EL BESTIARIO Santiago J. Santamaría

SANTIAGO J. SANTAMARÍA. El Bestiario

SANTIAGO J. SANTAMARÍA
Bill aprovechó su cargo. Lewinsky trabajaba como interna no remunerada, nivel de entrada del personal, empleado en la Casa Blanca en 1995 y 1996, a la edad de 22 años. Su repercusión en el “Impeachment” (juicio político) correspondiente hizo que el caso llegara a ser conocido como el “escándalo Lewinsky” o “Monicagate”. El escándalo saturó la cobertura de los medios de comunicación, en ese entonces no había redes sociales ni las teorías conspiranoicas de los más faranduleros asuntos de la política pública y fue utilizada para enlodar la política Clinton, planteando serias dudas entre el carácter de lo público y lo privado.
Los padres de Mónica eran europeos, de ahí que domine varias lenguas del “Viejo continente”, inglés, alemán, español, italiano…, incluido, un francés muy fluido. Llevábamos casi 20 años sin saber de Lewinsky, y mira tú por dónde, la ex becaria más famosa del mundo, sin duda alguna, dio señales de vida, cuando se iba a anunciar la candidatura de Hillary a la presidencia del Estados Unidos, por el partido demócrata. Decían que ello no iba a venir bien a la sufrida señora de Clinton. La amante becaria explicaba en una carta abierta a “Vanity Fair” en la edición americana de la revista, que su relación fue consensuada en todo momento. Este dato crucial le hizo ganar votantes a la humillada. Es decir. Ahora, esa panda de señoras y señores puritanos que la tenía por fémina insensible, casada con un depredador sexual, la comprenden.
La innovadora Lewinsky puso de moda en Estados Unidos, lo de entonar el “Mea culpa”, por parte de los mandatarios infieles. Las esposas de algunos congresistas y senadores, señoríos promiscuos, empezaron a hacerse de la vista gorda y eso creó escuela. Mónica en “Vanity Fair” no estaba hablando de amor, sencillamente necesitaba lana para desterrar su deformada talla XXL y cambiar su look de “Neskazarra”, así se les llama a las solteronas, “Chicas viejas” en el país Vasco. Su modisto nos traslada inevitablemente a las góticas películas de Tim Burton y su inseparable Johnny Depp, como aquel “Barbero de la calle Fleet”, 2007 de Londres.
“Mira que es asquerosa esta mujer”, era insultada por el opositor republicano en el último debate televisivo de esta semana, Donald Trump, nuevo y obligado icono surrealista “Made in USA”. Era la impotencia de un misógino ante una Clinton que no se equivocó un ápice, cuando logró desactivar el misil preparado por los republicanos, llamando “lunática narcisista”, a la antaño becaria. El compañero de Hillary se las vio y se las deseó para librarse de Mónica, quien no entendió nunca por qué, la que esperemos sea la sucesora de Barack Obama en apenas 15 días, en lugar de cargar contra ella, no lo hizo contra su marido, y encima la defendió a capa y espada. Las clases del idioma del amor le han permitido a Lewinsky como verdadera “Reina del sexo oral”. De esta forma tan explícita la presentaban en “Vanity Fair”, a la vez que anunciaban nuevas ediciones. El mercado se lo exigía.
Antes que Bill Clinton hubo otros presidentes con infidelidades que eran secretos a gritos. Después de él no se conoce ningún caso. Dicen que Jacqueline Kennedy sabía de la aventura de su marido, el JFK, con Judith Exner, también relacionada con el mafioso Sam Giancana; de su relación con su secretaria; de su idilio con una supuesta espía alemana; y, por supuesto, de su “Affaire” con Marilyn Monroe. De Lyndon B. Johnson escribieron sus biógrafos que hizo de la infidelidad un hábito, una costumbre, sin la que no sabía vivir. Y que, por supuesto, lady Bird Johnson estaba al corriente. Lady Bird supo incluso, y aceptó que su pareja tuviera un hijo con una de sus incontables amantes.
La CIA, el FBI y los más altos jerarcas de la inteligencia militar de los Estados Unidos están descubriendo solo ahora, lo que cualquier ávido lector de literatura ha sabido desde siempre: que una amante celosa es de temer y puede provocar grandes catástrofes. Siempre me ha llamado la atención en los países de tradición protestante y puritana, como son Inglaterra y Estados Unidos, la exigencia de que las figuras públicas no sólo cumplan con sus deberes oficiales sino, además, sean en su vida privada ejemplos de casta virtud. Escándalos como el que protagonizaron Bill y Mónica y que estuvo a punto de suponerle, al que ahora se presenta como probable futuro “Primera damo” de la historia norteamericana, su salida del Despacho Oval, rebosante de testosterona, serían poco menos que impensables en la mayor parte de los países europeos. No digamos en los latinoamericanos, donde se suele diferenciar claramente la vida privada de los políticos, de sus actuación pública. A menos, hay que reconocerlo, que la incontinencia y los desafueros de personajes repercutan directamente en su función oficial. Presidentes, ministros, parlamentarios, generales, alcaldes, regidores… lucen a veces a sus amantes con total desenfado puesto que, ante cierto público machista, ese exhibicionismo, en vez de desprestigiarlos, los prestigia.
Mónica Lewinsky, si ha recibido lana de los republicanos para dificultar la candidatura imparable, según las casi siempre fallida encuesta electoral, de Hillary Clinton, no ha tenido en cuenta que en su país las cosas han cambiado, ostensiblemente, desde aquel histórico y placentero verano del 73. La culpa, los nuevos europeos y, sobre todo, los mexicanos y los latinoamericanos. Para estos rupturistas ciudadanos estadounidenses estos escarceos extramaritales son aderezos, muchas veces hasta totalmente necesarios. Esta sal y pimienta, este achiote y chile habanero, además, apenas ocupan un cuarto de hora del ágape, cuando el hombre es demorado. Quien sabe, si Hillary no aprendió mejor que Mónica a conjugar el verbo “Aimer”, amar en francés. Lo que sí deseo es que Hillary Clinton sea la nueva presidente de los Estados Unidos. Mi impresión es que Mónica Lewinsky ha sido una de las mejores jefas de campaña que nunca hubiese podido imaginar la “asquerosa” rival del candidato “Antígeno prostático”, Donald Trump. Mónica se te agradece desde Cancún y la Riviera Maya, y desde Quintana Roo y el resto de México, por tu contribución a la normalización de las cosas del querer en la Casa Blanca.
@SantiGurtubay

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