
EL BESTIARIO SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY
Socialismo millennial en la América de Trump
Los jóvenes son críticos con la desigualdad y el “statu quo” y recuerdan al Lenin de Diego Rivera del Rockefeller Center…
La congresista estadounidense musulmana Ilhan Omar ha sido recibida por decenas de personas en el aeropuerto de Minneapolis–Saint Paul, en Minnesota, que coreaban “¡Bienvenida a casa!”. Esta calurosa acogida en el estado que representa Omar responde a la polémica agitada por el presidente de Estados Unidos, que en los últimos días ha lanzado mensajes de contenido racista contra cuatro congresistas estadounidenses. Donald Trump publicó unos mensajes en su cuenta de Twitter en los que instaba a cuatro congresistas demócratas de la Cámara de Representantes a regresar a “sus países”, cuando todas son estadounidenses, tres de ellas de nacimiento. Omar, sin embargo, llegó de Somalia siendo una niña. Tras aquel mitin, que encendió las redes sociales, la congresista Ilhan Omar subió un video a Twitter en el que aparecía hablando en el Congreso. “Estoy en el lugar al que pertenezco, la casa de la gente, ¡y vas a tener que lidiar con eso!”. Como respuesta, en un discurso de hora y media en Carolina del Norte, Trump dedicó 20 minutos el pasado miércoles a atacar a las legisladoras, metiendo especial cizaña contra Omar. La acusó sin base de haber pedido compasión para los miembros del Estado Islámico o de enorgullecerse de Al Qaeda. Miles de asistentes comenzaron a gritar: “¡Envíala de vuelta, envíala de vuelta!”. Él guardó silencio durante 14 segundos y los dejó continuar.
La presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, es de ascendencia italiana, tanto por parte de madre como de padre; el senador Bernie Sanders es hijo de inmigrante polaco y madre neoyorquina; el republicano Marco Rubio, hijo de cubanos; y el propio presidente de Estados Unidos, Donald Trump, tiene una madre escocesa y un abuelo alemán que llegó a Estados Unidos a principios del siglo XX. Tras la segunda Guerra Mundial, su hijo, el padre de Trump, empezó a hacerse pasar por descendiente de un sueco para evitar ahuyentar a los clientes judíos. La política de Estados Unidos es una historia de descendientes de extranjeros que dejaron de serlo. El 13% de los actuales legisladores del Capitolio, según los datos de Pew Research, tiene algún progenitor inmigrante, pero si se ampliase el foco a dos o tres generaciones atrás, sería difícil no encontrar que una mayoría tiene antepasados que llegaron a este pedazo de América buscando una vida mejor. Es difícil imaginar a Trump, sin embargo, espetar a Pelosi, Rubio y Sanders que “vuelvan a su país”. Tras la oleada de críticas que desataron sus palabras, Trump ha vuelto a la carga. “Esta es una gente que, en mi opinión, odia a Estados Unidos, odian nuestro país con pasión”, dijo de las congresistas Ocasio-Cortez, Tlaib, Omar y Pressley, un grupo muy progresista conocido por su activismo y su frecuente disidencia del establishment del Partido Demócrata. Las calificó de “radicales” y “socialistas” e insistió: “Si esto no les gusta, si no hacen otra cosa que criticarnos todo el tiempo, que se vayan”. Donald Trump comenzó su carrera política agitando, entre otras cosas, un discurso nacionalista que entusiasmó a los movimientos de supremacismo blanco. México no se va a librar del vórtice y sus corrientes trumpianas.
Una de las mayores fracturas políticas actuales, junto con la de campo/ciudad, es la generacional. Y, más que en otros lugares, esto se hace visible en el mundo anglosajón. En Estados Unidos, lo más relevante es observar cómo los millennials, la generación nacida entre los años 1981-1996, han conseguido romper el tabú del calificativo de “socialista” en dicho país. Un sondeo de Gallup muestra cómo el 51% de los jóvenes tiene una visión positiva del socialismo”. Este último dato aparece en un amplio artículo de “The Economist”, -amplificado desde su misma portada- donde se aprecia cierta perplejidad ante el fenómeno. Hay que pensar que es el único país desarrollado donde no ha existido nunca una tradición socialista propiamente dicha, y donde el izquierdismo se aglutinaba en torno al difuso calificativo de “liberal”, más o menos equivalente a nuestro “progresista”. Quienes iban más allá y defendían una mayor ruptura con el “statu quo” eran tachados de “radicales”, sin mayor especificación. El que ahora se recurra a otro epíteto, “socialista” o “demócrata-socialista”, como les gusta calificarse a personajes como la joven congresista Alexandria Ocasio-Cortez, es, pues, algo más que una anécdota. Expresa un intento de explorar nuevos territorios de acción política, no adscribirse sin más al socialismo histórico de estirpe marxista. Aquí es donde hay que ir a buscar su originalidad, el dar la espalda al izquierdismo estadounidense tradicional o al europeo y el tratar de abrirse camino por otros derroteros. Construye desde las ruinas del frustrado proyecto de Barack Obama o el del mismo Bernie Sanders, que lo volverá a intentar en las primarias del Partido Demócrata. Pero tampoco se erige desde la nada. El movimiento “Occupy Wall Street”, dejó tras de sí toda una plétora de nuevas publicaciones, sitios o comunidades de activistas en la red, que siguen en funcionamiento y haciendo ruido y que aún ocupan una buena parte del espacio público.
Es muy conocido en Nueva York el curioso incidente protagonizado por Diego Rivera en la historia del Rockefeller Center, reflejo del radicalismo político del pintor mexicano. Las actuales fiebres “socialistas” de los jóvenes estadounidenses nos obligan a recordar la anécdota del mural “leninista” del esposo de Frida Kahlo. En 1931 el recién creado Museum of Modern Art organizó una exposición sobre el trabajo de Diego Rivera. En esa época la cabeza del movimiento muralista mexicano -en el momento en que el país comenzaba su reconstrucción política, económica y cultural tras los embates de la Revolución-, era uno de los artistas internacionales preferidos por el joven Nelson Rockefeller y su madre Abby. Rockefeller, declarado admirador del trabajo de Rivera, lo contactó en mayo de 1932 y le propuso realizar un mural en la pared principal del vestíbulo principal del R.C.A. Building, en plena construcción. Rockefeller había invitado también a Pablo Picasso y Henri Matisse para plasmar sus lienzos en los muros del vestíbulo del nuevo rascacielos, pero ambos rechazaron la oferta, por lo que fueron contratados otros dos pintores, entre ellos, el español franquista José María Sert.
Después de meses de insistencia y negociaciones con Nelson Rockefeller, finalmente, en octubre de 1932, Rivera aceptó el la comisión y firmó el contrato de trabajo. A finales de ese mismo año Rivera viajó a Nueva York acompañado por su esposa, Frida Kahlo, e inmediatamente comenzó a dibujar los primeros bocetos. Después de estudiar las dimensiones del vestíbulo del R.C.A. Building, Diego Rivera diseñó el mural “Manon the Crossroad” (El hombre en la encrucijada), en donde el hombre del siglo XX, representado por un corpulento obrero, se encontraba en medio de la encrucijada entre los vicios del mundo capitalista y el incipiente avance del fascismo, así como la esperanza de la emancipación del proletariado, además de los avances en los campos de la ciencia, la medicina, la mecánica, la educación y el deporte. En el extremo izquierdo del mural se muestra el mundo capitalista, con sus contrastes y vicios. Así tenemos los excesos de los poderosos que buscan placeres mundanos a costa del hambre de los obreros desempleados, los cuales son reprimidos por la policía, así como el incipiente fortalecimiento del fascismo, pero también sus elementos positivos: los progresos científicos, culturales y tecnológicos, la lucha por la integración racial y el mosaico interracial y multicultural de la cultura estadounidense, que recibe a lo mejor del pensamiento occidental, y en donde destaca la figura de Albert Einstein, así como Charles Darwin explicando la teoría de la evolución a través de un aparato de Rayos X. Además, destaca una enorme figura de piedra simbolizando la religión. El extremo derecho del mural nos muestra el mundo socialista, también con sus progresos y sus excesos, los progresos en el campo de los deportes, la ciencia, la agricultura y el proceso de la emancipación proletaria, pero también nos muestra tanto la presencia del Ejército Rojo como de figuras políticas de la que una de ellas hará estallar el escándalo… El mural causó polémica desde el principio por las convicciones políticas de Rivera, pero el escándalo estalló debido a un simple detalle: la figura de Lenin en uno de los extremos del mural.
Diego Rivera era un acérrimo comunista y fue uno de los precursores del movimiento socialista en México de la que participó activamente en la actividad política como miembro del Partido Comunista Mexicano, promoviendo con su obra, la emancipación de la clase obrera. Además fundó junto con su esposa el periódico de denuncia política y propaganda “El Machete”, y admiraba a los padres de la Revolución Rusa: Vladímir Ilich Lenin y León Trotsky. En 1937, Rivera y Kahlo organizaron el exilio en México de León Trotsky y su esposa, perseguidos por el régimen totalitario de José Stalin, y quienes se instalaron en una casa en Coyoacán, en donde Trotsky acabaría siendo asesinado en 1940. Rivera plasmó las figuras de Karl Marx, León Trostky, pero principalmente dibujó la figura prominente de Lenin, en una posición estratégica del mural, representando la lucha por la dignificación de la clase trabajadora. La presencia de Lenin en el corazón del capitalismo estadounidense, provocó inmediatamente la ira de los grupos más conservadores de la sociedad estadounidense. La actitud de Rivera al plasmar la figura de Lenin fue principalmente provocadora: su objetivo sería que los Rockefeller, especialmente, el joven Nelson viera el rostro de Lenin en el muro principal del vestíbulo del R.C.A. Building cada vez que ingresara a éste en camino a su oficina. Inmediatamente, en abril de 1933, Nelson Rockefeller envió una carta a Rivera invitándolo cordialmente a modificar algunos puntos del mural, especialmente eliminar la figura de Lenin. La respuesta de Rivera fue tajante: no quitaría a Lenin de su mural, pero propuso a su patrón incluir la figura de Abraham Lincoln en el mural, pero su propuesta fue rechazada por Rockefeller. Durante las siguientes semanas el intercambio de misivas entre ambos personajes fue cada vez más frecuente y la actitud del muralista mexicano fue cada vez más provocativa hasta que Rivera retó a Rockefeller, argumentando preferir destruir su obra antes de cambiar algún elemento de ella.
Diego Rivera, regresó a la Ciudad de México en diciembre de 1933. Poco tiempo después, al comenzar 1934 fue contratado por el gobierno mexicano para realizar un mural en uno de las galerías principales del Palacio de Bellas Artes, próximo a inaugurarse. El Palacio de Bellas Artes, originalmente conocido como Teatro Nacional, fue concebido como un extravagante capricho personal del general Porfirio Díaz y fue diseñado por el arquitecto italiano Adamo Boari. Su construcción comenzó en 1904 con expectativas a concluirse a tiempo para el festejo las fiestas del Centenario del inicio de la guerra de Independencia de México, en septiembre de 1910. El edificio fue diseñado originalmente en estilo Art Noveau, a semejanza del Teatro de la Ópera de París. El Teatro Nacional no sólo no quedó listo a tiempo para el Centenario, sino que las obras de construcción se suspendieron en 1913 a causa de la Revolución Mexicana y durante muchos años el edificio se mantuvo como obra negra, además que el enorme peso de los materiales, principalmente el mármol, y la inestabilidad del subsuelo fangoso de la Ciudad de México, hicieron que el gigantesco edificio comenzara a hundirse. Las obras de construcción se retomaron en 1932, bajo la dirección del arquitecto Federico Mariscal, quien rediseñó los interiores en el estilo Art Decó vigente en la época, y en donde además incluyó elementos alegóricos de la cultura prehispánica como cabezas de serpiente y deidades como Tláloc y Quetzalcóatl.
En enero de 1934, cuando el teatro, ahora rebautizado como Palacio de Bellas Artes estaba en la fase final de su construcción, y faltando unos ocho meses antes de su inauguración, el gobierno de Abelardo L. Rodríguez contrató los servicios de Diego Rivera para realizar un mural en uno de los pasillos del vestíbulo principal del nuevo recinto. Rivera vio la oportunidad de volver a realizar el mural del R.C.A. Building en un recinto adecuado para ello. Así, de enero a noviembre de ese año, Rivera, basándose en los bocetos y fotografías rescatados del proyecto del Rockefeller Center, pintó “Man at the Crossroads”, rebautizado como ‘El hombre controlador del Universo, con dimensiones menores al original debido a que tuvo que adaptar la obra a las dimensiones del muro de Bellas Artes destinado para él. En el nuevo “Man at the Crossroads”, Rivera conservó casi todos los elementos alegóricos de la obra original, y no sólo plasmó la figura de Lenin en el panel derecho dedicado al comunismo, respetando la obra original; también plasmó, en el panel izquierdo dedicado al capitalismo, la figura de John D. Rockefeller, Jr., padre de Nelson, sosteniendo una copa de champaña y rodeado de prostitutas y jugadores de casino, en una clara representación de los vicios del sistema capitalista americano. Era una clara venganza en contra quien fueron sus mecenas.
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