La jiribilla Jorge González Durán

Pero ya no podían más. Exhaustos, sólo esperaban un milagro.

 

Conocedor del arte de la navegación,  Gonzalo desconocía que en el Caribe hay nudos que de repente se desatan y  precipitan su fuerza  en el  oleaje de este mar iridiscente. Y sintió en carne propia que el Caribe no es el Mediterráneo de sus andanzas juveniles. Sin embargo, tratando de mantenerse a flote sintió los  aromas de un mundo nuevo.  Durante una madrugada en vela, montado en este mar encendido, sintió el galope de cientos de caballos en los desiertos del Magreb taladrando su memoria.

Y de repente un sueño profundo los cubrió apenas tocaron la blanquísima arena de la playa.  Cuando despertaron estaban en Akumal, rodeados de indígenas que los interrogaban en una lengua incomprensible para ellos. Estaban, todavía no lo sabían, en la tierra prodigiosa de los mayas, cerca de la ciudad resplandeciente de Tulum.

¿Han escuchado Danzón con el perturbador clarinete de Paquito D’ Rivera? Allí está la música del naufragio que hace cinco siglos vino a cambiar la historia de esta región del Caribe y de México.

En este mar y en esta selva donde transcurre nuestra vida estuvo Gonzalo Guerrero. Aquí encontró su esencia fundadora. En esta mar de perturbadora belleza

El Caribe no es el Mediterráneo de su nacencia Pero el Caribe es también un mar de civilizaciones encontradas, de voces que se cruzan como enjambres, de naufragios y de supervivientes, de sonidos por descubrir, de caminos por andar.  Gonzalo Guerrero descubrió que en este sortilegio del mundo no se puede dar marcha atrás. Lo supo siempre, desde que en sus ojos quedó grabado el ritmo de este mar, este mar que se siente  como “Un arrullo de palmas” en versión improbable de Benny Moré y La Original de Manzanillo.

Aquí, en el Caribe de historias documentadas de lo real maravilloso, en el Caribe de los naufragios que marcaron la ruta de nuevos descubrimientos, en el Caribe que deslumbró a Cristóbal Colón y a los conquistadores, en el Caribe indómito donde los vientos y las sangres se cruzan para crear inéditos perfiles del tiempo, de la geografía, de la historia y de la raza humana, todavía se tejen utopías, todavía se cree en la posibilidad del futuro, todavía se cree en la palabra para construir el lecho del amor, todavía existe un horizonte para las navegaciones del alma. Y fue aquí donde Gonzalo Guerrero fundó una nueva estirpe. La estirpe del jaguar.

 

 

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