ALEXIS SHAFFER. Si es Posible estar en Paz

LA VIDA ES PERCEPCIÓN

Hay una parábola conocida como “Los Seis Sabios Ciegos y el Elefante”, que es atribuida a Rumí, un sufí persa del siglo XIII. En ella se muestra que lo que llamamos verdad es sólo una porción de realidad.

En la Antigüedad, vivían seis hombres ciegos que pasaban las horas compitiendo entre ellos para ver quién era el más sabio. Exponían sus saberes y luego decidían entre todos quién era el más convincente.

Un día, discutieron acerca de la forma exacta de un elefante, no conseguían ponerse de acuerdo. Como ninguno de ellos había tocado nunca uno, decidieron salir al día siguiente en busca de un ejemplar, y así salir de dudas.

Puestos en fila, con las manos en los hombros de quien les precedía, emprendieron la marcha enfilando la senda que se adentraba en la selva. Pronto se dieron cuenta que estaban al lado de un gran elefante. Llenos de alegría, los seis sabios ciegos se felicitaron por su suerte. Finalmente podrían resolver el dilema.

El más decidido, se abalanzó sobre el elefante con gran ilusión por tocarlo. Sin embargo, las prisas hicieron tropezar y caer de bruces  contra el costado del animal. “El elefante  –exclamó – es como una pared de barro secada al sol”.

El segundo avanzó con más precaución. Con las manos extendidas fue a dar con los colmillos. “¡Sin duda la forma de este animal es como la de una lanza!”

Entonces avanzó el tercer ciego justo cuando el elefante se giró hacía él. El ciego agarró la trompa y la resiguió de arriba a abajo, notando su forma y movimiento. “Escuchad, este elefante es como una larga serpiente”.

Era el turno del cuarto sabio, que se acercó por detrás y recibió un suave golpe con la cola del animal, que se movía para asustar a los insectos. El sabio agarró la cola y la resiguió con las manos. No tuvo dudas, “Es igual a una vieja cuerda” exclamo.

El quinto extendió su mano hasta la rodilla, palpó en torno y dijo: «Está claro, el elefante, es como un árbol».

El sexto, que casualmente tocó una oreja, exclamó: «Aún el más ciego de los hombres se daría cuenta de que el elefante es como un abanico».

Y así, los sabios discutían largo y tendido, cada uno excesivamente terco y violento en su propia opinión y, aunque parcialmente en lo cierto, estaban todos equivocados.

Hasta aquí la historia que ha sobrevivido en generaciones y que todavía es utilizada para ejemplificar lo relativo y lo subjetivo de las apreciaciones de nuestros sentidos. Es una de las explicaciones más hermosas que he leído sobre el relativismo. Efectivamente, esta idea jamás podría haber tenido cabida en el pensamiento occidental, regido por la lógica aristotélica. Sin embargo, la lógica paradójica maravillosamente plasmada en esta historia demuestra que, aunque una persona diga blanco y otra negro, ambas pueden equivocarse y tener razón al mismo tiempo. El relativismo queda eliminado por completo, porque se considera la existencia de una única Verdad. Sin embargo, nadie puede estar en posesión de esa verdad: cada uno aportará su propia visión sobre el mundo.

¿Se puede aplicar la parábola de Rumí a las grandes cuestiones universales? ¿Es posible que tanto un creyente como un ateo acierten y se equivoquen en sus planteamientos, y que ambos ofrezcan diferentes puntos de vista de la misma Verdad? Es difícil pensar en esta opción, porque ninguno de los sabios postuló la no existencia del elefante, pero desde luego resulta una estimulante invitación a no ceñirse a un único punto de vista. Tal vez si lográramos unir la visión de todos los hombres que fueron, son y serán a lo largo de la Humanidad nos encontraríamos de cara a esa Verdad.

Nos convertimos en devotos, en creyentes de la verdad única. La mente lo justifica y convertimos cada pensamiento en una religión incuestionable. Cómo fanáticos, nos encontramos dispuestos a perder todo con tal de tener razón.

Identificamos los pensamientos con una realidad proyectada, con una ilusión que solamente la mente cree que existe. Por ejemplo pensamos que la vida es un desastre y creemos que así es la vida. No es la vida, son nuestros pensamientos sobre la vida, nuestra percepción sobre la vida.  Al valorar cualquier cosa exterior como mala o buena, ponemos en acción los acondicionamientos a que hemos estado sometidos en esto que llamamos cultura.

La mente lo sabe y quiere descansar, recostarse sobre sí misma y darte esa hermosa paz que disfrutan aquellos que viven en el presente. Llegado este momento habrá en vosotros un poco de confusión. Vamos a ver. Si nosotros no creamos nuestros pensamientos y no podemos decirles que se vayan o cambiarlos, entonces como ser felices, cómo lograr la paz y evitar la angustiosa delicuescencia.

No se trata de que cambies tus pensamientos, simplemente se trata de que los cuestiones. Que sepas que hay muchas perspectivas, que como los seis sabios ciegos, tienes algo de razón y algo de sin razón. Que evites convertirte en un creyente fanático de tus pensamientos y disfrutes la vida tal como es.

 

 

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