzinapa’. El funcionario abandonó la Agencia de Investigación Criminal a 12 días del segundo aniversario de la matanza y el presidente priista saliente, Enrique Peña Nieto, lo colocó en el Consejo de Seguridad Nacional. “Para complacer la causa de los deudos de los desaparecidos, aunque remitiéndolo a otro cargo de alto rango federal en reconocimiento a sus acciones y a la experiencia y capacidad que ha demostrado en sus encargos anteriores…”, explicaron en Los Pinos. El 23 de abril del 2016, el Rey de España, Felipe VI, entregó el Premio Cervantes al ‘Palinuro’ escritor que se tragó la vergüenza de criticar a su país en un país extranjero. “Las cosas no han cambiado en México sino para empeorar, continúan los atracos, las extorsiones, los secuestros, las desapariciones, los feminicidios, la discriminación, lo abusos de poder, la corrupción, la impunidad y el cinismo”, dijo Del Paso entonces.
El papel de Zerón en la investigación sobre los 43 desaparecidos en Guerrero fue fundamental. El funcionario aportó elementos a lo que el Gobierno ha llamado la ‘verdad histórica’, una narrativa de lo ocurrido la noche del 26 de septiembre de 2014 que fue cuestionada por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, pese a los 113 detenidos en relación con el caso -casi todos confesos-, el esclarecimiento del móvil de lo que habría sido una trama homicida (donde los estudiantes fueron asociados por sus asesinos con un grupo criminal enemigo que pretendía atacar al suyo), y la participación previa de otro importante número de especialistas forenses, entre argentinos y austriacos, a cuyas conclusiones periciales (los desaparecidos habrían sido victimados y luego incinerados) poco añadió el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes de la CIDH, que se comprometió a determinar con precisión las circunstancias de la desaparición y el paradero de los desaparecidos o de sus restos, lo cual no hicieron sus peritos después de más de un año de investigaciones. Pocas horas después de anunciada su renuncia, la Presidencia informó del nuevo cargo que ocuparía y ocupa ya Zerón: secretario técnico del Consejo Nacional de Seguridad Pública.
Aunque en su momento la PGR no señaló la causa de la dimisión, fuentes cercanas al funcionario reconocieron que la renuncia buscaba tender un puente entre las autoridades y las familias de las 43 víctimas. Los padres de los estudiantes rurales instalaron un campamento afuera de la PGR para exigir la salida de Zerón y una nueva línea de investigación más allá de la verdad histórica presentada por el exfiscal Jesús Murillo Karam, el 7 de noviembre de 2014. Zerón era jefe de la AIC desde septiembre de 2013. Bajo su cargo se encontraba la Policía Federal Ministerial, la Coordinación General de Servicios Periciales y el Centro de Inteligencia para el Combate a la Delincuencia. Aunque su trayectoria estará marcada por el ‘Caso Ayotzinapa’, Zerón también fue el responsable de dirigir los esfuerzos que llevaron a la segunda recaptura de Joaquín ‘El Chapo’ Guzmán, en febrero de 2014. ‘El Chapo’, juzgado en Nueva York, había vivido a salto de mata durante 13 años. Desde su primera fuga, en enero de 2001, ningún policía le había echado el guante al poderoso capo del Cártel de Sinaloa. Tras ser capturado en un departamento de Mazatlán, Zerón fue el primero en entrevistarlo para cerciorarse de tener frente a él al líder de la corporación criminal más grande del país. Los tres años de Zerón al frente de la AIC le pasaron factura y le provocaron un rápido desgaste. El funcionario tiene una larga trayectoria en las áreas policiales mexicanas. En el sexenio de Felipe Calderón, Zerón fue el encargado del área de Control policial de la Policía Federal Preventiva. Perdió el puesto tras un tiroteo entre criminales y civiles que dejó cinco uniformados muertos. Con la salida de Zerón de la Fiscalía, el Gobierno ha culminado un relevo en sus cúpulas policiales. Enrique Galindo, el comisionado de la Policía Federal, fue destituido tras un duro informe de violaciones a derechos humanos. Tras la renuncia, el Gobierno mexicano debe decidir si está dispuesto a ofrecer otro gesto a las familias de las víctimas de Ayotzinapa, que exigían la dimisión de Zerón para volver a sentarse a la mesa con la procuradora Arely Gómez.
Para un heterodoxo mexicano y literato como Fernando del Paso, las palabras, los discursos, los escritos son testimonios de luchas humanas. De manos del Rey de España, Felipe VI, recibió en Alcalá de Henares, Madrid, el Premio Cervantes. Postrado en una silla de ruedas en la que se movía desde una isquemia cerebral, intentó hace cuatro años, sin lograrlo, censurar sus mensajes nada cómodos para el poder. Su esperado discurso no defraudó, pleno de crítica política y de retranca cervantina. Arropado por su inseparable esposa, Socorro, y por sus abundantes hijos y nietos, advirtió que no había hecho tan largo viaje para contar su vida y sus obras, ni para comentar sus penas, antes de recordar que se conmemoraban los 400 años de la muerte del español Miguel de Cervantes Saavedra, quien escribiera “Don Quijote de la Mancha”, la obra más destacada de la literatura española y una de las más importantes de la literatura universal. Su primera parte, con el título “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”, vio la luz a comienzos de 1605.Diez años después llegó la continuación: “Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha”. Es la primera obra genuinamente desmitificadora de la tradición caballeresca y cortés por su tratamiento burlesco. Representa la primera novela moderna europea. Creó la novela polifónica, esto es que interpreta la realidad, no según un solo punto de vista, sino desde varios que se superponen al mismo tiempo, creando una visión de la misma tan rica y confusa que puede tenerse por ella misma. El Quijote es una mezcla de todo que no renuncia a nada y una escritura desatada: géneros épicos, líricos, trágicos, cómicos, prosa, verso, diálogo, discursos, chistes, fábulas, filosofía, leyendas… y la parodia de todos estos géneros por medio del humor y la metaficción, un guiño cómplice al lector. La metaficción se trata de una advertencia de Cervantes de que estamos leyendo un libro y que el libro está compuesto de una historia inventada y unos personajes que no existen más allá de nuestra mente.
Cuando el Rey le entregó el galardón a Fernando del Paso lo levantó como si fuera la copa del mundo de fútbol, deporte que no le interesa en absoluto pero que le trajo a España en 1982 como cronista del Mundial de aquel año. Otra fructífera contradicción de las suyas. El espíritu de Miguel de Cervantes y su Quijote estuvo muy presente, como ocurriera con Octavio Paz, Carlos Fuentes, Sergio Pitol, José Emilio Pacheco y Elena Poniatowska. Gracias a ellos, México es el país con más premios Cervantes después de España. Poniatowska hizo un comentario de Fernando del Paso, que lo tengo muy presente: “Pone adjetivos como si tuviera un salero”. “En marzo del año pasado cuando tuve el honor de recibir en la ciudad mexicana de Mérida el Premio José Emilio Pacheco a la Excelencia Literaria, hice un discurso que causó cierto revuelo. Sé muy bien que esas palabras despertaron una gran expectativa en lo que se refiere a las palabras que hoy pronuncio en España. Criticar a mi país en un país extranjero me da vergüenza. Pues bien, me trago esa vergüenza y aprovecho este foro internacional para denunciar a los cuatro vientos la aprobación en el Estado de México de la bautizada como Ley Atenco, una ley opresora que habilita a la policía a apresar e incluso a disparar en manifestaciones y reuniones públicas a quienes atenten, según su criterio, contra la seguridad, el orden público, la integridad, la vida y los bienes, tanto públicos como de las personas. Subrayo: es a criterio de la autoridad, no necesariamente presente, que se permite tal medida extrema. Esto pareciera tan sólo el principio de un estado totalitario que no podemos permitir. No denunciarlo, eso sí que me daría aún más vergüenza”.
Esas palabras no sorprenderían a los que supieran que desde el 1 de abril de 1935 en que un médico lo tuvo que sacar con fórceps, Fernando del Paso ha vivido al margen de ortodoxas utopías. De hecho, es un zurdo que escribe con la mano derecha porque las maestras de primaria que le enseñaron a escribir lo machacaron -“con grandes bríos y denuedo”- a reglazos en la mano izquierda cuando intentaba escribir con ella. Consiguieron a medias su objetivo: “No soy ambidextro, soy ambisiniestro”, apuntó. Más tarde, su mano izquierda se dedicó a dibujar “y así fue como se vengó de la derecha. Me cuentan que lloré un poco y, ¡oh maravilla!, lloré en castellano: y es que desde hace 81 años y 22 días, cuando lloro, lloro en castellano; cuando me río, incluso a carcajadas, me río en castellano, y cuando bostezo, toso y estornudo, bostezo, toso y estornudo en castellano. Eso no es todo: también hablo, leo y escribo en castellano”.
Días atrás, en una conferencia, en tierras castellanas no lejanas a La Mancha describió sus relaciones sexuales con Socorro, también muy ‘cervantinas’… Muchos hablan de historia mexicana cuando se refieren a Del Paso, pero esa temática que lo ha hecho popular es la vía que el autor utiliza para hablar sobre temas comunes a todos y que no dejan de ser deseados, como el amor, el erotismo, la crítica y el humor… “En mis libros el amor está expresado de manera espiritual y carnal, terrenal. ‘Palinuro de México’ es mi novela preferida, una especie de autobiografía sobre lo que hubiera querido ser y hacer. ‘Noticias del Imperio’ es la historia de un gran amor que se supone que existió entre Carlota y Maximiliano. Es que el amor en la literatura actual ha perdido la fuerza de otros siglos… Los autores creen que es un tema agotado, piensan que está manido, y se equivocan, porque nunca pierde interés ni en la vida real ni en los que quieren leer sobre él. El amor le sale a uno del fondo del alma, pero mucha gente no expresa sus sentimientos…”.
Sus palabras parecen liberar, ahora mismo, cualquier pasaje de ‘Palinuro de México’, que juega y juguetea con el amor, el deseo y la pasión, porque Del Paso convierte en fiesta de palabras ese amor torrencial, como prueba este pasaje… “Hacíamos el amor compulsivamente. Lo hacíamos deliberadamente. Lo hacíamos espontáneamente. Pero sobre todo, hacíamos el amor diariamente. O en otras palabras, los lunes, los martes y los miércoles, hacíamos el amor invariablemente. Los jueves, los viernes y los sábados, hacíamos el amor igualmente. Por último los domingos hacíamos el amor religiosamente. O bien hacíamos el amor por compatibilidad de caracteres, por favor, por supuesto, por teléfono, de primera intención y en última instancia, por no dejar y por si acaso, como primera medida y como último recurso. Hicimos también el amor por ósmosis y por simbiosis: a eso le llamábamos hacer el amor científicamente.
Pero también hicimos el amor yo a ella y ella a mí: es decir, recíprocamente. Y cuando ella se quedaba a la mitad de un orgasmo y yo, con el miembro convertido en un músculo flácido no podía llenarla, entonces hacíamos el amor lastimosamente. Lo cual no tiene nada que ver con las veces en que yo me imaginaba que no iba a poder, y no podía, y ella pensaba que no iba a sentir, y no sentía. (…) Para envidia de nuestros amigos y enemigos, hacíamos el amor ilimitadamente, magistralmente, legendariamente. Para honra de nuestros padres, hacíamos el amor moralmente. Para escándalo de la sociedad, hacíamos el amor ilegalmente. Para alegría de los psiquiatras, hacíamos el amor sintomáticamente. Y, sobre todo, hacíamos el amor físicamente. También lo hicimos de pie y cantando, de rodillas y rezando, acostados y soñando. Y sobre todo, y por simple razón de que yo lo quería así y ella también, hacíamos el amor voluntariamente”.Resumida someramente su vida, Del Paso pasó a repasar sus particulares obras completas, que incluyen menos libros que enfermedades: ‘José Trigo’ (1966), ‘Palinuro de México’ (1977) o ‘Noticias del Imperio’ (1987). Enumeró los males que le llevaron 15 veces al quirófano: una apendicitis, dos hernias, dos tumores “benignos”, un “desgarre” de corazón, un ‘stent’ en la arteria superficial de la pierna derecha, otro en la arteria coronaria izquierda, dos oclusiones intestinales… “Tan mal he estado en los últimos tiempos”, confesó, “que cuando alguien me vio me dijo: ‘Pero hombre, ¿así va usted a ir a España?’. Y yo le contesté: ‘Yo a España voy así sea en camilla de propulsión a chorro o en avión de ruedas”.
Rocinante es el nombre del caballo de Don Quijote. Volvió a cabalgar sobre las aguas del Océano Atlántico, para que la reencarnación mexicana de su amo recibiera el Premio Cervantes, que es el Nobel de Literatura de la lengua castellana. “Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le pondría… y así después de muchos nombres que formó borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a llamar Rocinante, nombre a su parecer alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo”. Así pues, antes de lo que ahora era, piel y huesos, fue rocín que Don Quijote aún seguía viendo como “mejor montura que los famosos Babieca del Cid y Bucéfalo de Alejandro Magno”. Fernando del Paso, ‘Don Quijote de la Restauración de México’.
Antes de Fernando del Paso, cinco escritores mexicanos de La Mancha ganaron el premio Cervantes: Octavio Paz, Carlos Fuentes, Sergio Pitol, José Emilio Pacheco y Elena Poniatowska. Gracias a ellos, México es el país con más premios Cervantes después de España, y son, dentro de su país, de los más galardonados y reconocidos por los lectores… Octavio, el Nobel. Ganador del Premio Nobel de Literatura en 1990, Octavio Paz fue el primer mexicano en recibir el Cervantes, en 1981. Vivió casi todo el siglo XX, desde marzo de 1914 hasta abril de 1998. Su labor periodística y su poesía son su lado más reconocido; su misión diplomática lo más criticado por sus connacionales y su faceta como maestro de secundaria en Mérida, capital del sureño Estado de Yucatán, la parte menos conocida de su carrera , según el secretario de Cultura de México, Rafael Tovar. Además de obtener los dos premios de literatura más importantes para el mundo de habla hispana, Paz ganó el Príncipe de Asturias, el Alfonso Reyes y el Xavier Villaurrutia; este último cuando tenía 43 años. Obsesivo lector y observador para el que nada era ajeno, cuya curiosidad no discriminaba lo popular ni lo aparentemente menor, Paz tuvo una prolífica obra, de la que el ensayo “El laberinto de la soledad” es quizá la más reconocida.
En 2014, México celebró el centenario del nacimiento de ‘su escritor más completo’ con un solo objetivo: que México lea más a Paz. En el marco de esta celebración, su colega y paisano Juan Villoro escribió: “Una y otra vez (Paz) renovó su idioma en el acervo popular”, celebrando “las fantasías y delirios verbales de los mexicanos”. No es casual que escribiera el prólogo a “Nueva picardía mexicana”, de Armando Jiménez: “Aquí sí hay lenguaje en movimiento, continua rotación de las palabras, insólitos juegos entre el sentido y el sonido, idioma en perpetua metamorfosis.
Carlos, el ‘más transparente’. Hijo de diplomático mexicano con misión entonces en Panamá, Carlos Fuentes nació en ese país en 1928. Conocido por su fino sentido crítico, la visión cosmopolita que le dio el ser ciudadano universal -pasó su infancia entre Argentina, Chile, Brasil, Estados Unidos y otros países americanos- y su claridad, Fuentes formó parte del boom de la literatura latinoamericana merced, sobre todo, a ‘La región más transparente’, novela de la cual la Ciudad de México adoptó cariñosamente esa autodenominación. En 1987 recibió el Premio Cervantes y fue elegido miembro del Consejo de Administración de la Biblioteca Pública de Nueva York. En los años posteriores recibió más condecoraciones, como la Legión de Honor francesa, la Orden al Mérito de Chile y el Premio Príncipe de Asturias, entre otras. Su obra se compone de más de 50 libros, entre los que destacan ‘La muerte de Artemio Cruz’ y la controversial ‘Aura’, una novela corta que sufrió la censura de Carlos Abascal, un secretario de Gobernación del Gobierno de Vicente Fox, quien la consideró impropia por su contenido sexual. Pero el escritor no creyó que ‘Aura’ hubiese sido afectada por la persecución de las ‘buenas conciencias’ sino todo lo contrario: en la Feria del Libro de Guadalajara 2008 agradeció la censura, porque “multiplicó las ventas” de su libro.
Sergio, el irónico. El narrador, ensayista y traductor Sergio Pitol es un ilustre hijo del central Estado mexicano de Puebla y de la Universidad Nacional, donde estudió Derecho. Igual que Carlos Fuentes fue diplomático (embajador de México en Checoslovaquia) e igual que los otros cinco Cervantes mexicanos, periodista. “Sus novelas son ejercicios de estilo que, mediante un humor refinado y mordaz, ofrecen una mirada desencantada de la realidad”, describe el Instituto Cervantes en su biografía. Destaca entre sus obras la “Trilogía del carnaval”, formada por ‘El desfile del amor’, ‘Domar a la divina garza’ y ‘La vida conyugal’. También fue ganador del premio Xavier Villaurrutia por ‘Nocturno de Bujara’. En 2005 recibió el Premio Cervantes por su trayectoria y 10 años después el Premio Alfonso Reyes, entre muchos otros galardones nacionales e internacionales. “Sus cuentos y novelas se alejan de las tendencias literarias predominantes en las letras hispanoamericanas de su generación y destacan por su carácter erudito e irónico”, agrega el Instituto Cervantes sobre el poblano.
Pacheco, el ‘devoto’. “En José Emilio, desde muy joven, había un aura de bondad, de vocación de servicio, de preocupación por los demás, de devocionario con puras flores del mal prensadas entre las hojas. Toda la vida, José Emilio, el poeta, vestido de luto, caminó, leyó y se dedicó al cuento de nunca acabar que es escribir”, escribió la mexicana Elena Poniatowska en 2014 sobre su colega, compañero y amigo José Emilio Pacheco, tras la muerte del autor de ‘Ciudad de la memoria’. “Su obra poética, caracterizada por la depuración extrema de elementos ornamentales, destaca por su compromiso social con su país”, dicta la biografía del mexicano en el Instituto Cervantes. Pacheco es otro hijo de la Universidad Nacional Autónoma de México, donde inició su trabajo periodístico y literario en revistas estudiantiles. Fue jefe de redacción del suplemento ‘México en la Cultura’, fundado y dirigido por el también escritor Fernando Benítez, donde fue compañero de Poniatowska, quien relata que José Emilio “sufría tormentos ignotos cuando rechazaba algún artículo del que Carlos Monsiváis se pitorreaba (…) Con razón, José Emilio dijo al recibir el Premio Cervantes que la lengua en la que nació constituye su única riqueza”.
Elena, la ‘polaquita preguntona’. “Siempre fui una preguntona y seguiré siéndolo hasta que me muera”, responde Elena Poniatowska al mote de ‘polaquita preguntona’ que el pintor Diego Rivera le adjudicó. La periodista recibió el Premio Cervantes en 2014 y es la única mujer mexicana que lo ha ganado hasta ahora. Es autora de la crónica más conocida sobre la masacre estudiantil de 1968 en México, “’La noche de Tlatelolco’, obra que también se vio favorecida por las amenazas de censurarla: se esparció el rumor de que el Ejército iba a incautar el libro, y se vendió como pan caliente, recuerda la escritora. “Eso fue la mejor propaganda. Todo el mundo salió corriendo a comprarlo. Se hicieron cuatro ediciones en un mes. La locura”.
‘Elenita’, como cariñosamente la llaman los mexicanos a su pesar, es muy popular en este país por su cercanía con la gente y su sencillez. Su trabajo periodístico ha reflejado el sentir de muchos, como en el libro “Nada, nadie”, en el que reunió historias de las víctimas del terremoto que azotó la Ciudad de México en 1985. Pero no todos la perciben igual: su abierto apoyo al excandidato presidencial Andrés Manuel López Obrador le ganó aún más admiración de los simpatizantes del político, pero también el contundente rechazo de sus opositores. El pesimismo de Fernando del Paso se confirmaba horas después de su intervención en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares. No era pesimismo de su ficción literaria sino realidad periodística de nuestro México… “La comisión de expertos acusa al Gobierno de obstruir el caso Ayotzinapa. Sostiene en su informe final que el Ejecutivo ha dejado sin investigar las conductas de ciertos funcionarios públicos y apunta al Ejército”, titulaba el periódico español EL PAÍS, desplazando de la portada principal la entrega del Premio Cervantes al sexto escritor mexicano. Titulábamos en nuestra columna EL BESTIARIO, por entonces: “Ayotzinapa, la hoguera que oscurece México, sigue ardiendo. Ante la excesiva politización de este trágico caso, posiblemente nunca conozcamos la ‘verdad’ que satisfaga a familiares y amigos de los normalistas y a una escéptica opinión pública nacional e internacional. El relato oficial, cuestionado por la OEA y forenses argentinos, sostiene que la noche del 26 al 27 de septiembre de 2014, los 43 estudiantes, tras ser capturados por la Policía Municipal de Iguala, fueron entregados a los sicarios de Guerreros Unidos, que les asesinaron e incineraron en el recóndito vertedero de la vecina Cocula”. “En este territorio bipolar, el carnaval coexiste con el apocalipsis. El emporio turístico de Acapulco y la riqueza de los caciques contrasta con la pobreza de la mayoría, y el narcotráfico no es la principal causa de su deterioro”, escribía Juan Villoro”.
Mientras no se sepa con certeza qué sucedió con los normalistas de Ayotzinapa, desaparecidos del 26 al 27 de septiembre de 2014, “el caso no está cerrado”, afirmó hace unas horas el coordinador de los senadores del PRI, Miguel Ángel Osorio Chong. Este político fue Secretario de Gobernación de México del 1 de diciembre de 2012 al 10 de enero de 2018, durante el mandato que ahora llega a su fin del presidente Enrique Peña Nieto. El 7 de noviembre de 2014, en entonces procurador, Jesús Murillo Karam, informó que tres integrantes del grupo criminal ‘Guerreros Unidos’ confesaron haber recibido y ejecutado al grupo de personas que les entregó la policía de Iguala y Cocula, con lo que pretendió cerrar el caso. “Los enterraron con todo y ropa, los quemaron con toda y ropa… Cuando los peritos analizaron el lugar encontraron cenizas y restos óseos, que por las características que tienen corresponden a restos humanos”, dijo. Sin embargo, el 06 de septiembre el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) presentó un informe que desmiente la “verdad histórica”, al señalar no hay evidencias de que los estudiantes hayan sido incinerados en el basurero de Cocula. En agosto de este año, el presidente Enrique Peña Nieto lamentó que los padres de los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa no hayan aceptado la investigación de la PGR, en la que “había evidencias claras y contundentes de que los 43 jóvenes habían sido incinerados por un grupo delincuencial que operaba en el estado de Guerrero”. “Con el dolor que causa y con lo que significa la pena para los padres de familia, yo estoy en la convicción que lamentablemente pasó lo que justamente la investigación arrojó“, agregó.
El exsecretario de Gobernación dijo en entrevista que para él “no hay una conclusión final, mientras no se sepa con certeza dónde quedaron los jóvenes”. “Sí la tengo (certeza) por la institución, pero mientras haya dudas del otro lado, de parte de los papás o sociedad, para mí no está cerrado el caso y creo que institucionalmente no está cerrado el caso”, recalcó Miguel Ángel Osorio Chong. El legislador aseguró que hubo elementos del Ejército sí fueron llamados a declarar ante el Ministerio Público. “Creo que hay que dejar que el nuevo gobierno revise el tema, yo creo que hay que hacerlo, y no le deben quedar dudas ni a los que entran ni a los papás”, añadió. “¡Todos somos Ayotzinapa!”, Fernando Del Paso.
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