
EL BESTIARIO SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY
Joker, un ‘héroe’ psicópata neoliberal
Un manifestante vestido del “Guasón” y otro de un personaje de la serie de Netflix, “La casa de papel”, iconos de las protestas antigubernamentales de Santiago de Chile estos días de noviembre…
SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY
En un nuevo discurso nocturno desde La Moneda, el Palacio de Gobierno chileno, el presidente Sebastián Piñera se dirigió a sus compatriotas para valorar el acuerdo al que llegaron este pasado fin de semana casi la totalidad de las fuerzas políticas del país: un plebiscito para definir el futuro de la Constitución de 1980, contaminada con consignas del general Augusto Pinochet, quien derrocó al presidente Salvador Allende, un 11 de septiembre de 1973. “Si la ciudadanía así lo decide, avanzaremos hacia una Constitución, la primera elaborada en plena democracia y aceptada y respetada por todos”, señaló el mandatario acerca del esfuerzo conjunto tanto del Gobierno como de buena parte de la oposición parlamentaria por restablecer el orden público y encauzar el estallido social, que este lunes cumplió un mes. “Será el gran marco que dé unidad, legitimidad y estabilidad a nuestra democracia y convivencia ciudadana y nos permita procesar y resolver las legítimas diferencias que surjan en nuestra sociedad”. El máximo mandatario chileno, a quien no dejan de pedirle la cabeza tanto en el interior como en el exterior del país, no ha tenido más remedio que referirse por fin a las acusaciones de violaciones a los derechos humanos contra las Fuerzas Armadas y de Orden en este mes de protestas, donde se ha combinado la masiva manifestación pacífica con la acción de violentos que han dejado destrozos que solo en la infraestructura pública se calculan en cuatro mil 500 millones de dólares. “En algunos casos no se respetaron los protocolos, hubo uso excesivo de la fuerza, se cometieron abusos o delitos y no se respetaron los derechos de todos”, reconoció Sebastián Piñera sobre la acción policial. “Quiero expresar mi solidaridad y condolencias con las víctimas de esta violencia, con los que sufrieron lesiones, y muy especialmente, con los familiares de aquellos que perdieron su vida”, agregó en referencia a las 23 personas que han fallecido desde que estalló la crisis el pasado 18 de octubre. “No habrá impunidad y nuestro Gobierno hará todos los esfuerzos para asistir a las víctimas en su recuperación y para que la Fiscalía y la Justicia cumplan su misión de investigar y hacer justicia”. Carabineros, la institución en Chile encargada de controlar el orden público y la seguridad, enfrenta un delicado escenario: en esta crisis han quedado en evidencia las deficiencias en sus protocolos y la necesidad de modernización. El Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) ha informado de 217 personas con heridas oculares por perdigones.
De un tiempo a esta parte el cine comercial se esfuerza por convertirse en un testigo directo de la confusión política y social del presente. Los cineastas John Ford, King Vidor, Alfred Hitchcock, Fritz Lang o, por citar una película aislada, King Kong, consiguieron elaborar como formas simbólicas, el mercado cinematográfico contemporáneo lo fabrica en forma metafórica. Joker, de Todd Phillips, pertenece a esta última categoría. Retrato indirecto del embrollo social de los tiempos que corren, cumple esforzadamente la función de lo que entendemos por alegoría: hacer visible lo que no tiene imagen. Joker cuenta la identificación de una persona herida, Arthur Fleck, con la máscara (también persona) a la que está condenado, la de un payaso sin gracia. Esta metamorfosis está inducida por la presión de un orden social que se describe en descomposición, en el que están destruidas las pautas de convivencia. El síntoma del desorden, el estigma del horror, es la risa. La mueca espasmódica e incontinente de Arthur pone a su entorno en contacto con lo prohibido, es decir, con la locura, individual y colectiva. La imagen de la enfermedad mental vale para el individuo Arthur y para la ciudad de Gotham.
La enfermedad por antonomasia del capitalismo era el estrés, la del neocapitalismo es la depresión. “Yo solo tengo pensamientos negativos”, dice Arthur. La tesis engloba el supuesto de que el desorden neocapitalista ha abolido la racionalidad por pura y simple obsolescencia económica y ha liquidado el bienestar de sus ciudadanos como propósito de las funciones públicas y privadas. Para el régimen neoliberal, la racionalidad es un obstáculo. Las emociones aumentan la productividad. La explotación emocional, dirigida por el management emocional, descoyunta la estabilidad (digámoslo así) íntima del individuo y lo recluye en el ámbito minúsculo del consumo; solo allí es libre. Hay máximas que no se sostienen cuando apuestan descaradamente por “privatizar la riqueza” y “socializar la pobreza”, como ocurriera durante la “Crisis del 2008”. Desde las arcas públicas, afectando los derechos y el bienestar de nuestros mayores y sus raquíticas pensiones, y otros avances en la salud y educación universales, se “desviaron” miles de millones de dólares para que los bancos y entidades financieras pudieran estabilizarse tras años de surrealistas burbujas inmobiliarias. Esos “préstamos” siguen sin devolverse. “Joker”, la deshumanización del capitalismo. Rodeado de polémica, ovacionado en el Festival de Venecia y arropado por el público, el demencial “Guasón” se pasea por las pantallas de todo el mundo. Y en cada escena, él, un Joaquin Phoenix en doliente estado de gracia y rozando el Oscar con la punta de los dedos. La película de Todd Phillips retrata el origen de uno de los villanos más conocidos del Universo DC. Es el universo de ficción compartido en el que ocurren las historias de los cómics publicados por DC Comics, en el que todos los personajes de la editorial conviven entre sí. Esto ayuda a darle coherencia y sentido de la continuidad a las historias. Los personajes ficticios Superman, Batman y la Mujer Maravilla son superhéroes famosos de este universo.Sin embargo, si nos abstraemos del futuro de Arthur Fleck -el verdadero protagonista de la historia-, más que una película de superhéroes, la cinta es un retorcido drama sobre la pobreza, la enfermedad mental y el abuso de los poderosos. También un melodrama familiar y una tragedia social que resulta demasiado cercana.
En una ciudad que es Gotham, pero que podría ser cualquier metrópoli estadounidense de los años ochenta en crisis, Arthur Fleck trata de sobrevivir a la pobreza y a un trastorno mental que le hace reír de modo compulsivo en las situaciones más inapropiadas. Durante el día, se gana tristemente la vida como payaso y, cuando cae la noche, regresa a la claustrofobia del hogar, donde le espera su madre. Penny, así se llama, es una mujer desvalida que hace años fue empleada del magnate Thomas Wayne. Por eso, de manera reiterada, le envía cartas en las que le pide su ayuda. Pero la respuesta nunca llega. Los Fleck, como todos los que les rodean, son “los nadies” de Eduardo Galeano. Y Arthur (el trastornado, el payaso, el inadaptado…) es el blanco de un sistema corrompido por la podredumbre moral. Hasta que descubre el modo de liberarse. Eduardo Galeano, fue un periodista y escritor uruguayo, considerado uno de los escritores más influyentes de la izquierda latinoamericana. Sus libros más conocidos, “Las venas abiertas de América Latina” y “Memoria del fuego”. Inspirado Guasón en películas como “Taxi Driver” (Martin Scorsese, 1976), “Tiempos modernos” (Charles Chaplin, 1935) y “El rey de la comedia” (Martin Scorsese, 1983), estamos ante un filme adulto e incómodo, que estremece por la rotundidad de mensajes como la tiranía que la psicología positiva ejerce sobre los alienados, la catarsis que el oprimido alcanza a través de la violencia y el triunfo de la locura sobre la esquizofrenia del sistema. Y, claro está, también por la soberbia interpretación de su protagonista.
En 1981, Arthur Fleck trabaja como payaso a sueldo y vive con su madre, Penny, en Gotham City. La ciudad se derrumba bajo el desempleo, el crimen y la ruina financiera, dejando segmentos de la población privados de sus derechos y empobrecidos. Arthur sufre de un trastorno neurológico que lo hace reír en momentos inapropiados, y visita regularmente a un trabajador de servicios sociales para obtener medicamentos. Después de que un grupo de niños de la calle lo atacaran en un callejón, el compañero de trabajo de Arthur, Randall, le presta un arma para protegerse. Arthur también conoce a Sophie, una madre soltera que vive en un apartamento vecino, y la invita a su rutina de comedia. Mientras se entretiene en un hospital infantil, la pistola de Arthur se cae de su bolsillo. Arthur es despedido por esta infracción; Randall miente que Arthur compró el arma él mismo. Durante un viaje a casa en el metro, Arthur es golpeado por tres hombres de negocios borrachos de Wayne Enterprises antes de que dispare a dos de ellos en defensa propia y ejecute al restante. Los asesinatos comienzan involuntariamente un movimiento de protesta contra los ricos de Gotham, con manifestantes vistiendo máscaras de payasos en la imagen del asesino no identificado. Más tarde, Arthur se entera de que los recortes de fondos están cerrando el programa de servicio social, dejándolo sin acceso a su medicamento. Esa noche, Sophie asiste a la rutina de comedia de Arthur, que va mal; él se ríe incontrolablemente y tiene dificultades para hacer bromas. Un popular presentador de un programa de entrevistas, Murray Franklin (Robert De Niro), se burla de Arthur mostrando clips de la rutina en su programa. Más tarde, Arthur intercepta una carta escrita por Penny al multimillonario local y candidato a la alcaldía Thomas Wayne, alegando que él es el hijo ilegítimo de Thomas, y regaña a su madre por ocultar la verdad. Arthur va a la Mansión Wayne para obtener respuestas, donde conoce al hijo de Thomas, Bruce. Después de una pelea con Alfred Pennyworth, el mayordomo de la familia, Arthur huye. Poco después de una visita de dos detectives del Departamento de Policía de Gotham City que investigan la participación de Arthur en los asesinatos del tren, Penny tiene un derrame y es hospitalizada.
En un evento público, Arthur se enfrenta a Thomas, quien le dice que Penny es mentalmente inestable y no su madre biológica. Negando, Arthur visita el Hospital Estatal de Arkham y roba el archivo del caso de Penny, descubriendo que fue adoptado después de ser abandonado cuando era un bebé y que Penny fue negligente, lo que le permitió a su novio abusar físicamente de Arthur cuando era niño, causando un grave trauma en la cabeza. Angustiado, Arthur va al hospital y mata a Penny antes de regresar a casa y entrar al apartamento de Sophie sin previo aviso. Asustada, Sophie le dice que se vaya (se revela que sus encuentros anteriores fueron parte de los delirios de Arthur). Arthur está invitado a hacer una aparición especial en el programa de Murray debido a la inesperada popularidad de sus clips de rutina. Mientras se maquilla y se viste, sus antiguos compañeros de trabajo Gary y Randall lo visitan para consolarlo de su reciente perdida. Pero Arthur asesina a Randall por haberlo engañado por su causa ser despedido de su empleo, pero deja a Gary ileso por tratar bien a Arthur en el pasado. De camino al estudio, Arthur, tras bajar bailando las escaleras que están junto a su casa, es perseguido por los dos detectives en un tren lleno de manifestantes con máscaras de payasos. Uno de los detectives dispara accidentalmente a un manifestante e incita una revuelta mientras Arthur escapa en el caos. Antes de que comience el show, Arthur solicita que Murray lo presente como Joker, una referencia a la burla previa de Murray. Arthur sale a una cálida recepción, pero comienza a contar chistes morbosos, admite que mató a los hombres en el tren y despotrica sobre cómo la sociedad lo abandonó y se burló de él. Arthur, acto seguido, asesina a Murray ocasionando pánico en los espectadores y disturbios en Gotham, que estallan como una respuesta favorable ante el homicidio en vivo. Uno de los alborotadores acorrala a la familia Wayne en un callejón y asesina a Thomas y su esposa Martha, excepto a Bruce (algo que en los cómics es el inicio de la historia de quien será Batman). Mientras tanto, un grupo de alborotadores en una ambulancia chocan contra el automóvil de la policía que transportaba a Arthur y lo liberan. Arthur, herido por el impacto, se incorpora para presenciar que es aclamado como un héroe por la multitud; él, sin revelar su sentir, responde con un baile para sus vítores sobre la patrulla que lo custodiaba. A modo de epílogo, vemos a Arthur encerrado en el manicomio Arkham. Riéndose para sí mismo de un chiste que se le vino a la cabeza, su psiquiatra le pide que se lo cuente; él responde que ella no lo entendería. Posteriormente, vemos a Arthur siendo perseguido por los pasillos por la seguridad del manicomio, dejando un rastro de huellas ensangrentadas detrás de él.
“A las barricadas. La desigualdad es el telón de fondo de la convulsión global que vivimos”, titula el periodista vasco Francisco G. Basterra, nacido en Bilbao, España, una columna, publicada esta misma semana. “Transcurridos ya 30 años del siglo XXI -el XX concluyó con la caída del Muro de Berlín, y la implosión de la Unión Soviética-, el viejo relato que nos servía de guión ha caducado. En 1989 alguien, ingenuamente, se atrevió a certificar el final de la Historia con el triunfo definitivo de la democracia liberal. Hoy lo tenemos muy poco claro y Occidente duda. Nos hallamos todavía en el momento nihilista de la desilusión y la indignación, después de que la gente haya perdido la fe en los relatos antiguos, pero antes de que haya adoptado uno nuevo…”. De Hong Kong a Santiago de Chile, de Argelia a Líbano e Irak, de Ecuador a Bolivia, de los chalecos amarillos en Francia, a las barricadas de Barcelona, una oleada de furia ciudadana recorre el mundo. Revueltas por razones diversas. En Chile, comenzó por una subida del billete del metro; el presidente Sebastián Piñera sacó a los milicos a la calle declarando el estado de excepción, y los manifestantes logran una nueva Constitución que sustituirá a la de Augusto Pinochet. En Beirut, por un impuesto sobre WhatsApp, en Hong Kong, a favor de las libertades. En Irak, contra la corrupción. Sobre todo jóvenes, excluidos por la injusticia de un mal reparto de la riqueza. En Bolivia, Evo Morales abandona el país tras ser acusado de cometer fraude electoral y se refugia en México. Arde Irán por la subida del precio de la gasolina. De la desilusión a la indignación, un grito global: “¡A las barricadas!” La población en precario defiende su dignidad y exige ser tratada con equidad.
Un mundo nuevo acelerado por la disrupción tecnológica, que provoca miedo e incertidumbre. La desigualdad es el telón de fondo de la convulsión global. La tea que prende la indignación de amplias capas de la población, con las clases medias que cimentaban el sistema capitalista hoy laminadas. Aprovechada por populismos a derecha e izquierda con soluciones mágicas para asuntos complejos. La democracia en cuestión, la reflexión sobrepasada por las emociones; la verdad indistinguible de la mentira. El regreso de los nacionalismos desbordados que el viejo orden internacional había controlado. “La mitad de la humanidad está fuera de juego”, afirmaba, el 6 de noviembre, Bill Drayton, premio Príncipe de Asturias a la Cooperación Internacional en 2011. “Los cambios colosales que vivimos están creando sociedades a dos velocidades. La de quienes han recibido la educación necesaria para contribuir al desarrollo del hiperconectado mundo de hoy, y aportar cambios, y la de los que no tienen las habilidades necesarias, y viven en una amarga y peligrosa marginación”. Durante mucho tiempo hemos creído que la democracia liberal es la condición permanente de la humanidad. Pero esto es una ilusión.
Dice Daniele Giglioli, ensayista y profesor italiano, que ser víctima da privilegios (otorga prestigio, identidad, derechos, exige escucha y reconocimiento) y garantiza la inocencia propia, “porque la víctima no ha hecho, le han hecho”. Se refiere Giglioli no a las verdaderas víctimas, sino a esos que adoptan el victimismo como actitud, algo habitual en las sociedades modernas. En “Crítica de la víctima”, publicado en Italia en 2014, desarrolla esa idea. “La víctima -dice Giglioli- no tiene necesidad de justificarse y ese es el sueño de todo poder. Por eso, nadie se postula para el poder sin decir que es víctima de algo: de Europa, de los extracomunitarios, de la banca. De hecho, establecer quién es más víctima es el pretexto de todas las guerras y la idea de la que parten los movimientos populistas”. Y pone ejemplos concretos: “En Italia, el 60% de los italianos votan por partidos que han adoptado la retórica de la víctima: en el norte dicen que somos víctimas de los emigrantes. El italiano rico se considera víctima de los que vienen de África, como Donald Trump de los hispanos pobres o los promotores del independentismo catalán se consideran víctimas de España”. Pero no es una idea sana, afirma Giglioli. Porque, aunque el victimismo llena un vacío de identidad y le da cierto sentido a la vida, es paralizante: “El victimismo perpetúa el dolor y cultiva el resentimiento. La idea sana es acabar con el dolor, el dolor de tus padres, de tus antepasados. Las personas que han sufrido por nosotros lo han hecho para que fuéramos felices, no para que continuáramos su dolor. Ser víctimas nos impide llegar a la mayoría de edad”. Así que las primeras víctimas del victimismo, según Giglioli, son ellas mismas, que se llegan a creer que lo son realmente, como los hipocondriacos con las enfermedades, lo que les impide vivir con normalidad.
Pero hay otras víctimas del victimismo, que somos todos los demás. Por el mero hecho de no ser víctimas, somos sospechosos, cuando no culpables, de su situación. Para Giglioli no hay ninguna duda de ello y por eso ha escrito contra ese paradigma de la sociedad moderna que hace que quien se constituye en víctima pretenda tener más derechos que el resto y que nadie discuta siquiera sus pretensiones. La víctima tiene razón por el mero hecho de serlo y eso le da derecho a hacer lo que quiera. Los españoles están viviendo esa situación actualmente en Cataluña, donde la mitad de la población se siente víctima de una opresión secular por parte de España, lo que la faculta para desobedecer las leyes y las sentencias sin dejar por ello de ser demócrata (los antidemócratas son los demás). Y del mismo modo siguen siendo pacifistas, aunque prendan fuego a las calles y ataquen a los policías con cócteles molotov. Ser víctima te da derecho a eso y a más, y el que no lo quiera entender allá él. Como dice Giglioli en su ensayo, el victimismo fomenta la paradoja porque convierte a la víctima en inocente por el mero hecho de sentirse víctima, no porque lo sea realmente. Por ello, va a ser difícil romper ese círculo perverso en el que Cataluña vive y que propicia imágenes tan sorprendentes como la de su presidente cortando carreteras o la de la policía defendiéndose de los demócratas. Yo, por si acaso, para otra vida me pido también ser víctima, aunque solo sea para dejar de ser culpable de todo.
Los protagonistas de ficción cinematográfica y televisiva de Joker y La Casa de Papel, pisarán las calles nuevamente de la capital chilena, como canta el trovador cubano Pablo Milanés… “Yo pisaré las calles nuevamente, de lo que fue Santiago ensangrentada, y en una hermosa plaza liberada, me detendré a llorar por los ausentes. Yo vendré del desierto calcinante, y saldré de los bosques y los lagos, y evocaré en un cerro de Santiago; a mis hermanos que murieron antes. Yo unido al que hizo mucho y poco, al que quiere la patria liberada, dispararé las primeras balas, más temprano que tarde, sin reposo. Retornarán los libros, las canciones, que quemaron las manos asesinas, renacerá mi pueblo de su ruina, y pagarán su culpa los traidores. Un niño jugará en una alameda, y cantará con sus amigos nuevos, y ese canto será el canto del suelo, una vida segada en La Moneda. Yo pisaré las calles nuevamente, de lo que fue Santiago ensangrentada, y en una hermosa plaza liberada, me detendré a llorar por los ausentes.
@BestiarioCancun