SANTIAGO J. SANTAMARÍA. El Bestiario

El robot de Dallas no es, por ahora, ‘Robocop’

La policía de esta ciudad estadounidense utilizó una máquina que mata, no asesina, portadora de explosivos plásticos, para acabar con Micah Xavier Johnson después de que hubiese asesinado a cinco policías y herido a otros siete…

Ni los mayores expertos en tecnología robótica aplicada a la guerra discuten la decisión policial del escenario del último episodio de una matanza de un psicópata armado hasta los dientes, merced a la Segunda Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos: el derecho de cualquier individuo a la tenencia, uso y transporte de armas, con fines defensivos, deportivos, cinegéticos (como medio de supervivencia o deporte), escolta privada o de otra naturaleza, sin perjuicio de otras actividades legales que pudieran realizarse con las mismas. A varias cuadras del lugar desarrolló el magnicidio de John F. Kennedy (1917-1963), trigésimo quinto presidente de los E.U, el viernes 22 de noviembre de 1963, en Dallas, Texas. Kennedy fue mortalmente herido por disparos mientras circulaba en el coche presidencial en la Plaza Dealey. Fue el cuarto presidente de EU asesinado (con Abraham Lincoln, James Abram Garfield y William McKinley) y el octavo que murió en ejercicio de sus funciones. Investigaciones oficiales concluyeron que Lee Harvey Oswald, un empleado del almacén Texas School Book Depository en la Plaza Dealey, fue el asesino. El hecho todavía está sujeto a especulaciones, siendo origen de un gran número de teorías conspirativas.
No es lo mismo un robot asesino que un robot que mata. Y la diferencia no es baladí. Micah Xavier Johnson, este antiguo militar iba armado hasta los dientes, había demostrado que sabía disparar, aseguraba haber plantado un reguero de bombas y manifestó su intención de matar a tantos policías blancos como fuese posible. Ante la posibilidad de perder más agentes, los mandos policiales recurrieron al robot Andros, utilizado normalmente para desactivar explosivos. Esta vez, sin embargo, los acarreaba. Se trata de un robot usado para matar porque estaba controlado a distancia, pero no de un robot asesino, una máquina capaz de tomar sus propias decisiones.
Ni los mayores expertos en tecnología robótica aplicada a la guerra, como el profesor Noel Sharkey, que encabeza desde hace años la campaña Stop Killer Robots, discuten la decisión de la policía de Dallas. El debate no está en la actuación concreta ante un asesino, sino en lo que pueda representar para el futuro de la policía. “No estamos hablando de ‘Robocop’ porque no operaba de manera autónoma. Era un instrumento para desactivar bombas controlado a distancia por agentes de policía”, escribió Sharkey en el diario “The Guardian”. Sin embargo, preguntado sobre los peligros que este paso puede representar para el futuro, este profesor de inteligencia artificial de la Universidad de Sheffield responde: “Me preocupan más los usos de la robótica por parte de la policía que del Ejército”.
“Robocop” es una película estadounidense de 1987, de género ciencia ficción y acción, dirigida por Paul Verhoeven y filmada precisamente en Dallas. Trata temas como la manipulación mediática, la resurrección, la gentrificación, la corrupción política, la privatización, el capitalismo, la masculinidad y la naturaleza humana. En un futuro próximo, la ciudad está al borde del colapso debido a la ruina financiera de la zona municipal y a la delincuencia sin control. La inteligencia artificial está llegando a un desarrollo tan intenso que inquieta incluso a sus investigadores por el mal uso que se puede hacer de ella.
No se trata de limitar la inteligencia artificial. Las máquinas pueden tomar decisiones con las que el humano no está de acuerdo. Los hombres tenemos filtros éticos. Se puede programar un filtro ético a la máquina, pero es muy fácil quitarlo. Para hacer una bomba atómica uno necesita uranio enriquecido, que es muy difícil de conseguir. Para reprogramar una máquina militar basta con alguien con un ordenador escribiendo software. En principio, no suena mal que sean máquinas, y no seres humanos, los que hagan las guerras. Desde una perspectiva moral, muchas personas encuentran terrible la idea de delegar en máquinas el poder de tomar decisiones sobre la vida o muerte en los conflictos armados. Además, aunque las armas completamente autónomas no se dejen llevar por el miedo o la ira, carecerían de compasión, una salvaguarda clave para evitar la matanza de civiles. Nos encontramos en un momento crítico en la evolución del armamento. Todavía estamos a tiempo para detener la automatización de la decisión de matar, para asegurarnos que todas las armas siguen estando controladas por seres humanos. Todos, salvo excepciones, todavía somos portadores de “Las cosas del querer”, expuestas en la deliciosa película musical del director español Jaime Chávarri, protagonizada por Ángela Molina y Manuel Banderas. “Todavía, amamos”.

@SantiGurtubay

No hay comentarios