
Amar es vivir sin miedo
Los monstruos de nuestro pasado se llenaron de miedo y corrieron a esconderse en nuestras neuronas.
En una cultura llena de pavor, parece normal creer que un cierto grado de temor nos ayuda a progresar y que es un estímulo para el cumplimiento de nuestro deber. Pero esto no es cierto, el temor no es bueno ni saludable. No es lo más adecuado justificar el miedo, pues éste únicamente nos coacciona. Desde el miedo no puede surgir ni el conocimiento ni la sabiduría.
Con todo el malestar en la cultura que mencionaba Freud, se piensa que el caos es necesario, que vivir con zozobra nos hace prevenir lo malo que nos depara el futuro. El miedo nos aparta de la realidad y nos hace entrar en un mundo subjetivo, paralizante y desbordante. El problema de la humanidad reside en que los seres humanos tememos.
Tenemos miedo porque nos aferramos a cosas y a personas que, por sí mismas, no se pueden “poseer”. Tememos por nuestro buen nombre y posición, por nuestra familia y posesiones. A medida que adquirimos bienes, fama y poder, adquirimos también el temor a perderlos y la constante preocupación de velar por su salvaguardia. Nos convertimos siempre en víctimas de nuestra propia ansia y ambición. Quien posee teme, y éste es un defecto común, en distintos grados, de casi toda la humanidad.
Deja de estar temeroso, aterrorizado, sospechoso, alarmado, con pánico, acobardado, sobresaltado, amedrentado, cobarde, precavido, amenazado, aprensivo, con ataque de nervios, defensivo, en guardia, absorto en ti mismo, rígido, fóbico, intolerante, intimidado, esquivo, petrificado, inflexible, paranoico, inhibido, apegado, lleno de odio, agorafóbico, claustrofóbico, cohibido. Basta ya de tanto miedo alimentando tu resignación.
Suponiendo que el miedo es necesario para los que como el Homo sapiens y los venados, se ponen en polvorosa para poder sobrevivir. De cualquier modo, no sería una emoción que abre de par en par las puertas del alma y ni se catalogaría como básica y universal.
Desde que asumimos la identidad, la mente sabe que su posesión es provisional y teme. La mayoría son pensamientos de peligros, es decir, ilusorios, imaginarios, mentales. Se cacarea que amamos la realidad y sin embargo el mundo tiene miedo a lo sobrenatural, a lo metafísico.
Los que dicen que es natural deberían estar encerrados en un manicomio. Y si lo dicen la mayoría de los centros científicos, la imaginería popular solamente toma prestadas esas alucinaciones. Los esfínteres se te aflojan y defecas y orinas. Te da un miedo paralizador o corres como perseguido por un demonio.
O vives una vida «normal» con fobias a lo esencial de la vida. Y temes a las palomas tanto como a los misiles, a los espacios cerrados o los bellos atardeceres pisoteados por el horizonte, a las alturas o las olas, al hambre y a los excesos, a los animales, el contacto físico, a lo conocido y desconocido, a los vecinos y a los muertos, zombis y fantasmas.
Tiemblas y sudas copiosamente, se incrementa tu ritmo cardiaco, aumenta tu presión arterial, aumenta la glucosa, se dilatan tus pupilas, se detiene el sistema inmunitario y toda función no esencial.
Por ejemplo, basta quemarse una vez con fuego para no volver a posicionar sin cuidado cualquier parte del cuerpo sobre una llama. El que con leche se quema hasta al jocoque le sopla. Y te dicen, no lo olvides jamás, si alguien se olvida inconscientemente de esto, se podría quemar completamente hasta rostizarse. Esto no es verdad, no necesitas el horror para actuar con precaución.
Olvida que tus pensamientos vayan desde una simple timidez hasta el pánico desatado, pasando por la alarma, el miedo y el terror. Tu realidad no puede ser apresada con sentimientos provocados por cosas pasadas.
Entiendo cuando dices que a los seres humanos son lastimados desde la infancia. Todos hemos padecido la presión, con su sentido de la recompensa y el castigo. O los familiares y amigos nos dicen algo que nos causa enojo y nos lastima. Así se dice que al herirnos desde la infancia, y que por ello tenemos que cargar por el resto de nuestra existencia con esa herida, temerosos de que se nos vuelva a lastimar o tratando de que no se nos lastime, viviendo una forma de resistencia. Nos damos cuenta, pues, de estas heridas y que por ellas creamos una barrera alrededor de nosotros, la barrera del miedo.
Como primera medida, al miedo hay que naturalizarlo, es decir, aceptarlo ante el peligro y nada más. Y todo lo que esté en la cabeza, regularlo. El temor en una entrevista laboral o en una primera cita es normal. Pero al ‘otro miedo’ hay que tratar de expulsarlo. Es un impulso interior que busca defendernos de un peligro irreal que la mente se esfuerza en creer.
Claro que ante una patología el mejor camino es siempre consultar a un profesional de la salud mental, quien podrá trabajar para desactivar esas falsas alarmas.
Por qué tenemos miedo? ¿Qué es el miedo? La conmoción ocasionada por un acontecimiento repentino y temeroso, decimos que es alarma y el pánico es una inquietud colectiva. Cuando el pavor y el miedo llegan a erizar los cabellos hablamos de espeluznamiento. Mientras que la zozobra es la congoja y la aflicción en la duda de lo que se debe ejecutar para huir del riesgo que amenaza o para el logro de lo que se desea.
El miedo toma diferentes formas, miedo a no ser recompensados, miedo de fracasar, miedo de la propia debilidad, miedo del sentimiento que genera en nosotros tener que llegar a cierto punto y no ser capaces de lograrlo, miedo a la oscuridad, miedo a la propia esposa o al marido, miedo a la sociedad, miedo de morir, etc. Pero no estamos hablando de los diferentes aspectos que toma el miedo. El miedo es como un árbol que tiene muchas ramas, y aquí nos referimos a de la raíz misma de ese árbol, no de nuestra forma particular de miedo.