EL BESTIARIO SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY

La tumba de Franco en España está vacía, ‘fake news’

El “Caudillo” firmaba sentencias de muerte en batín, siempre a la hora del desayuno mientras mojaba churros en el café con leche, como las del 27 de septiembre de 1975, 55 días antes de su muerte…

Con el fallo por unanimidad de los magistrados del órgano constitucional, que se encuentra en la cúspide del Poder Judicial español, permite al gobierno retirar el cadáver de la Basílica de Cuelgamuros para enterrarlo en el cementerio de El Pardo-Mingorrubio; se abre paso a la posibilidad de terminar por fin con una anomalía incomprensible en una democracia: haber permitido durante más de 40 años que un dictador permaneciera en el monumento que él mismo concibió para glorificar su régimen. La propia historia de la construcción del Valle de los Caídos, en la comunidad autónoma de Madrid, muy cerca de El Escorial, palacio construido por el rey Felipe II, un príncipe renacentista, a mediados del siglo XVI; en su basílica están enterrados los monarcas españoles, está marcada por una larga relación de terribles episodios de abuso y humillación hacia los presos que fueron obligados a trabajar en su edificación, lo que convertía en una ignominia aún mayor que siguiera sepultado allí el responsable del golpe de Estado, que procuró terminar en 1936 con una democracia y que sólo lo consiguió tras tres años de Guerra Civil en los que contó con un masivo apoyo de la Alemania nazi y de la Italia fascista.

Tras la II Guerra Mundial, estos dos países evitaron que existiera cualquier monumento que pudiera servir para celebrar las figuras de los líderes que encarnaron sus programas totalitarios, Adolf Hitler y Benito Mussolini. No ocurrió lo mismo en España. Franco murió en la cama un 20 de noviembre de 1975 y, llegada la democracia, los partidos no supieron cómo resolver el despropósito, aplazando el problema de manera insólita. Las fuerzas de derecha fueron las que más desaprovecharon la oportunidad de ser las que lideraran una iniciativa, que las hubiera distanciado por completo de un régimen totalitario y que persiguió a sus enemigos con la mayor violencia. El gobierno del socialista Pedro Sánchez, ahora en funciones, es el que podría ahora culminar, tras un recorrido cargado de situaciones un tanto esperpénticas, un proceso en el que deberían haber estado implicadas todas las fuerzas políticas democráticas. La unanimidad del supremo ha rechazado la totalidad del recurso de la familia Franco, que no solo se oponía a la exhumación de los restos del dictador, sino también a que fueran enterrados en Mingorrubio, revela hasta qué punto la polémica sobre el traslado era artificial. La sentencia rechaza también la petición de llevar a Franco a la Almudena, reforzando la idea de que prima el “interés general” frente al derecho particular de la familia de enterrar al dictador en el centro de Madrid. La Santa Iglesia Catedral Metropolitana de Santa María la Real de la Almudena, conocida simplemente como Catedral de la Almudena, es una catedral de culto católico, dedicada a la Virgen María y sede episcopal de Madrid. Construida en el emplazamiento de una antigua mezquita, la catedral de Almudena toma su nombre de la palabra árabe al-mudayna, que significa “ciudadela”. La catedral está ubicada en el centro histórico de la ciudad de Madrid. La grave anomalía de la “Transición Democrática Española” está en vías de pasar a la historia. Quedará el monumento del Valle de los Caídos, y en la tarea de su resignificación les toca trabajar a todas las fuerzas democráticas y a las organizaciones de la sociedad civil implicadas en temas de la memoria y la historia.

Pronto o tarde, finalmente llegará el día en que la losa de mil 500 kilos de la tumba de Franco será levantada y puede que en ese momento, ante la expectación general se produzca un imponente fiasco. Corre un insistente rumor de que esa tumba está vacía en las redes sociales plagadas de conspiraciones y “fake news”. Si esto es así, cuando el notario levante acta de que el cadáver del dictador ha desaparecido, ante un caso tan de novela negra, lógicamente al asombro seguirá una inevitable especulación llena de morbo. ¿Dónde está el fiambre? ¿Ha sido robado por sus enemigos o ha sido puesto a buen recaudo en algún lugar secreto por sus partidarios? Si la tumba está vacía y el cadáver del dictador no aparece, llegará el momento en que será necesaria la ayuda de un Sherlock Holmes de andar por casa, quien tal vez podría desarrollar una hipótesis en sus justos términos. Los despojos de Franco no hay que ir a buscarlos en su tumba del Valle de los Caídos, sino en el cerebro de gran parte de los españoles de uno y otro bando. Ahí hay que encontrarlos. ¿Los lleva usted dentro y no lo sabe? En este caso, se trataría de una película de terror. De hecho, ese cadáver duerme en el sustrato ideológico más profundo de la derecha cavernaria, que todavía se alimenta de su memoria y en el odio más enquistado de la izquierda, que no logra sacudirse de encima su fantasma. Sacar a Franco de la tumba es muy fácil. Lo complicado es exhumarlo del cerebro de gran parte de los españoles, la verdadera tumba donde se está pudriendo. ¿De verdad, viejo español, de una forma u otra, no lo lleva usted dentro? “Limpiar el panteón de Cuelgamuros es el primer paso ineludible para que la neurosis colectiva que produce su memoria comience a desvanecerse y la figura del dictador sea deglutida definitivamente por la historia…”, escribía, meses atrás, el columnista español Manuel Vicent.

Sin duda una de las personas que conoció más profundamente la psicología de Francisco Franco Bahamonde fue Pedro Sainz Rodríguez, su amigo de juventud en Oviedo, conspirador durante la República, ministro de Educación mientras duró la Guerra Civil y exiliado monárquico después. En los últimos años de su vida tuve el placer de seguir las declaraciones de este personaje sabio y mordaz, cuya ‘biografía no autorizada’ del gallego ‘Paco’ era la más cercana a la veracidad. “Yo era catedrático de Literatura de la Universidad de Oviedo –explicaba Pedro de su amigo Francisco- y Franco durante sus permisos de África se acercaba por allí para hacerle la corte a doña Carmen y ella le daba calabazas porque su padre consideraba que la profesión de Franco era muy peligrosa. Carmencita, cualquier día te lo mata un moro ¿y qué hacemos? Ser legionario era entonces como ser torero. Paseé muchas noches con él después de cenar por la plaza de la Escandalera hasta las tres de la madrugada y Franco, todo un comandante, no paraba de gimotear, ¿se imagina usted a Franco lloriqueando y sorbiéndose los mocos con un pañuelo? y yo le decía: Nada, Paco, tu insiste y ya verás cómo al final la consigues. Como así fue”. La consiguió. Pero matar a Franco tampoco era tan fácil como creía su suegro. Cuando en Marruecos iba al frente, antes de entrar en combate, sólo tomaba un vaso de leche y gracias a eso se salvó del tiro que le pegaron en la barriga. Si se hubiera atiborrado de chorizos y cazalla como hacían otros militares para darse valor no habría sobrevivido. Era muy precavido, nunca sacaba el pecho de la trinchera y no presumía de esa cosa tan española de no querer escolta. “A mí que me pongan toda la policía que haga falta”, decía después cuando ya era dictador. Un día iba Sainz Rodríguez con Franco en aquel Mercedes blindado que le había regalado Hitler y al mirar por una ventanilla veía una cola de caballo, miraba por otra y veía la cola de otro caballo. “Mi general, el panorama que tiene usted desde este coche no es muy divertido”, comentó el ministro. Franco le contestó: “Sí, sí, pero fíjese bien, no hay forma humana de meter el brazo y de que me peguen un tiro, jí.jí.jí”.

Franco tenía muy desarrolladas sólo las virtudes menores. No era noble, magnánimo o preclaro, sino taimado, obstinado, receloso, desconfiado, con un instinto finísimo para percibir el lado malo o débil de cada persona que sabía aprovechar muy bien en beneficio propio. Por eso quedaba desconcertado cuando alguien por simple decoro se mostraba renuente a aceptar algún cargo o prebenda. “No es posible, pregúntenle, pregúntenle, investiguen, que algo querrá”. “Excelencia, realmente ese hombre no desea nada”. “No es posible -contestaba el dictador- pregúntenle, investiguen mejor y verán como oculta algo”.  Desde muy joven Franco se nutrió casi exclusivamente de las primeras experiencias que recibió en Marruecos. Este fue el principio fundamental de su vida: creer que a las personas se las somete con las dádivas o con el terror y en ambos casos hay que llegar hasta el fondo. “Al amigo, una cántara de leche de camella, al enemigo, una patada en la tripa”, se dice en la cultura árabe. Allí el concepto de adversario político no existe, si no estás conmigo estás contra mí, y esta enseñanza cainita se la trajo el dictador a España. Por otra parte desde sus tiempos de teniente africanista asimiló el boato fastuoso e impúdico del Sultán como algo natural y eso le permitió adornarse sin sonrojo con la guardia mora y vivir en un palacio con las 18.000 hectáreas de los montes del Pardo a su disposición, acordonar 20 kilómetros de un río para pescar una trucha, hacerse acompañar de un destructor de la Armada en busca de un cachalote, poner a un guardia civil de plantón cada cien metros en la cuneta desde Madrid a Cazorla cuatro horas antes de que él pasara por esa carretera a matar perdices o venados.

En realidad sólo era un militar. Tenía en la cabeza una papilla somera ligada con algunas ideas extraídas de aquí y de allá del Tradicionalismo y de Acción Española, con cuatro tópicos de la Historia de España y lugares comunes sobre los peligros del comunismo, las asechanzas de la masonería y del valor patriótico que le sirvieron de adobo para su guión de la película ‘Raza’. Consideraba que toda España era un cuartel bajo su mando, por tanto a los ministros los trataba como coroneles y los dejaba hacer a su aire en su respectivo regimiento o ministerio. En principio tuvo alguna veleidad literaria pero no una ambición política. Antes del golpe del 18 de Julio el general José Sanjurjo Sacanell, marqués del Rif por sus andanzas guerreras no lejanas a Ketama, donde se producía buena parte del hachís, la marihuana, la mota que fumaban buena parte de la tropa rojigualda y la de los ejércitos de la hoy Unión Europea -todavía no había llegado la globalización de ‘El Chapo’ desde la Sinaloa mexicana-, hizo firmar un papel a todos los demás generales conjurados para que indicaran el cargo que querían cuando el Alzamiento triunfara. Franco manifestó expresamente que deseaba el puesto de Alto Comisario de España en Marruecos. Hasta última hora no se decidió entrar en la sublevación. Se sumó a ella con un telegrama al general Mola que decía así: “He sido y siempre seré fiel a la República”. Ese acto de adhesión era la contraseña de su traición. De esta forma estaría a salvo si lo interceptaban los servicios de espionaje. Previamente exigió que le pusieran 40.000 duros en Italia, una cantidad que dice mucho de su cortedad de miras.

Los columnistas le preguntaron más de una vez a Sainz Rodríguez si Franco tenía afición a la lectura. Les contestó que el general nacido en El Ferrol, un 4 de diciembre de 1892, al norte de La Coruña, y protagonista del golpe de estado contra la República constitucionalista el 18 de julio de 1936, que derivó en la terrible Guerra Civil Española, fue tal vez el único estadista del mundo que no mandó hacerse el retrato clásico de prócer con un libro en la mano. De su corto periodo de ministro Sainz Rodríguez recordaba aquella vez que estuvo arrodillado junto a Franco en un mullido reclinatorio durante una misa en la catedral de Salamanca. El dictador tenía un gordísimo misal en las manos y durante toda la misa no cambió de hoja. Se pasó todo el rato mirando por el rabillo del ojo quien entraba y quien salía. No se sabe si Franco leyó un libro entero alguna vez. Está comprobado que el misal no lo leía, pero unos días antes de que la Legión Cóndor regresara a Alemania quiso preparar el discurso de despedida sin ayuda de nadie y para eso se encerró varias tardes en una habitación donde sólo había el diccionario Espasa. Llegado el momento desde el balcón dijo a los aviadores que bombardearon la localidad vasca de Guernika, inmortalizada por el pintor malagueño Pablo Picasso: “Podéis volver a vuestra patria con orgullo. Los españoles nunca olvidaremos que Carlos V era un rey alemán”.

Como dictador Franco sólo tuvo una ambición sin fisuras: durar, durar, durar hasta morir en la cama y una vez muerto ser enterrado con honores de faraón y que su falo se transformara en una gigantesca cruz de granito orlada de evangelistas. Contra lo que pueda parecer a simple vista el dictador no estableció una censura ideológica. A Franco el concepto sobre el mundo le traía sin cuidado. Sólo machacaba a quienes se enfrentaban directamente con él o ponían en cuestión su poder. Por eso consideraba que su enemigo más peligroso era Don Juan de Borbón, el padre de Juan Carlos I y abuelo de Felipe VI. El comunismo y la conjuración judeo-masónica eran una coartada retórica para cubrirse. Su demonio no estaba en Rusia sino en Estoril, no lejos de Lisboa, capital de Portugal y se llamaba Don Juan. La censura moral la dejó en manos de la Iglesia. Desde los años de la guerra en Salamanca donde firmaba sentencias de muerte en batín siempre a la hora del desayuno mientras mojaba churros en el café con leche hasta las sentencias de muerte de su último septiembre de 1975, Franco se fue adaptado de forma pragmática como un galápago a la realidad cambiante del país. Cuando al final del periodo de la autarquía se abrió la caja fuerte del Banco de España y allí dentro sólo había un par de gaseosas de ‘La Casera’ y un sello de correos llegó el Opus al gobierno y Alberto Ullastres le dio unas clases a Franco para explicarle qué era la oferta y la demanda. Logró convencerle de que la peseta no era una bandera nacional que había que enarbolar con orgullo sino una divisa sometida a las leyes del mercado. “Bueno, haced lo que haya que hacer. A mí dejadme matar perdices”. A él le bastaba con refregar su victoria por las narices de los perdedores de la guerra cada 18 de Julio, incapaz como fue de olvido y perdón.

Vino la estabilización de 1959. Comenzó la expansión económica, se formó el tejido de una clase media, se fueron los emigrantes a Europa, llegaron los turistas. Cuarenta años son muchos años. Bajo la humillación de la dictadura España fue cambiando biológicamente de piel, la gente logró olvidar la caspa de postguerra, conoció también los beneficios del bienestar europeo y aunque Franco logró expirar en la cama, realmente el franquismo había muerto atropellado por el utilitario Seat 600, el “vochito” de los gallegos, en plena calle a mitad de los años sesenta. El resto hasta el 20-N de 1975 fue un residuo con gases lacrimógenos. Franco murió rodeado del manto de la virgen del Pilar, del brazo de santa Teresa y de otras reliquias y objetos milagrosos, un mundo negro de José Gutiérrez-Solana que se combinaba de forma surrealista con monitores cibernéticos, tubos y cables en un circuito en medio del cual el cuerpo exangüe del dictador sólo era una parte aunque no ya la más importante. En realidad estaba posando en el lecho de la muerte para que lo fotografiara su yerno, el marqués de Villaverde, Cristóbal Martínez Bordiú, convirtiendo aquella agonía en un esperpento más de la Historia de España.

Todo indica que los jueces del Tribunal Supremo eligieron de forma casual este 24 de septiembre para decidir por unanimidad que los restos del dictador Francisco Franco serán finalmente exhumados del Valle de los Caídos. Pero la ocasión era perfecta. Y Pedro Sánchez no la dejó pasar. El presidente tenía previsto su discurso anual ante la Asamblea General de la ONU justo el mismo día de la sentencia. Y fue ese uno de los ejes de su discurso, recordando la historia negra española, que provocó que este país no estuviera entre los fundadores de la ONU, en 1948, porque en ese momento España estaba aislada, alejada de los grandes países democráticos por culpa de la dictadura franquista, rechazada por todas las naciones importantes hasta que finalmente empezaron a aceptarla a finales de los años cincuenta. “Hoy, 24 de septiembre de 2019, hemos cerrado simbólicamente el círculo democrático, pues el Tribunal Supremo de España acaba de autorizar la exhumación del dictador Franco del mausoleo público en el que estaba enterrado con honores de Estado. Hoy cerramos por lo tanto un capítulo oscuro de nuestra historia y comenzamos las labores para sacar los restos del dictador Franco de donde han reposado inmoralmente durante demasiado tiempo. Porque ningún enemigo de la democracia merece un lugar de culto ni de respeto institucional. Es una gran victoria de la democracia española”, clamó el presidente.

Francisco José de Goya y Lucientes pintaba juegos de columpio y fiestas felices en la pradera, una duquesa desnuda con carne de nácar y aguafuertes llenos de brujas y ajusticiados, cartones para tapices con escenas galantes y ahorcados, capirotes de la Inquisición, el garrote vil, un asno con levita y un macho cabrío presidiendo un aquelarre. La España atroz y la de la Ilustración convivían en sus lienzos. Cuando Goya se fue a vivir a la Quinta del Sordo, hacia 1819, era un viejo lleno de cólera y sabiduría. Durante los cuatro años de misantropía que estuvo allí enclaustrado luchando contra sus demonios se dedicó a cubrir 32 metros cuadrados de pared con visiones corrosivas y pesadillas esquizofrénicas. En la cartela que acompaña al cuadro ‘Duelo a garrotazos’ se explica que esa clase de pelea a muerte solo se permitía en Cataluña y en Aragón. En el resto de España estaba prohibida. En la pintura original esa pareja de españoles raciales tiene los pies sobre la hierba, pero al pasar la pintura al lienzo desde las paredes encoladas, la restauración deplorable hizo que aparecieran con las piernas enterradas y ese error ha convertido la escena en un símbolo del violento inmovilismo español como un destino aciago. Algunos expertos opinan que Goya en los días felices había pintado bocetos de dulces vendimias con colores pastel debajo de esas pinturas negras y uno en las visitas al Museo del Prado trataba de adivinarlas -inútilmente ayudado por bulímicas copas de vino tinto de Labastida, cosechado en la Rioja Alavesa, en un nada anoréxico almuerzo en ‘Sobrinos de Botín’, muy cerca de la Plaza Mayor de Madrid, acompañado de mis sobrinos Leyre y Andoni, y nuestros eternos amigos José Fernández Lara e Isabel López, antes de viajar a Casablanca, Rabat , Salé, Fez Marraquech, Ouzazate y Zagora y adentrarnos en el Desierto del Sahara, a través de Mahmid- dentro de las nubes azules y rosas que presiden la pelea de los dos villanos.

Hoy, la sala de las pinturas negras de Goya está siempre abarrotada de espectadores que solo buscan la belleza, pero la incompetencia de los líderes políticos ha hecho que el desafío independentista contra el Estado reproduzca la escena de una España ciega con las piernas enterradas. Hubo un tiempo en que un sueño de ética y libertad unió a los catalanes y el resto de los españoles. Ignoro si todavía es posible imaginar que un delicado racimo de uvas invisible se halla en medio de esos dos bellacos que se están matando a garrotazos.

@BestiarioCancun

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