GERMÁN GALLEGOS CRUZ. Desde la Mesa de las Nauyacas

 

 

INJUSTIFICADOS APLAUSOS

Atento recado a Pepe Gómez, presidente de Grupo Quequi.

El servilismo secular del pueblo de México nos hace reconocer atributos, méritos y hasta actos de heroísmo, donde no los hay. Nos acostumbraron a rendirnos y aplaudir a rabiar al político-servidor público, porque mandó a tapar los baches de una calle. Si por mediana fortuna hizo gestiones para construir una escuela, pavimentar una avenida o remodelar un parque, le permitimos y hasta le sugerimos que se devele la placa conmemorativa, donde se inscriba su nombre como testimonio de su «gran» obra para que las futuras generaciones honren su memoria. Así se ha modificado la nomenclatura urbana de pueblos y ciudades, por el capricho y el prurito de la vanidad del que quiere la eternidad de su nombre en una calle, en un parque, escuela, biblioteca, sindicato, asociación civil, etc. Siempre hemos estado expuestos al virus de la lisonja y zalamería, que hasta parece que esta coexistencia es natural. Es probable que de manera inconsciente entremos al juego de la inter-manipulación: Tú haces como que me engañas… y yo hago como que te creo. Si esta fórmula se aplicara de manera consciente, nos ahorraríamos muchos sinsabores. Ya sabríamos que el político engaña, miente y roba por su propia naturaleza de político (salvo contadas excepciones). Y una vez consciente del carácter delincuencial de nuestros verdugos (perdón, políticos) se haría menor la frustración. Pero donde definitivamente está muy jodida la cosa es que creamos que estos personajes nos están haciendo un favor. Nunca, jamás, hacen una obra con recursos de su personal patrimonio, y las obras que hacen siempre llevan un exagerado sobreprecio para extraer la «ganancia» tramposa. Allí está la estupidez ciudadana, cuando a sabiendas que los recursos económicos son la aportación de la misma sociedad y que una vez engullida la mayor parte del recurso por aplicar, el político busca poner en acción a sus aplaudidores de oficio para contagiar de euforia al ciudadano inocente. Ahí el cinismo nos muestra su podrida dentadura, en la exigencia del aplauso y la honra. Sería muy sano que a través de los medios de información que la ciudadanía tiene a su alcance (redes sociales) se haga una campaña permanente para concientizar a la gente, de no reconocer méritos a quienes no los tienen, empezando con la clase política. ¿Cómo es posible que un diputado venga a decirnos que hizo gestiones para conseguir recursos económicos para obra pública? O que venga a decirnos que, debido a sus buenos oficios, se hizo un histórico trámite para dotar de elevado estatus político a una antigua villa. ¿Qué no se les paga por hacer el trabajo correspondiente al cargo que ostentan? Después de recibir privilegios especiales en salarios elevados, viáticos de insulto, pago de personal administrativo, ayudantía, vehículos de lujo y guaruras, ¿además les tenemos que aplaudir?… Me jodí… decía mi padrino, el “Búfalo” Ventura. Tenemos que terminar pronto con este carácter servil hacia la clase gobernante. Por fortuna, ya hay conatos de rebelión ciudadana, parece que la gente se empieza a armar de valor, exigiendo lo que antes era impensable. Ahora, en las redes sociales se escucha cada día más fuerte la voz del pueblo, exigiendo, no pidiendo, auditorías a los que pronto entregarán el cargo. Si esta exigencia, ahora convertida en anhelo, no se cumple como se prometió en las recientes campañas políticas, pronto empezará el viaje cuesta abajo de los gobernantes entrantes. Con este despertar popular empezaremos a cavar la tumba del mexicanísimo servilismo, para exigir lo que por ley nos corresponde. Parece que ya no permitiremos que mediante el engaño se cuelguen de pretextos para justificar. ¿Quién no recuerda el paso de algún huracán, tormenta tropical, chubasco, aguacero, inundación, etcétera, que siempre trae grandes ganancias al gobernador en turno, por los programas federales en disposición, como el Fonden, por ejemplo? Se inventan estadísticas fatales para lograr el chantaje al Gobierno federal y al pueblo. Restriegan en el rostro ciudadano hasta tres años consecutivos la «hazaña» de haber hecho frente el fenómeno hidrometeorológico, como pomposamente le llaman a un aguacero los políticos engañadores. Machacan día y noche, en los medios informativos de su preferencia, que la recuperación es lenta, pero segura, debido al esfuerzo supremo que hacen por los afectados. Total, que la política a la mexicana es única. Desearía saber si los presidentes Barack Obama, Francois Hollande, Vladimir Putin o Angela Merkel están preocupados por buscar la eternidad de su nombre, haciendo lo conducente para que una principal avenida de sus respectivas capitales lleve su nombre. Si estos gobernantes de países desarrollados tienen esos apetitos bananeros, me veré en la necesidad de ofrecer una disculpa pública al «domestic government», por exagerar mi nota, exhibiendo las ronchas de la comezón vanidosa de nuestros «héroes» nativos. No aplaudamos por contagio, por manipulación, compromiso o pena. El aplauso es una reacción espontánea de reconocimiento al esfuerzo o gracia, del humano con atributos especiales. Díganme ustedes, ¿qué atributos le encuentran al que se llevó ilegalmente los recursos de un municipio o estado para beneficio personal? ¿Somos masoquistas? ¿Adictos al sufrimiento? ¿O, enfermos desahuciados?

La frase: Los hombres pasan, los recuerdos quedan, como quedan las obras de los que algo hacen. Víctor Montenegro.

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