Por German Gallegos Cruz Se le cansó el corazón…
Atento recado a quienes saben amar.
Sucedió como estaba previsto, me dijo mi abuelo Vencho. Estaban velando el cadáver de mi bisabuelo Darío Cruz, (padre de mi abuelo materno). Por mi corta edad, no alcanzaba a comprender el tenebroso golpe de la muerte. Por lo tanto; el llanto que nublaban mis ojos, quizá era por contagio, al ver llorar a todos los concurrentes. Mi abuelo me alejó del féretro rústico de pino a medio cocer; que lucía sobre la tapa sin cepillar, un sombrero blanco, una guitarra valenciana y un gabán de colores muertos, de pura lana de borrego, (evidentemente era propiedad del difunto). No te aflijas hijo (me suplicó con ternura) La muerte llega, porqué así lo dispone mi «padre eterno», me aseguró convencido. Quiero que sepas que hay un plan para cada ser humano, ese plan a nadie le es revelado, pero cuando cada uno de nosotros nace, haz de cuenta que mi «padre eterno» (como le gustaba llamarle a Dios) escribe en una libretita, el día de nuestro nacimiento, el camino o la ruta que hemos de recorrer y el día y, las circunstancias en que hemos de irnos de esta vida. Con recursos didácticos me hizo entender, que nadie se muere, ni antes, ni después. Tiene que ser exactamente en la fecha previamente dispuesta por el creador. Este recuerdo llegó como una ráfaga de luz a mi mente, cuando el doctor Salvador Ibarguen, me comunicó en un mensaje de WhatsApp, a las 8:12 de la mañana del día 15 de febrero, la muerte de mi amigo, el teniente coronel Armando Angulo. Te informo para que estés enterado, decía el infausto mensaje.
Nadie esperaba esta repentina muerte, pues un día antes de los acontecimientos que enlutaron a la familia Angulo Cáceres, pasó a saludar a los meseros del café de sus tertulias. Durante los cuatro años que ocupó el cargo de director de Protección Civil del municipio de Tulum, solo por causas de su chequeo médico de rutina, faltaba a ocupar su particular silla en el café. Tenía un gusto más allá de la moderación por tomar el café mañanero. Fueron muchas veces que le pidió a su asistente, permanecer con la boca cerrada, cuando estuviera frente a doña Margarita Cáceres, su esposa, para no revelar que se había excedido en la dosis permitida por el médico. Siempre se le vio alegre, no obstante a su formación militar, se permitía participar en las discusiones políticas, religiosas y deportivas, que le impulsaba a intercambia unas leves mentadas de madre, cuando no estaba de acuerdo con quien hablaba mal de su equipo de futbol de toda la vida: Las Chivas del Guadalajara. Era intolerante con los americanistas, pero respetuoso en los comentarios sobre asuntos políticos. Siempre puso sobre la mesa su convicción de respeto al gobierno legalmente constituido. Los temas religiosos le exigían aún más respeto en las creencias ajenas. La pasión que desbordaba su corazón, era luchar hasta el límite de sus posibilidades por su familia.
No tengo la menor duda respecto al sentimiento de padre amoroso y protector de sus hijos. Hace pocos días le reproché, porque había convertido un fabuloso vehículo nuevo, en taxi, cuando según sus palabras, lo había comprado para el disfrute familiar. Por el afecto mutuo, me explicó, que las ganancias que le dejaba dicho vehículo, le daba la seguridad de proveer a su amada hija Aurora, de los recursos necesarios para que terminara su carrera profesional. Es loable y es humano, que un padre piense hasta en los detalles de la seguridad familiar. Por la ideas de mi abuelo Vencho Cruz, el teniente coronel Armando Angulo, no pudo haber sido la excepción a la regla, tampoco el sabia, que día iba a ser requerido desde lo alto para seguir con las tareas suspendidas, desde que Dios le ofreció la oportunidad de manifestarse a la vida terrenal. Quizá se fue con la sensación que algo no había terminado. Tal vez hubiera sido ideal, testificar fisicamente la graduación de Aurora, o la consolidación integral de su hijo favorito, “Armandito” Angulo Cáceres, el «junior», como él le decía. Puede ser que en el momento enigmático de la muerte, haya sentido un fugaz de temor por la obra inconclusa. Pero dicen que Dios es justo, y que con toda seguridad nos brinda los recursos suficientes para el consuelo. Después de la impostergable transición, debe venir la calma, el solaz, la bienvenida, el encuentro con los amigos que se adelantaron. Y las nuevas tareas encomendadas. Vale creer en lo que la imaginación nos regala. Al fin y al cabo, es una prerrogativa divina también, así como Dante pudo plasmar de su fecunda imaginación los tenebrosos infiernos, así cualquier hijo de Dios, puede imaginar lo que le parezca satisfactorio, para mitigar la peste nauseabunda de la duda. Me quedo con la convicción de mi abuelo. Somos concebidos sin aparente plan, nos manifestamos a la vida, y partimos sin que nadie sepa, ni el día, ni la hora. El recuerdo de nuestros difuntos, será la inmortalidad pragmática.