Don Cafeto Por Germán Gallegos Cruz
Atento recado a los servidores públicos.
¿Qué intención tendrán los gobernantes con los «banderazos de salida»? Vean ustedes: Cuando pretenden pavimentar una callecita o se les ocurre poner alguna primera piedra de imaginaria obra, hay banderazos. Y se hace circo, maroma y teatro para magnificar lo que pretenden hacer. He tratado de investigar si los gobiernos de Francia, Alemania, Finlandia, Noruega o Estados Unidos de Norteamérica tienen esta bananera costumbre. Y creo no. Entonces seré mal pensado. Esta práctica ventajosa, trata de ganar aplausos anticipados de una obra inexistente. Una vez me platicó un exgobernador de Quintana Roo que los gobernantes hacen por obligación obras de infraestructura en tres categorías. Las insignificantes, pero necesarias; como hacer banquetas y pavimentar calles, perforar un pozo de absorción, etc. Las de mediana importancia, imprescindibles también, como construir escuelas, electrificar colonias, edificar un centro de salud etc. Y las obras con nombre y apellido que serán el sello de la administración del visionario gobernante. Ejemplo: La creación de escuelas de enseñanza superior, como una universidad, un tecnológico, vías de comunicación, un moderno hospital y para bien o para mal hasta una «megaescultura», etc. Por una callecita pavimentada y una banqueta nadie recordará a quien la hizo, pero las obras con nombre y apellido darán inmortalidad al gobernante. Quien esto me platicó fue precisamente el creador de nuestra universidad, el doctor Miguel Borge Martín. ¿Ustedes saben cuántos gobernadores de Quintana Roo serán recordados por alguna obra imperecedera? Por eso no entiendo los banderazos de salida. Analicen la pompa, la parafernalia del acto desafortunado del «banderazo de salida». La autoridad principal y sus colaboradores más cercanos se enfundan en un chaleco fosforescente anaranjado, un casco de obrero que compran para la ocasión y la consabida banderita. Llaman a todos los medios de comunicación (con convenios) para cubrir el «histórico» acto y, minutos más tarde saturan con boletines de prensa, periódicos, estaciones de radio, televisoras y redes sociales. En honor a la verdad, ¿no sería más honesto que los gobernantes nos invitaran a la inauguración de esa «obrita» que jamás les dará gloria, por insignificante? ¿Por qué el ciudadano fulano de tal, que antes veíamos caminar sin preocupación por las calles de nuestro pueblo, perdió el piso y ahora nos viene a vender espejitos y cuentas de vidrio? ¿Por qué tendremos que aplaudir la mediocre infraestructura urbana que se hace con pésimos materiales de segunda (por aquello del diezmo), si al final de cuentas es dinero del propio pueblo? Gobiernos van, gobiernos vienen y no hay avances sustanciales. Eso sí, se aprovecha palmo a palmo, meditativamente hablando, la inauguración de algún nuevo hotel, se presume en los cuatro puntos cardinales el ingente número de cuartos hoteleros. Si algún quintanarroense trasciende más allá de lo ordinario en materia deportiva, artística, académica, etc., inmediatamente es cooptado para sacar alguna raja política, aun cuando jamás recibió apoyo oficial. O sea, vivimos en una fantasía absoluta. Los gobernantes en turno se olvidaron hasta de su origen. Ya no pueden caminar por las polvorientas y desaseadas calles del pueblo. Su nuevo estatus les exige ostentosos carros refrigerados y guaruras perdonavidas, ¿por qué no? El esfuerzo que hacen por nosotros es «heroico», carajo. Pero les cuento el motivo de mi frustración. Como no alcancé ficha para una audiencia con el señor gobernador, ahora que vino a Tulum, desde esta columna le pediría que cancele los actos circenses del «banderazo de salida» para no seguir con las prácticas de sus últimos antecesores que eran buenos para «dorarnos» la píldora. Esta atrevida propuesta al gobernador Carlos Joaquín marcaría la diferencia entre los otros y él. Para explicar esquemáticamente mi decir, les contaré que también estuve contagiado con la peste mediocre del engaño. Hace años fui representante y visitador médico de laboratorios RIMSA, y queriendo jugarle al vivo, una vez le prometí a don Leopoldo Espinoza González, dueño de dicho laboratorio, que el siguiente mes vendería 2.5 millones de pesos, pero don «Polo», no era hombre de creer en mentiras de tramposos. Con regaño merecido me dijo: No me diga usted cuánto va a vender el próximo mes, dígame cuánto vendió este mes que termina. Así que yo le pediría a los gobernantes que no nos digan lo que piensan hacer, que nos digan cuánto han hecho para beneficio de la población. Promesas en las campaña políticas y promesas como actos de gobierno, no se vale, decía Mario Villanueva. No pidan aplausos anticipados, las buenas obras el pueblo las reconoce y las recordará. Mejor echen a andar las obras terminadas, como el hospital de Tulum, y si tienen buena voluntad hagan eficiente el mediocre servicio de agua potable también de Tulum. No quiero pensar que el mal servicio sea el preludio de la privatización del servicio de agua potable. Ya no quiero escuchar a un político que le pida a la población le hagan una lista de sus necesidades. Eso es burla. Porque las necesidades están a la vista. Como la más importante de mis peticiones. Todo mundo sabe que las reservas más grandes de agua dulce están en la Península de Yucatán y que por negligencia, insensibilidad, cinismo y poca madre, los dos últimos gobiernos estatales nunca pensaron en instalar drenaje sanitario integral en zonas urbanas; no obstante haber entregado a la empresa española Aguakan el agua de los quintanarroenses por sumas incontables de dinero. ¿Qué hicieron con los millones que pagó esta empresa por la «mina de oro» que les «obsequiaron Mario, Félix y Roberto? Por todo lo expuesto, anhelo más acción y menos circo. PD. Me voy 10 días de vacaciones. Retomaré el compromiso de comunicarnos a mi regreso. Reciban mi abrazo fraternal.