Pedro Pablo Elizondo

“La salvación ha llegado a esta casa”

Zaqueo, jefe de publicanos y rico quería conocer a Jesús, pero su baja estatura y la multitud que se apiñaba en torno a Jesús se lo impedía. Entonces, a pesar de ser rico y jefe, no tuvo ningún reparo en correr y subir a un árbol para poder ver y observar a Jesús con claridad. Quería conocer a Jesús, tal vez por pura curiosidad o tal vez le había impactado que un colega suyo llamado Mateo había dejado la mesa de recaudador para seguir a Jesús. Quizá llegó a sus oídos lo del ciego que pedía limosna a la entrada de Jericó y había recuperado la vista gracias a Jesús. Zaqueo quería conocer a Jesús porque en el fondo de su corazón había una inquietud, tal vez muy acuciante pero también muy oculta. En el fondo de nuestro corazón yacen interrogantes e inquietudes a las que sólo Cristo puede dar respuesta plena.
El corazón del hombre es un corazón inquieto que guarda sentimientos, interrogantes e inquietudes que lo rebasan. ¿Cuál es el último sentido de la vida? ¿Por qué el sufrimiento? ¿Cómo afrontar el misterio de la muerte y el drama del pecado? Sólo Cristo responde a estos interrogantes de nuestro inquieto corazón. Sólo Cristo perdona nuestros pecados. Sólo Cristo nos abre el camino de la salvación eterna. Sólo Cristo desvela el misterio del hombre al propio hombre y le revela la sublimidad de su vocación al amor. Sólo Cristo enseña el verdadero camino del amor pleno y de la paz duradera. Sólo Cristo colma y da plenitud a los anhelos y aspiraciones más profundas de nuestro inquieto corazón.
Por eso Zaqueo lo quería conocer y por eso corrió y se subió al árbol y por eso lo acogió gustoso en su casa y por eso abrió su corazón a la generosidad, al amor y a la salvación; y por eso prometió dar la mitad de sus bienes a los pobres y regresar cuatro veces más si a alguien había defraudado. Cristo siempre saca del corazón lo mejor de nosotros mismos. Cuando llega Cristo, llega la salvación.
Debemos buscar a Cristo, buscando esas inquietudes, esos interrogantes y esos anhelos que anidan escondidos en nuestro corazón; no quedarnos en la superficie, no contentarnos con las aspiraciones frívolas y superficiales. Correr, subir al árbol y bajar a lo más profundo y escondido de nuestro corazón, no parar hasta identificar nuestras más profundas aspiraciones y luego correr hacia Cristo con humildad; subir al árbol con valentía y abrirle con generosidad y con gusto las puertas de nuestro corazón. No tengamos miedo de abrir de par en par esas puertas a Cristo nuestro Señor. Él no nos quita nada y nos lo da todo. Él solo nos trae la salvación. Así sea.

Pedro Pablo Elizondo Cárdenas L.C.
Obispo Prelado de Cancún-Chetumal

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