CARLOS CÉSAR GONZÁLEZ. Misión Evangélica
LA ORACIÓN MÁS SINCERA: ¡AYÚDAME DIOS MÍO!
La oración más sincera: ¡Ayúdame Dios mío!
Para muchos de nosotros creer en Dios es bastante común. Las oraciones que hacemos son bastante mecanizadas, oramos mecanizadamente al levantarnos, a la hora de comer y a la hora de dormir.
¿Has visto a un niño que mamá lo lleva al jardín de niños, lo deja ahí por tres horas, solo con sus compañeros y su maestra? El niño pasa por los ciclos de extrañamiento de mamá, nostalgia, tristeza, desesperación, y cuando timbran indicando que la clase terminó, el niño grita de júbilo, busca entre tanto gentío a su mamá y cuando la ve, expresa con grandes ojos y hermosa sonrisa: _ ¡Mamita, Yo te quiero mucho! Obvio, la madre lo rodea con sus brazos, lo besa y le dice al oído: ¡Hijo, te amo tanto!
Las horas junto a mamá, parecen muy comunes, se presta para pelear con ella, para desobedecerla o para estar junto a ella amándole. Pasa lo mismo con nosotros y Dios. Muchas veces vemos muy común tener trabajo, tener los alimentos y paz en nuestro hogar. A veces oramos y pedimos las cosas de manera mecánica. Pedimos porque creemos que las merecemos, que es la obligación del Padre Celestial proveernos.
¿Has sentido el vacio de Dios? ¿Has tenido en tu vida la ausencia de Dios? ¿Has sentido que tus oraciones no llegan a Dios? ¿Ha habido en tu vida esos momentos que parece que te llueve sobre mojado? ¿Has tenido esos momentos que parece que Dios se ha ido de tu vida?
Esos momentos los vivió el mismo Jesucristo, y oró desgarradoramente a Dios con una expresión de dolor, mezclada con sentimientos tan humanos como los nuestros. “Dios mío, Dios mío, ¿por que me has abandonado?” (Mateo 27:46). También David lo vivió y exclamó con los mismos sentimientos humanos: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Estás muy lejos para salvarme, muy lejos para entender mi llanto. Dios mío, te he llamado una y otra vez durante el día y no has respondido. De noche sigo llamándote y tampoco me respondes”. (Salmo 22:1-2)
No debemos creer que nuestra vida con Dios es como caminar por la alfombra afelpada, libres de tristezas, de dolor o de preocupaciones. No se hacen marineros en mar de bonanzas y tampoco la fe crece y se desarrolla sin preocupaciones. Es el mismo Señor que “permite” nuestros momentos turbulentos y angustiosos. Es necesario pasar por esos momentos de extrañamiento, nostalgia, tristeza y desesperación. Es necesario dejar de hacer esas oraciones frías y mecanizadas. ¡Ayúdame Dios mío! Puede ser una oración tan pequeñita, pero tan grande que toque el corazón del Dios-Madre que nos ama tanto, que abra sus brazos para que corramos a él, con ojos bien abiertos y una sonrisa que no nos cabe en el rostro y le digamos: “¡Padre…te amo tanto!”: y él nos diga: “¡Hijo…Yo también te amo!”
Jesús dice que el Buen Pastor, dejó a las noventa y nueve ovejas y fue por la oveja perdida, y cuando la encuentra, la pone en sus hombros gozosos. Al llegar a casa reúne a sus amigos con gran júbilo (Lucas 14:4-5).
Algo que no debemos hacer, es medir el amor de Dios por los bienes que nos da. El amor de Dios se mostró al darnos a su hijo Jesucristo quien murió por nosotros en la cruz del calvario. Algo que debemos recordar siempre, es que jamás dejará de amarnos y de estar con nosotros, pese a esos lapsos breves que permitirá para que hagamos nuestras breves oraciones sinceras.
¡Bendiciones amigos y hermanos del camino! [email protected]