
Donald Trump, Alberto Camus y George Orwell
Cada vez hay más empresas cuyo objetivo es manipular la verdad en beneficio de creencias e ideologías de sus clientes…
SANTIAGO J. SANTAMARIA GURTUBAY
Albert Camus y George Orwell nunca llegaron a conocerse, pero tuvieron muchas cosas en común. Una de ellas, su trabajo como periodistas y su convicción en que la verdad no tiene nada que ver con las creencias o ideologías, sino con el mundo real y los hechos. En un momento como el actual, en el que hasta existen empresas y grupos cuyo objetivo es manipular esos hechos y datos, estos dos autores se hacen cada vez más necesarios. William Fear, en un reciente artícuLo aparecido en la revista conservadora británica The Critic, recoge un párrafo de una carta enviada por Camus a María Casares el 25 de enero de 1950, cuatro días después del fallecimiento de Orwell: “Malas noticias: ha muerto George Orwell. No lo conoces. Un escritor inglés muy talentoso, con exactamente la misma experiencia que yo (aunque 10 años mayor) y exactamente las mismas ideas (…). Fue uno de los pocos hombres con los que compartí algo”. Fear explica que los dos autores compartían una misma ansiedad por la fragilidad de la verdad: “Ambos estaban mucho más interesados por los hechos que se podían extraer de la experiencia que por los que se podían pensar a través de la ideología”. La verdad no está relacionada con las creencias, al contrario de lo que predicaba el filósofo pro fascista ruso Alexander Dugin. Tiene que ver con los hechos y los hechos proceden del mundo real. “Ambos entendieron que la mentalidad totalitaria requiere que aceptes que la verdad proviene de la ideología”, dice Fear. Vale para Donald Trump y sus seguidores y para todos los totalitarios que entienden la ideología no simplemente como un conjunto de valores o creencias, sino “como una explicación cohesiva del pasado, presente y futuro de la humanidad”.
No hace falta sufrir paranoia para ser consciente de que cada vez existen más empresas cuyo objetivo es manipular la verdad en beneficio de las creencias e ideologías de sus clientes. El último caso conocido es la compañía catalana Eliminalia, dedicada durante años a difundir noticias “retocadas” y a crear webs clonadas y bots para limpiar la imagen de corruptos, abusadores y narcos de 54 países distintos, muy especialmente españoles. Pero no es la única, y en Israel radican varias empresas que se dedican a manipular la verdad para beneficiar a políticos de medio mundo que afrontan campañas electorales. Sería un error dar por supuesto que manipulaciones de este tipo son capaces de alterar sustancialmente resultados electorales. No existe mucha evidencia científica al respecto y es obvio que Joe Biden ganó las elecciones a Donald Trump o que Lula da Silva ha sido capaz de echar a Jair Bolsonaro de la presidencia de Brasil, pese a toda la ayuda “digital” recibida por el militar. Sea como sea, está claro que desde que saltó a la fama la empresa Cambridge Analytica, denunciada en 2018 por acceder a millones de datos de usuarios de Facebook, analizarlos y ponerlos a disposición de clientes con objetivos electorales en Estados Unidos, han nacido centenares de firmas que intentan el mismo juego. Unas veces mediante minería de datos que les permita conocer a los posibles votantes y buscar la manera de reforzar sus creencias o preferencias; otras, mediante la falsificación directa de información que permita introducir el máximo posible de confusión en círculos determinados. Cuanto más polarizada está una sociedad, estiman numerosos expertos, más fácil resulta organizar esas redes de desinformación. Poco a poco, van apareciendo estudios académicos donde se aprecia el impacto de esas campañas destinadas a crear “burbujas de mentiras” que tienen efecto directo sobre personas identificadas como vulnerables a una retórica particular, gracias a los datos ya acumulados sobre ellas.
Las próximas elecciones que se celebran en España son autonómicas y municipales, en mayo, un escenario diferente al que implican unas elecciones generales, pero aun así pueden ser un gran escenario de prueba donde observar hasta qué punto se ha avanzado en el dominio de la falsificación y manipulación. Y la campaña de las generales, en diciembre, puede ser un teatro donde proliferen esas burbujas de mentiras. No sería mala idea ir advirtiendo a los ciudadanos: la verdad procede de los hechos y datos, no de la ideología. Recuerden a Orwell y a Camus. El expresidente Donald Trump ha recitado en la noche del martes desde Mar-a-Lago todo el memorial de agravios que acumula desde que, aún en la Casa Blanca, fue investigado por la trama rusa —la posible connivencia del Kremlin para ayudarle a ganar las elecciones de 2016— o sometido a los dos impeachments, o juicios políticos, de los que salió indemne. El republicano hizo un diagnóstico de la naturaleza de su victimismo, a la par que una apelación a sus fieles, en su feudo de Mar-a-Lago (Florida). Ponía fin así a una jornada vertiginosa en la que horas antes había sido imputado en Nueva York por tres pagos en negro para ocultar relaciones extramatrimoniales durante la campaña de 2016. Si estaba herido en su fuero interno, no lo demostró ante el atril desde el que se dirigió, en un tono inusualmente calmo y desprovisto de su vociferante energía, a sus seguidores. Vestido igual que en su comparecencia en Nueva York, Trump denunció el proceso instruido por la fiscalía de Manhattan como una interferencia “a una escala nunca vista” en la próxima carrera electoral, la de 2024, en la que parte como el candidato republicano mejor situado en los sondeos. Un proceso llevado a cabo por “la izquierda radical”, en referencia a la Administración demócrata en el poder en Washington (y en Nueva York), que debería ser “desestimado de inmediato”. De la supuesta injerencia en el proceso culpó personalmente al fiscal de Manhattan, Alvin Bragg, “izquierdista radical apoyado por [el financiero] George Soros”, una de las bestias negras de la facción más radical de los republicanos. El mantra de la “izquierda radical” fue la idea más repetida de su discurso.
“Nunca pensé que esto pudiera ocurrir” en EE UU, ha dicho el magnate, un país que, subrayó, “se está yendo al infierno” por acusaciones como las que pesan contra él, 34 cargos de falsificación de registros mercantiles ligados a los sobornos para encubrir sus aventuras en 2016. Según la acusación, esos falsos registros encubren intentos de violar las leyes electorales estatales y federales. La imputación es la primera a un mandatario, en activo o retirado, en la historia de EE UU. “El único delito que he cometido es haber defendido sin miedo a nuestro país frente a quienes intentan destruirlo”, ha dicho Trump, recalcando la esencia de su misión, y considerando un insulto la ofensiva legal que padece. Además de la imputación en Nueva York, arrastra varias investigaciones federales y estatales, entre ellas por retener documentos clasificados en Mar-a-Lago, por su papel al instigar el asalto al Capitolio en 2021 y por intentar dar un pucherazo en el Estado de Georgia. Trump dedicó gran parte de su prolongado discurso a quejarse de las investigaciones penales hasta el último detalle, incluidas sus mofas sobre tuits publicados por la esposa del fiscal Bragg, en vez de transmitir un mensaje más amplio, en clave electoral, capaz de aglutinar y movilizar a la multitud. No le hizo falta: tenía un público cautivo. También pintó un panorama sombrío no solo en clave interna, también de retos globales como la amenaza de China. “Somos un país en declive y ahora la izquierda radical quiere interferir en nuestro proceso electoral”, recalcó. “Ellos no siguen la ley, [porque] el sistema de justicia de EE UU ya no tiene ley y se usa para ganar elecciones”, dijo arrancando una de las salvas de aplausos. Fue interrumpido también cuando se refirió al presidente Joe Biden como un lunático, y tras sus invectivas contra el fiscal Bragg, a su juicio “el único criminal”, que fue contra él incluso antes de saber algo al respecto. Reservó también sus dardos para el instructor del caso, Juan Merchan, “un juez que odia a Trump” e incluso para el fiscal especial nombrado por el Departamento de Justicia para supervisar todos los casos relativos a Trump, Jack Smith, “un consejero especial lunático”.
Entre la audiencia que seguía en silencio sus palabras, destacaban numerosas personas tocadas con las gorras rojas de su movimiento de reconquista MAGA (siglas de make America great again, hagamos grande de nuevo a EE UU), que lanzó tras abandonar la presidencia en enero de 2021. Sobre las amenazas globales, e incluso personales, Trump remachó: “Pero no tengo la menor intención de permitirlo, porque volveremos a hacer grande a América [EE UU]”. El lema más directo, electoralmente hablando, para terminar un mitin que fue sobre todo un alegato. El magnate ha llegado a la sede judicial en torno a las 13.30, hora local algo antes de lo previsto, mientras en la calle aún se cruzaban eslóganes a favor y en contra entre empujones e insultos. El denso cordón policial hizo prácticamente indiscernible para los curiosos la entrada de Trump en el número 100 de la calle Centre, en el Bajo Manhattan, mientras el insistente rotor de las hélices de los helicópteros ponía la banda sonora al momento. El expresidente Trump, con un aspecto entre demudado y desafiante, fue testigo de cómo los funcionarios le hacían la ficha policial, pero evitó la indigna imagen del esposado. A continuación, pasó a la sala donde el juez Juan Merchan, del Tribunal Supremo del Estado de Nueva York, procedió a la lectura de los cargos, de los que se declaró “no culpable”, la fórmula equivalente a inocente usada en el sistema procesal estadounidense. Un trámite rápido para satisfacer una expectación sin precedentes. Una vez imputado, es decir, a la espera de juicio, el magnate, que quedó en libertad con cargos, puso rumbo al aeropuerto para regresar a su mansión de Mar-a-Lago, en Florida. Desde allí se dirigio a sus seguidores a las 20.15, el horario de máxima audiencia.
Según el comunicado del fiscal de Manhattan, Alvin Bragg, la imputación se debe a “falsificar registros contables de Nueva York para ocultar información perjudicial y actividades ilícitas a los votantes estadounidenses antes y después de las elecciones de 2016″. Durante la campaña, añade el fiscal, “Trump y otros emplearon una trama para identificar, comprar y enterrar información negativa sobre él [sus relaciones extramatrimoniales con Daniels y con una exmodelo de Playboy] e impulsar sus perspectivas electorales. A continuación, hizo todo lo posible por ocultar esta conducta, provocando docenas de entradas falsas en registros mercantiles para ocultar actividades delictivas, incluidos intentos de violar las leyes electorales estatales y federales”. Esta es una de las claves que sustentarán la acusación, pues, según Bragg, “no podemos normalizar una grave conducta criminal, no importa quién lo haga”. La próxima vista se ha fijado para el próximo 4 de diciembre, según la CNN. Además de la justicia real, procesal, ha habido también mucho de justicia poética en la comparecencia de Trump, por haber tenido que humillarse, es decir, doblegar su orgullo y su altivez —es la definición de la RAE—, ante el fiscal de distrito Bragg, un afroamericano, y el juez del Supremo Merchan, un hispano, uno de esos seres a los que el republicano demonizó llamándoles bad hombres, como definió en 2016 a los inmigrantes. Un fiscal negro y un juez latino como némesis de quien ha encarnado el poder y el éxito con mayúsculas, y que desde hoy tiene un asiento reservado en el banquillo de los acusados. La imputación no impedirá a Trump aspirar a la nominación presidencial en las primarias republicanas. Al contrario, a corto plazo parece estar impulsándola como un cohete. Un comunicado de su oficina de campaña para 2024 aseguró que recaudó más de cuatro millones de dólares en las primeras 24 horas tras la decisión del gran jurado de Nueva York, el jueves, de imputarlo; y tres millones más desde entonces. De los cuatro millones iniciales, el 25% procede de nuevos donantes, lo que demuestra la caja de resonancia —además de registradora— del proceso. Su arrastre electoral, como candidato mejor situado en las encuestas —en la última sacaba 30 puntos de ventaja al aspirante oficioso Ron DeSantis, gobernador de Florida—, es, sin embargo, una incógnita, pues muchos analistas creen que el victimismo del momento se desinflará a medida que avance el proceso. Pese a la humillación pública de tener que rendir cuentas, lo que constituye una novedad para él, Trump no se lo va a poner fácil a la justicia. Horas antes de su comparecencia, solicitaba en su red social, Truth Social, que el juicio se trasladara a Staten Island, por considerarlo un “lugar muy justo y seguro” y, cabe añadir, políticamente mucho más afín a los republicanos que el bastión demócrata de Manhattan. El expresidente, además, llamaba al juez del Supremo de Nueva York un “conocido odiador de Trump”.
Merchan, de origen colombiano, juzgó el año pasado a uno de los principales colaboradores de Trump, Allen H. Weisselberg, que durante décadas fue director financiero de la Organización Trump, y que en enero fue condenado a cinco meses de cárcel y cinco años de libertad condicional por fraude fiscal. Trump resucitó hoy en su red social, con dudosa sintaxis, esa afrenta, para apuntalar su figura como víctima del sistema. “Fue un desastre injusto en un caso anterior relacionado con Trump. [Merchan] no quiso recusar, dio instrucciones horribles al jurado, y fue imposible tratar con él durante el juicio de caza de brujas”, escribió. Persecución política y caza de brujas por parte de los demócratas —el fiscal Bragg lo es— son los dos conceptos con los que el republicano desautoriza la causa, así como la supuesta instrumentalización de la justicia como un arma arrojadiza, es decir, política. Trump ha añadido en Truth Social que la hija del juez trabajó en su día en la campaña de la actual vicepresidenta, Kamala Harris. Merchan ha reclamado a las partes involucradas que se abstengan de hacer manifestaciones que puedan generar violencia o disturbios, en alusión a los comentarios de Trump en la Red. Además de no haber sido autorizada, la concentración convocada por la congresista Marjorie Taylor Greene (MTG, las siglas por las que se la conoce), una de las figuras republicanas más extremas, se diluyó entre el paroxismo de cámaras, policías y curiosos que tomaron la plaza ubicada frente al edificio. Imposible ver nada, ni siquiera a George Santos, el congresista republicano por Nueva York que está en la picota por haberse inventado buena parte de su biografía y su currículo. Santos, que como MTG se sitúa en el ala más radical del partido, es criticado incluso por muchos correligionarios, por lo que su presencia, lejos de suponer un apoyo sólido, marcó las contadas bazas de los concentrados, apenas un centenar. La víspera, el alcalde de Nueva York, el demócrata Eric Adams, había pedido contención y modales durante una sesión informativa sobre las medidas de seguridad extraordinarias adoptadas.
“Mientras estés en la ciudad, compórtate lo mejor que puedas”, avisó el lunes Adams a MTG y sus seguidores. Simpatizantes y detractores de Trump se manifestaron en áreas separadas y delimitadas por la policía para evitar incidentes, pero a la vez como un vívido recordatorio de la polarizada sociedad estadounidense. Aunque el establishment republicano ha cerrado filas en torno a Trump, las manifestaciones de apoyo más extremas, como la de MTG, solo contribuyeron a alimentar el circo mediático. En el interior del edificio, colindante con el bullicioso Chinatown, el juez Merchan no se dejó arrastrar por la expectación. La víspera, autorizó la presencia de cinco fotógrafos en la sala, a la vez que prohibía cualquier dispositivo electrónico, incluidos los móviles de los periodistas que hicieron fila durante toda la noche para acceder a la misma, alegando que la transparencia no puede tener prioridad sobre el procedimiento. “La comparecencia de Trump ha generado un interés público y una atención mediática sin precedentes. La población, con razón, está hambrienta de la información más precisa y actualizada disponible”, explicó Merchan en un comunicado. “Pero desafortunadamente, aunque genuinos e indudablemente importantes, los intereses de los medios deben ponderarse con los concurrentes” del procedimiento. El temple exhibido durante el trámite por Bragg y Merchan fue lo más parecido a la entrega “indolora y con clase” que habían pedido, sin suerte, los abogados del acusado Donald Trump.
Albert Camus (Mondovi hoy Dréan, Argelia francesa, 7 de noviembre de 1913-Villeblevin, Francia, 4 de enero de 1960) fue un novelista, ensayista, dramaturgo, filósofo y periodista francés nacido en la Argelia francesa. Su pensamiento se desarrolla bajo el influjo de los razonamientos filosóficos de Schopenhauer, Nietzsche y el existencialismo alemán. Se le ha atribuido la conformación del pensamiento filosófico conocido como absurdismo, si bien en su texto El enigma el propio Camus reniega de la etiqueta de ‘profeta del absurdo’. Se le ha asociado frecuentemente con el existencialismo, aunque Camus siempre se consideró ajeno a él. Pese a su alejamiento consciente con respecto al nihilismo, rescata de él la idea de libertad individual. Formó parte de la resistencia francesa durante la ocupación alemana, y se relacionó con los movimientos libertarios de la posguerra. En 1957 se le concedió el Premio Nobel de Literatura por “el conjunto de una obra que pone de relieve los problemas que se plantean en la conciencia de los hombres de la actualidad”. A través de sus escritos, Camus explora la condición humana de aislamiento dentro de un universo que llega a parecer ajeno, el extrañamiento del ser humano hacia sí mismo, el problema del mal y la fatalidad de la muerte. Se considera que su pensamiento representa la desilusión de los intelectuales en la época de la posguerra. Sin embargo, aunque entendía el nihilismo de muchos de sus contemporáneos, defendía valores como la libertad y la justicia. En sus últimos trabajos, esbozó un humanismo liberal que rechazaba los aspectos dogmáticos del cristianismo y el marxismo. El hombre siempre se encuentra en una “condición absurda”, en “situaciones absurdas”. Camus afirmó en 1956, en una entrevista publicada por Le Monde: “No creo en Dios, es verdad. Y, sin embargo, no soy ateo. Incluso me siento inclinado, con Benjamin Constant de Rebecque, a ver en la irreligión algo de vulgar y de…, sí, de deteriorado”.
Esta idea del absurdo presupone que el ser humano busca un significado del mundo, de la vida humana y de la historia, el cual sustente sus ideales y valores. Se desea la seguridad de que la realidad es un proceso teleológico inteligible, que contiene un orden moral objetivo. Puesto en otras palabras, se busca una certeza metafísica de que la vida es parte de un proceso inteligible direccionado a un objetivo ideal, y que detrás de los valores personales se encuentra el sustento del universo o de la realidad como totalidad. Los líderes religiosos y los creadores de sistemas y visiones del mundo metafísicos han tratado de saciar esta necesidad. Pero sus interpretaciones del mundo no se sostienen ante la crítica. El mundo se revela, para un ser humano sensible, sin ningún propósito o significado determinado. El mundo no es racional. De ahí surge el sentimiento del absurdo (le sentiment de l’absurde). Hablando estrictamente, el mundo no es absurdo por sí mismo: simplemente es. “El absurdo surge de la confrontación entre la búsqueda del ser humano y el silencio irracional del mundo”. Lo llama “nostalgia irracional y humana”, y ocurre cuando nuestra necesidad de significado se quiebra ante la indiferencia del mundo, inamovible y absoluta. Por lo tanto, el absurdo no es un estado autónomo; no existe en el mundo, sino que surge del abismo que nos separa de él. Este sentimiento puede manifestarse de distintas maneras, como por ejemplo: la percepción de la indiferencia de la naturaleza ante los valores y los ideales del ser humano, la consciencia de la fatalidad de la muerte, o el impacto provocado por la percepción del sinsentido de la cotidianidad. Camus exhorta a la exploración de este silencio como búsqueda de verdad, aunque en ella se vuelva más latente el silencio del mundo. “Buscar lo que es verdad no es buscar lo que se desea”.
Camus trata frecuentemente el problema del suicidio. Esta acción, sin embargo, no es la acción recomendada por Camus. En su opinión, el suicidio es rendirse ante el absurdo. La dignidad humana se rebela cuando se vive en la consciencia del absurdo, y aun así uno se rebela contra él a través de un compromiso con sus propios ideales. Él deja claro que el hecho de que cada persona pueda encontrar sus propios valores, no quiere decir que se recomiende el crimen: “Si todas las experiencias son indiferentes, la experiencia del deber es tan legítima como cualquier otra. Uno puede ser virtuoso por capricho”. Camus sostenía el origen humano de todo juicio moral. Él, aunque no aceptaba para sí mismo el cristianismo, lo reconocía como una forma válida de significar al mundo; rechazaba la institución de la Iglesia, a la cual consideraba alejada de su inspiración original. Sin embargo, pensaba que la moralidad, en tanto que humana, debe separarse del pensamiento religioso: “Cuando el hombre somete a Dios a un juicio moral, lo mata en su corazón”. Estaba convencido de que el hombre no puede vivir sin valores; si uno elige vivir, por ese mismo hecho afirma un valor, el que la vida vale la pena de ser vivida o que puede hacerse digna de ser vivida. Camus tenía una fuerte preocupación por la libertad humana, la justicia social, la paz y la eliminación de la violencia. El ser humano se puede rebelar contra la explotación, la opresión, la injusticia y la violencia, y por el mismo hecho de su rebeldía afirma los valores en cuyo nombre se vuelve rebelde. Una filosofía de la revuelta, por lo tanto, tiene una base moral, y si esta base es negada, ya sea explícitamente o en nombre de cierta abstracción como el movimiento de la historia, lo que comienza como rebeldía y expresión de la libertad, se torna en tiranía y en la supresión de esta. Para Camus, al igual que la rebeldía, toda acción política debe tener una base moral sólida. Estaba convencido de que el sentimiento del absurdo, tomado por sí mismo, puede ser usado para justificar cualquier cosa, incluido el crimen o el asesinato. “Si uno no cree en nada, y nada tiene sentido, si no podemos encontrar ningún valor, todo está permitido y nada es importante […]. Uno es libre de atizar el fuego crematorio o dar la vida al cuidado de los leprosos”.
La rebeldía presupone el compromiso hacia ciertos valores, los cuales se pueden asumir a pesar de la consciencia de que son una creación humana. A pesar de que se sepa que son una construcción, cuando uno se rebela ante la opresión o la injusticia, uno asume los valores de libertad y justicia. En otras palabras, en Camus el absurdo cósmico tiende a quedar en segundo plano; de su pensamiento surge un idealismo moral, el cual insiste en libertad y justicia para todos. Él busca crear consciencia de la opresión que se oculta en los ideales y en los sistemas de pensamiento que se dan a conocer como la verdad esencial del mundo. La rebelión es, para Camus, entonces, una de las dimensiones esenciales del hombre. “A menos que huyamos de la realidad, estamos obligados a encontrar en ella nuestros valores. ¿Se puede, lejos de lo sagrado y de sus valores absolutos, encontrar la regla de una conducta? Tal es la pregunta que plantea la rebelión”. El hombre rebelde es “el hombre situado antes o después de lo sagrado, y dedicado a reivindicar un orden humano en el que todas las respuestas sean humanas, es decir, razonablemente formuladas”. Así pues, la rebeldía es opuesta a lo sagrado en el sentido de que en este funciona a través de certeza, pero por el carácter no esencial y humano de los valores, la rebeldía se basa en la interrogación. Camus se mostraba en contra de la sociedad burguesa, pero sostenía que la rebeldía contra el orden existente puede llevar a la opresión. Pensaba que el ser humano no puede jugar el papel de espectador de la historia como totalidad, pero que ninguna empresa histórica es más que un riesgo en el que se ofrece cierto grado de justificación racional. Así que, si el nihilismo absoluto puede ser usado para justificar cualquier cosa, el racionalismo absoluto puede ser usado para lo mismo: “No hay diferencia entre estas dos actitudes. Desde el momento en que son aceptadas, la tierra se convierte en desierto”. Por lo tanto, ninguna acción política puede usarse para justificar los excesos de una posición absolutista. Matar y oprimir en nombre del movimiento de la historia o de algún futuro ideal son injustificados. Camus buscaba alejarse de las posturas absolutas y buscar la moderación, ya que “la libertad absoluta es el derecho que usan los más fuertes para dominar y prolongar la injusticia”, así como “la justicia absoluta se alcanza a través de la supresión de toda contradicción: por lo tanto, destruye la libertad”. Entonces, es en nombre de los seres humanos vivos y no en nombre de la historia o de algún ideal de vida futura que se realiza la rebeldía contra la injusticia y la opresión: “Toda generosidad hacia el futuro reside en darlo todo al presente”.
Su filosofía de la revuelta está principalmente preocupada por los valores morales y el desarrollo de una responsabilidad moral; él insiste en que, aunque el rebelde debe actuar porque cree que es lo correcto, también puede actuar reconociendo que podría estar equivocado. Pensaba que el comunismo no pensaba en esta posibilidad, y buscaba, más bien, una sociedad abierta, en que la pasión por la revuelta y el espíritu de moderación estén en tensión constante. Siempre, sin embargo, dio prioridad a la reducción de la violencia. Lo anterior vuelve problemática dicha fidelidad o compromiso hacia los ideales personales. ¿Cómo mantener el compromiso hacia ellos cuando se sabe que se puede estar equivocado? Camus pensaba que el origen de la fidelidad se encuentra en la consciencia de que un mundo sin significado lleva a la humanidad a luchar contra este vacío, y que se necesita fuerza, sacrificio y energía para llevar a cabo esta revuelta. De esta protesta esencial surge la solidaridad y el compromiso con los valores personales, ya que “el hombre necesita exaltar la justicia para luchar contra la injusticia, y crear felicidad para rebelarse contra un universo de infelicidad”. Para Camus, sin embargo, “la fidelidad no es, por sí misma, una virtud”. Como base de la rebeldía social y política, entonces, se encuentra la rebeldía metafísica, definida como “el movimiento por el cual un hombre se alza contra su condición y la creación entera”. El rebelde metafísico invoca de manera implícita un juicio de valor en nombre del cual niega su aprobación a la condición que le ha sido impuesta. Él se alza contra un mundo destrozado para reivindicar su unidad. En el desarrollo del problema del absurdo, de la moralidad y de la revuelta, Camus conjunta el compromiso y una postura de distanciamiento. Este distanciamiento lo hace mantener una actitud crítica frente a distintas formas de poder político y económico; por lo tanto, su rebeldía tenía una base moral, más que política.
Camus se relaciona con Sartre en el sentido de que ambos defienden el sinsentido del mundo y de la historia humana (pues no hay un objetivo o propósito que es dado independientemente al ser humano); sin embargo, él no es el origen del pensamiento de Camus. Quien puede ser considerado como su influencia principal es Nietzsche. Camus sostenía que este filósofo representaba el advenimiento del nihilismo, y que pudo ver al ser humano como el único ser capaz de apropiarse de este nihilismo. Sin embargo, Camus no es considerado meramente nietzscheniano; por un lado, se preocupó por la injusticia en las sociedades de manera más intensa que el filósofo alemán, y por otro, aunque nunca abandonó la idea de que el mundo no tiene un significado último, cada vez se centró más en la idea de rebeldía contra la crueldad y la opresión, lucha que opacó a la revuelta contra la condición humana como tal, concebida como falta de sentido. Camus desarrolló sus ideas a través de la creación literaria y de una serie de ensayos que se alejan de las normas de escritura meramente filosófica. En esta sección, se nombran algunos de sus textos no ficcionales más sobresalientes… El revés y el derecho (1937). Es una serie de ensayos sobre su vida en Argelia y algunos viajes que realizó en su juventud. Camus considera que esta obra de juventud es el germen del pensamiento que desarrollaría a lo largo de su vida. En este texto conjunta dos polos: el revés representa el silencio del mundo y la aparente ausencia de valor de la vida; y el derecho, la belleza y la aceptación de lo incomprensible del mundo. El mito de Sísifo (1942). En esta obra Camus desarrolló ampliamente el concepto del absurdo. Discute el problema de valor de la vida, y se basa en la metáfora de Sísifo, de la mitología griega, para abordar su concepción de la vida humana: Sísifo empuja eternamente una piedra hasta la cima de una montaña, sólo para dejarla caer. De este texto es la célebre frase: “Sólo hay un problema filosófico verdaderamente serio: el problema del suicidio. Juzgar si la vida vale o no la pena de ser vivida es responder a la pregunta fundamental de la filosofía”. El hombre rebelde (1951). Camus pasó de su idea inicial del absurdo a la idea de una rebeldía moral y metafísica. En este trabajo, explora la relación de esta idea con la revolución histórica-política. Este texto representó una ruptura con el marxismo y con el existencialismo, y provocó un fuerte antagonismo entre Camus y Jean-Paul Sartre. Reflexiones sobre la guillotina (1957). Este texto es una disertación en contra de la pena de muerte. En él se expresa claramente su preocupación por la reducción de la violencia. Considera como uno de los mayores crímenes al asesinado premeditado e institucionalizado a través de los mecanismos del estado.
Al margen de las corrientes filosóficas, Camus elaboró una reflexión sobre la condición humana. Rechazó la fórmula de un acto de fe en Dios, en la historia o en la razón, por lo que se opuso simultáneamente al cristianismo, al marxismo y al existencialismo. No dejó de luchar contra todas las ideologías y las abstracciones que alejan al hombre de lo humano. Lo definió como la filosofía del absurdo. Fue un convencido anarquista, y dedicó parte importante de su libro El hombre rebelde a exponer y cuestionar sus propias convicciones, y demostrar lo destructivo de toda ideología que proponga una finalidad en la Historia. En 1956 publicó La caída, y en 1957 la colección de cuentos El exilio y el reino. Este mismo año (1956) obtuvo el Premio Nobel de Literatura, a los 44 años de edad. Pasó las vacaciones de Año Nuevo de 1959-1960 en su casa de Lourmarin, Vaucluse, con su familia y su editor Michel Gallimard, de Éditions Gallimard, junto con la esposa de Gallimard, Janine, y la hija de estos. La mujer y los hijos de Camus regresaron a París en tren el 2 de enero, pero Camus decidió volver el 4 de enero en el lujoso Facel Vega Facellia FV3B de Gallimard. Cerca de Sens, en Le Grand Fossard, en la pequeña localidad de Le Petit-Villeblevin, el coche chocó contra un plátano en una larga recta de la Route Nationale 5 (actual RN 6 o D606). Camus, que iba en el asiento del copiloto, murió en el acto, a la edad de 46 años. Gallimard falleció pocos días después, aunque su mujer y su hija resultaron ilesas. Entre los papeles que se le encontraron, había un manuscrito inconcluso, El primer hombre, de fuerte contenido autobiográfico. Camus fue enterrado en Lourmarin, pueblo del sur de Francia. En 2011 se publicaron especulaciones no confirmadas sobre la implicación de la KGB en el accidente.
Cuando un filósofo busca discutir temas como la libertad humana, la autenticidad, el compromiso y las relaciones interpersonales, su tratamiento es inevitablemente abstracto y expresado en términos de conceptos generales o universales. Para Camus, la literatura es una forma de explorar estos problemas en términos de acciones, predicamentos, opciones y acciones individuales. De esta manera, distintos temas que han sido tratados de manera abstracta y general, pueden expresarse de manera concreta y se pueden materializar como expresión dramática.
Obras principales… El extranjero (1942). Esta novela muestra la alienación propia del siglo XX a partir de un personaje que se ha interpretado como la imagen de lo que Camus concebía como el hombre absurdo. En esta obra, Camus explora la idea de la acción sin significado dentro de la consciencia del absurdo. El protagonista es condenado a muerte, pero, más que por matar a un hombre, la condena responde a que este nunca dice más que lo que siente y a que no se conforma con las demandas de su sociedad. La peste (1947). En La peste, Camus trata de manera simbólica una epidemia en Oran. Los personajes se preocupan más por encontrar la dignidad y la fraternidad humana que por acabar con la epidemia misma. Esta obra explora la pregunta de si puede o no existir un santo ateo. El hombre absurdo vive sin Dios. Pero eso no significa que no pueda entregarse al bien de los demás hombres a través del autosacrificio. Si lo hace sin esperanza de una recompensa, y consciente de que no es significativa ninguna forma específica de actuar, muestra la grandeza del ser humano precisamente en esta combinación entre el reconocimiento de la futilidad última y una vida llena de un amor que lo lleva al sacrificio. Expresa que se puede ser santo sin ilusión. La caída (1956). La caída muestra la preocupación de Camus por el simbolismo cristiano y expone de manera irónica las formas más complacientes de la moralidad humanista secular. Por otro lado, la obra trata el problema del mal. El protagonista, Clamence, se refiere a la “duplicidad básica del ser humano”, y expresa que el origen del mal es el humano mismo.
Eric Arthur Blair (Motihari, Raj Británico, 25 de junio de 1903-Londres, Reino Unido, 21 de enero de 1950),12 conocido por su seudónimo de George Orwell, fue un novelista, periodista, ensayista y crítico británico nacido en la India, autor entre otras obras de las novelas distópicas Rebelión en la granja (1945) y 1984 (1949). Su obra lleva la marca de las experiencias autobiográficas vividas por el autor en tres etapas de su vida: su posición en contra del imperialismo británico que lo llevó al compromiso como representante de las fuerzas del orden colonial en Birmania durante su juventud; a favor del socialismo democrático, después de haber observado y sufrido las condiciones de vida de las clases sociales de los trabajadores de Londres y París; y en contra de los totalitarismos nazi y estalinista tras su participación en la guerra civil española, en el bando republicano. Además de cronista, crítico de literatura y novelista, es uno de los ensayistas en lengua inglesa más destacados de las décadas de 1930 y de 1940. También es conocido por sus críticas al totalitarismo en su novela corta alegórica Rebelión en la granja (1945) y su novela distópica 1984 (1949), escrita en sus últimos años de vida y publicada poco antes de su fallecimiento, y en la que crea el concepto de Gran Hermano, que desde entonces pasó al lenguaje común de la crítica de las técnicas modernas de vigilancia. En 2008 figuraba en el puesto número dos del listado de los cincuenta escritores británicos de mayor relevancia desde 1945, elaborado por The Times. El adjetivo orwelliano es frecuentemente utilizado en referencia al distópico universo totalitario imaginado por el escritor británico. Orwell decidió combatir en España con la idea de “matar fascistas porque alguien debe hacerlo”. Así se lo hizo saber a su amigo Henry Miller en París en las navidades de 1936, quien le intentó convencer de que era una idiotez. Aun así, no consiguió hacerle cambiar de idea, ya que su decisión estaba basada en la lucha por unos ideales.
Llegó a Barcelona el 26 de diciembre de 1936 con una carta de presentación del Partido Laborista Independiente (no se afilió al partido hasta junio de 1938,11 tras volver a Inglaterra12) y ese mismo día se alistó y fue asignado como miliciano al Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), de antigua orientación trotskista. Más tarde escribiría que de haber comprendido mejor la situación política en España, se habría unido como miliciano a la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). En enero y febrero de 1937 combatió en el frente de la sierra de Alcubierre (Huesca). Más tarde, estando de permiso en Barcelona, participó en las Jornadas de mayo de 1937 y tras volver al frente, recibió un tiro en el cuello en las proximidades de Huesca, el 20 de mayo de 1937. Su experiencia le motivó para escribir Homenaje a Cataluña, donde describe su admiración por lo que es identificado como ausencia de estructuras de clase en algunas áreas dominadas por revolucionarios de orientación anarquista. Pero también critica, al igual que Franz Borkenau en su El reñidero español (1937), el control estalinista del Partido Comunista de España y las mentiras que se usaban como propaganda para la manipulación informativa. En 1937, durante la represión del gobierno de Negrín contra el POUM, Orwell relató que estuvo a punto de ser asesinado en Barcelona. Su participación en la guerra civil española le marcó para siempre su visión del mundo. En 1946 escribió La guerra de España y otros acontecimientos ocurridos en 1936-1937 cambiaron las cosas, y desde entonces supe dónde me encontraba. Cada línea en serio que he escrito desde 1936 ha sido escrita, directa o indirectamente, contra el totalitarismo y a favor del socialismo democrático como yo lo entiendo. Al volver a Inglaterra estuvo ingresado con tuberculosis en un sanatorio, tras lo cual se fue a Marruecos para recuperarse. Orwell opinaba que si bien se necesitaba un cambio radical en las sociedades occidentales, y por tanto en los países capitalistas, el estalinismo representaba una amenaza a los principios que lo sustentaban.
Orwell decía que su estilo literario se aproximaba bastante al de Somerset Maugham. En sus ensayos literarios también alaba encarecidamente los trabajos de Jack London, especialmente su libro La carretera (The Road). El descenso de Orwell a la vida de los más desfavorecidos en El camino a Wigan Pier tiene un parecido razonable con La gente del abismo (The People of the Abyss) de London. En otros ensayos Orwell manifiesta su admiración por Charles Dickens, Herman Melville o Jonathan Swift. La política sexual juega un papel importante en 1984. En la novela, las relaciones íntimas de las personas se rigen estrictamente por la Liga Juvenil Anti-Sexual del partido, al oponerse a las relaciones sexuales, y en cambio, fomentar la inseminación artificial. En lo personal, a Orwell le disgustaba lo que él consideraba como puntos de vista emancipadores revolucionarios equivocados de la clase media, expresando desdén por “todo bebedor de jugos de fruta, nudista, persona que usa sandalias, hipersexuales”. El escritor también estaba abiertamente en contra de la homosexualidad, en un momento en que tal prejuicio era común. Hablando en la Conferencia del Centenario de George Orwell de 2003, Daphne Patai dijo: “Por supuesto que era homofóbico. Eso no tiene nada que ver con sus relaciones con sus amigos homosexuales. Ciertamente, tenía una actitud negativa y cierto tipo de ansiedad, una actitud denigrante hacia la homosexualidad. Ese es definitivamente el caso. Creo que su escritura lo refleja completamente”. Orwell usó epítetos homofóbicos tales como nancy y pansy, así como expresiones de desprecio, por lo que llamó el pensamiento de izquierda y los poetas nancy, es decir, escritores e intelectuales homosexuales o bisexuales de izquierda como Stephen Spender y W. H. Auden. El protagonista de Keep the Aspidistra Flying, Gordon Comstock, realiza una crítica interna de sus clientes cuando trabaja en una librería, y hay un pasaje extenso de varias páginas en las que se concentra en un cliente masculino homosexual y se burla de él, por sus características de nancy, incluyendo un ceceo, que describe detalladamente y con cierto disgusto. Stephen Spender “pensó que las explosiones homofóbicas ocasionales de Orwell eran parte de su rebelión contra la educación pública”.
A lo largo de su carrera fue principalmente conocido por su trabajo como periodista, en especial en sus escritos como reportero; a esta faceta se pueden adscribir obras como Homenaje a Cataluña (Homage to Catalonia), sobre la guerra civil española, o El camino a Wigan Pier (The Road to Wigan Pier), que describe las pobres condiciones de vida de los mineros en el norte de Inglaterra. Sin embargo los lectores contemporáneos llegan principalmente a este autor a través de sus novelas, particularmente a través de títulos enormemente exitosos como Rebelión en la granja (Animal Farm) o 1984. La primera es una alegoría de la corrupción de los ideales socialistas de la Revolución rusa por Stalin. 1984 es la visión profética de Orwell sobre una sociedad totalitaria situada supuestamente en un futuro cercano. Orwell había vuelto de Cataluña convertido en un antiestalinista con simpatía por los trotskistas, definiéndose como un socialista demócrata.
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, se ha solidarizado este miércoles con el expresidente de Estados Unidos. Donald Trump está pasando por uno de los momentos más difíciles de su carrera política. Este martes fue imputado por el juez del Supremo de Nueva York, que le acusó de 34 cargos por falsificación de registro contables derivados de sus esfuerzos por comprar el silencio de varias personas antes y después de las elecciones de 2016. López Obrador ve similitudes entre lo que le sucedió a él y lo que le está sucediendo a Trump en el presente. “Reitero y mantengo mi postura de que no debe utilizarse lo jurídico, los asuntos supuestamente legales, con propósitos políticos electorales. Por eso no estoy de acuerdo con lo que le están haciendo”, aseguraba el presidente de México esta mañana, recurriendo a la misma versión de Trump. Estos últimos días, el expresidente estadounidense se ha dedicado, sin aportar ninguna prueba, a exponer la supuesta parcialidad del juez y los fiscales que están a cargo de su imputación. “El único delito que he cometido ha sido defender a nuestro país de quienes intentan destruirlo”, dijo a sus partidarios de vuelta en su casa de Florida, donde reside desde que dejó la presidencia. Pese a las críticas que ha recibido por sus palabras en defensa de Trump, López Obrador asegura que se siente identificado porque ya pasó por lo mismo. “Es que yo ya lo padecí, que me desaforaron porque no querían que yo apareciera en la boleta como candidato a la presidencia, ese era el fondo de todo”, ha dicho. El presidente se remonta a un caso que tuvo lugar entre los años 2004 y 2005, cuando él era Jefe de Gobierno de la Ciudad de México. Entonces fue sometido a un juicio de desafuero, por desacatar una resolución judicial y violar un amparo dictado por un juez en favor del predio El Encino. López Obrador siempre ha utilizado este evento para acusar la corrupción política de la que fue víctima.
“Que el pueblo decida”, defiende el presidente por encima de todo. “No hay que tenerle miedo al pueblo, hay que tenerle confianza. No hay que impedirle a nadie que participe”, ha aseverado al final de la conferencia de prensa que pronuncia en Palacio Nacional cada mañana. López Obrador no sabe si Trump cometió algún delito, pero asegura que eso no le corresponde y que lo que está sucediendo es una “degradación de la seriedad que deben tener las leyes, el respeto que se tiene que tener por la legalidad, no utilizar las leyes, no fabricar delitos para afectar adversarios”. El caso al que tanto se refiere el presidente comenzó en el año 2000, cuando la entonces jefa de Gobierno Rosario Robles, expropió algunos terrenos en Santa Fe, con el fin de crear vías de comunicación y otros servicios. Sin embargo, el propietario del terreno El Encino se amparó, alegando que se estaban vulnerando sus derechos. Las obras continuaron cuando ya estaba López Obrador, que gobernó la ciudad entre el 2000 y el 2005. En 2003, un juez ordenó la cancelación de la obra y pidió a la Procuraduría General de la República (antigua Fiscalía General) que atrajera el caos para pedir el desafuero de López Obrador.
Esto originó el escándalo que el mandatario todavía utiliza para hacer política. En aquel momento y para defenderse del ataque que el decía estar sufriendo, López Obrador convocó a una marcha el 24 de abril del 2005 en la que 1,2 millones de personas caminaron las calles de la capital del país al grito de “No al desafuero de López Obrador”. Tres días después, el procurador Rafael Macedo de la Concha y el cuatro de mayo la PGR determinó no ejercer acción penal en contra del mandatario. El caso consiguió atraer mucha atención mediática que López Obrador supo utilizar a su favor. Poco después de que se zanjara el tema del desafuero, el ahora presidente emprendió un recorrido por el país en el que sería su primer intento de acceder a la Presidencia de la República.
Por muy identificado que se sienta López Obrador, el caso de Donald Trump es muy diferente al suyo. Solo se parecen en el potencial que tiene de aupar en las encuestas al acusado, que ya se ha presentado como una víctima ante la opinión pública del ala republicana. El caso de Donald Trump gira en torno a un pago de 130.000 dólares que su abogado de en aquellos momentos le hizo en 2016 al abogado de la actriz porno Stormy Daniels. Con ese dinero estaba comprando su silencio sobre la supuesta relación extramatrimonial que Trump mantuvo con la actriz. De momento, las encuestas ya han puesto al expresidente por encima de Ron de Santis, su contrincante más directo de cara a las elecciones de 2024.
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