EL BESTIARIO SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY

EL BESTIARIO

Venezuela, un país, dos presidentes

Donald Trump supera la máxima del chino Deng Xiaoping de “un país, dos sistemas”, logrando que Caracas tenga dos máximos mandatarios, uno, constitucional, Nicolás Maduro y otro “encargado”, Juan Guaidó, thriller político de Netflix…

SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY

Estamos ante un ‘democrático’ Caracas sin demócratas, de tirios y troyanos, en pleno siglo XXI de globalización, cohabitación y transversalidad. La polarización llega al extremo de que encontrar la verdad, es un imposible. El país posee las reservas probadas de hidrocarburos más grandes del mundo con 296 mil 500 millones de barriles de crudo. “El reto de Venezuela es conciliarse de nuevo”, insiste César Miguel Rondón, el escritor y periodista nacido en México, donde sus padres se exiliaron de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, dictador y militar venezolano, que alcanzó el grado de general de División del Ejército y fue designado presidente de facto de Venezuela de manera provisional por la Junta de Gobierno, sustituyendo a Germán Suárez Flamerich desde el dos de diciembre de 1952 hasta el 19 de abril de 1953. En esta fecha la Asamblea Nacional Constituyente lo proclama presidente constitucional para el período 1953-1958. A raíz de manifestaciones masivas en contra de la represión por parte del gobierno, Marcos Pérez Jiménez fue depuesto en un golpe de estado por sectores descontentos dentro de las Fuerzas Armadas de Venezuela el 23 de enero de 1958. Pérez Jiménez luego se exilió en República Dominicana y Estados Unidos desde donde fue extraditado de la ciudad de Miami. Finalmente residió en España bajo la protección del régimen de Francisco Franco.

El mismo día, 61 años después, el nuevo líder de la oposición, Juan Guaidó, con las calles de Caracas tomadas por manifestantes antigubernamentales, se ha autoproclamado “presidente encargado”, una nueva modalidad en el argot de las democracias occidentales, siendo respaldado por el actual presidente de los Estados Unidos, Donald Trump; enseguida se sumaron Brasil, Colombia, Perú, Ecuador, Costa Rica, Chile y Argentina, entre otros países, además de la Organización de Estados Americanos (OEA). No así México, Cuba y Bolivia. Me parece loable la actitud de nuestro presidente, Andrés Manuel Obrador quien ha apostado por una negociación política.

¿Desde cuándo se cambia un presidente sin hacerlo a través del voto? Estos “atajos democráticos” son muy peligrosos y pueden revertirse en un futuro, quizás no muy lejano, sobre quienes hoy apuestan por la ‘redemocratización unilateral’ de los irresponsables Donald Trump y Luis Almagro, presidente de Estados Unidos y de la OEA. En Venezuela quizás se habla en demasía de democracia en un país donde hay carencia de ciudadanos demócratas. Las élites políticas venezolanas deben negociar y pactar como adversarios no como enemigos. Lo que está ocurriendo en este país latinoamericano es reflejo de las carencias de sus políticos. Desde hace días me perturbaban los llamamientos a la cúpula del Ejército por parte de los líderes de la oposición antichavista, para que protagonizara un golpe de estado perturbador. Se han olvidado del Caracazo y otros capítulos sangrientos en la historia de Venezuela. Eran mensajes de necrofilia, cuando lo que urge son mensajes de libertad y de unidad. El petróleo, una vez más, es una bendición y una maldición. Son tiempos de negociación y hacer que el país tome la senda de la normalidad institucional, la seguridad jurídica, las prácticas democráticas y la libertad de expresión. Estas cuatro metas son asignaturas pendientes de las élites políticas necesitadas de leer el famoso discurso “El político y el científico” del alemán Max Weber, uno de los fundadores del estudio moderno de la sociología y la administración pública. Cuando uno contempla las manifestaciones, carteles, discursos, columnas periodísticas, mensajes en las redes sociales que nos llegan desde Caracas y desde la diáspora venezolana sobran las referencias apasionadas a la democracia, que dejan entrever una carencia muy grave de demócratas en aquellos lares de Simón Bolívar.

La historia venezolana moderna tiene un protagonista clave, aparte de Hugo Chávez: Carlos Andrés Pérez (Rubio, estado Táchira, Venezuela, 27 de octubre de 1922 – Miami, Estado de Florida, Estados Unidos, 25 de diciembre de 2010). Este político venezolano ejerció el cargo de presidente de la República en dos periodos (1974-1979 y 1989-1993). Durante su primer mandato, el país fue conocido con el apodo de “Venezuela Saudita” debido al flujo de petrodólares que ingresaron por la exportación del petróleo como consecuencia del embargo árabe de crudo. Su segundo mandato, a diferencia del anterior, estuvo marcado por escándalos de corrupción que culminarían con su separación del cargo y la crisis social manifiesta en el llamado ‘Caracazo’, con un saldo trágico de miles de muertos y desaparecidos, al reprimir las protestas populares entre el 27 de febrero y el ocho de marzo de 1989. Tanto los escándalos de corrupción como el ‘Caracazo’ fueron utilizados como argumento por Hugo Chávez y Hernán Grüber Odremán para dos intentos de golpe de estado el cuatro de febrero y el 27 de noviembre de 1992, respectivamente. Hugo Chávez fue el resultado de una acción política impresentable de un autodenominado socialdemócrata, Carlos Andrés Pérez y de los partidos tradicionales, que ahora reclaman una mayor presencia en el Parlamento, lo cual es necesario para desterrar ‘mayorías absolutistas’. Urge alcanzar un pacto nacional que permita superar la crisis institucional, económica y social en la que está sumergida Venezuela. El Caracazo parece querer regresar.

Los bolivarianos deben moderar sus mensajes revolucionarios y la ‘desunida’ Mesa de Unidad Democrática (MUD) hablar menos de revanchismo y de su pureza democrática ancestral, pues tienen el lastre de su pasado ligado a Carlos Andrés Pérez, amigo, en sus progresistas días, de los presidentes de España y Cuba, Felipe González y Fidel Castro y del escritor colombiano Gabriel García Márquez. ‘Cien años de soledad’ democrática. Venezuela se ha convertido en un centro de atención de tirios y troyanos, en donde todo lo que sucede es noticia y la polarización llega al extremo de que para cualquier estudioso, encontrar la verdad, debe hurgar hasta la saciedad. Es un país con una gran riqueza en todos los sentidos, posee las reservas probadas de hidrocarburos más grandes del mundo con 296 mil 500 millones de barriles de crudo y la octava reservas de gas (195 billones de pies cúbicos disponibles).

En uno de mis últimos viajes a Caracas, en octubre del 2012, compré uno de los periódicos de mayor circulación en el país, Ultimas Noticias y pude leer un chiste que reflejaba la pugna, yo creo que hasta amable, que existía ya entre los aspirantes de entonces a la presidencia: Hugo Chávez y Henrique Capriles. Eran tiempos de bonanza con abundancia de petrodólares por encima de los 100 dólares por barril, el cuento en cuestión narraba que el candidato opositor, Capriles, se había encontrado con la lámpara de Aladino. Presto la frotó, saliendo el genio que le ofreció cumplir tres deseos. Henrique fue muy claro y conciso: “Quiero ser muy inteligente”, “Quiero que mi pueblo me ame” y “Quiero ganar las elecciones de octubre”, El genio, como manda el guion de los ‘aladinos’ lo complació de inmediato: Lo convirtió en Hugo Chávez.

El largo viacrucis de la oposición venezolana arrancó el 25 de abril de 1999, cuando el 87% de los votantes aprobó en referéndum la radical transformación nacional concebida por el emergente caudillo Hugo Chávez a través una Asamblea Constituyente. Sin consensuar un modelo de convivencia integrador, imponiéndolo gracias a las sucesivas victorias en las urnas, los bolivarianos consolidaron una institucionalidad a la medida de sus revolucionarios planteamientos. La sistemática aprobación de reformas troncales, concebidas todas para facilitar el intervencionismo económico y el monopolio político, desencadenó el agrupamiento de las fuerzas antigubernamentales. Denunciando que el sectarismo convertía en ilegítimos los triunfos electorales de Chávez, un frente cívico castrense lo derrocó durante 48 horas en el 2002. También fracasó la segunda intentona por la fuerza: las movilizaciones callejeras de febrero del 2014. Ahora, este 23 de enero del 2019, Venezuela supera ‘un país, dos sistemas’ del líder Deng Xiaoping, discípulo de Mao Tse Tung con ‘un país, dos presidentes’, uno, ‘constitucional’ y otro ‘encargado’ como si se tratara de una interminable serie de ficción de Netflix.

Todos los datos que nos están llegando en los últimos días me trasladan a ‘Designated Survivor’, una serie de televisión dramática estadounidense sobre política, creada por David Guggenheim y protagonizada por Kiefer Sutherland, emitida en ABC. Se estrenó el 21 de septiembre de 2016 y ocho días después, ABC ordenó una temporada completa de 21 episodios. En mayo de 2017, ABC confirmó que renovó la serie para una segunda temporada, siendo estrenada el 27 de septiembre de 2017. El 11 de mayo de 2018, ABC canceló la serie después de dos temporadas, aparentemente debido a una disminución en las calificaciones, aunque se han mencionado otras razones. Poco después, eOne anunció que estaban en “conversaciones” con otras cadenas para renovar la serie, incluido Netflix, que transmite la serie internacionalmente. El 5 de septiembre de 2018, Netflix decidió continuar con la serie con una tercera temporada de 10 episodios que será estrenada en 2019. ‘Presidente encargado’ sería un buen título para los sucesos de este miércoles en Venezuela. En la noche del Discurso del Estado de la Unión, en una explosión se cobra las vidas del presidente y todos los miembros del Gabinete de los Estados Unidos, excepto la del Secretario de Vivienda y Desarrollo Urbano de los Estados Unidos, Tom Kirkman, que había sido nombrado el ‘Sucesor designado’. Kirkman juró inmediatamente como presidente, sin saber que el ataque es sólo el comienzo de lo que está por venir.

Contrariamente al criterio del excandidato presidencial opositor Henrique Capriles, opuesto a los inútiles disturbios callejeros y partidario de la resistencia y la vía electoral, Leopoldo López, Antonio Ledezma y Corina Machado convocaron a la movilización. Creyeron y apostaron que esa parte que se manifestaba en las calles de Venezuela acabaría convirtiéndose en un todo ciudadano imparable: en la trituradora de Nicolás Maduro. La irritación de una sociedad castigada por el desabastecimiento y la inflación se encargarían de generalizar las protestas. No ha sido así, al menos, hasta esta última semana de enero. Contrariamente, la tensión en las calles permitió al gobierno cerrar filas y reprimir sin miramientos. Nunca fue posible el derrocamiento a la brava porque aunque las concentraciones antigubernamentales han sido impresionantes desde hace 15 años, como corresponde a un país dividido en dos porciones, no bastan para expulsar a un gobierno que también moviliza masivamente y cuenta con todos los resortes del poder, entre ellos el clientelismo político y el Ejército. También tiene los multimillonarios ingresos petroleros que lo explican casi todo en Venezuela. Chávez los administró impregnados de carisma e ideología, en beneficio de los sectores más necesitados, todavía mayoritarios en el padrón electoral. Los usufructuarios del paternalismo de Estado y los pelotones del dogmatismo constituyen un ariete temible. En América Latina las balas, o sea, los golpes de Estado y las dictaduras militares, van quedando para la historia. La democracia se dilucida en los recintos electorales y no en los cuarteles. En medio de la profunda crisis social y económica, las encuestas auguraban últimamente la victoria de la Mesa de Unidad Democrática (MUD), que desplazaría del dominio del poder legislativo al Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). No fue así. Los ‘ensayos’ como los del ‘presidente encargado’, valorado por los altos mandos militares venezolanos como una nueva modalidad de “golpe de estado”, son muy peligrosos. Una distopía.

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