EL BESTIARIO SANTIAGO J. SANTAMARÍA
@BestiarioCancun
El atentado de Brasil y Federico García Lorca
Jair Bolsonaro, el político acuchillado fue trasladado a volandas por su cuadrilla, tras la cornada asestada por el morlaco Adélio Bispo de Oliveito, “por mandato de Dios”. Las perturbadoras imágenes del drama electoral evocan al poema del poeta andaluz «A las cinco de la tarde, dedicado al torero Ignacio Sánchez Mejías, en tiempos prebélicos en la España de la guerra civil…
¿Ganará quien orgullosamente se autodenomina el Donald Trump de Brasil, convaleciente en un hospital tras ser apuñalado ante miles de personas, el pasado jueves, que le aupaban y vitoreaban como a un torero a la salida de una de las plazas de toros monumentales de México, Madrid, Aguascalientes, Sevilla… tras una tarde triunfal, que comenzó a las cinco de la tarde? Federico García Lorca, nacido y asesinado en Granada, poeta, dramaturgo y prosista andaluz, adscrito a la generación del 27, fue el autor de mayor influencia y popularidad de la literatura española del siglo XX. Murió fusilado tras el golpe de estado que dio origen a la Guerra Civil Española un mes después de iniciada por el general Francisco Franco, el 18 de julio de 1936. Dejó escritos poemas como éste que me evocaban las imágenes de los videos que colapsaron las redes sociales tras el apuñalamiento de Jair Bolsonaro y su traslado a volandas entre la multitud hacia el hospital malherido tras la agresión de Adélio Bispo de Oliveiro… “A las cinco de la tarde. Eran las cinco en punto de la tarde. Un niño trajo la blanca sábana a las cinco de la tarde. Una espuerta de cal ya prevenida a las cinco de la tarde. Lo demás era muerte y sólo muerte a las cinco de la tarde. El viento se llevó los algodones a las cinco de la tarde. Y el óxido sembró cristal y níquel a las cinco de la tarde. Ya luchan la paloma y el leopardo a las cinco de la tarde. Y un muslo con un asta desolada a las cinco de la tarde. Comenzaron los sones de bordón a las cinco de la tarde. Las campanas de arsénico y el humo a las cinco de la tarde. En las esquinas grupos de silencio a las cinco de la tarde. ¡Y el toro solo corazón arriba! a las cinco de la tarde. Cuando el sudor de nieve fue llegando a las cinco de la tarde, cuando la plaza se cubrió de yodo a las cinco de la tarde, la muerte puso huevos en la herida a las cinco de la tarde. A las cinco de la tarde. A las cinco en punto de la tarde. Un ataúd con ruedas es la cama a las cinco de la tarde. Huesos y flautas suenan en su oído a las cinco de la tarde. El toro ya mugía por su frente a las cinco de la tarde. El cuarto se irisaba de agonía a las cinco de la tarde. A lo lejos ya viene la gangrena a las cinco de la tarde. Trompa de lirio por las verdes ingles a las cinco de la tarde. Las heridas quemaban como soles a las cinco de la tarde, y el gentío rompía las ventanas a las cinco de la tarde. A las cinco de la tarde. ¡Ay, qué terribles cinco de la tarde! ¡Eran las cinco en todos los relojes! ¡Eran las cinco en sombra de la tarde!”.
«Eran las cinco de la tarde…», cantó Federico García Lorca en su «Llanto por Ignacio Sánchez Mejías», un torero sin parigual en el sentir del poeta, pues “no hubo príncipe en Sevilla que comparársele pueda, ni espada como su espada ni corazón tan de veras…”. Así escribió con el alma Federico García Lorca, tras la muerte trágica de su amigo entrañable. Los versos han mantenido el recuerdo del torero predestinado, herido en la plaza de toros de Manzanares, Ciudad Real, un 13 de agosto de 1934, hace 84 años, y le han fabulado una biografía no siempre acorde con la realidad. Para empezar, no eran las cinco de la tarde; quizá las seis y pico. Ni era el manejo de la espada, precisamente, una suerte que dominara Sánchez Mejías. Su corazón, en cambio, debía ser “muy de veras”, pues frente al toro mostraba un sobrecogedor desprecio del peligro y fuera de los ruedos se desbordaba en generosidad y afecto con sus amigos, entre quienes ejercía una auténtica fascinación. “Su preferencia fueron siempre los intelectuales, acaso el primero de todos Rafael Alberti, y luego Bergamín, Salinas, Altotaguirre, Alexandre, Cernuda, Guillén, Dámaso Alonso y, naturalmente, Federico…”, como escribiera el santanderino Joaquín Vidal, el gran renovador de la crítica taurina.