PEDRO PABLO ELIZONDO. Mensaje Dominical

15º domingo del tiempo ordinario
10 de julio de 2016

1. Anda y haz lo mismo que el Buen Samaritano. El samaritano era extranjero, enemigo, hereje y muy mal visto por los judíos. El sacerdote, en cambio, era muy devoto y muy religioso, muy versado en la Sagrada Escritura y en las leyes de Dios. Pero al encontrarse los dos, con un hombre herido, tirado a la vera del camino, reaccionaron de manera sorprendente e insospechada. El sacerdote pasó de largo porque tendría muchas y urgentes ocupaciones y asuntos; por otra parte, el samaritano se olvidó de todos sus pendientes y se concentró totalmente en hacerse cargo de aquel hombre herido y abandonado.
2. ¿Quién es nuestro prójimo? Ése que está necesitado al lado de nosotros, ése que nos topamos y está ahí pidiendo limosna, ese hijo mío que está pidiendo a gritos más cariño y atención. Esa esposa mía, con la que vivo todos los días y se siente sola y medio muerta porque yo no la volteo a ver. Mí prójimo es ese esposo mío del que no me hago cargo en sus necesidades, dificultades y enfermedades. Ése es el prójimo que necesita más amor y Dios quiere que lo cuidemos, que nos compadezcamos, lo carguemos en nuestra cabalgadura, que lo llevemos a nuestro mesón y cuidemos de él y paguemos todo lo que sea necesario para curarlo. Dios nuestro Señor quiere que nos hagamos cargo de nuestros hermanos enfermos, hambrientos, sedientos, desnudos, peregrinos, encarcelados, tristes y solos, que a veces llevan sus angustias muy escondidas en el fondo del corazón.
3. Si decimos que somos religiosos y devotos. Si queremos alabar y adorar a Dios, si queremos sentirnos santamente orgullosos de creer en Cristo y de ser católicos, tenemos que dar testimonio del amor de Cristo. Tenemos que hacer las obras que hizo Cristo. En este Año de la Misericordia, el Papa Francisco nos vuelve a recordar que venimos al mundo para aprender a amar siendo misericordiosos como el Padre. Este doctor de la ley que preguntó a Jesús, sabía toda la ley y los profetas, pero no sabía lo más elemental, que el prójimo es el que está a mi lado, esperando que le tienda una mano; que está ahí angustiado, golpeado y sediento de amor sincero. El sacerdote no tuvo tiempo para atender al hombre necesitado, sólo tenía tiempo para sus cosas personales que eran muy importantes. Somos nosotros los seguidores de Jesucristo, el Buen Samaritano. El que hace daño a su prójimo peca, pero el que no hace nada por ayudarle en su angustia también peca, de omisión. Pidámosle al Padre que nos ayude a experimentar la alegría de practicar generosamente las obras de misericordia y de ser misericordiosos como el Padre.

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