El ‘Zar Antidroga’ toma el dinero y corre
La Casa Blanca y el Gobierno de México tras los 750 millones de dólares de Genaro García Luna, nos evoca al atracador con muy mala estrella, Virgil Starkwell, del cineasta Woody Allen
SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY
El Gobierno de México envió el 18 de octubre de 2021 una carta dirigida al reo número 59745-177 del Centro de Detención Metropolitano de Brooklyn, en Nueva York. Preso por narcotráfico y delincuencia organizada en Estados Unidos, Genaro García Luna recibía el aviso oficial de que las autoridades de su país también iban a abrir otro frente legal en su contra. “Deliberada e ilegalmente, usted obtuvo o usó un total de al menos 250 millones de dólares que legítimamente le pertenecen a los Estados Unidos Mexicanos”, se lee en el documento. La demanda civil, interpuesta por la Unidad de Inteligencia Financiera, afirma que el exsecretario de Seguridad Pública aprovechó sus contactos después de dejar su puesto y encabezó un esquema corrupto que desvió fondos públicos para crear un “imperio” inmobiliario en Florida. La bomba se filtró esta semana a los medios prácticamente al mismo tiempo que García Luna se sentaba en el banquillo de los acusados en el inicio del juicio penal en Nueva York, en el que es señalado de colaborar con el Cartel de Sinaloa durante más de 20 años. Son dos pistas diferentes que siguen el rastro del dinero corrupto y que transcurren en paralelo. La Casa Blanca persigue, en parte, los sobornos del narco y las autoridades mexicanas van tras él por fraude y malversación, con daños que ascienden hasta los 750 millones de dólares. Los expresidentes del PAN, Vicente Fox y Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, del PRI, sigue buscando sus visas ‘económicas” en España Andrés Manuel López Obrador, actual primer mandatario de México no para de carcajear en su despacho.
“Toma el dinero y corre” (Take the Money and Run). “Esta película fue, hace medio siglo, el primer aviso a navegantes, en forma de falso documental, de que ahí había un genio del cine a punto de explotar. Cuando en 1977, Woody Allen presentó “Annie Hall”, pocos críticos influyentes esperaban del neoyorquino mucho más que una sucesión de gags cómicos, plagado de obsesiones marca de la casa: el sexo, el judaísmo… Lo que vieron fue una cosa distinta, nueva, que bebía de la filmografía anterior del cómico pero llevaba el humor a una nueva dimensión de hondo calado. Aquellos primeros pespuntes del genio que llegaría a ser Allen hay que buscarlos en un puñado de cintas aparentemente menores pero rabiosamente divertidas, entre las que se encuentra «Toma el dinero y corre», la primera cinta guionizada y dirigida totalmente por Allen, más suya, digamos, que la precedente “Lily, la tigresa”. En el año 69 en que salta a las pantallas norteamericanas esta bizarra historia a caballo entre la docuficción y el espectáculo monologuista, el neoyorquino llevaba años triunfando en los escenarios de su ciudad predilecta con un nuevo modo de hacer reír sin perder un ápice de exigencia. En “Toma el dinero y corre”, Allen ensayó un producto que perfeccionaría con “Zeli”, el del falso documental. En este caso, toda la cinta es una descacharrante deconstrucción de un atracador con muy mala estrella, Virgil Starkwell. Todos los que lo conocieron dan su punto de vista sobre un tipo que, esmirriado, sin ninguna capacidad social ni habilidad reconocida, acaba haciendo de un atraco su razón de ser. Parodia de ‘thriller’, sucesión de ingeniosas bromas y fresco, fresquísimo retrato de esos queridísimos ‘losers’ que tanto veríamos en su cine, el salto al cine de Allen no es, si se quiere, una obra maestra, pero fue un aviso a navegantes de que ahí había un tipo con algo más que ingenio para contar las cosas.
La demanda pareció tambalearse cuando Nieto dejó la UIF y fue sustituido por Pablo Gómez, un político y economista de izquierda de todas las confianzas de López Obrador. Pero Gómez ratificó en la corte de Florida el litigio iniciado por Nieto y el 31 de octubre de 2022 presentó una ampliación de la demanda en la que elevó a 745,4 millones de dólares la fortuna ilícita de García Luna, de la que busca recuperar cuando menos 600 millones de dólares. La UIF ha sido enfática en afirmar que el exfuncionario construyó su riqueza con dinero “robado” a México mediante actos de corrupción. La demanda enlista 30 contratos entregados por instituciones públicas a empresas de García Luna o de sus testaferros entre 2009 y 2018. El dinero desviado del erario era transferido a cuentas en Barbados, Israel o EE UU y luego era invertido en empresas y bienes en Florida. “Bajo la dirección de García Luna, los fondos ilegalmente tomados del Gobierno de México fueron usados para construir un imperio de blanqueo de dinero que incluye al menos 30 compañías, al menos 30 bienes raíces, múltiples autos y yates, numerosas inversiones bancarias y bienes localizados en Florida”, señala la demanda.
Estamos ante el Allen de “Bananas”, de «Todo lo que usted siempre quiso saber sobre el sexo pero no se atrevió a preguntar» y “El dormilón”, sus tres largometrajes posteriores a este “Toma el dinero y corre” que se estrenó casi de tapadillo en un cine en Nueva York y que, gracias al boca a boca, acabó recaudando más de un millón de dólares y propiciando que la carrera de Allen tuviera continuidad. Dicen que no poco de aquel éxito es debido a Ralph Rosenblum, que pulió en la sala de montaje un producto que le llegó en bruto, absolutamente caótico y al que tuvo que dar coherencia dentro de la locura a la que aspiraba el por entonces treintañero director. Curiosamente, el primer filme de Allen transcurre en Los Ángeles, a diferencia de la mayoría de sus cintas, rodadas y ambientadas en su querida Nueva York. Tras cinco años aventurándose en las peculiares e inclasificables cintas mencionadas arriba. Allen dio un paso más allá con una comedia perfecta en su género, “La última noche de Boris Gruchenko”, una parodia de “Guerra y paz»” de Tolstoi que es, a la vez, el mejor homenaje a la literatura rusa que imaginarse pueda. La siguiente película sería “Annie Hall»”, de la que poco podemos decir sin menoscabar su genialidad. A partir de ahí, Allen encuentra su forma, su estilo y su fondo y empieza a dar a luz genialidades, una tras otra. Pero aquel mundo de rabinos, de obsesión con la carne, de culteranismo tomado a la ligera y de ligerezas muy serias, ya estaba desde la primera vez que este monologista de Brooklyn cogió la cámara y corrió hacia un lugar inmortal en el séptimo arte.
La demanda pareció tambalearse cuando Nieto dejó la UIF y fue sustituido por Pablo Gómez, un político y economista de izquierda de todas las confianzas de López Obrador. Pero Gómez ratificó en la corte de Florida el litigio iniciado por Nieto y el 31 de octubre de 2022 presentó una ampliación de la demanda en la que elevó a 745,4 millones de dólares la fortuna ilícita de García Luna, de la que busca recuperar cuando menos 600 millones de dólares. La UIF ha sido enfática en afirmar que el exfuncionario construyó su riqueza con dinero “robado” a México mediante actos de corrupción. La demanda enlista 30 contratos entregados por instituciones públicas a empresas de García Luna o de sus testaferros entre 2009 y 2018. El dinero desviado del erario era transferido a cuentas en Barbados, Israel o EE UU y luego era invertido en empresas y bienes en Florida. “Bajo la dirección de García Luna, los fondos ilegalmente tomados del Gobierno de México fueron usados para construir un imperio de blanqueo de dinero que incluye al menos 30 compañías, al menos 30 bienes raíces, múltiples autos y yates, numerosas inversiones bancarias y bienes localizados en Florida”, señala la demanda.
En 1968, a punto de cumplir los 33 años, Woody Allen se convierte por fin en director de cine con “Toma el dinero y corre” (1969), un viejo proyecto que había escrito en solo tres semanas con su amigo de la infancia, Mickey Rose, quien primero trabajó para televisión y luego colaboró en los primeros guiones de Allen. La trayectoria relámpago del joven cómico de Brooklyn acaba de despegar. No solo dirige en solitario por primera vez, sino que escribe el guion y protagoniza la película. Pero antes de acabar dirigiendo la que sería su ópera prima, Woody Allen, quizás por su falta de confianza y experiencia le pidió a Jerry Lewis que la dirigiera, pero Lewis declinó la oferta. El productor Charlie Feldman (que muere el mismo año del rodaje) pasó mucho tiempo intentando que la United Artist apostara por aquel guion disparatado. Pero son Jack Rollins y Charles Joffe, los agentes de Woody Allen convertidos en productores, quienes reúnen la financiación necesaria para este falso documental en clave humorística sobre Virgil Starkwell, interpretado por el mismo Woody, que da vida a un incorregible, torpe y neurótico criminal. Para llevar a cabo su primera película fue fundamental la productora Palomar Pictures, que se arriesgaron con un director novel como Woody Allen. Le dieron carta blanca para hacer lo que quisiera, además de una importante suma de dinero que ascendía a un millón de dólares y un control artístico total, sentando el precedente de cómo trabaja hasta hoy el cineasta neoyorkino. Sin embargo, a pesar de su control creativo, no le permitieron rodar este ‘mockumentary’ en blanco y negro, según Allen le hubiera dado “un aire más documental”.
La batalla legal de Estados Unidos y México contra García Luna va por dos carriles separados. El juicio en Nueva York es un caso penal contra el antiguo jefe de la Policía Federal, pero también tiene una derivada económica, ya que se le acusa de recibir “decenas de millones de dólares” en sobornos del narcotráfico desde 2001, a los pocos meses de que asumió como director de la Agencia Federal de Investigaciones (AFI), creada durante el Gobierno de Vicente Fox (2000-2006). Los nexos del exfuncionario y la delincuencia organizada se estrecharon especialmente cuando fue secretario de Seguridad Pública en la Administración de Felipe Calderón (2006-2012), pero continuaron varios años después, incluso tras su detención en 2019 en Texas, argumentan los fiscales. Por otro lado, el caso que construyeron las autoridades mexicanas es una demanda civil en Florida. Los casos civiles no se zanjan con penas de cárcel, sino que suelen reclamar que el acusado pague dinero.
El equipo de “Toma el dinero y corre” se trasladó a filmar a San Francisco durante el verano de 1968, ciudad a la que regresaría en 2012 para el rodaje de “Blue Jasmine”. Todo salió bien y terminó el filme antes de tiempo y con menos presupuesto del inicial. Como anécdota, a 100 prisioneros de San Quintín les pagaron una pequeña cantidad de dinero para trabajar en la película durante las secuencias de la prisión. Eso sí, los funcionarios de la cárcel tuvieron que marcar al equipo de rodaje con luz ultravioleta para saber distinguirles de los presos. De regreso a Nueva York, fue el mismo Woody Allen quien se encargó de montar la película, pero a los ejecutivos de la productora no les gustó el resultado final cuando la vieron en una proyección previa. Descontentos con su primer montaje, le piden a Allen que solicite la ayuda del veterano Ralph Rosenblum, experto en salvar unas cuantas películas con una nueva edición. Recompone su estructura y en palabras de Allen, “convirtió mi película fallida en un éxito”.
La batalla de la UIF no ha sido fácil. También en México fue objeto de controversia y de fuego amigo dentro del propio Gobierno federal. La demanda inicial se presentó ante la Corte del 11º Distrito Judicial de Florida el 21 de septiembre de 2021, semanas antes de que Santiago Nieto dejara la dirección de la UIF. El brazo de la Secretaría de Hacienda contra el lavado de dinero contrató a un despacho de abogados de Estados Unidos para que actuara como su representante en el litigio: la firma Krupnick Campbell Malone Slama Buser Hancock, PA, conocida como KCM. A cambio de sus servicios legales, el Gobierno mexicano se comprometió a pagar a los intermediarios el 30% de lo que lograran recuperar en los tribunales de la fortuna corrupta de García Luna, que la demanda estimaba en 250 millones de dólares. Si la demanda no prospera, los litigantes estadounidenses se irán con las manos vacías.
La contratación de un intermediario privado para representar a la UIF levantó las sospechas de la Fiscalía General de la República, encabezada por Alejandro Gertz Manero, que mantuvo una pugna política contra Nieto cuando este fue parte del Gobierno federal. La FGR inició una carpeta de investigación y acusó al funcionario de Hacienda de uso ilícito de atribuciones por haber contratado a la firma de abogados para representar al país. Nieto se defendió en su momento con el argumento de que México no cuenta con una representación jurídica para encabezar procesos semejantes en EE UU, y señaló que el contrato era equiparable al que suscribió la Secretaría de Relaciones Exteriores para contar con una representación legal en la demanda de México contra empresas armamentistas. Nieto se lamentaba de que los cuestionamientos de la FGR sobre el contrato con KCM le daban argumentos a la justicia estadounidense para desconocer la legitimidad del litigio y ponían en riesgo la recuperación del dinero público robado por García Luna.
Woody Allen escribió, dirigió y protagonizó «Toma el dinero y corre» (1969). En sus memorias recien publicadas, Woody Allen explica como Ralph Rosenblum consiguió lo imposible: “Lo primero que hizo fue recopilar todas las partes divertidas que yo había eliminado y las volvió a incorporar en el metraje. Reemplazó la adorable pero triste música de Hamlisch por jazz de Eubie Blake, y el mero paso de una música más lenta a un jazz animado la transformó o, debería decir, la metamorfoseó, porque el cambio fue mágico. También insertó un poco de metraje antes de los títulos, lo que ayudó a acelerar la narrativa”. Allen confiesa que sin Ralph, el proyecto se habría hundido.
La batalla de la UIF no ha sido fácil. También en México fue objeto de controversia y de fuego amigo dentro del propio Gobierno federal. La demanda inicial se presentó ante la Corte del 11º Distrito Judicial de Florida el 21 de septiembre de 2021, semanas antes de que Santiago Nieto dejara la dirección de la UIF. El brazo de la Secretaría de Hacienda contra el lavado de dinero contrató a un despacho de abogados de Estados Unidos para que actuara como su representante en el litigio: la firma Krupnick Campbell Malone Slama Buser Hancock, PA, conocida como KCM. A cambio de sus servicios legales, el Gobierno mexicano se comprometió a pagar a los intermediarios el 30% de lo que lograran recuperar en los tribunales de la fortuna corrupta de García Luna, que la demanda estimaba en 250 millones de dólares. Si la demanda no prospera, los litigantes estadounidenses se irán con las manos vacías.
Desde su primer largometraje, Woody Allen asocia generalmente la infancia de sus alter ego a un ambiente impregnado de tristeza. Es conocida que la relación de Allen con sus padres no era de las mejores. En ‘Toma el dinero y corre’, los padres del héroe aparecen ataviados de forma ridícula, con máscaras de Groucho Marx, ya que según nos cuenta el narrador, se “avergüenzan de los antecedentes penales de su hijo”. Al comienzo del filme se proporcionan detalles del personaje (Virgil Starkwell), aclarando que nació el 1 de diciembre de 1935, la misma fecha en la que nació Woody Allen. Otros detalles como el nombre de la pareja de Virgil, la afición de éste por la música o la intervención del psicoanalista enlazan con el verdadero Allan Stewart Konigsberg. La película utiliza sabiamente el sentido del gag de Woody e impone una irrefrenable torpeza al personaje, obsesionado por el dinero y las mujeres. Recurre a menudo a la parodia o la cita discreta: así, toda la relación de Virgil con Louise, interpretada por Janet Margolin, guarda una relación directa con las películas de Charles Chaplin: una variación de la pareja del vagabundo y la bella dama, pura y generosa.
La contratación de un intermediario privado para representar a la UIF levantó las sospechas de la Fiscalía General de la República, encabezada por Alejandro Gertz Manero, que mantuvo una pugna política contra Nieto cuando este fue parte del Gobierno federal. La FGR inició una carpeta de investigación y acusó al funcionario de Hacienda de uso ilícito de atribuciones por haber contratado a la firma de abogados para representar al país. Nieto se defendió en su momento con el argumento de que México no cuenta con una representación jurídica para encabezar procesos semejantes en EE UU, y señaló que el contrato era equiparable al que suscribió la Secretaría de Relaciones Exteriores para contar con una representación legal en la demanda de México contra empresas armamentistas. Nieto se lamentaba de que los cuestionamientos de la FGR sobre el contrato con KCM le daban argumentos a la justicia estadounidense para desconocer la legitimidad del litigio y ponían en riesgo la recuperación del dinero público robado por García Luna.
Desde su primer largometraje, Woody Allen asocia generalmente la infancia de sus alter ego a un ambiente impregnado de tristeza. Es conocida que la relación de Allen con sus padres no era de las mejores. En “Toma el dinero y corre”, los padres del héroe aparecen ataviados de forma ridícula, con máscaras de Groucho Marx, ya que según nos cuenta el narrador, se “avergüenzan de los antecedentes penales de su hijo”. Al comienzo del filme se proporcionan detalles del personaje (Virgil Starkwell), aclarando que nació el 1 de diciembre de 1935, la misma fecha en la que nació Woody Allen. Otros detalles como el nombre de la pareja de Virgil, la afición de éste por la música o la intervención del psicoanalista enlazan con el verdadero Allan Stewart Konigsberg. La película utiliza sabiamente el sentido del gag de Woody e impone una irrefrenable torpeza al personaje, obsesionado por el dinero y las mujeres. Recurre a menudo a la parodia o la cita discreta: así, toda la relación de Virgil con Louise, interpretada por Janet Margolin, guarda una relación directa con las películas de Charles Chaplin: una variación de la pareja del vagabundo y la bella dama, pura y generosa.
La demanda pareció tambalearse cuando Nieto dejó la UIF y fue sustituido por Pablo Gómez, un político y economista de izquierda de todas las confianzas de López Obrador. Pero Gómez ratificó en la corte de Florida el litigio iniciado por Nieto y el 31 de octubre de 2022 presentó una ampliación de la demanda en la que elevó a 745,4 millones de dólares la fortuna ilícita de García Luna, de la que busca recuperar cuando menos 600 millones de dólares. La UIF ha sido enfática en afirmar que el exfuncionario construyó su riqueza con dinero “robado” a México mediante actos de corrupción. La demanda enlista 30 contratos entregados por instituciones públicas a empresas de García Luna o de sus testaferros entre 2009 y 2018. El dinero desviado del erario era transferido a cuentas en Barbados, Israel o EE UU y luego era invertido en empresas y bienes en Florida. “Bajo la dirección de García Luna, los fondos ilegalmente tomados del Gobierno de México fueron usados para construir un imperio de blanqueo de dinero que incluye al menos 30 compañías, al menos 30 bienes raíces, múltiples autos y yates, numerosas inversiones bancarias y bienes localizados en Florida”, señala la demanda.
Desde su primer largometraje, Woody Allen asocia generalmente la infancia de sus alter ego a un ambiente impregnado de tristeza. Es conocida que la relación de Allen con sus padres no era de las mejores. En “Toma el dinero y corre”, los padres del héroe aparecen ataviados de forma ridícula, con máscaras de Groucho Marx, ya que según nos cuenta el narrador, se “avergüenzan de los antecedentes penales de su hijo”. Al comienzo del filme se proporcionan detalles del personaje (Virgil Starkwell), aclarando que nació el 1 de diciembre de 1935, la misma fecha en la que nació Woody Allen. Otros detalles como el nombre de la pareja de Virgil, la afición de éste por la música o la intervención del psicoanalista enlazan con el verdadero Allan Stewart Konigsberg. La película utiliza sabiamente el sentido del gag de Woody e impone una irrefrenable torpeza al personaje, obsesionado por el dinero y las mujeres. Recurre a menudo a la parodia o la cita discreta: así, toda la relación de Virgil con Louise, interpretada por Janet Margolin, guarda una relación directa con las películas de Charles Chaplin: una variación de la pareja del vagabundo y la bella dama, pura y generosa.
El Gobierno mexicano atribuye a García Luna un complejo entramado que incluye empresas fachada en paraísos fiscales como Panamá o el Estado de Delaware. Se asegura que el exsecretario también echó mano de fideicomisos para administrar los bienes, una de las estructuras financieras más opacas y alejadas del brazo de las autoridades. El esquema utiliza empresas para la adquisición de propiedades, pero también apela a otras compañías para hipotecar los activos, lo que permitía a los beneficiarios tener flujos constantes de dinero que les permitían tener un estilo de vida lleno de lujos, se reclama en la demanda. La UIF acusa también a Linda Cristina Pereyra, la esposa de García Luna, de ser una de las mayores beneficiarias del “imperio de lavado de dinero” que encabezó su marido, así como a otros seis cómplices que actuaron como testaferros y ayudaron a que la pareja se estableciera en Miami durante el Gobierno de Enrique Peña Nieto (2012-2018). A cambio, el exfuncionario abrió empresas de consultoría que les ayudaron a hacerse de múltiples contratos gubernamentales y a dividir los beneficios entre los socios, según los actos reclamados por el Gobierno mexicano.
“Tened en cuenta que yo jamás había hecho una película hasta ese momento; no sabía nada de cámaras, lentes, iluminación o dirección actoral. No había estudiado interpretación”. Woody Allen. Woody Allen quería que el papel interpretado por Janet Margolin fuera para su esposa, Louise Lasser, de la que se separaría en 1970. Finalmente aparece en una breve escena al final de la película. Cabe destacar también que Allen inicialmente filmó un final deprimente en el que moría de un tiro, pero el montador, Ralph Rosenblum, lo cambió por el final que podemos ver en la película. Se trataba de un final alternativo que era una parodia de las escenas finales de “Bonnie & Clyde” (1967). Desgraciadamente no se conservan imágenes grabadas, probablemente porque el propio Woody no estuviera muy orgulloso de ellas.
En las últimas dos semanas, Pereyra ha estado presente en casi todas las audiencias que ha habido del juicio en Nueva York. Sentada en una banca de la corte de Brooklyn reservada para la familia del acusado, la mujer de García Luna ha saludado y mandado besos a la distancia a su esposo, y ha evitado tener contacto con los casi 20 reporteros que entran a la sala en cada sesión para cubrir el juicio, que se sientan a sus espaldas. Las reglas prohíben que los periodistas aborden a otros asistentes para entrevistarlos dentro del tribunal. Pereyra suele entrar y salir escoltada por el equipo de abogados que defiende a su marido y no ha dado declaraciones a la prensa tras abandonar el recinto. La posibilidad de que los caminos del juicio penal de Estados Unidos y de la demanda civil de México se cruzaran era latente hasta hace unos días. El proceso judicial contra García Luna ha provocado una tormenta política en México ante el hecho de que las acusaciones puedan salpicar a por lo menos tres expresidentes: Fox, Calderón y Peña Nieto. Los fiscales, de hecho, fueron enfáticos en su momento en señalar el estilo de vida lujoso del acusado tras mudarse a Florida y establecieron por escrito que vivió en mansiones y navegó en yates, facilitados por sus socios.
La película “Toma el diero y corre” se estrenó el 18 de agosto de 1969 en una pequeña sala de la Tercera Avenida de Nueva York que se llamaba 68th Street Playhouse. Allen en su libro de memorias A propósito de nada dice que “el cine tenía un árbol delante cuyas ramas tapaban la marquesina. Mi padre se ofreció a venir con unos amigos en mitad de la noche y tirar el árbol abajo. Rechacé la propuesta”. Para su estreno en España hubo que esperar tres años más. A principios de la primavera de 1970, la ópera prima de Woody Allen había recaudado la buena cantidad de 2.453.351 dólares, triplicando casi su presupuesto. “Toma el dinero y corre” fue un gran éxito de público y crítica que permitió a Woody Allen iniciar su carrera como director. “Con mucho trabajo, un poco de don natural, mucha suerte e importantes contribuciones de otras personas”, así confiesa Allen que empezó a hacer cine. Vincent Canby, del New York Times, llegó a decir que “lo asombroso es lo bien que funciona todo el tiempo. Allen ha hecho una película que es, en verdad, un comedia de larga duración, algo muy especial, excéntrico y divertido”. El guion fue nominado por el sindicato de guionistas en la ceremonia celebrada en 1970. En el año 2000, la película aparecía en la lista del American Film Institute (AFI) como uno de los filmes americano más divertido de todos los tiempos. Nos evoca en estos tiempos a “Toma el dinero y corre”.
El juez Brian Cogan, sin embargo, cerró la puerta a que se hablara de la fortuna de García Luna después de dejar el Gobierno de Calderón. “Este tribunal no va a permitir que el jurado especule sobre el hecho de que el estilo de vida del acusado al abandonar su cargo se financió con dinero del cartel, cuando no hay evidencia de que ese sea el caso”, señaló en una orden emitida el pasado 19 de enero sobre los testimonios que se iban a admitir en la corte y las preguntas que se iba permitir hacer a ambas partes. En un revés para la Fiscalía, Cogan no vio que las autoridades pudieran demostrar que existiera un vínculo entre el caso por narcotráfico y la supuesta corrupción que cometió durante el Gobierno de Peña Nieto. El juez dijo que los fiscales pueden presentar más adelante evidencia sobre el trabajo del exfuncionario como consultor, pero señaló que a menos de que pueda sustentar que estaba “ofreciendo servicios de consultoría para los miembros del cartel, esta evidencia es claramente irrelevante”.
Estados Unidos persigue la sombra de la complicidad entre el narco y las autoridades. México va tras el rastro de un sistema multimillonario de corrupción gubernamental. En esa encrucijada, difícil de disociar en el juicio mediático, los reflectores están sobre García Luna, que sostiene su inocencia en medio de un huracán político y dos frentes de una batalla legal sin precedentes contra un exfuncionario mexicano. A la espera de que avance la demanda en Florida, el juicio en Nueva York se reanuda con la próxima ronda de declaraciones de una lista que incluye al menos 70 testigos listos para
Una clase magistral sobre narcotráfico en el juicio de Genaro García Luna. Tirso Martínez, el segundo testigo contra el exsecretario de Seguridad, ofrece una radiografía de un miembro promedio del Cartel de Sinaloa: desde dónde se esconde la droga hasta cómo es trabajar para El Chapo. Tirso Martínez, alias El Futbolista o El Mecánico, quizás no sea el primer nombre que se viene a la cabeza cuando uno piensa en el Cartel de Sinaloa. A la sombra de capos mucho más conocidos como Joaquín El Chapo Guzmán o Ismael El Mayo Zambada, el segundo testigo en el juicio contra Genaro García Luna, secretario de Seguridad Pública en la Administración de Felipe Calderón, puede considerarse un narcotraficante promedio. Incluso, la decisión de llevarlo al estrado en Nueva York sorprendió del otro lado de la frontera, sobre todo para declarar contra el acusado, una persona con la que jamás habló y a la que nunca conoció. La historia de Martínez, sin embargo, es una radiografía de cómo funciona el crimen organizado en el país. Contó de cuando compró un avión privado, cuatro equipos profesionales de fútbol, caballos finos, Lamborghinis y Ferraris. Repasó con lujo de detalle cómo transportaba la droga en compartimentos secretos, dónde ocultó decenas de millones de dólares en ganancias, qué triquiñuelas usaba para despistar a agentes aduanales y cómo compraba con sobornos a jefes policiales. Habló sin tapujos de cómo los jefes eran temidos por sus propios empleados y eran intocables, a pesar de que el Gobierno decía que les había declarado la guerra. Fue una conferencia magistral para el jurado de lo que significa ser narco en México este miércoles en la corte de Brooklyn.
Era conocido como El Futbolista por su obsesión con ser dueño de clubes, pero su lista de apodos e identidades falsas es interminable. “Tengo muchos”, decía con tono orgulloso y entusiasta. Algunos de ellos: José Luis Martínez, Manuel Ochoa, Rafael Barragán, El Doctor, El Centenario, El Tío. El capo nació en una familia pobre de Guadalajara, en el occidente de México. Estudió solo hasta la secundaria y cuando tenía unos 18 o 19 años migró a Los Ángeles. Primero, trabajó en un restaurante, pero a los pocos meses empezó a vender cocaína y marihuana. Cruzó unas 50 veces o quizás hasta 100 la frontera sin papeles durante los años noventa. Iba y venía mientras escalaba posiciones en el cartel. De pronto, a los jefes se les ocurrió que era buena idea empezar a transportar la droga en trenes que salían de México hasta Nueva York y otras ciudades grandes como Los Ángeles y Chicago. Después de unos años lo nombraron el encargado de esa ruta. La primera vez que lo llevaron a conocer a El Chapo, lo recogieron en una cafetería, lo metieron a un coche y le pusieron una capucha hasta llegar a una cabaña remota. “Compadre, ¿ya le dijiste que yo inventé ese medio de transporte?”, le dijo El Patrón, mientras lo presentaba un amigo en común. Guzmán estaba entusiasmado. “Me preguntó en cuántos carros de tren estábamos metiendo droga y le dije que eran como 30, 40 o 50, pero era mentira, no eran tantos”, decía Martínez sonriente. No quería decepcionar al jefe.
Lo primero que hizo después de recibir el encargo fue abrir varias empresas de papel en México y Estados Unidos con ayuda de un testaferro. La fachada era un negocio de exportación de aceite. Miles y miles de botellas salían en tren de Nueva York y varias toneladas de cocaína se enviaban de regreso desde Ciudad de México. La mercancía se escondía en un fondo falso de un vagón de carga. Él mismo lo señaló sobre una pantalla, marcando con un círculo rojo la parte del tren donde se almacenaba el producto y después se soldaba de nuevo el compartimento secreto, como si fuera una presentación de negocios. La droga venía en bolsas de plástico que se marcaban con cintas adhesivas de diferentes colores. “Era un color para la que era de El Mayo, este otro era el color de El Chapo y así”, explicaba con paciencia. También tenía trucos para evitar las revisiones en la frontera. “Le ponía un poco de aceite para que cuando pasara a Estados Unidos, los trabajadores de la aduana tuvieran miedo de resbalarse”, presumió Martínez. Las bodegas tenían rieles que se conectaban directamente a la vía de las estaciones principales y cuando llegaban eran transportadas a otra bodega en camiones para evitar los seguimientos de las autoridades. “No me la iban a descubrir tan fácil”.
Entre 2000 y 2003, Martínez amasó entre 30 y 35 millones de dólares en ganancias, lo que lo motivó a traer droga también en lanchas rápidas, con las que ganó una cantidad similar. “La mayor parte lo gasté en los equipos de fútbol, peleas de gallos, fiestas, mujeres, carros, el avión y las propiedades”, recordó. En el camino, se hizo adicto a la cocaína y alcohólico. Tuvo que explicar qué eran las peleas de gallos y cómo se colocaban navajas en las patas de las aves para que lucharan a muerte. Gastó entre dos y tres millones de dólares en apuestas de ese tipo. Tenía tanto dinero mal habido que lo tuvo que esconder detrás de paredes falsas en sus casas, en retretes, en muebles y en escondites en sus coches. “Quizá lo que yo ganaba era un 5% de lo que ganaban los jefes”. Había, por supuesto, sobornos a las autoridades “para proteger la droga”. Martínez recordaba cómo un trabajador corrupto de un peaje en León, una ciudad del centro del país, lo detenía una y otra vez que pasaba por esa carretera. “Bueno, ¿cuánto quieres al mes para que ya no me estés molestando y dejes pasar a mi gente?”, contaba el capo, ahora con tono solemne. Los problemas se acabaron cuando le pagó cada mes entre 20.000 y 25.000 dólares, “dependiendo de los favores”. Pero eran propinas. A un comandante de la Policía en Guadalajara, “Lo llamaban el Jaguarcito”, le entregaba entre 100.000 y 200.000 dólares. El Capi, un mando corrupto en el Estado de Chiapas, le pedía una suma similar, pero él mismo se encargaba de vigilar la cocaína para que no se la fueran a robar o a incautar.
Martínez tenía miedo de que lo atraparan. “¿Qué tan cierto es que El Mayo tiene todo arreglado con las autoridades?”, le preguntó una vez a Juan José Álvarez Tostado, otro miembro del Cartel de Sinaloa que se declaró culpable en Estados Unidos en 2019. “Compadre, El Corajudo [refiriéndose a El Mayo] tiene arreglos con todos: los federales, los militares, los judiciales del Estado, los tránsitos…”, le contestó el narcotraficante. Vicente Carrillo, alto mando del grupo, le avisó una vez que Zambada quería que metiera 14 toneladas de cocaína a Estados Unidos. Se puso nervioso. “Mecánico, no sea miedoso, cabrón”, parafraseó el testigo, mientras las risas de los reporteros hispanohablantes se escuchaban en la sala y una traductora profanaba para hacer su trabajo: “Don’t be afraid, you son of a bitch”. “Pocos cabrones tienen los arreglos que él tiene”. No era un trabajo fácil. Martínez se enfrentó a tres decomisos en cuestión de meses. El primero fue en Brooklyn a mediados de 2002, perdió casi dos toneladas. “No tengas miedo, síguele chingando”, intentó animarlo Vicente Carrillo. El segundo fue en Chicago y el capo empezó a impacientarse. “A ver si no se enoja El Patascortas [El Chapo Guzmán]”, le advirtió Carrillo. El tercero fue en Queens, le fueron incautados más de 1.500 kilos. “¿Qué chingados está pasando, Mecánico? A ver qué me dice mi padrino El Mayo”, le dijo molesto.
En una ocasión tuvo problemas porque un empleado le robó un millón de dólares. Cuando los miembros de mayor jerarquía le pidieron cuentas, él les dio una ubicación para que lo encontraran. “Pensé que lo iban a golpear para que les dijera dónde estaba el dinero, no sabía que lo iban a matar”, aseguró. “Pero sí, me siento culpable de ello”, alcanzó a decir antes de que el fiscal asistente Philip Pilmar continuara con el interrogatorio. Su propio cuñado corrió la misma suerte, no supo decir dónde había quedado una cantidad importante de cocaína. “¿Se benefició de esa violencia?”, le preguntó Pilmar. “Sí, la gente que sabía que era de ese cartel me respetaba y no se metía conmigo”, contestó. Todo se acabó en febrero de 2014, cuando fue arrestado en León. Estados Unidos ofrecía una recompensa de cinco millones de dólares por él. Hizo todo lo que pudo para que no lo agarraran. Incluso, intentó sobornar al comandante del operativo. “¿Cuánto quieres por dejarme ir?”, le preguntó. “Cabrón, ya sé que no tienes dinero”, contestó el policía federal. Dobló la apuesta y le ofreció unos terrenos que tenía en la zona. “No puedo esta vez, la DEA está involucrada”, zanjó el agente, según su testimonio.
Para diciembre de 2015 fue extraditado a Nueva York y juzgado en la misma corte y ante el mismo juez que El Chapo y que García Luna. “La droga es más cara aquí en New York y el cartel gana más dinero”, explicó. Lo acusaron de tres cargos por tráfico de cocaína, la misma cantidad que el exfuncionario, y esperaba un castigo mínimo de 10 años de cárcel hasta la cadena perpetua. Para octubre del año siguiente firmó un acuerdo de culpabilidad, cooperó con los fiscales y cumplió una sentencia de siete años. Se dio el tiempo para declarar contra Guzmán en el llamado “juicio del siglo” de finales de 2018. Para diciembre de 2021 era un hombre libre. Su incentivo para hablar contra García Luna es que le concedan la estancia legal en Estados Unidos. No ha vuelto a México, donde todavía es dueño de varias propiedades, un hecho que ocultó a las autoridades. “Les mentí, tenía miedo de que me las quitaran. Estoy trabajando para recuperarlas”.
Después del testimonio de Martínez, cinco agentes estadounidenses pasaron al estrado para corroborar todo lo que había dicho momentos antes. Ernest Cain, un policía jubilado de Chicago, ratificó que encontró las bolsas con cintas de colores que identificaban quién era el jefe dueño de la droga. Jamal Hormedo, un agente especial de la DEA, interrumpió su testimonio por un momento para sacar de una caja de evidencias uno de los paquetes de cocaína que encontró en el operativo en Brooklyn contra la gente de El Mecánico. La mostró al jurado, 18 neoyorquinos que se quedaron impávidos, y siguió declarando. “Encontramos una cantidad tremenda de cocaína en ese almacén”, explicó el agente antinarcóticos Matthew Coleman, que estuvo en la redada de Queens.
Noel Malony, un agente aduanal, y Steven Tamayo, un oficial migratorio, también prestaron testimonio. Es una forma de explicar al jurado por qué se está juzgando a García Luna en Nueva York: la Fiscalía lo identifica como colaborador del Cartel de Sinaloa, que opera desde hace décadas en el Estado. El último de los testigos llamados este miércoles fue Héctor Tolentino, líder de la pandilla dominicana de Los Trinitarios y vendedor de drogas del Cartel de Sinaloa. Está previsto que el juicio de más alto perfil contra un exfuncionario mexicano en Estados Unidos se reanude el próximo lunes.
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