El Bestiario. SANTIAGO J. SANTAMARÍA
LA ‘INDECENTE’ PELÍCULA, ‘OCHO APELLIDOS VASCOS’
La escritora y profesora en Estados Unidos, Edurne Portela, presenta “El eco de los disparos”, donde critica a fondo la falsa normalización que exhibe el film, paradigma para ella de lo que no debe ocurrir…
“Salí enferma, muy afectada de la película, porque se ha pasado del silencio absoluto, de la negación, a la carcajada y eso no es decente”. “El humor es legítimo sin duda, afirma, “pero hay un tiempo de reconocimiento de la profundidad del daño, que guste fuera del País Vasco y se rían puede ser comprensible, es una comedia, aunque me parece retrógrada e insultante”. “En el País Vasco, la gente está dispuesta a reírse con el personaje de Carmen Machi, sin conciencia de lo que pueda significar representar a una mujer viuda de un guardia civil que ha vivido en un pueblo abertzale”. Nos estamos saltando un paso fundamental: si no hay autocrítica, si no hay reconocimiento del daño, si no hay elaboración no podemos pasar al humor. “Santiago tienes todavía muchos prejuicios”, varios periodistas de Cancún, Riviera Maya y Chetumal “no entendían” mi disgusto con la obra de Emilio Martínez Lázaro. “Desmantelado el gran arsenal que ETA guardaba en Francia para escenificar una entrega de armas”, era titular todavía destacado, este miércoles, en la prensa internacional.
El mundo entero celebra, con generosidad y justicia, la paz que se abre paso en Colombia, tras la firma del acuerdo entre las FARC y el Gobierno, zaherido por los que lograron tacharlo en el referéndum de este octubre. Pase lo que pase en ese momento histórico, fuerzas sociales y políticas colombianas y del resto del universo ya se han felicitado por la voluntad de diálogo que el estado del café, de Juan Valdés, ha mostrado frente a la mayor amenaza que para la libertad y la vida ha ocurrido nunca allí. Medio siglo de pérdidas humanas, de desplazamientos, de extorsión, está detrás de ese acuerdo que ha abierto el camino de la paz. El premio Nobel se sumó a la fiesta por el ireversible final de la “guerra civil” colombiana, a pesar de que “Álvaro Uribe, concedió el Nobel de la Paz al actual presidente, Juan Manuel Santos.
La policía francesa ha descubierto el último gran almacén de armas en poder de ETA en un bosque situado junto a Compiégne, en el departamento del Oise, al norte de París. Las armas estaban ocultas en cuatro grandes bidones enterrados. Los escasos etarras que aún quedan huidos, una decena, estaban reuniendo las armas en un solo punto para escenificar un acto de entrega del material, ante supuestos intermediarios internacionales, según fuentes de los servicios de inteligencia. Todavía quedan zulos con material para matar por descubrir. La organización terrorista y algunos políticos franceses cercanos a los abertzales han hecho llegar cartas al Elíseo, mostrando su disposición a llegar a un final definitivo de ETA, que anunció el final de la lucha armada hace casi cinco años, pero no su disolución ni la entrega de armas.
Destacados políticos franceses, alguno de ellos próximo, al presidente François Hollande, se han mostrado partidarios de explorar las vías de acercamiento y diálogo con los actuales dirigentes de ETA. Otros miembros del Gobierno, por el contrario, han expresado su rechazo a ese acercamiento, que en teoría podría concluir con una entrega de armas. Entre estos últimos se encuentra el primer ministro, Manuel Valls, y el titular de Interior, Bernard Cazenueve. ETA había transmitido la conveniencia de acelerar el proceso antes de que concluya el actual mandato de François Hollande, que termina en mayo próximo. Los conservadores son los favoritos para llegar al Elíseo. No quieren saber de los vascos que ejercieron el terror. La operación ha sido bautizada con el nombre de Découvert (descubierto o descubrimiento), por la fecha elegida para hacerla: el 12 de octubre, el día en que Cristóbal Colón llegó a América, pero también la fiesta de la Guardia Civil, con cuya colaboración se ha realizado también este hallazgo clave en fase final de ETA.
Edurne Portela, doctorada y profesora de Literaturas Hispánicas en EU, dedicó muchos años a investigar la violencia en Argentina o la Guerra Civil en la ficción hasta que se dio cuenta de que miraba hacia otro lado para no mirar al propio, a la sociedad silenciosa y cómplice del País Vasco en el que nació y creció. Y decidió ocuparse de ello. “Dediqué toda mi carrera académica a estudiar y escribir sobre la violencia, pero era siempre en otro sitio y en otro contexto. Hasta que conocí a Paddy Woodworth, escritor irlandés especialista en el conflicto vasco, y me dijo: ¿te das cuenta del material que tienes sobre tu propia realidad?”.
Pero Portela no solo había acumulado kilómetros de tinta sobre la violencia y el País Vasco, analizado películas, novelas, exposiciones y trazado una visión crítica sobre la responsabilidad de la sociedad civil. Sino que había nacido en Santurtzi en 1974, había bailado a Kortatu o La Polla Records, había recibido algún porrazo policial y crecido bajo la icónica mirada de Lasa y Zabala, dos desaparecidos a manos de los GAL. “Intenté abordarlo desde un punto de vista académico, pero era imposible para mí hacerlo desde esa frialdad. Me di cuenta de que había sido testigo de experiencias que no había elaborado y que formaban parte de mis afectos, de mi ética y de mi forma de entender el mundo”.
“La actitud de la sociedad vasca ha sido de complicidad y la complicidad tiene la idea de culpa implícita. Pero esta complicidad es muy compleja porque puede venir del miedo, de la connivencia o también de la ignorancia, una ignorancia activa, preferir no saber por ese terrible algo habrá hecho”, afirma Portela. “La participación de la sociedad vasca en el problema ha sido inconsciente, pero también ha sido responsable”. El ejercicio que propone Edurne pasa por hacerse consciente de la neolengua orwelliana que la izquierda abertzale logró imponer en el País Vasco y que actuó como impulsora del silencio de quien no se reconocía en ella. Esa izquierda se apropió de todas las causas que un joven como ella podía abrazar, desde el rock radical vasco al feminismo, los movimientos de liberación en América Latina o la insumisión, y le dio un sentido etnicista, que implica exclusión automática. En el otro lado, el de las víctimas, se impuso de facto un veto a las obras que ayudaran a entender al terrorista o sus defensores.
“Milan Kundera, escritor checo, residente en Francia, autor de imprescindibles libros como “La Broma”, “El libro de la risa y el olvido” y “La insoportable levedad del ser”, dice que la novela destapa la complejidad de lo real. Debe romperse el tabú de representación por el que ese mundo violento se presenta como unidimensional y ajeno, cuando en realidad ese mundo lo hemos construido todos”. Por ello defiende también una política de víctimas que contenga la verdad, la reparación y la justicia, pero no solo en el plano de la justicia sino el de la empatía social. La cultura y la información son el camino. Escuchar a los líderes de ese bando como Arnaldo Otegi decir que estaba en la playa cuando asesinaron al veinteañero concejal del PP en la localidad vizcaína de Ermua, Miguel Ángel Blanco, o como Iñaki Recarte, que ni supo el nombre de su asesinado y aún sigue sin saberlo, “es perfecto; déjales hablar”. La verdadera normalización no será mantener “lo normal”, que es seguir evitando los temas, ni considerar el conflicto superado porque hayan cesado los muertos. “Todos estamos implicados y el relato no puede quedar solo en manos de los abertzales, de los partidos y de las víctimas. Esto lo tenemos que hacer entre todos”.
En otras circunstancias diferentes a las de Colombia, España, vivió también medio siglo de ignominia terrorista, y al final el estado ganó la partida, derrotando a ETA y obligándola a cerrar esa compuerta de sangre y de sufrimiento, con la que decía defender la libertad del pueblo al que sojuzgaba con el terror. Fue sobre todo, el ejercicio democrático de la política el que al fin puso a la organización terrorista cara a su propia desvergüenza: enarbolaba la bandera de la libertad para su pueblo, pero iba contra su pueblo. Quedan aún flecos del pasado de ETA, pero ya no existe sino en la sugestión de quienes querrían menos democracia.
En este tiempo en que se celebra, con justicia, el final del proceso colombiano, y que se ensalza lo que ha hecho el estado de ese país para recuperar la paz, hay que llamar la atención sobre la poca consideración que se ha tenido en España por aquellos que consiguieron al fin que aquí se acabara con ETA. Se ha silenciado tanto ese mérito que parecería que esta anomalía antidemocrática de nuestra historia desapareció como por ensalmo. Y fue el Gobierno del socialista, José Luis Rodríguez Zapatero, su presidente “Juan Manuel Santos” y su ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, los que emprendieron, en medio de la incomprensión y la ingratitud de los que habían intentado lo mismo sin éxito, ese episodio final, “Álvaro Uribe”. Extraña, en este país tan conmemorativo, que ni siquiera en los momentos en que esto resulta adecuado se recuerde que, en efecto, fue el estado, y fueron esos representantes elegidos del estado, los que hicieron posible que este país, Euskadi y toda España, viviera en paz, con la libertad que garantiza la democracia.
Como decía un título bien adecuado de Julio Cortázar, “No se culpe a nadie” de este olvido, pero téngase en cuenta. A Rubalcaba y a Zapatero, le culparon de todo los que han tenido cuidado de pasar de puntillas por estos méritos. En concreto, el que fue ministro del Interior, quizá el más insultado de los políticos de la democracia, volvió a su puesto en la Universidad Complutense, sigue enseñando química orgánica y todavía no tiene ni un átomo del reconocimiento que le alivie de los denuestos que le lanzaron. Es justo hacer que esta memoria no sea tan solo el regocijo que Zapatero, Rubalcaba y su equipo deben sentir, legítimamente, por el deber de servicio público cumplido.
@SantiGurtubay