CARLOS CÉSAR GONZÁLEZ. Misión Evangélica
UNA BONITA ORACIÓN, SI NO CAMINA NO SIRVE.
Juana era una mujer muy sensible, de esas personas que lloran con facilidad por algo que les conmueve. Lloraba al oír un buen sermón, lloraba cuando veía las tragedias de los protagonistas de sus telenovelas favoritas, al grado de rezar u orar pidiendo a Dios por ellas. Muchas personas calificaban esto de “gran espiritualidad”
Las primeras veces que tomé los alimentos con ellos, me conmovió la oración que hacían: Dios te damos gracias por estos alimentos que nos das, te pedimos que los lleves al hogar de la viuda, del huérfano, que se los des a los indigentes y a todos los necesitados, te lo pedimos en el nombre de Jesucristo, amén. Esto lo decían cada vez que tomaban sus alimentos, circulaban la oración todos los miembros de la familia, y era exactamente lo mismo.
La familia de Juana en términos generales vivían bien, tenían lo necesario y hasta un poco más. Tiraban la fruta que no alcanzaban a comerse y que se echaba a perder, los sobrantes de la comida, la tiraban también. Tenían en casa 3 perros finos, dos preciosos gatos siameses y un perico que no paraba de hablar comiendo semillas de girasol; los cuales alimentaban con sus finas comidas correspondientes.
Un día que comí con ellos, pedí hacer yo la consagración de los alimentos, y ellos aceptaron de buena gana: Señor, siempre nos has bendecido proporcionándonos todo lo necesario para vivir y por ello te doy gracias en esta hora. También, quiero pedirte perdón por mis grandes y penosos pecados, yo he cometido pecado de omisión y comisión; he cometido adulterio al desobedecerte y no siéndote fiel. He detenido mi mano para hacer el bien, y he querido que hagas lo que yo debo de hacer. Señor, he pedido que ayudes al necesitado, a la viuda, al huérfano y al pobre. ¿Cuánta ropa tiro porque ya no me sirve a mí, pero que le puede servir al pobre? ¿Cuántas cosas tengo en casa de las cuales debo desprenderme para darlo a quien le puede servir? Perdóname Señor, por no ir a visitar a los enfermos en los hospitales, por no ir a hablar de ti a los ancianos abandonados en los asilos, por no acordarme del huérfano, del encarcelado y de aquellos menos favorecidos. Señor, Perdona mi gran pecado con el que te he ofendido y ayúdame a sentir amor con tu corazón y a mirar con tus ojos. Amén.
¡Qué bonita oración!, dijo Juana con sus ojos llorosos.
Lo que hice ahí en casa de Juana, no fue darles a ellos una lección sobre fe y práctica de la fe., más bien fue una verdadera confesión pública de mi incomodidad personal. Yo puedo hablar muchas cosas bonitas de mí, de Dios, de la iglesia, de las bendiciones; pero un árbol frutal que es bendecido con abono y lluvia, da sus frutos para bendición de los demás. Yo debo pensar en los demás; debo pedir que Dios los bendiga, pero que Dios use mi vida para bendecirlos a ellos.
Cuando pensé que Juana debería de darles de comer un poco mejor a sus semejantes que a sus perros, sus gatos y su perico viven mejor que yo mismo, también pensé que yo, puedo ayudar a otro, más pobre que yo.
Bien lo dice la Santa Palabra de Dios en Isaías 58:6-7: ¡No! Esta es la clase de ayuno que quiero: pongan en libertad a los que están encarcelados injustamente; alivien la carga de los que trabajan para ustedes. Dejen en libertad a los oprimidos y suelten las cadenas que atan a la gente. Compartan su comida con los hambrientos y den refugio a los que no tienen hogar; denles ropa a quienes la necesiten y no se escondan de parientes que precisen su ayuda. La oración es hermosa cuando camina hacia Dios y hacia el prójimo.
¡Bendiciones amigos y hermanos del camino!