‘El confesionario’ de los narcos en Nueva York

El proceso contra Genaro García Luna, arquitecto de la guerra  con Felipe Calderón, se agiliza, y revela que los capos mexicanos que sembraron el terror durante años están listos a contar todo sobre sus horrores y excesos, sin ‘Espíritu de Enmienda’

SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY

Las luces de la Corte del Distrito Este de Nueva York se apagaron a petición de los fiscales. Harold Poveda, alias ‘El Conejo’, estaba rodeado por decenas de personas: el juez, el jurado, los abogados y los periodistas. Pero en ese momento se quedó solo. “¿Puede explicarnos lo que estamos viendo, por favor?”, le preguntaron cuando empezaron a proyectarse las imágenes. “Sí, cómo no”, dijo el capo con un marcado acento colombiano. “Es mi casa”. El narcotraficante empezó a describir “la mansión de la fantasía”, un palacete al sur de Ciudad de México que tardó cuatro o cinco años construir. Le costó casi siete millones de dólares. La cámara enfocaba una puerta tallada a mano que trajo de la India, la imitación de una armadura medieval, puentes colgantes que surcaban amplios jardines y una piscina que se conectaba con su discoteca personal. Lo que nadie esperaba era un relato tan detallado de ‘El Conejo’ sobre sus animales. Solo en esa residencia tenía leones, otros grandes felinos, un chimpancé, aves exóticas y un gato persa “espectacular” y blanco “como la cocaína”. De pronto, Poveda se puso a llorar. Recordó con la voz entrecortada el reino que construyó en medio de una guerra total de carteles hace 15 años y las traiciones que finalmente lo llevaron a perderlo todo. Poco antes se había mostrado orgulloso porque esa noche no lo atraparon. Alcanzó a escalar la jaula de los tigres blancos y pudo fugarse.

Casi todo lo que se conocía de “la mansión de la fantasía” era por trabajos periodísticos. De hecho, fueron los medios de comunicación los que grabaron el vídeo que se presentó en el tribunal y a los que se les ocurrió ponerle ese nombre. Esta vez, sin embargo, era ‘El Conejo’ quien lo revivía todo, como si fuera un relato autobiográfico. Poveda, antiguo miembro del Cartel de Sinaloa, fue llamado a declarar esta semana en el juicio contra Genaro García Luna, el que fuera el máximo responsable de la seguridad de México durante el Gobierno de Felipe Calderón (2006-2012), un periodo en el que el expresidente emprendió lo que se conoció como guerra contra el narco, que aún tiene sus consecuencias. García Luna, otrora modelo policial, enfrenta cargos por narcotráfico y delincuencia organizada en Estados Unidos después de su detención en Dallas en diciembre de 2019. Los testimonios de ‘El Conejo’ y de otros capos que se han convertido en cooperantes de las autoridades tienen pasajes extravagantes y a veces, francamente, increíbles. Pero no han sido cándidos ni coloridos. Son también un mea culpa: yo maté, yo secuestré y yo torturé. Ya no se trata de series de televisión ni de historias de ficción. Dos décadas después de sembrar el terror, son ahora los narcos quienes lo cuentan todo.

El juicio más relevante para México desde la caída de Joaquín ‘El Chapo Guzmán’ -sentenciado en la misma corte y por el mismo juez que lleva este caso- se ha convertido en el telón de fondo del mayor ejercicio de memoria colectiva sobre la guerra contra el narcotráfico, que ha dejado cientos de muertos en el país. ‘El Conejo’ habló de cómo mandó a matar al amante de su esposa, un policía colombiano. Detalló cómo sus jefes pensaron hacer lo mismo con García Luna, que en ese entonces llevaba las riendas de la Seguridad en el país, y “mandarle su cabeza al Gobierno para que todos vieran que con ellos no se jugaba”. Confesó que había ganado entre 300 y 400 millones de dólares durante su carrera criminal. Y contó que se declaró culpable en Estados Unidos de traficar más de un millón de kilos de cocaína. Su historial le auguraba pasar el resto de su vida tras las rejas, pero desde 2019 está en libertad condicional. Parte de los testigos a los que ha recurrido la Fiscalía ya han cumplido sus penas, mientras que otros permanecen aún en las cárceles de Estados Unidos, caso de los más esperados por todos, que aún no han intervenido.

“Usted dijo que era responsable de la muerte de por lo menos 100 personas, ¿correcto?”, preguntó Florian Miedel, uno de los abogados de la defensa, a Óscar Nava Valencia. ‘El Lobo’, como también es conocido el capo, que se quedó mudo por unos instantes. “Me tocó tomar malas decisiones en mi vida, sí”, espetó el testigo. “¿A eso le llama tomar malas decisiones?”, replicó Miedel. Confrontado sobre su legado de violencia, Nava Valencia sostuvo que si estaba ahí era para contar la verdad, por más cruda que fuera y por más incómodo que le pusiera esa situación. “Para uno no es fácil sentarse aquí y decir las cosas como son”, admitió el narcotraficante. “¿Usted torturó?”, preguntó la fiscal adjunta Erin Reid a Israel Ávila, otro antiguo integrante del Cartel de Sinaloa. “Varias veces”, contestó. “¿Más de 10 veces?”, cuestionó Reid. “Probablemente”, dijo Ávila tras otra larga pausa. Intentaba hacer memoria. El narcotraficante, un mando medio de la organización, explicó que fue víctima y también victimario. “Me torturaron porque creían que estaba trabajando con el Gobierno de Estados Unidos”, dijo. La prueba de lealtad le dejó marcas de cortes en la cara, quemaduras en todo el cuerpo y huesos rotos por las palizas y las ataduras. Pero tuvo que quedarse. “Tuve que seguir trabajando para ellos porque si no me iban a matar”. Antes de que la fiscal hiciera otra pregunta alcanzó a decir: “No solo a mí, sino a mi familia también”. ‘El Conejo’ también aseguró que fue torturado, pero no a manos de sus rivales, sino de la Policía a cargo de García Luna. “Me vendaron los ojos”, relató. Fue golpeado antes de ser presentado a las autoridades y presionado por agentes que saquearon dos de sus propiedades y lo obligaron a grabar una confesión falsa, declaró. “Me pusieron una bolsa de plástico para ahogarme”, siguió. “Me desnudaron”. “Me dieron toques eléctricos”. “Hasta que ya no pude más”, zanjó. Un día después del secuestro fue presentado ante los medios como un trofeo de guerra.

En los testimonios del juicio, la línea que divide a las autoridades del crimen organizado ha sido, por momentos, muy estrecha. Eso es lo que está en juego. García Luna es acusado de tener nexos con el narcotráfico desde hace más de 20 años. Sergio Villarreal Barragán, el primer testigo llamado por la Fiscalía, contó cómo se disfrazó de policía y prácticamente coordinó la captura de Jesús ‘El Rey Zambada’, su antiguo socio en el Cartel de Sinaloa, en 2008. El narco estaban tan infiltrado en los cuerpos de seguridad que tenían uniformes, patrullas e identificaciones iguales a las de las fuerzas del orden, siempre según su testimonio. Dijo que recibían información sensible, que había repartos a partes iguales de la droga incautada, que quitaban y colocaban a comandantes a cambio de sobornos multimillonarios. En una ocasión, aseguró, se entregó tanto dinero que no cabía en el coche donde lo llevaban “El cartel creció con ayuda del Gobierno”, afirmó ‘El Grande’, como también es conocido el narco de mayor rango que ha hablado sobre el caso, que fue detenido en 2010 y extraditado en 2012, durante el sexenio de Calderón y que, después de cumplir su condena, fue liberado hace más de un año.

No solo fue Villarreal Barragán. ‘El Lobo Valencia’ dijo que pagó tres millones de dólares para reunirse con el entonces secretario de Seguridad durante 15 minutos en un lavado de autos de Guadalajara, la tapadera de uno de sus socios. Ávila dijo que eran los propios agentes quienes les ayudaban a descargar los cargamentos de droga que aterrizaban en el Aeropuerto Internacional de Ciudad de México y otras terminales del país. Incluso, comentó que les ayudaban a esconderse y que se reían a carcajadas cuando escuchaban en las frecuencias de radio cuando otros policías decían que iban tras ellos. Poveda presumió que pudo regresar a Colombia sin pasar por migración y que los policías lo escoltaron hasta la puerta del avión para que no hubiera problemas. “Fue una belleza”, dijo ‘El Conejo’. No han sido solo los capos quienes han contado su verdad. Raúl Arellano, un expolicía mexicano, relató que recibía “órdenes extrañas” para dar vía libre al tráfico de drogas en el aeropuerto de la capital mexicana. Existía todo un código policial para sellar el pacto de impunidad en el trasiego de cocaína, armas y dinero. “Hablaban de que habían pasado bien ‘la maleta’ de la 79 [clave para droga] y el 40 [dinero], zanjó Arellano. Francisco Cañedo, otro antiguo agente, afirmó que vio a su jefe reunido con Arturo Beltrán Leyva y Édgar Valdez Villarreal La Barbie, dos de los narcotraficantes más temidos de su época. “Me quedé temblando”, dijo sobre el encuentro supuestamente protagonizado por el jefe de su corporación. Tras denunciar, Cañedo acabó inculpado de seis delitos graves, pero después fue exonerado. Decepcionado y hastiado, Arellano renunció.

García Luna, en voz de sus abogados, ha dicho que los testimonios rayan en lo fantástico. “No hay evidencia del dinero ni fotos ni correos electrónicos ni mensajes de texto”, dijo César de Castro, el líder de la defensa. “Todo se basa en los testimonios de asesinos, secuestradores y traficantes”, agregó. Para algunos medios de comunicación y sectores de la población, los testimonios son difíciles de creer. Les cuesta imaginarse a un miembro del Gabinete reunido en un día laboral con varios jefes criminales y recibiendo maletas con más de un millón de dólares en dinero sucio, sometido a sus órdenes. Otros creen que el acusado ya está prácticamente sentenciado, pese a que falta casi un mes y medio para que termine el juicio. El destino del acusado se decidirá a más de 3.000 kilómetros de la frontera. Muchos años después y como si recordaran vidas pasadas, los narcotraficantes entran y salen del confesionario en cada audiencia. A veces son retadores y otras parecen acorralados o arrepentidos. Hablan de volúmenes de dinero inimaginables; submarinos y lanchas llenos de “mercancía”; coches de lujo y joyas finas; sobrenombres ridículos, y corrupción en todos los órdenes de Gobierno. La Fiscalía tendrá el reto de atar los cabos y respaldar los relatos más allá de una “duda razonable”.

El arrepentimiento es el pesar que una persona siente por algo que ha hecho, dicho o dejado de hacer. Quien se arrepiente cambia de opinión o deja de ser consecuente con un determinado compromiso. Por ejemplo: “No tengo palabras para expresar mi arrepentimiento: te juro que nunca volveré a hacer algo semejante”, “El juez no encontró ningún rastro de arrepentimiento en las declaraciones del condenado”, “Sin arrepentimiento, no tiene sentido que pidas perdón”, “El supuesto arrepentimiento del asesino no tuvo ninguna importancia para la familia de la víctima”. El arrepentimiento se asocia al pesar por una falta cometida. Arrepentirse es un acto espontáneo, que debe surgir de la comprensión legítima de los propios errores, aunque esto no significa que no vuelvan a cometerse. A grandes rasgos, puede distinguirse entre faltas involuntarias y voluntarias, siendo estas últimas las más fáciles de evitar. Ciertos trastornos psicológicos llevan a las personas a cometer actos de variada gravedad que perjudican a terceros, sin realmente desearlo o, en algunos casos, sin ser conscientes de ellos. En casos de esta naturaleza, puede existir un arrepentimiento auténtico a pesar de que la situación no mejore. Es importante señalar que algunas enfermedades dan origen a la comisión de crímenes tales como violaciones y asesinatos contra la voluntad de quien los lleva a cabo; sobra decir que esto resulta muy difícil de entender y aceptar para las víctimas y sus seres queridos.

En la escolástica temprana es comúnmente aceptado que todo arrepentimiento verdaderamente religioso va unido necesariamente al amor que justifica. Entre todos los actos que concurren en el sacramento de la penitencia, se atribuye solo al arrepentimiento la capacidad de perdonar pecados. En el siglo XXII (Escuela de Giberto de Poitiers) aparece el concepto de ‘atritio’ o ‘arrepentimiento imperfecto’: cuando el pecador no renuncia por completo a su pecado, cuando su propósito de enmienda y satisfacción es ineficaz, cuando el arrepentimiento no es suficientemente intenso… Suele definirse la atrición como el pesar que experimenta el creyente de haber ofendido a Dios, no tanto por el amor que se le tiene (como es el caso de la contrición), sino más bien por temor a las consecuencias de la ofensa cometida. La atrición se consideraba ordenada a la contrición, en la cual debía desembocar. En términos escolásticos: la atritio es un arrepentimiento ‘informe’, la contritio es un arrepentimiento ‘formado’ mediante la gracia y el amor. El pecador debe acercarse al sacramento de la penitencia con contrición, es decir, ya justificado. Cuando sin culpa del pecador esto no sucede, entonces según Tomás de Aquino la gracia del sacramento (comunicada en la absolución) hace que la atrición se transforme en contrición. Según Duns Escoto, en 1308), no se requiere la contrición para acercarse al sacramento de la penitencia; basta la atrición. El pecado no se borra por el arrepentimiento, fruto de la gracia, sino solamente por la infusión de la gracia justificante. Ambas teorías (la de santo Tomás y la de Duns Escoto) pueden ser defendidas libremente en la teología católica. El Concilio de Trento no quiso tomar postura por ninguna de ellas y enseñó que la atrición dispone al pecador para obtener la gracia del sacramento de la penitencia (DS 1705).

En el Catecismo de Juan Pablo II, se afirma que la contrición imperfecta o atrición es también un don de Dios debido a la acción del Espíritu Santo. Ahora bien, se aclara que, por sí misma, esta atrición no alcanza el perdón de los pecados graves: “Cuando brota del amor de Dios amado sobre todas las cosas, la contrición se llama ‘contrición perfecta’ (contrición de caridad). Semejante contrición perdona las faltas veniales; obtiene también el perdón de los pecados mortales si comprende la firme resolución de recurrir tan pronto sea posible a la confesión sacramental. La contrición llamada ‘imperfecta’ (o ‘atrición’) es también un don de Dios, un impulso del Espíritu Santo. Nace de la consideración de la fealdad del pecado o del temor de la condenación eterna y de las demás penas con que es amenazado el pecador. Tal conmoción de la conciencia puede ser el comienzo de una evolución interior que culmina, bajo la acción de la gracia, en la absolución sacramental. Sin embargo, por sí misma la contrición imperfecta no alcanza el perdón de los pecados graves, pero dispone a obtenerlo en el sacramento de la Penitencia.

La Fiscalía llamará a su último testigo contra Genaro García Luna a principios de la próxima semana. Así lo anunciaron este miércoles las autoridades estadounidenses, en un ajuste súbito del calendario que se tenía previsto que siguiera el juicio en Nueva York. El cambio en la estrategia de los fiscales provocó quejas de los abogados del exfuncionario, a quienes en un inicio se les había informado de que los interrogatorios iban a tomar seis semanas. La defensa tendrá que decidir en estos días si llamarán a García Luna a declarar. “Es una decisión de él”, dijo César de Castro, el líder del equipo que defiende al acusado, en una breve entrevista al salir de la corte de Brooklyn. Hasta ahora, la Fiscalía ha llamado a 25 personas a declarar contra García Luna. Aunque en un inicio se habló de una lista de 70 testigos listos para tomar el estrado durante los procedimientos, la Fiscalía decidió descartar a varios de ellos, lo que permite tener un juicio más corto de lo que se había pensado. La defensa respondió que no iba a llamar a testigos propios, al menos eso es lo que tienen planeado. La única incógnita es si García Luna tomará la decisión de declarar. En este tipo de casos, es muy poco común que los acusados hablen frente al jurado porque eso abre la puerta a que la Fiscalía realice un contrainterrogatorio. Bajo ese supuesto, García Luna tendría que enfrentar los cuestionamientos de los fiscales y responder bajo juramento, con el riesgo de ser acusado de perjurio por mentir a la corte si al final se comprueban los cargos. De Castro dijo que no podía comentar sobre las conversaciones que ha tenido con su cliente al respecto, debido a la confidencialidad que prima en la relación con su representado. “No sé, es la estrategia de ellos”, dijo en español el abogado defensor cuando se le pidió su opinión sobre la decisión de las autoridades de acelerar el paso y acortar el calendario del juicio. “¿Sorpresa? No”, agregó.

El juez Brian Cogan había pedido el martes a los fiscales que le hicieran llegar en las siguientes horas una nueva propuesta de calendario. La Fiscalía manifestó en un escrito judicial que esperaba terminar con el interrogatorio de sus testigos a más tardar el próximo martes. Cogan adelantó que no iba a haber audiencia este jueves y el documento de las autoridades aclaró que era por un “asunto de logística” para llamar a su siguiente testigo “significativo”. La sesión de este miércoles estuvo marcada por el testimonio de cuatro agentes estadounidenses de las fuerzas del orden. Iván Carrera, un agente de la DEA que participó en la detención del exfuncionario en Dallas (Texas) en diciembre de 2019, contó que García Luna negó haber tenido nexos con el narcotráfico durante su gestión y también dijo que no conocía a Iván Reyes Arzate, un excomandante de la Policía Federal que fue condenado en 2022 a 10 años de cárcel por ese delito. La Policía Federal dependía de la Secretaría de Seguridad Pública de García Luna. “Dijo que nunca los ayudó y que los combatió”, comentó Carrera, quien admitió que la declaración después del arresto no se grabó por un problema con el equipo de la DEA. Pese a eso, el exsecretario aceptó dar su testimonio y dio las claves de acceso a sus dispositivos electrónicos para que fueran revisados por las autoridades.

También estuvo en la corte George Dietz, un empleado del Departamento de Justicia que ha colaborado en la investigación contra García Luna para los fiscales del Distrito Este de Nueva York, donde se celebra el juicio. Dietz habló de varias fotografías de una lujosa casa que tenía el acusado, pero su testimonio quedó incompleto y se retomará el lunes, a la espera de que el juez tome una decisión sobre las evidencias que admitirá en el proceso. Antes estuvieron Marlene Tarantino, la funcionaria que revisó la solicitud de naturalización de García Luna en 2019, y Egbert Simon, un oficial que también estuvo involucrado en ese proceso. Tarantino fue llamada casi al final de la sesión del martes y tuvo que regresar para concluir su declaración. El exfuncionario es acusado de dar declaraciones falsas cuando completaba el trámite: dijo que no había cometido ningún delito. De acuerdo con lo que discutieron Cogan y las partes, lo previsto es que Dietz regrese el lunes de la próxima semana a declarar. Se espera también que, inmediatamente después, la Fiscalía llame a un “testigo significativo”, el que mencionó en su último escrito y por el que pidió que se cancelara la sesión del jueves de esta semana. La fiscal adjunta Saritha Komatireddy adelantó que era muy probable que los fiscales terminaran con sus interrogatorios el mismo lunes. Eso cierra también la posibilidad a varios cooperantes que se esperaba que declararan en el juicio por narcotráfico y delincuencia organizada. Aún no se sabe quién será el último testigo de la Fiscalía.

A partir de ese punto, el calendario programado depende de si García Luna declara o no. Si se presenta, es muy probable que su declaración sea el martes. Si no, ambas partes den la próxima semana su declaración de cierre o su intervención final. Es la última oportunidad que tienen de dirigirse al jurado, hacer un resumen de los testimonios y pruebas, y tratar de convencerlos de que García Luna es culpable o de que no lo es. Después de eso, el juez Cogan dará las instrucciones a los jurados de cómo deben emitir su veredicto. La siguiente fase es un periodo de deliberación, para el que no hay plazos fijos: durará lo que le tome a los 12 integrantes tomar una decisión. Finalmente, cuando se conozca el veredicto se presentará a la corte. Si García Luna habla en el tribunal, esa previsión se puede recorrer algunos días. Todo depende de los tiempos que marque Cogan en las siguientes sesiones. Lo que es prácticamente un hecho es que el juicio contra el exsecretario acabará antes de lo que se había anticipado.

Un policía desarmado: la soledad de Genaro García Luna. El juicio en Nueva York desmitifica la imagen del arquitecto de la guerra contra el narcotráfico en México y pone al descubierto su faceta más vulnerable, desconcertado, meditabundo y preocupado. Genaro García Luna clavó la mirada en el vacío. Meditabundo, el exsecretario de Seguridad se llevó un bolígrafo a la boca y otras veces recargó la cabeza sobre su brazo derecho. Todo a su alrededor daba vueltas. La sala era como un carrusel que giraba en cámara rápida y del que no se podía bajar. Ahí estaba su esposa, sus abogados, los fiscales y los miembros del jurado. Del otro lado del pasillo, en una sala alterna, unos 20 reporteros observaban cada uno de sus movimientos y diseccionaban cualquier reacción. Bajo ese microscopio, el exfuncionario mexicano de más alto rango que ha pisado una corte en Estados Unidos se veía solo, vulnerable y, por momentos, desencajado. Afuera de la Corte de Brooklyn se hablaba de todo lo que estaba en juego, de las grandes implicaciones políticas de su juicio por narcotráfico, de todo lo que podía a salir a la luz de su pasado. Pero dentro del tribunal, el antiguo secretario de Seguridad era un policía desarmado. García Luna sorprendió a propios y extraños al mostrarse sonriente el pasado martes, en el primer día del juicio. La Fiscalía de Nueva York lo acusa de tráfico de cocaína, delincuencia organizada y falsedad de declaraciones.

Pese a todo, él parecía tranquilo. Saludaba a sus abogados con camaradería y no parecía inmutarse ante la cámara que grabó cada uno de sus gestos. En México se dijo que quizás estaba relajado porque tenía un as bajo la manga, algún material para embarrar a alguien más y llegar a un acuerdo para zafarse del problema con un castigo menor. César de Castro, su representante, lo negó de forma tajante y aseguró que el equipo legal estaba listo para defender su inocencia. Los fiscales aseguran tener más de un millón de documentos que lo incriminan y más de 70 testigos dispuestos a declarar. “No estamos interesados en ningún acuerdo a menos que ellos estén listos para retirar los cargos”, dijo De Castro, empeñado en mandar la señal de que, aunque se hable de una montaña de pruebas, las evidencias contra su cliente no son sólidas. De a poco se fue poniendo más serio a lo largo de esta semana. Tenía otra vez el rostro endurecido, el ceño fruncido que lo ha caracterizado y el pelo más blanco de como se le recordaba. En el tribunal, el proceso judicial se estancó en la selección del jurado. Pero en otra oficina de la Corte, el juez Brian Cogan tenía que decidir sobre una serie de mociones presentadas por ambas partes. García Luna, por ejemplo, quería presentar una retahíla de condecoraciones y halagos públicos que le habían hecho sus antiguos socios en la Casa Blanca. El periodo más intenso de cooperación en Seguridad entre México y Estados Unidos fue durante el Gobierno de Felipe Calderón y el secretario tenía entonces comunicación permanente con Washington. Ahora quiere presentarse como un político avalado por los altos cargos estadounidenses y que pasó todos los controles de confianza que se le impusieron.

El juez lo frenó en seco bajo el argumento de que lo que pueda decir un político en un acto oficial o una ceremonia similar tiene poco o nulo valor probatorio en un tribunal. Sí le permitió elegir cinco imágenes de su álbum de fotografías con políticos destacados. La lista de las personas con las que se codeó incluye, entre otros, al expresidente Barack Obama, a los entonces candidatos presidenciales John McCain y Hillary Clinton, y a tres directores de la CIA. Cogan le dijo que si había algún funcionario retirado o en activo que estuviera dispuesto a hablar bien de él en el estrado, iba a permitir que el jurado escuchara el testimonio. Pero la posibilidad se antoja sumamente remota. Parece que en Washington nadie quiere tener nada que ver con García Luna. El juicio ha causado revuelo en México, pero ha recibido muy poca atención en Estados Unidos. La Fiscalía ha sido muy cuidadosa y ha intentado no salpicar a ninguna agencia ni institución estadounidense en el proceso de demostrar el contubernio entre un alto cargo mexicano con el crimen organizado. El presidente, Andrés Manuel López Obrador, puso de manifiesto este desequilibrio. “Me llama la atención esto, de que los abogados dicen que no se involucre a autoridades de Estados Unidos. ¿Por qué no?”, cuestionó.

El expresidente Calderón ha sido criticado por argumentar que nunca estuvo al tanto de ningún nexo de García Luna con los carteles, si es que hubo tal cosa, pero el argumento de los funcionarios estadounidenses es muy similar. “Ahora sí que nadie se enteró, nadie supo, hasta que de repente lo detienen y viene la acusación”, ironizó López Obrador. El asunto ha pasado prácticamente inadvertido y pocos medios estadounidenses han incidido en las implicaciones de este lado de la frontera, pese a que la guerra con el narcotráfico se libra en un territorio trasnacional.,La defensa ha identificado ese punto débil y es de esperarse que lo explote en las próximas semanas. La Fiscalía tiene como armas testimonios sobre sobornos millonarios, esquemas de corrupción, amenazas a la prensa y señalamientos que rayan en el sicariato. El principal desafío es que los jurados los consideren creíbles y que después de escuchar decenas de testimonios, los ciudadanos puedan asumir que los crímenes están comprobados.

Por eso, los abogados de García Luna se centrarán en atacar su credibilidad. Se lee entrelíneas, pese a que todavía falta un tramo largo de estrategias legales, que no será tanto un “yo no lo hice”, sino un “quienes me acusan no son confiables”. La Fiscalía afirma, en cambio, que lo que es realmente inverosímil es que no haya hecho nada cuando hay tantos exfuncionarios corruptos, gente que trabajó para él y capos de la droga que lo apuntan con el dedo. Será este lunes cuando dos versiones irreconciliables de los hechos se expondrán por primera vez ante los 12 miembros del jurado. García Luna llegará escoltado al ingresar a la sala y se pondrá sus lentes con aire nervioso. Se sentará con sus abogados, se someterá de nuevo al escrutinio público y seguirá el proceso con ayuda de la traducción antes de volver a la soledad y al destierro. El destino del jefe policial más polémico en la historia reciente de México está ahora en manos de sus viejos socios, sus enemigos y un jurado.

La cúpula del Cartel de Sinaloa ha encajado un nuevo revés. José Guadalupe Tapia Quintero, uno de los capos de más alto rango del grupo criminal, ha sido arrestado cerca de Culiacán durante la madrugada de este jueves en un operativo de la Guardia Nacional con el apoyo del Ejército, según ha confirmado a este diario la Secretaría de Defensa Nacional (Sedena). Tapia Quintero, alias ‘El Lupe’, es considerado desde 2014 por el Departamento del Tesoro de Estados Unidos como uno de los principales responsables logísticos de la organización liderada por Ismael El Mayo Zambada, una de las dos facciones más fuertes del cartel, enfrentada con los Chapitos: los hijos del antiguo socio de Zambada, Joaquín ‘El Chapo’ Guzmán, condenado a cadena perpetua por la justicia estadounidense. El Departamento del Tesoro de EE UU calificó a ‘El Lupe’ el 16 de enero de 2014 como un “teniente mayor” del Cartel de Sinaloa por “su rol en el tráfico de drogas de Ismael El Mayo Zambada” y por “jugar un papel significante en el tráfico de drogas internacional”, reza un comunicado de la entidad federal. “Tapia Quintero supervisa el transporte de cocaína y marihuana para la organización de Zambada y es responsable de coordinar la adquisición y el transporte de cocaína y metanfetamina desde Sinaloa a los Estados Unidos, específicamente Arizona y California, mensualmente”, continúa el documento.

En aquel comunicado, el organismo también identificó a Tapia Quintero como operador para “una célula afiliada con Joaquín El Chapo Guzmán”, que movía metanfetamina desde Sinaloa a Tijuana y Baja California escondida en el interior de tráileres. Un año después, en 2015, El Chapo fue detenido y extraditado a Estados Unidos, donde cumple condena. Su arresto inició una guerra entre las dos facciones más poderosas del Cartel de Sinaloa: Los Chapitos o Los Menores, comandada por tres de los hijos de Guzmán, Iván Archivaldo, Jesús Alfredo y Ovidio, detenido a principios de enero; y la liderada por El Mayo, el único capo histórico del narcotráfico mexicano que a sus más de 70 años nunca ha pisado la cárcel.

‘El Lupe’, según la prensa local, fue arrestado por un operativo que incluyó helicópteros en Tacuichamona, un poblado rural de donde algunas fuentes señalan que es originario. El lugar se encuentra en los alrededores de Culiacán, uno de los centros neurálgicos del cartel. En agosto del año pasado, las autoridades ya habían conseguido apresar al hijo del capo, Heibar Josué Tapia, también involucrado en la organización criminal. El gobernador de Sinaloa, el morenista Rubén Rocha Moya, ha confirmado que el narco ya se encuentra en la Ciudad de México y celebró que su captura fue más pacífica que la de Ovidio Guzmán un mes antes, de acuerdo con declaraciones recogidas por Milenio. La detención de Ovidio desató una respuesta extrema del cartel, que dejó centenares de vehículos calcinados y una ciudad, Culiacán, levantada en armas y narcobloqueos, con imágenes que recordaban a la de los países en guerra abierta. No era la primera vez que las autoridades intentaban arrestar al narcotraficante: en 2019, en una jornada recordada por la población como el jueves negro o culiacanazo, el Gobierno decidió liberar al hijo de ‘El Chapo’ después de unas pocas horas en cautividad para frenar la espiral de violencia que desplegaron sus secuaces.

La caída del Chapito alimentó la sensación extendida entre la población de que las autoridades benefician a la facción de El Mayo, un capo nunca arrestado, escondido desde hace años en algún lugar de la sierra sinaloense, según los expertos. La detención de Tapia Quintero ahora ayuda a equilibrar la balanza. Su arresto se produce mientras, a miles de kilómetros, un tribunal de Nueva York juzga a Genaro García Luna, el exsecretario de Seguridad Pública durante el Gobierno de Felipe Calderón (2006-2012), uno de los artífices de la estrategia conocida como “guerra contra el narco” y acusado por la justicia estadounidense de ser un colaborador a sueldo del Cartel de Sinaloa. El funcionario mexicano de más alto rango en ser juzgado al otro lado del Río Bravo enfrenta tres cargos por narcotráfico, uno por delincuencia organizada y otro por dar declaraciones falsas. En una las sesiones del juicio, el antiguo fiscal de Nayarit, Édgar Veytia, alias ‘El Diablo’, condenado también en Estados Unidos por narcotráfico, aseguró que García Luna y Calderón dieron la orden de proteger a ‘El Chapo’ y sus colaboradores en una época en la que que El Mayo y Guzmán eran socios- frente al resto de capos mexicanos, en plena guerra entre carteles por el control del territorio. De acuerdo con Milenio, ‘El Lupe’ tenía una serie de empresas fachadas de transporte y mudanzas que en realidad usaba para traficar drogas de un lado a otro de la frontera. Las compañías están siendo investigadas. Según el diario mexicano, Tapia Quintero también fue policía municipal y se aprovechó de su cargo para escalar en la jerarquía del cartel, hasta llegar al puesto de poder que ha detentado hasta su detención. Ahora su futuro se decidirá en los tribunales. Solo queda por esclarecer si será en los mexicanos o, como muchos de sus antiguos socios y García Luna, al otro lado de la frontera.

El número de estadounidenses que residen en México de manera temporal o permanente aumentó en 2022 un 69,9% respecto a la cifra de 2019, año anterior al comienzo de la pandemia de la covid-19, según reflejan los datos de la Unidad de Política Migratoria de la Secretaría de Gobernación. El dato ha pasado concretamente de los 11.594 a los 19.122, una diferencia de 7.528 personas a las que se les ha otorgado al menos una de las tarjetas de residencia que permiten vivir en el país de manera regular. El número de expediciones de permisos a estadounidenses en el 2022 fue el más alto desde el año 2013, cuando el conteo alcanzó las 20.374. Desde ese momento hubo un descenso constante de residentes año tras año hasta que en 2021 volvió a darse un aumento. El punto más bajo de los diez últimos años se pudo observar en el año 2020, con el que dio comienzo la pandemia que generó un impacto claro en todo el mundo debido a las restricciones impuestas por la COVID-19, aunque México no impuso medidas restrictivas a la llegada de viajeros extranjeros. El Departamento de Estado de EE UU recomienda a sus ciudadanos no viajar a seis de los 32 Estados mexicanos debido, principalmente, a la “delincuencia” y a los “secuestros”: Colima, Guerrero, Michoacán, Sinaloa, Tamaulipas y Zacatecas. A pesar de ello, 1.018 de sus ciudadanos viven en estos territorios, lo que supone el 5,32% del total de estadounidenses en México. La mayoría de estos casos (467) decidieron ubicar su domicilio en Sinaloa, donde el Ejecutivo norteamericano considera que no se debe viajar debido a esas advertencias de peligro por “delincuencia” y “secuestro”. “La delincuencia violenta está muy extendida. Las organizaciones criminales tienen su base y operan en Sinaloa. Ciudadanos estadounidenses y residentes legales han sido víctimas de secuestros”, exponen entre los consejos sobre la demarcación sinaloense. De los 32 Estados con los que cuenta México, los ciudadanos estadounidenses que cuentan con una nueva tarjeta de residencia optaron por localizarse, a modo de tendencia mayoritaria, en tres territorios: Ciudad de México (donde 3.518 personas decidieron ubicarse), Jalisco (3.427) y Quintana Roo (2.411). Las tres demarcaciones acumulan de esta forma casi el 50% del total (el 48,92% concretamente).

Los dos jueves negros de Ovidio Guzmán. La caída del hijo de El Chapo, acusado de narcotráfico en EE UU, enmienda el fiasco del ‘Culiacanazo’ y debilita una de las facciones del Cartel de Sinaloa. A tres años y tres meses del Culiacanazo, el Ejército mexicano ha detenido finalmente este días atrás a Ovidio Guzmán, hijo de ‘El Chapo’, en Sinaloa, en el norte del país. Antes del mediodía, un avión militar ha trasladado al narcotraficante a la capital y se ha dirigido hasta el Campo Militar número uno de Ciudad de México. La captura se ha producido de madrugada y ha generado una reacción brutal del grupo criminal de Guzmán, conocido como ‘Los Chapitos’, una de las facciones del Cartel de Sinaloa. La respuesta virulenta de Los Chapitos’ recuerda precisamente al Culiacanazo, uno de los grandes fiascos del sexenio en materia de seguridad. El 17 de octubre de 2019, otro jueves, un equipo de élite de las Fuerzas Armadas llegó a casa del líder de Los Chapitos en Culiacán, de ahí el nombre del operativo frustrado. La idea, como hoy, era llevárselo a Ciudad de México, pero la violenta reacción de sus secuaces obligó al Gobierno federal a liberarlo y retirarse. Hoy, el Ejército ha llegado hasta el final, capturando al capo, uno de los objetivos principales del Gobierno de Estados Unidos.

Entonces y ahora, las acciones de ‘Los Chapitos’ han dejado boquiabierto al país, con bloqueos de calles, avenidas y carreteras, quema de vehículos y movimientos en carro de decenas de sicarios armados hasta los dientes. Este jueves, los secuaces de Guzmán habrían irrumpido incluso en el aeropuerto de Culiacán, disparando contra los aviones militares que se habían desplazado a la ciudad. Vecinos de la ciudad denunciaron también el despojo de sus vehículos por parte de criminales. La principal diferencia entre los dos jueves negros sería la geografía de la actividad criminal, más céntrica en 2019. Entonces, ‘Los Chapitos’ actuaron además durante las primeras horas de la tarde, hora pico en la ciudad por la salida de los estudiantes de las escuelas y las pausas para comer de los trabajadores. Los vídeos de ciudadanos huyendo, con los hijos a cuestas, tratando de evitar las balaceras, simbolizaron la gran andanada criminal. Si el pánico de los ciudadanos corriendo por el centro de la capital sinaloense ilustraba el primer Culiacanazo, los pasajeros echados en tierra, tratando de evitar los balazos, de un avión que trataba de salir del aeródromo de la ciudad marcará el segundo. Más allá de la capacidad de fuego del grupo criminal, la osadía de disparar a aviones en el aeropuerto habla de la actitud y las características de ‘Los Chapitos’, cuya lógica expansiva se ha acentuado estos años.

Es un nombre que crece el de ‘Los Chapitos’. Desde hace años, el Gobierno de Estados Unidos apunta a Ovidio y sus hermanos, por los que ofrece recompensas de cinco millones de dólares, cantidad actualizada hace poco más de un año. Las autoridades de aquel país acusan a Ovidio Guzmán de conspirar para traficar drogas al norte del río Bravo, entre ellas cocaína y metanfetamina. En EE UU también señalan a ‘Los Chapitos’ por traficar fentanilo al país. Desde el primer Culiacanazo, y pese al fiasco, el acoso a ‘Los Chapitos’ ha sido constante en México. En julio, el Ejército informó del hallazgo de más de 60 laboratorio de producción de drogas en Sinaloa, entre Culiacán y la sierra, guarida tradicional de los capos del grupo criminal. En los laboratorios, las autoridades encontraron maquinaria para producir metanfetamina en grandes cantidades a gran velocidad.

Ciudad de México ha sido también escenario del quehacer criminal y del acecho de las fuerzas de seguridad. A mediados de julio, las autoridades decomisaron tonelada y media de cocaína en la capital y detuvieron a cuatro presuntos integrantes del Cartel de Sinaloa. También entonces, policías de la capital se enfrentaron a balazos con supuestos miembros del grupo criminal en Topilejo, en el sur de la ciudad. Catorce integrantes del grupo criminal fueron detenidos. En ambas situaciones se apuntó al grupo de ‘Los Chapitos’. Todo esto en una lógica confrontativa de Los Chapitos, enemistados con viejos aliados del gran capo sinaloense, Joaquín ‘El Chapo’ Guzmán, caso del cartel de Caborca o la facción del cartel de Sinaloa que lidera Ismael El Mayo Zambada. Caro Quintero fue detenido en México hace unos meses y ‘El Chapo’ cumple una condena de por vida en EE UU. Zambada sigue libre. Siete mujeres y cinco hombres juzgarán a Genaro García Luna. La selección del jurado para el juicio contra el secretario de Seguridad del Gobierno de Felipe Calderón concluyó este jueves, después de tres días consecutivos de entrevistas a más de un centenar de candidatos. Los 12 elegidos decidirán, a final de cuentas, si el exfuncionario mexicano es culpable o inocente de los cinco cargos que se le imputan en Estados Unidos: tres por narcotráfico, uno por delincuencia organizada y otro por falsedad de declaraciones.

“Felicidades y gracias por su voluntad de servicio”, dijo Peggy Kuo, la magistrada que condujo el proceso de selección, a los integrantes. Las identidades de los jurados no se van a dar a conocer, aunque ciertos detalles sí se hicieron públicos durante las entrevistas en la Corte del Distrito Este de Nueva York. Se trata de un panel diverso en cuanto a las edades, el origen étnico y los perfiles socioeconómicos. Hay, por ejemplo, varias personas con familiares en los cuerpos de seguridad y otras con parientes que purgan una condena y están encarcelados. Unos son asertivos, otros son más bien tímidos o dubitativos. También difieren sus opiniones y experiencias en cuanto a los temas que atraviesan a la sociedad estadounidense y, en particular, a la neoyorquina, como la crisis de la vivienda, la legalización de las drogas o la confianza en las instituciones de justicia. La defensa insistió mucho esta semana en saber qué opinaban los candidatos de los policías y otros agentes de los cuerpos de seguridad, así como que fueran acusados de delitos por corrupción o narcotráfico. Su cliente fue el jefe de la Policía Federal. Los fiscales hicieron más énfasis en descubrir cómo se posicionaban los potenciales jurados frente al hecho de que fueran llamados al estrado varios testigos colaboradores, criminales que están dispuestos a dar testimonio a cambio de acceder a penas reducidas. La lista de testigos de la Fiscalía tiene más de 70 nombres y se perfila que muchos de ellos sean antiguos capos de la droga, detenidos durante el Gobierno de Calderón y encarcelados en Estados Unidos.

Tras una maratón de más de 20 horas de entrevistas presenciales, en el proceso se eligió también a seis suplentes: tres hombres y tres mujeres. La selección del jurado se trasformó en una partida de ajedrez entre la fiscalía y la defensa. Ambas partes buscaban que se integraran la mayor cantidad de perfiles que pudieran ser más receptivos a sus argumentos, entre los 40 candidatos que pasaron a la última etapa, y cada lado podía vetar a tres personas que les parecían demasiado sesgadas o parciales. La selección fue un procedimiento tedioso para todos: los ciudadanos que participaron, los protagonistas que lo condujeron y los reporteros que se presentaron en el tribunal. Pero también es una fase determinante que puede convertirse en el fiel de la balanza y que en la recta final no estuvo exenta de una dosis de dramatismo. La paradoja es que los abogados del acusado y los fiscales tienen que ponerse de acuerdo para llegar a una lista final. Durante alrededor de una hora, las partes discutieron sus opciones por separado, se juntaron en un extremo de la sala y negociaron en voz baja ante la mirada de los candidatos, que esperaban en silencio. La sala de prensa, en cambio, rugía a solo un pasillo de distancia.

García Luna se veía meditabundo y parecía algo preocupado. Permaneció sentado frente a una mesa del tribunal y giró su silla para no darle la espalda a las personas elegidas para decidir su destino, pero también evitó verlas a los ojos. Se llevó un bolígrafo a la boca, recargó la cabeza en una de sus manos y clavó la mirada en el vacío. Los abogados iban y venían, pero él solo esperaba y respiraba hondo. No es que no entendiera el proceso. Uno de sus representantes legales contó en una charla informal que durante las sesiones se comunicaba con su cliente en inglés. Intercambió algunas palabras con ellos antes de que se integrara el jurado. Estaba, sobre todo, abstraído. Los alegatos iniciales frente al juez Brian Cogan, el mismo que condenó a Joaquín ‘El Chapo Guzmán’ en julio de 2019, sufrirá un acelefrón. Es una etapa en la que los abogados más elocuentes de la Fiscalía y la defensa expondrán sus argumentos por primera vez ante el jurado. Buscarán conmoverlos, empatizar con ellos y, si tienen éxito, empezar a convencerlos. El juez Brian Cogan no quiere que su salón de audiencias se parezca más a “El halcón maltés” de John Houston, con Humphrey Bogary y Mary, estrenada en 1941. El cine negro o ‘film noir’ es un género cinematográfico que se desarrolló en Estados Unidos entre la década de 1930 y la de 1950 (aunque su pleno apogeo ocurre entre las de 1940 y 1950).

La expresión “cine negro”, del francés ‘film noir’, fue acuñada por primera vez por el crítico Nino Frank, italiano de padres suizos que realizó su carrera profesional en Francia.1 Es usada por la crítica cinematográfica para describir un género de definición bastante imprecisa, cuya diferenciación de otros géneros como el cine de gánsteres o el cine social es solo parcial. Habitualmente, las películas caracterizadas como de cine negro giran en torno a hechos delictivos y criminales con un fuerte contenido expresivo y una característica estilización visual. Su construcción formal está cerca del expresionismo. Se emplea un lenguaje elíptico y metafórico donde se describe la escena caracterizado por una iluminación tenebrosa en claroscuro, escenas nocturnas con humedad en el ambiente, se juega con el uso de sombras para exaltar la psicología de los personajes. Algunos de estos efectos eran especialmente impactantes en blanco y negro. Al mismo tiempo, la personalidad de los personajes y sus motivaciones son difíciles de establecer (caso paradigmático son los detectives privados, frecuentes protagonistas del género, tales como Sam Spade o Philip Marlowe). Las fronteras entre buenos y malos se difuminan y el héroe acostumbra a ser un antihéroe amenazado por un pasado oscuro.

El cine negro presenta una sociedad violenta, cínica y corrupta que amenaza no solo al héroe/protagonista de las películas sino también a otros personajes, dentro de un ambiente de pesimismo fatalista. Los finales suelen ser agridulces cuando no presentan directamente el fracaso del protagonista. Otro punto característico del cine negro es la presencia de la ‘femme fatale’, la mujer fatal que, aparentemente inofensiva, puede conducir a sus víctimas al peligro o a la muerte. Las novelas de Dashiell Hammett y Raymond Chandler, con sus detectives Spade y Marlowe, son fuentes habituales de los guiones de este género, sin ‘Espíritu de Enmienda’

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