
EL BESTIARIO POR SANTIAGO J. SANTAMARÍA
La ‘sharia’ de Atlatongo se impone al Estado del Derecho, también en la multicultural Cancún
Un ruso sobrevive a un intento de linchamiento por insultar a los mexicanos, la ley del ojo por ojo vuelve a golpear en México; Aleksei Viktorovich Makeev, un instructor en un parque acuático, publicó su último mensaje en las redes sociales al mediodía del viernes: “Los terroristas están amenazando con matarme”, escribió en Facebook…; meses atrás los vecinos de un pequeño pueblo cercano a la capital del país, justificaban el que una marabunta ‘cazara’ y asesinara a golpes a dos presuntos secuestradores, ante la pasividad de la policía municipal; un grupo de 17 llegó a la plaza, agarrando del pelo a una mujer y pateando por la espalda a un hombre, otro se colaba en el campanario y el sacristán se encerró con llave en su habitación porque ya sabía lo que iba a pasar; ¿Por quién doblan las campanas?, se preguntaba el escritor Ernest Hemingway por los ‘muertos olvidados’ de la violencia ‘anglo’ en Estados Unidos
“Aleksei Viktorovich Makeev se encuentra ingresado en el Hospital general de Cancún, Quintana Roo. Los doctores lo atienden de un traumatismo en la cabeza, lesiones en los brazos y en la espalda. Todas ellas provocadas por una violenta turba que lo intentó linchar la noche del viernes. Makeev, un ruso de 42 años, ha sido acusado de insultar y ofender repetidamente con epítetos racistas a los habitantes del destino turístico en vídeos publicados en YouTube. El pronóstico de Makeev es grave pero estable, según las autoridades locales. Tras su recuperación, Makeev será deportado a Rusia por sus agresiones a los mexicanos, informó el Instituto Nacional de Migración…”, informa el periódico El País. “Un ruso sobrevive a un intento de linchamiento en Cancún por insultar a los mexicanos. La ley del ojo por ojo, vuelve a golpear en México”.
Makeev, un instructor en un parque acuático, publicó su último mensaje en las redes sociales al mediodía del viernes. “Los terroristas están amenazando con matarme”, escribió en Facebook. Horas después, cuando el día había oscurecido la gente comenzó a reunirse a las afueras de su casa en la Supermanzana 70, de Cancún. La habitación ubicada en el centro de la ciudad, era uno de los escenarios que Makeev utilizaba en sus vídeos. En algunos presumía fajos de billetes, mientras aparecía con una suástica pintada en el cráneo y en la pared detrás de él. En otros, utilizaba chacos y aseguraba ser un samurái y gran admirador de Madonna.
Las cosas se tensaron minutos después, cuando un grupo decidió entrar a sacar al extranjero de su casa; Makeev lo recibió blandiendo un cuchillo.
Los que más enfurecían a los usuarios de YouTube, son lo que Makeev grababa caminando por las calles de Cancún, insultando en ruso y en inglés a quienes tuviera enfrente. “Los mexicanos apestan. Los vamos a colgar pronto”, decía. “Fucking animal”, gritaba al guardia de un centro comercial, después de arrojar monedas al piso a una voluntaria de un supermercado. “Los mexicanos solo saben reproducirse. Son gusanos, monos que solo quieren sexo”, afirmaba mientas grababa a niños en los McDonald´s donde comía o a mujeres cargando a bebés en brazos.
Este discurso de odio, fue lo que llevó a más de medio centenar de personas a reunirse a las afueras de la casa del ruso, que gozaba un permiso de residencia permanente otorgado por las autoridades migratorias mexicanas. Algunas personas portaban banderas de México. Los reporteros locales afirmaron que la Policía de Cancún se retiró del sitio, en ese momento pensando que la situación no iría a más. Las cosas se tensaron minutos después, cuando un grupo decidió entrar a sacar al extranjero de su casa. Makeev lo recibió blandiendo un cuchillo. Carlos Eduardo Gutiérrez, recibió un cuchillazo cerca del corazón y murió poco después mientras recibía atención médica.
Enfurecidos
Tras el apuñalamiento de Gutiérrez los ánimos se encendieron más. “Ya te cargó la ve…, hijo de tu puta madre”, “vamos a darle”, “¡quémalo!” y “te vas a morir”, gritaban los hombres mientras arrojaban piedras y pegaban con palos en las puertas y ventanas de la casa. Makeev huyó al interior del edificio y logró escapar de la turba subiendo al tejado de una casa vecina. Caminaba sobre el techo mientras lo golpeaban las piedras que la gente le lanzaba. Abatido, el extranjero se sentó recargado a una malla. “Te voy a decapitar, te voy a cortar la cabeza”, le gritaba uno de los agresores. Solo la Policía salvó la vida de Makeev y evitó que el linchamiento evolucionara en una segunda muerte. La Policía acordonó la zona y dispersó a los vecinos. Los Bomberos fueron quienes bajaron a Makeev del techo y que fue trasladado al hospital. Dmitri Bolbot, cónsul de Rusia en México, detalló las heridas de gravedad que recibió Makeev.
Tras la agresión se han conocido nuevos detalles de Makeev, que había estado ingresado en un psiquiátrico en su país de origen. Se supo, por ejemplo, que elementos de la Gendarmería, un cuerpo policíaco nacional, lo detuvieron en 2016, después de haber agredido a una mujer. Makeev estuvo entonces algunos días en prisión. Desde el viernes, más de 6 mil 500 personas han firmado una petición al diputado Eduardo Martínez Arcila, para que gestione la expulsión de Makeev de México, por sus “manifestaciones de odio a los mexicanos”.
Los linchamientos son un fenómeno cada día más frecuente en nuestro país. El año pasado se registraron 62 casos según un estudio de la UNAM. El Estado de México, Oaxaca y Puebla, son las entidades donde se concentra el mayor número de episodios. Los investigadores vinculan estas prácticas ancestrales, impuestas por los yihadistas en su “Estado Islámico”, con la percepción de la población de que el orden institucional se ha detenido, al menos temporalmente.
La película “Canoa”, basada en una historia real, retrató este fenómeno de la bíblica Ley del Talión, del “ojo por ojo y diente por diente”.
El Estado de Derecho de un país democrático y sus normas no sirven, son consideradas como inviables o ilegítimas por una razón u otra por una parte de la sociedad, y la ley del clan, del grupo familiar o del individuo, son las únicas que prevalecen. Hace 40 años, la película “Canoa”, basada en una historia real, retrató este fenómeno de la bíblica Ley del Talión, del “ojo por ojo y diente por diente”. La mecha la prendió el cura del pueblo y el fantasma era el comunismo y los sucesos del Mayo del 68. Hoy, en la mancha urbana que rodea la Ciudad de México, la superpoblación, la pobreza extrema y la violencia impune justifican lo injustificable. Un episodio similar a la “sharia” de Atlatongo llegó al primer destino mundial del turismo en el Caribe, donde la Zona Hotelera y su Plaza de Kukulcán “cohabitan” con cada día más regiones.
Podría parecer un asunto menor en un país que desde hace una década registra más de 10 mil muertes anuales relacionadas con el crimen organizado, pero no es así. Acá hablamos de una reacción brutal y salvaje por parte de vecinos que no son muy distintos a muchos otros millones de habitantes. Lo que tienen en común todos estos casos, es el profundo hartazgo de los sectores populares en contra de una autoridad que no sólo es incapaz de protegerlos, sino que con frecuencia es percibida como el impedimento para que se haga justicia.
Me llamó mucho la atención la actitud del secretario de Gobierno del Estado de México, José Manzur, quien horas después del asesinato de Octavio Ramírez y Nayeli Perez, ordenaban la puesta en libertad de los 17 vecinos detenidos por haber intervenido en la golpiza, arropados por unos 600 de los 4 mil vecinos de Atlatongo. “El secuestrado Ezequiel Flores Ramos identificó a sus secuestradores por la ropa que traían puesta y los tatuajes. Los fallecidos y el herido eran los que le privaron de la libertad…”, hizo hincapié José Manzur. No se contempla procesar a nadie. Ingenuidad periodística.
Octavio Ramirez y Nayeli Pérez, dos forasteros de unos 30 años que no eran conocidos, fueron golpeados durante horas, hasta la muerte.
Esta actitud de la autoridad alienta el que la gente haga su vida al margen del Estado, y cuando se ve confrontada, al margen de él. Me temo que pudiera estar en curso una rebelión soterrada, de largo aliento y de muy difícil reparación. Hace meses unos periodistas del País Vasco que visitaron Cancún y Solidaridad, me preguntaban por qué tantos episodios de violencia que se viven en otras zonas de México, con imágenes no muy diferentes a las que nos llegan desde Irak, Siria, Afganistán…, no había provocado una reacción más radical de la ciudadanía, a la que veían con un desencanto absoluto por la política y por los canales existentes para expresar la inconformidad, incluyendo la calle. “El pasotismo social es peligroso…”, me insistieron.
Los vecinos de Atlatongo vieron a un grupo llegar a la plaza, agarrando del pelo a una mujer y pateando por la espalda a un hombre. Otros tantos brincaron los muros de la iglesia para colarse en el campanario y el sacristán se encerró con llave en su habitación porque ya sabía lo que iba a pasar. El rumor del secuestro de un vecino, dado a conocer por el boca a boca, llegó hasta la torre más alta de la iglesia. ‘Por quién doblan las campanas’ al mediodía, se preguntaría el escritor estadounidense Ernest Hemingway. Una marabunta se congregó en la plaza para ejecutar un acto de justicia sumarísima y bestial.
En el quiosco donde toca la banda de música, rodeado de columpios infantiles, Octavio Ramirez y Nayeli Pérez, dos forasteros de unos treinta años que no eran conocidos en Atlatongo, fueron linchados el martes durante horas hasta que murieron. A un tercer presunto secuestrador, Jesús Rivera, de 28 años, lo rescató la policía estatal y el ejército, que entró por la tarde al pueblo cargando con gases y porras.
En el Código de Hammurabi (Babilonia, siglo XVIII antes de Cristo) el principio de reciprocidad exacta se utiliza con gran claridad
Todo empezó muy pronto esa mañana, cuando la familia de Ezequiel Flores, un chico del barrio, le perdió la pista al salir para el trabajo. Un hermano reconoció la camioneta negra de Ezequiel donde viajaban los dos forasteros. Antes que pedir ayuda a la policía, acudió a sus casi 4.000 vecinos. Y el pueblo, ante la mirada de unos 10 agentes municipales que les sugerían que se lo pensaran dos veces, dictó la sentencia del talión. La Ley del Talión (latín: lex talionis) es la denominación tradicional de un principio jurídico de justicia retributiva en el que la norma imponía un castigo que se identificaba con el crimen cometido, obteniéndose la reciprocidad. El término talión deriva de la palabra latina talis o tale que significa idéntico o semejante, de modo que no se refiere a una pena equivalente sino a una pena idéntica.
Históricamente, constituye el primer intento por establecer una proporcionalidad entre el daño recibido en un crimen y el daño producido en el castigo, siendo así, paradójicamente, el primer límite a la venganza. La mayor parte de los ordenamientos jurídicos se basaron en la Ley de Talión, especialmente en la Edad Antigua y en la Edad Media. La crítica ilustrada al sistema legal del Antiguo Régimen (particularmente a partir del tratado de Cesare Beccaria, “De los delitos y las penas”, escrito en1764) incluyó la superación de ese concepto. En la actualidad existen ordenamientos jurídicos que parcialmente incluyen la ley del talión, especialmente la’ sharia’, en vigor en ciertos países islámicos.
En el Código de Hammurabi (Babilonia, siglo XVIII antes de Cristo) el principio de reciprocidad exacta se utiliza con gran claridad. Por ejemplo: la Ley 195 establecía que si un hijo había golpeado al padre, se le cortarían las manos; la 196 que si un hombre libre vaciaba el ojo de un hijo de otro hombre libre, se vaciaría su ojo en retorno; la Ley 197 que si quebraba un hueso de un hombre, se quebraría el hueso del agresor; las leyes 229 a 233 establecían castigos equivalentes al daño causado que debía sufrir el arquitecto cuyas construcciones se derrumbaran. Las penas menores consistían en la reparación del daño devolviendo materias primas tales como plata, trigo, vino… En los casos en que no existía daño físico, se buscaba una forma de compensación física, de modo tal, por ejemplo, que al autor de un robo se le cortaba la mano. El Derecho Romano antiguo, como la Ley de las XII Tablas, incorpora nuevas normas acordes a sistemas jurídicos menos primitivistas, derivando en el primer cuerpo legal de Roma. El cristianismo deja sin efecto la Ley del Talión a raíz del Sermón de la Montaña.
‘Duele el corazón’ de Enrique Iglesias sonaba al día siguiente en el escenario del crimen, en el tianguis de ropa y verdura semanal
En el escenario del linchamiento, al día siguiente, volvía a instalarse el mercadillo de ropa y verdura, mientras sonaba a todo volumen el ‘Duele el corazón’ de Enrique Iglesias. La tenista rusa Anna Kournikova se convertía en esos momentos en todo un ejemplo de novia enamorada al publicar a través de Instagram un vídeo donde aparece bailando y cantando el último éxito de su chico… En el tianguis semanal ningún vecino reconoce haber participado en otra ‘La jauría humana’ de Arthur Penn, película protagonizada por Marlo Bravo y Robert Redford, en tiempos de nuestra ‘Canoa’ de Felipe Cazals, un documento del México rural que no ha desaparecido…
La cinta desarrolla el destino de cinco jóvenes trabajadores universitarios que desean subir al volcán La Malinche, ubicado entre los Estados de Puebla y Tlaxcala. Un vendaval obliga a los excursionistas a pasar la noche en San Miguel, una minúscula comunidad atrapada entre el fanatismo religioso y la fiebre anticomunista que el Gobierno mexicano había inyectado a la sociedad en 1968, año en el que ocurrieron los hechos. La paranoia hizo creer a los pobladores que los extraños izarían una bandera rojinegra en la Iglesia, por lo que los locales los lincharon…
Lo que pasó en realidad entre el secuestrado y los secuestradores, igual nunca se sabrá, impera el rumor aunque la sentencia fue de muerte
En Atlatongo, el ‘pasotismo’ oficial , propicia la distopía que un Estado fallido… “De algún modo, el pueblo se protegió a sí mismo. Como las autoridades no lo hacen, todos juntos se protegen. Hoy por ti, mañana por mí”, comenta un vendedor. Una joven se acuerda de las dos veces que la han asaltado este año y remata: “No está bien tomarse la justicia por nuestra mano pero es que ya es mucha la desesperación”. Otro vecino respalda la opinión generalizada favorable al linchamiento de gente extraña: “Viene gente de lejos y nos tira los muertos a las orillas”. “En la bolsa de la mujer encontraron la credencial y las tarjetas de crédito del chico. Eso se rumorea”, dice haber escuchado una vendedora de baratijas de plata. También se rumorea que el chico supuestamente secuestrado trapicheaba con droga.
La tesis del secuestro ha sido confirmada por la Fiscalía estatal. Ezequiel Flores apareció a mediodía andando aturdido por una carretera del pueblo. Según la versión oficial, estuvo varias horas retenido en una casa de las afueras. Cuando la policía y los militares ya habían descongestionado el ambiente y se habían llevado detenidos a los protagonistas directos del crimen, el alcalde se acercó el martes por la tarde a la plaza.
El priista Arturo Cantú, que lleva menos de un año en el cargo, cuenta por teléfono que fue a “platicar y a dialogar sosegadamente con el pueblo”. La plática duró hasta las siete de la mañana del día siguiente, cuando José Manzur anunció que los vecinos detenidos quedaban libres por falta de pruebas. Otro rumor de Atlatongo: el pueblo no dejó salir al alcalde hasta que consiguiera la ‘amnistía popular’. Lo que pasó en realidad entre el secuestrado y los secuestradores, igual nunca se sabrá. Hoy, en la ‘sharia’ de Atlatongo, impera el rumor, como en tiempos de Hammurabi.
La memoria rescatada de los mexicanos linchados, Estados Unidos redescubre la historia de las víctimas latinas de la violencia ‘anglo’
“Un deporte al aire libre”. Así definió la práctica de linchar mexicanos en California el periodista Carey McWilliams. McWilliams, autor de ‘North from Mexico’ (Al norte de México, 1948), un libro de referencia sobre los mexicanos de Estados Unidos, fue uno de los pocos en preservar la memoria de un episodio vergonzoso en un país que nunca deja de revisar su joven historia. El recuerdo de la muerte, a manos de las turbas anglosajonas, de centenares, seguramente miles, de ciudadanos de origen mexicano entre mediados del siglo XIX y las primeras décadas del XX, quedó esparcida en canciones populares, en leyendas que contaban de padres a hijos, en un puñado de westerns y novelas de género. Era un recuerdo vago, una historia remota, medio olvidada.
Pero jamás, hasta que los historiadores William Carrigan y Clive Webb se pusieron a investigar, se desvelaron las dimensiones de los linchamientos a mexicanos, superados solo por los linchamientos de negros en el Sur hasta mediados del siglo XX. EE UU se transforma y también se transforma la manera de contar la historia, más allá de la mitificación del patriotismo más superficial. Cambia la demografía: los latinos -la mayoría, de origen mexicano- son la minoría más pujante. Y cambia el pasado, que nunca es estático: Estados Unidos incorpora otros traumas al acervo común.
‘Muertos olvidados: violencia en grupo contra mexicanos en EE UU 1848-1928’, de los historiadores William Carrigan y Clive Webb
“Los blancos y los mexicanos recuerdan el pasado de manera distinta”, dicen los historiadores William Carrigan y Clive Webb en un correo electrónico. “Mientras que es posible que los blancos vean la violencia en la frontera contemporánea como algo conectado solo al presente, a las tensiones tras el 11-S por la inmigración, los mexicanos sitúan la violencia en un contexto histórico más amplio y lo conectan a episodios pasados de nativismo violento y prejuicios”, explican los autores del libro ‘Muertos olvidados’.
Las diferentes visiones del pasado, las memorias múltiples, pueden complicar el diálogo. Carrigan y Webb ven más diferencias que similitudes entre los episodios que estudian en su libro y casos actuales de xenofobia o abusos: no hay un vínculo directo. Pero para muchos, la asociación es inevitable. “La cuestión”, dicen, “es que las autoridades no entienden por qué tantos mexicanos sí ven conexiones”.
‘Muertos olvidados: violencia en grupo contra mexicanos en Estados Unidos 1848-1928’ es el título del libro de Carrigan y Webb, publicado hace dos años. Los hechos quedan lejos y son incomparables con cualquier discriminación del presente. La publicación reciente de un informe que amplía en 700 el número de muertes conocidas por linchamiento de afroamericanos, sumada al goteo de noticias sobre arbitrariedades policiales, y a los debates sobre la inmigración, coloca la tragedia bajo otra luz: los negros no fueron las únicas víctimas del racismo.
En el Oeste de justicia ausente, muchos veían en los procesos y ejecuciones informales la única opción para combatir el crimen
Farmington (Nuevo México), 16 de noviembre de 1928. Cuatro hombres enmascarados irrumpen en el Hospital del Condado de San Juan y se llevan al paciente Rafael Benavides. Benavides es un pastor ingresado tras agredir a una niña mexicana, asaltar a una mujer anglosajona y quedar malherido por los disparos de los agentes del sheriff. Los enmascarados se lo llevan en un camión a una granja abandonada. Le atan una soga al cuello y lo cuelgan de un árbol. Los asaltantes nunca serán juzgados.
Benavides, cuya muerte reconstruyen Carrigan y Webb, disfruta del raro privilegio de ser la última víctima mexicana de la violencia en grupo y extrajudicial documentada. Los historiadores han documentado 547 víctimas mexicanas (inmigrantes y estadounidenses de origen mexicano), pero el número total de personas “ahorcadas, quemadas y tiroteadas” es superior. Fueron miles, según la estimación de Carrigan y Webb.
Con el ahorcamiento de Rafael Benavides terminó una era que había empezado en 1849, tras la derrota de México en la guerra contra Estados Unidos, la anexión de Texas por EE UU y la transferencia a este país, por el Tratado de Guadalupe Hidalgo, del actual suroeste del país. La frontera política se desplazó centenares de kilómetros, pero los mexicanos siguieron allí; los anglosajones eran los recién llegados, los inmigrantes, pero unos inmigrantes que intentaban imponer su ley en un medio hostil. Las tensiones eran inevitables.
Existía una justificación racional para el llamado vigilantismo -el mantenimiento del orden público por parte de individuos o grupos civiles- y los linchamientos. En el Oeste, un territorio donde el Estado era débil y la justicia lenta, ineficiente o directamente ausente, muchos veían en los procesos y ejecuciones informales la única opción para combatir el crimen en ese territorio.
“El trasfondo de tanta violencia entre anglos y mexicanos puede ligarse a la pugna por el oro, a conflictos aparentemente constantes por la tierra”
Carrigan y Webb cuestionan que la persecución de mexicanos fuera una mera reacción de las carencias del sistema judicial en las tierras de frontera. La violencia no se explica sin los prejuicios raciales y la competición económica. “El trasfondo de tanta violencia entre anglos y mexicanos puede ligarse a la pugna por el oro, a conflictos aparentemente constantes por la tierra y el ganado o a la batalla por los términos y las condiciones laborales”, escriben.
El 3 de mayo de 1877 de madrugada, Francisco Arias y José Chamales se hallaban en la prisión de Santa Cruz (California) cuando una muchedumbre se los llevó. Les acusaban de robar a un carpintero, recuerdan Carrigan y Webb. Les ahorcaron sin juicio y nadie respondió por el crimen: un deporte al aire libre, como dijo McWilliams.
En 1990, el poeta de Brooklyn Martín Espada describiría en un poema los rostros, “descoloridos como peniques de 1877”, de la muchedumbre que se acercó para ver a los muertos. Arias y Chamales presentaban “la mueca dormida de los cuellos rotos”. En la fotografía de aquel linchamiento, que ilustra esta página, la mirada del público y la mueca de ajusticiados cruzan los siglos.
Los historiadores Carrigan y Webb documentan 547 casos de muertes de mexicanos por linchamiento entre mediados del siglo XIX y 1928, aunque el número total puede elevarse a miles. El número documentado de negros linchados en el sur de EE UU es de 3.959, según un recuento reciente. Una diferencia entre negros y mexicanos ante la violencia blanca fue la resistencia. Los negros, tras el fin de la esclavitud, volvieron a ser una clase subyugada. Los mexicanos, en cambio, eran dominantes en partes del Oeste y disponían de ayuda en la diplomacia de México. Los mexicanos linchados, a diferencia de los negros, raramente eran acusados de violencia sexual contra sus mujeres: los anglos no veían a los mexicanos como una amenaza en este sentido, como sí les ocurría con los negros. En el caso de los mexicanos, los motivos de los linchamientos eran sobre todo económicos.
La ‘sharia’ de Atlatongo se impone al Estado del Derecho, también en la multicultural Cancún. Un ruso sobrevive a un intento de linchamiento por insultar a los mexicanos, la ley del ojo por ojo vuelve a golpear en México; Aleksei Viktorovich Makeev, un instructor en un parque acuático, publicó su último mensaje en las redes sociales al mediodía del viernes: “Los terroristas están amenazando con matarme”, escribió en Facebook…; meses atrás los vecinos de un pequeño pueblo cercano a la capital del país, justificaban el que una marabunta ‘cazara’ y asesinara a golpes a dos presuntos secuestradores, ante la pasividad de la policía municipal; un grupo de 17 llegó a la plaza, agarrando del pelo a una mujer y pateando por la espalda a un hombre, otro se colaba en el campanario y el sacristán se encerró con llave en su habitación porque ya sabía lo que iba a pasar; ¿Por quién doblan las campanas?, se preguntaba el escritor Ernest Hemingway por los ‘muertos olvidados’ de la violencia ‘anglo’ en Estados Unidos.
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