La caída misógina de Kabul

  • La crónica de una guerra anunciada contra las mujeres, tras el ‘acuerdo de paz’ del republicano Donald Trump con los ‘machistas’ del Talibán…

Por Santiago J. Santamaría Gurtubay

La vuelta al poder de los talibán en Afganistán, tras casi 20 años de hiato tutelados por Estados Unidos y la comunidad internacional, está alimentando todo tipo de debates sobre qué ha pasado, por qué ha pasado lo que ha pasado y qué va a pasar.  La preocupación inmediata de buena parte de gobiernos y organizaciones internacionales está centrada en cuestiones de índole logística, relacionadas con las dificultades a la hora de extraer a diplomáticos, funcionarios internacionales y cooperantes de un Afganistán ya controlado por los talibán casi en su totalidad, con alguna excepción como el caótico aeropuerto de Kabul. A su vez, la opinión pública occidental alerta sobre las implicaciones humanitarias de la ‘re-talibanización’ de Afganistán, en especial para los derechos de las mujeres, pero también para el futuro de aquellos grupos e individuos que hayan colaborado con la comunidad internacional.

La falta de previsión de gobiernos occidentales y organizaciones internacionales no es sino un signo más de la estupefacción mostrada por algunos: ¿cómo es posible qué, apenas un mes tras el anuncio del demócrata Joe Biden de retirar las tropas estadounidenses, los talibán se hayan hecho con el control del país, pasando como un rodillo por encima de un gobierno amparado por la comunidad internacional y unas fuerzas de seguridad sostenidas por billones de dólares, armas y décadas de entrenamiento estadounidense? Algunos expertos, sin embargo, ven la caída de Kabul como la crónica de una muerte anunciada; algo que se veía venir tras la decisión del republicano Donald Trump de negociar y llegar a un “acuerdo de paz” con los talibán; tras el repliegue militar anunciado por Barack Obama en 2009 o su decisión de cesar las operaciones militares estadounidenses en 2014; o incluso tras la decisión de la Administración Bush de priorizar Irak en 2003 (con la consiguiente desviación de unos recursos aparentemente necesarios para una verdadera estabilización de Afganistán).

En clave interna estadounidense, las referencias del presidente Jose Biden a que el objetivo de la intervención en Afganistán era combatir el terrorismo y no construir un Estado, evoca viejos debates sobre la posibilidad de desvincular lo uno de lo otro.  Seguramente, uno de los debates más recurrentes gire en torno al reparto de culpas entre EE UU, la comunidad internacional y el gobierno afgano. Se ha hablado ‘ad nauseam’ sobre la escasez de los recursos destinados por parte de EE UU y la comunidad internacional a “arreglar” Afganistán (¿cuánto es suficiente?). Se ha acusado a EE UU, a la OTAN y a la comunidad internacional en general de mirar para otro lado, o incluso de sostener la corrupción rampante del gobierno afgano, con la consiguiente pérdida de credibilidad y apoyo entre la sociedad afgana. Y se ha hablado también de la propia responsabilidad afgana, de sucesivos gobiernos corruptos e incompetentes, y de los supuestos problemas estructurales propios de un país en el que la tiranía de la geografía y la debilidad de la sociedad civil aparentemente condenan cualquier intento de levantar un sistema de gobierno efectivo. Otro importante debate gira en torno a las implicaciones geopolíticas regionales. Algunos interpretan la vuelta de los talibán como el triunfo de Pakistán, dada la vinculación histórica entre los primeros y el servicio de inteligencia militar paquistaní en particular. Sin embargo, otros vecinos y potencias regionales de referencia, como Irán, la India o incluso Rusia, buscarán sin duda varias formas de contrarrestar la supuesta influencia paquistaní en el nuevo Afganistán.

Mientras los servicios de inteligencia internacionales y organismos afines disertaban sobre ‘¿Fin de ciclo? La caída de Afganistán en perspectiva estratégica’ -es el caso del análisis de Luis Simón, Director de la oficina de Bruselas e investigador principal, Real Instituto Elcano, ‘think thank’ ubicada en Madrid, capital de España-, varias bombas explotaban en la madrugada de este jueves en el propio Aeropuerto de Kabul provocando decenas de muertos, entre ellos niños,  cuya cifra pudiera superar el centenar, teniendo en cuenta la gravedad de algunos heridos, en acciones reivindicadas por el ‘resucitado’ Estado Islámico. El presidente estadounidense Jose Biden asegura que perseguirá a los autores del ataque que deja decenas de muertos, entre ellos niños, y más de un centenar de heridos: “Os vamos a cazar y os lo vamos a hacer pagar”. Se ha producido una explosión en la puerta principal de entrada al aeropuerto de Kabul. Parece ser un ataque suicida, según fuentes oficiales norteamericanas, cometido con cinturón bomba. Otra explosión se ha producido en el hotel Baron de Kabul, según ha informado el ministerio de Defensa turco, cerca del aeropuerto. Joe Biden ha dicho que los autores del atentado son terroristas del ISIS-K, a los que sus tropas perseguirán “estén donde estén”. Tras la explosión, se han producido disparos. No hay una cifra oficial de víctimas mortales, aunque algunas fuentes hablan de varias decenas. El suceso se ha producido en el lugar más transitado del aeropuerto. En las últimas horas, varios países han detenido los procesos de evacuación, que tenían previsto completarse este viernes, citando “amenazas creíbles” de atentados por parte del Estado Islámico en el Jorasán, la rama afgana del también conocido como Daesh. Esta organización terrorista, conocida también como ISIS-K, finalmente ha reivindicado su autoría. Según un informe inicial citado por un funcionario estadounidense, se trataría de un ataque suicida.

Un ‘think tank’ (cuya traducción literal del inglés es “tanque de pensamiento”), laboratorio de ideas, instituto de investigación, gabinete estratégico, centro de pensamiento o centro de reflexión es una institución o grupo de expertos de naturaleza investigadora, cuya función es la reflexión intelectual sobre asuntos de política social, estrategia política, economía, militar, tecnología o cultura. Pueden estar vinculados o no a partidos políticos, grupos de presión o lobbies, pero se caracterizan por tener algún tipo de orientación ideológica marcada de forma más o menos evidente ante la opinión pública. De ellos resultan consejos o directrices que posteriormente los partidos políticos u otras organizaciones pueden o no utilizar para su actuación en sus propios ámbitos. Los ‘think tanks’ suelen ser organizaciones sin ánimo de lucro, y a menudo están relacionados con laboratorios militares, empresas privadas, instituciones académicas o de otro tipo. Normalmente en ellos trabajan teóricos e intelectuales multidisciplinares, que elaboran análisis o recomendaciones políticas. Defienden diversas ideas, y sus trabajos tienen habitualmente un peso importante en la política y la opinión pública, particularmente en Estados Unidos. Además de promover la adopción de políticas, entre las funciones que cumplen los ‘think tanks’ están las de crear y fortalecer espacios de diálogo y debate, desarrollar y capacitar a futuros paneles políticos en su toma de decisiones, legitimar las narrativas y políticas de los regímenes de turno o los movimientos de oposición, ofrecer un rol de auditor de los actores públicos y canalizar fondos a movimientos y otros actores políticos.

Surgen, así mismo, importantes interrogantes sobre cómo podría afectar un supuesto refuerzo de la influencia paquistaní al proceso de rivalidad geo-estratégica entre EE UU y China. Si bien Pakistán es oficialmente un aliado estadounidense, la fortaleza de sus vínculos económicos, políticos y estratégicos con China, y la fuerte apuesta estadounidense por la India, parecería estar llevando a Pakistán de su condición “oscilante” en la rivalidad chino-estadounidense a un alineamiento cada vez más claro con China. Más allá de Pakistán, la propia China ve una oportunidad para reforzar el encaje de Afganistán en su iniciativa de la franja y la ruta, consolidando así su influencia en el continente asiático. Esto, a su vez, conecta con el debate en EE UU sobre los efectos geopolíticos de la retirada de Afganistán y la llegada al poder de los talibán. Algunas voces consideran que las tareas de contrainsurgencia en Afganistán suponen una distracción de lo que debería ser la prioridad número uno para el Pentágono: la innovación tecnológica-militar y la inversión en capacidades que refuercen la disuasión con China en el teatro Asia-Pacífico. Otros lamentan el hecho de que la retirada estadounidense de Afganistán deje campo libre a China zona en una geo-estratégicamente relevante. Según esta línea, los cambios en Afganistán permitirían a China avanzar en su ambición de crear una infraestructura de transporte y abastecimiento en Asia continental, que eluda el control que la armada estadounidense sigue ejerciendo sobre el corredero marítimo Indo-Pacífico, y permita a China zafarse de futuras presiones, bloqueos o chantajes estadounidenses. En este sentido, una presencia militar estadounidense en Afganistán (por residual que fuese) podría ayudar a sostener una más amplia infraestructura militar en Asia central, dotando a EE UU a largo plazo de una plataforma estratégica en el flanco continental chino y facilitando cualquier intento de “meterle el dedo en el ojo” a Pekín.

Otras voces, sin embargo, dan la bienvenida a la posibilidad de una mayor implicación China en Afganistán y en Asia continental en general, quizás esperando que ese agujero negro trague recursos y atención chinos. Desde esta perspectiva, la línea de expansión geoestratégica continental China estaría plagada de todo tipo de obstáculos y podría incluso, eventualmente, provocar cada vez más encontronazos con Rusia e, incluso, contribuir a “abrir una brecha” en la relación entre Moscú y Pekín, como desearían muchos en Washington. Más allá de todos estos importantes debates, la caída de Afganistán representa probablemente la puntilla a una era: la de la posguerra fría. Ha sido ésta una era dominada por la hegemonía política estadounidense-occidental, por la ausencia de rivales pares y de límites a la voluntad de EE UU y de Occidente de reordenar el mundo. Quizás la empresa afgana ilustre los excesos de esta era de forma más clara y brutal, habiéndose tragado, según los cálculos del propio Biden, más de 1,5 billones de dólares, así como un despliegue militar permanente de decenas de miles de tropas aliadas durante casi 20 años, amén de agentes y cooperantes internacionales de distintos pelajes. Todo para volver ahora a la casilla de salida.

Para algunos, el esfuerzo de EE UU y la OTAN en materia de contrainsurgencia y ‘state-building’ en Afganistán y en Oriente Medio en general ha supuesto una importante distracción estratégica, que ha dado aire a Rusia y China a la hora de invertir en capacidades militares, tecnologías y conceptos operacionales a medida de la guerra interestatal entre grandes potencias. Así, China y Rusia habrían recortado su distancia con EE UU y sus aliados mientras estos miraban hacia otro lado y buena parte de sus recursos se colaban por el gran agujero negro afgano. Podríamos entonces entender la retirada de Afganistán como parte de un esfuerzo más amplio por adelgazar la presencia estadounidense en el gran Oriente Medio que, sin menospreciar los posibles obstáculos (EE UU ya ha intentado desvincularse sin éxito de Oriente Medio en repetidas ocasiones), conectaría con la voluntad de priorizar la disuasión a Pekín en la región Asia-Pacífico, verdadero epicentro de la rivalidad China-EE UU. En este sentido, un hecho relevante es que la retirada estadounidense de Afganistán se solapa con el nuevo presupuesto de defensa de la Administración Biden, que prioriza inversiones futuras, sobre todo en investigación, nuevas tecnologías y capacidades dedicadas casi exclusivamente a prevalecer sobre China y, en menor medida, Rusia.

En última instancia, podríamos concebir la retirada estadounidense y occidental de Afganistán como la culminación de un paradigma o un ciclo estratégico determinado para Occidente, dominado por las llamadas operaciones de gestión de crisis y los esfuerzos en materia de state-building, que han marcado las intervenciones en los Balcanes Occidentales, África, Oriente Medio (Irak) y Asia Central (Afganistán) desde el final de la Guerra Fría. De las distintas implicaciones que traerá este supuesto cambio de ciclo histórico-estratégico para EE UU y sus aliados, incluida la OTAN, cabría quizás mencionar dos… Por un lado, el abandono del concepto de la posguerra fría de intentar remodelar sociedades remotas a golpe de intervenciones directas, y la consecuente redirección de recursos militares hacia la rivalidad interestatal y la disuasión de grandes potencias, principalmente China y Rusia. Por otro lado, cabe resaltar que, si bien EE UU y la OTAN se retiran de Afganistán o piensan adelgazar su presencia militar permanente en zonas de Oriente Medio y Asia continental, ello no quiere decir que sean ajenos a dinámicas de seguridad en estas regiones. Sin embargo, a la hora de plantear su implicación en estos teatros “secundarios” (Europa y Asia-Pacífico serían teatros primarios, dada la presencia de rivales geoestratégicos de primer orden), EE UU y la OTAN buscarían modalidades de acción más indirectas. Nos adentraríamos, pues, en tareas de apoyo y entrenamiento de fuerzas locales, de inteligencia, vigilancia y reconocimiento aéreo, y se evitarían actuaciones directas más allá de acciones quirúrgicas ante amenazas inminentes en ámbitos como las operaciones especiales o los ciberataques. Este era ya el modelo de referencia en Afganistán desde las reducciones de Obama y lo seguiría siendo. Este será también probablemente el modelo a seguir por la OTAN y la UE en el Sahel, África y Oriente Medio en años venideros. 

“Con los talibán gobernando en Kabul es previsible que el mando central de al-Qaeda como estructura yihadista global disponga entre Afganistán y Pakistán de un espacio mucho más permisivo para volver a planificar atentados en el mundo occidental, lo que a corto y medio plazo tendrá una mayor repercusión sobre las sociedades europeas…”, vaticina Fernando Reinares, Director del Programa sobre Radicalización Violenta y Terrorismo Global, Real Instituto Elcano, en una investigación titulada “Afganistán: razones por las que el acceso al poder de los talibán incidirá sobre la amenaza yihadista en Europa Occidental”. Los talibán afganos han mantenido, desde mediada la década de 1990, una relación estable y estrecha con al-Qaeda. El mando central de al-Qaeda se encuentra desde 2002 en las zonas tribales de Pakistán adyacentes con Afganistán y protegido por los talibán paquistaníes. Además de su continua y estrecha relación con al-Qaeda, los talibán afganos han mantenido vínculos con otras organizaciones yihadistas activas en el sur de Asia. Con los talibán afganos en el poder es previsible que al-Qaeda y sus entidades afines vayan a disponer entre Afganistán y Pakistán de un espacio mucho más permisivo para planificar atentados fuera de la región. Al-Qaeda y varias organizaciones asociadas con base en el sur de Asia han estado ya implicadas en la planificación y preparación de atentados en Europa Occidental. Tanto el impacto sobre la radicalización y el reclutamiento como sobre los actos de terrorismo de un renovado foco de amenaza yihadista en Afganistán será comparativamente mayor en Europa Occidental que en EE UU.

Con los talibán de nuevo en el poder en Afganistán, tras dos décadas de una campaña insurgente que ha combinado acciones de guerrilla con tácticas de terrorismo, existen razones fundadas para prever que el epicentro del yihadismo global regrese al escenario de Afganistán y Pakistán, donde ya estuvo situado tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 y hasta 2011, después de haberse desplazado a Siria e Irak entre 2012 y 2020. También existen razones para pronosticar que tanto la promoción generalizada de procesos de radicalización y reclutamiento yihadista sustentados en el éxito de los talibán como, a corto y medio plazo, la materialización efectiva de la amenaza terrorista por parte de al-Qaeda a partir de un nuevo foco en Afganistán, tendrán una incidencia comparativamente mayor en los países de Europa Occidental que en el resto de los países occidentales, incluido EEUU. A continuación expongo siete razones para entender por qué es verosímil que el acceso al poder de los talibán afganos incida de ese modo diferencial sobre la amenaza del terrorismo yihadista en Europa Occidental.

Entre 1996 y 2001, cuando los talibán gobernaron por primera vez en Afganistán, permitieron a al-Qaeda, cuyos militantes les habían ayudado a hacerse con el poder, que estableciera en el territorio del país un buen número de instalaciones para acoger y capacitar en la práctica del terrorismo a sus miembros establecidos en el mismo y a sus partidarios procedentes del exterior. Estos acudieron tanto de países islámicos como de poblaciones musulmanas en naciones occidentales, incluidas las de Europa Occidental. A lo largo de los últimos 20 años, los talibán, despojados del poder y convertidos en insurgentes armados, han seguido manteniendo una relación con al-Qaeda. Por una parte, esta relación ha estado basada en el efecto multiplicador que ha tenido la contribución de al-Qaeda a la subversión talib. Por otra parte, ha estado basada en fuertes vínculos de diversa naturaleza que, al subsistir ya una entera generación, han pasado de padres comprometidos con un islamismo radical a hijos socializados en esa misma ideología que justifica religiosamente la violencia y en concreto el terrorismo.

En agosto de 2021, cuando los talibán entraban victoriosos en Kabul, dispuestos a proclamar de nuevo un Emirato Islámico sobre Afganistán, al-Qaeda contaba con centenares de combatientes propios, incluidos combatientes terroristas extranjeros, actuando como aliados de los talibán en cerca de la mitad de las provincias de Afganistán, sobre todo en las situadas en el sur y hacia el este del país, a lo largo del espacio fronterizo con Pakistán. Entre esos combatientes estaban los adscritos a la rama de al-Qaeda en el Subcontinente Indio (AQSI), constituida en 2014, que son de origen principalmente paquistaní.

Los talibán paquistaníes comparten con los talibán afganos un mismo origen como movimiento islamista radical y una misma etnia pastún, al igual que las actitudes y las creencias de lo que cabe considerar una versión local del salafismo yihadista mezclada en ambos casos con tradiciones tribales. Así, los nexos entre talibán a uno y otro lado de la frontera entre Afganistán y Pakistán son sólidos e intensos, pese a momentos coyunturales de desavenencias. En la práctica, miles de talibán paquistaníes, que desde 2007 se encuentran articulados organizativamente en Therik-e-Taliban Pakistán (TTP), han contribuido a la insurgencia de los talibán afganos durante los últimos 20 años y a la protección del mando central de al-Qaeda. Cuando, entre finales de 2001 e inicios de 2002, al-Qaeda tuvo que reubicarse en las zonas tribales de Pakistán contiguas con Afganistán, huyendo de la intervención militar internacional liderada por EEUU que se desarrolló tras los atentados del 11 de septiembre, lo hizo al amparo de los talibán paquistaníes que las controlan y con el apoyo de los servicios de Inteligencia paquistaníes. A partir de entonces, el mando central de al-Qaeda –es decir, su líder y los demás integrantes del directorio, su consejo consultivo, así como los responsables de algunos importantes comités especializados– ha continuado principalmente dentro del territorio de Pakistán, país con armamento nuclear cuyo estamento militar siempre ha considerado a los talibán como el instrumento más eficaz para avanzar sus intereses y ambiciones en Afganistán, territorio donde el núcleo de liderazgo de al-Qaeda fue ampliando su presencia a medida que conseguía enraizarse y persistir. Además, hay integrantes de ese núcleo de liderazgo que durante las pasadas dos décadas han residido en Irán, en el marco de la desconcertante cooperación táctica que las autoridades de Teherán han mantenido con al-Qaeda.

En cualquier caso, el liderazgo de al-Qaeda, aunque seriamente disminuido y degradado en determinados períodos del tiempo a lo largo de las últimas dos décadas, principalmente entre 2005 y 2011 como consecuencia del abatimiento de numerosos de sus integrantes mediante misiles lanzados desde drones operados por los servicios antiterroristas estadounidenses, ha conseguido subsistir en Pakistán protegido por los talibán paquistaníes y al otro lado de la frontera, en Afganistán, bajo los auspicios de los talibán afganos todavía insurgentes.

En los cinco años previos a los atentados del 11 de septiembre, cuando gobernaron por primera vez sobre Afganistán, los talibán ampararon y ofrecieron santuario no sólo a al-Qaeda sino también a una serie de organizaciones yihadistas asociadas con al-Qaeda. Los dirigentes de esta última daban su consentimiento para que las autoridades talibán permitiesen a esas organizaciones contar con campos de entrenamiento propios en suelo de Afganistán. En 20 años, algunas de esas organizaciones han dejado de existir para integrarse en al-Qaeda o fusionarse con una de las ramas territoriales en que al-Qaeda se fue descentralizado para adaptarse y sobrevivir, hoy activas en Siria, en el sur de la Península Arábiga, en el Cuerno de África, en el Magreb o en torno al Sahel. Alguna se subsumió en los talibán afganos, como ocurrió con la que se denominaba Lashkar-e-Jhangvi (LeJ). Otras, que no han dejado de practicar sistemáticamente el terrorismo a uno y otro lado de la frontera entre Afganistán y Pakistán, siguen existiendo. También han surgido algunas nuevas, como la ya mencionada TTP.

Una de esas organizaciones yihadistas que han persistido, la Red Haqqani, pasó a ser un notable componente de la insurgencia afgana y por añadidura actúa como enlace entre los talibán y el mando central de al-Qaeda. Otras que asimismo siguen existiendo, como el Movimiento Islámico de Uzbekistán (MIU) y el Movimiento Islámico del Turquestán Oriental (MITO), han operado junto a los talibán en el norte y el noroeste de Afganistán. Los talibán afganos están además relacionados con Lashkar-e-Taiba (LeT), organización yihadista vinculada con al-Qaeda y caracterizada también por el patrocinio que recibe de los servicios secretos paquistaníes, pero cuyo escenario de operaciones, a diferencia de las anteriores, se sitúa en el territorio indio.

El contexto interno e internacional de un segundo Gobierno talibán en Afganistán es diferente al del primero, hace un cuarto de siglo. Está por ver si segmentos de la sociedad afgana contrarios a los talibán tendrán capacidad para interferir en las decisiones que estos tomen respecto a al-Qaeda y allegados en la región. No parece, por otra parte, que la competición con su organización rival, Estado Islámico, con una actividad en Afganistán concentrada en Kabul y Jalalabad, aunque caracterizada por lo cruento de sus atentados, pueda condicionar el desarrollo de los acontecimientos con unos efectivos entre 40 y 50 veces inferiores a los que suman los talibán, al-Qaeda y sus entidades afines. Está igualmente por ver si los talibán de nuevo en el poder alteran sus vínculos con al-Qaeda para recabar reconocimientos internacionales, establecer acuerdos con países influyentes en la geopolítica del sur de Asia y obtener las ayudas económicas desde el exterior que les facilite gobernar un país tan empobrecido como Afganistán. Pero no hay indicaciones de ruptura entre los talibán y al-Qaeda. Más aún cuando al-Qaeda ha venido dando prioridad, desde 2013, a rearticularse como estructura global descentralizada, consolidando su presencia e influencia en zonas del mundo caracterizadas por estar habitadas mayoritariamente por musulmanes y por su inestabilidad, una estrategia que en Afganistán pasaba por apoyar a los talibán y que ha resultado exitosa. Eso supuso postergar su propósito de llevar a cabo atentados en países occidentales.

Aunque al-Qaeda difícilmente podrá replicar el santuario que tuvo antes del 11 de septiembre, es previsible que, con los talibán afganos de regreso al poder y el mantenimiento de lazos con los talibán paquistaníes, su mando central encuentre en el entorno de la frontera entre Afganistán y Pakistán un espacio mucho más permisivo para fortalecerse organizativamente y para planificar atentados fuera de la región, bien por sí mismo, recurriendo a operadores propios y al concurso selectivo de sus ramas territoriales según el escenario del mundo occidental donde estén los blancos designados, bien colaborando con organizaciones asociadas dotadas de capacidad para movilizar recursos materiales y humanos sobre el terreno.

Antes del 11 de septiembre, desde su santuario en Afganistán, el directorio de al-Qaeda, de acuerdo con las proclamas amenazantes contra EE UU y sus aliados que Osama bin Laden emitió en 1996, dirigió tentativas de atentar en ciudades europeas como Estrasburgo o París que pudieron ser desbaratadas a tiempo por los servicios antiterroristas. En la década posterior al 11 de septiembre, sin embargo, el mando de operaciones externas de al-Qaeda consiguió que se ejecutaran con éxito las matanzas terroristas del 11 de marzo de 2004 en Madrid y del 7 de julio de 2005 en Londres. En el primer caso con la colaboración del Grupo Islámico Combatiente Marroquí (GICM) y en el segundo con la participación de la organización yihadista paquistaní Harakat ul-Muyahidín (HuM).

Más tarde, al-Qaeda, junto con la organización yihadista paquistaní Jaish-e-Mohammed, con la Unión para la Yihad Islámica (UYI) de origen uzbeco y con TTP, estuvo detrás de los intentos asimismo frustrados de atentar en 2006 contra varias aeronaves en vuelo desde Heathrow hacia distintos aeropuertos norteamericanos, en 2007 contra blancos tanto civiles como militares en la región alemana de Sauerland y en 2008 contra el metro de Barcelona, respectivamente. Otra tentativa ordenada por al-Qaeda desde Pakistán y Afganistán, pero que la cooperación internacional contra el terrorismo yihadista pudo impedir neutralizando directamente en la zona a los principales responsables de su planeamiento, tenía como propósito ejecutar en 2010 una cadena de atentados múltiples y simultáneos en ciudades de al menos tres países europeos. En su preparación intervino la Red Haqqani, organización asimismo aliada de los talibán afganos, en la actualidad todavía más que entonces.

Tras la desaparición en 2019 del califato que Estado Islámico había proclamado cinco años antes sobre amplios territorios de Siria e Irak, el acceso de los talibán al poder es el acontecimiento que vuelve a galvanizar al yihadismo global, en particular al yihadismo global alineado con al-Qaeda. Aunque la propaganda de Estado Islámico acusa a los talibán afganos y a los que han sido sus aliados durante la insurgencia de no seguir la ley islámica con el debido fundamentalismo y de apartarse de la nación del islam al aspirar a ejercer el poder en la demarcación de un territorio con fronteras impuestas por infieles, su éxito en Afganistán favorece una narrativa de alcance global, dirigida principalmente a jóvenes musulmanes, sobre la utilidad de la yihad –en la acepción belicosa del término– y sobre la importancia de confiar pacientemente en la promesa de Alá –que asegura la victoria a quienes combaten en su camino–.Es posible anticipar que al-Qaeda, en tanto que estructura terrorista global vinculada a los talibán, se beneficie a corto plazo de un trasvase de lealtades por parte de individuos ya radicalizados en el salafismo yihadista pero adheridos a Estado Islámico. También, por lo mismo, es posible anticipar que al-Qaeda recupere centralidad como organización de referencia en los procesos de radicalización y reclutamiento yihadista, especialmente en Europa Occidental.

En el conjunto de Europa Occidental, los niveles de movilización yihadista entre jóvenes musulmanes –sobre todo entre jóvenes descendientes de inmigrantes procedentes de países islámicos– que promovió Estado Islámico durante el reciente conflicto en Siria e Irak, incluida la producción de combatientes terroristas extranjeros, superaron marcadamente a los de otros ámbitos del mismo mundo occidental, incluido EE UU. Revelaban una elevada sobre-representación de yihadistas procedentes de Europa Occidental en comparación con los llegados de otras regiones del mundo.

Es cuestión de tiempo que algún país de Europa Occidental sea blanco de actos de terrorismo planificados de nuevo en Afganistán o en el espacio fronterizo entre Afganistán y Pakistán que, con los talibán en el poder, va a resultar mucho más permisivo para al-Qaeda, cuyo mando central ha vuelto a mostrar un especial interés en atentar en Occidente tras haber dado prioridad, durante los últimos nueve años, a reorganizarse como estructura yihadista global, a extender más que nunca sus ramas territoriales y a consolidar posiciones en zonas de África, Oriente Medio y, ahora, del sur de Asia. A lo largo de la próxima década los países occidentales en general y los de Europa Occidental en particular tendrán que afrontar una doble amenaza yihadista: la de un Estado Islámico en relativa decadencia y la de una al-Qaeda en declarado retorno. Ambas seguirán instigando a sus partidarios en esos países a que ejecuten actos de terrorismo al modo de los actores solitarios o como integrantes de células inspiradas por el salafismo yihadista que, con algunas diferencias relevantes en una y otra de esas organizaciones, es sin embargo la ideología común a ambas.

Pero cuando traten de llevar a cabo atentados complejos, espectaculares y altamente letales, introduciendo o activando redes dirigidas desde un centro de mando y control –algo para lo que al-Qaeda va a encontrarse en mejor situación como consecuencia del acceso de los talibán al poder en Afganistán–, darán prioridad en el discurso a EE UU, pero tenderán a optar en la realidad por Europa Occidental. EE UU está lejos, sus controles de fronteras lo hacen más inaccesible, cuenta con servicios antiterroristas coordinados internamente y dispone de medios expeditivos de respuesta militar focalizada. Europa Occidental está más cerca, resulta más porosa, carece aún de un efectivo sistema de intercambio de información entre servicios antiterroristas nacionales y sus mecanismos de respuesta militar específica son menos ágiles.

Los talibán afganos han mantenido ininterrumpidamente, desde hace ya dos décadas y media, una relación estable y estrecha con al-Qaeda, cuyo mando central se localiza desde 2002 principalmente en las zonas tribales de Pakistán adyacentes con Afganistán y protegido por los talibán paquistaníes, así como con otras organizaciones asociadas con al-Qaeda que desarrollan sus actividades en el sur de Asia. Al-Qaeda y varias de estas organizaciones asociadas estuvieron ya implicadas, entre 2000 y 2010, en la ideación y la preparación de atentados, no todos los cuales pudieron ser materializados, en países de Europa Occidental. Con los talibán gobernando en Afganistán es previsible que al-Qaeda y sus entidades afines dispongan entre Afganistán y Pakistán de un espacio mucho más permisivo que convertir en un renovado foco de amenaza terrorista desde el cual promover procesos de radicalización y planificar atentados fuera de la región. Ese espacio mucho más permisivo para al-Qaeda –que será una expresión de patrocinio estatal del terrorismo yihadista– es al mismo tiempo mucho menos controlable para los servicios antiterroristas de países occidentales que, aun siendo blanco potencial e incluso preferente del terrorismo de esa entidad yihadista, al menos de inmediato van a dejar de contar con suficiente presencia dentro la zona para extraer información que convertir en inteligencia estratégica o táctica frente a la amenaza y añadirla a la que pueda obtenerse por otros medios desde fuera de esa demarcación. En todo caso, es inviable pretender controlar en los confines de un solo país un terrorismo yihadista cuya fuente hace tiempo que se transformó de organización unitaria en estructura global y que, además de en el sur de Asia, cuenta con potentes ramas territoriales en Oriente Medio y África. De aquí lo equívoco y equivocado que resulta sostener que al-Qaeda es una sombra de lo que fue. Eso quizá sirva para caracterizar a su mando central si lo comparamos con el conjunto de la organización unitaria que existía hace 20 años o con la entidad que disputa a al-Qaeda la hegemonía del yihadismo global, es decir, Estado Islámico. Pero no sirve para referirse en propiedad a una estructura global que ha continuado extendiéndose bajo el liderazgo de Ayman al-Zawahiri.

A corto y medio plazo, teniendo en cuenta la evolución del terrorismo yihadista durante las últimas dos décadas en el conjunto de las sociedades occidentales y la experiencia de una movilización yihadista sin precedentes como la que ha tenido lugar en el pasado decenio en el seno de las poblaciones musulmanas dentro de las sociedades europeas, hay razones para considerar verosímil que el impacto de un nuevo régimen talib en Afganistán y de su inclinación a que el mando central de al-Qaeda disponga en el país de un espacio mucho más permisible para sus actuaciones, vaya a ser comparativamente mayor en países de Europa occidental que en otros países occidentales, como concretamente EE UU. A lo largo de este análisis se han expuesto concisamente siete de esas razones.

Un miliciano del Talibán vigila una calle en Kandahar. Los afganos están despertando a una nueva normalidad sin saber qué es normal. A medida que el Talibán ha tomado el control de Afganistán, la gente comienza a ocupar nuevamente las calles, temerosos, con la incertidumbre de qué puede pasar bajo el nuevo régimen. En especial las mujeres viven la zozobra. Bajo la sharía, la ley islámica, hay duras consecuencias por cosas tan simples como dejarse ver en público con la cabeza descubierta. La gente finge una normalidad en la calle, dice Nasim Javid (no es su nombre real), un afgano de Mazar-i-Sharif, una de las principales ciudades comerciales de Afganistán. “Pero nada es normal. Puedo sentir el miedo en mis huesos cuando salgo. Los talibanes están en todas partes”, explica a la BBC. “El mundo mira en silencio esta guerra contra las mujeres: el pánico de los que huyen del avance de los talibanes”. “Me aseguraron que Kabul no caería hasta dentro de tres meses. Hoy el Talibán entró a mi hotel”,  el chileno atrapado en medio de la caída de la capital. “Si no renuncian a la cultura occidental, tenemos que matarlos”. Los combatientes del Talibán hablan con la BBC en plena ofensiva por recuperar el control en Afganistán. “Fui traductor para los estadounidenses en Afganistán, me quedé sin techo pero al menos estoy vivo”. Los milicianos, fuertemente armados, están tratando de hablar con los líderes comunitarios para tranquilizar a la gente. Pero “el miedo se puede sentir en todas partes”, dice Javid.

Una “nueva normalidad” surrealista. Secunder Kermani, corresponsal de la BBC en Afganistán, dice que más allá del aeropuerto de Kabul -en donde hay un “caos absoluto” por las evacuaciones de extranjeros- las cosas parecen estar más tranquilas. Los negocios han comenzado a reabrir, lo que da cierto aire de normalidad a los afganos de la capital. “Hay más tráfico en las calles y más gente, aunque no como suele haber normalmente. En particular, hay menos mujeres. He visto algunas que no necesariamente visten la burka que las cubre completamente”, relata. Pero la vida es de vez en cuando interrumpida por el constante patrullaje de hombres fuertemente armados del Talibán, quienes dicen que están ahí para “evitar saqueos y disturbios”. “Lo que se teme es que en los días y meses siguientes el Talibán imponga restricciones más estrictas a las mujeres”, explica Kermani. Las estaciones de televisión locales han dejado de transmitir música o películas.

Pero las mujeres dicen que es difícil interpretar lo que eso significa dado el pasado del régimen talibán, que en la década de 1990 impuso restricciones a la vida de las afganas.Mujeres afganas usando burkas. El uso de la burka fue la normalidad en el pasado para las mujeres afganas bajo el dominio del Talibán. Zeb Hanifa (no es su nombre real) ha estado haciendo llamadas desesperadas para encontrar una manera de salir del país. “Pero hasta ahora no hay suerte. Estoy suplicando a países extranjeros que nos saquen”, dice a la BBC Hanifa, que es una profesional de las comunicaciones. “Todas seguimos imaginando escenarios horribles como no poder trabajar, estar casada con combatientes talibanes y quedar reducidas a parir niños”, se lamenta. Mujeres en una calle de Kabul. Llegó a Kabul desde otra provincia porque cree que “la capital es la mejor de las opciones horribles” que tienen las mujeres para vivir en Afganistán bajo el control talibán. Quedarse en casa no es garantía. Una joven estudiante de Kabul dice que prefiere quedarse en casa. “Los talibanes les han pedido a todos que vuelvan al trabajo, pero la gente tiene miedo de salir de casa. Todos intentamos quedarnos adentro”, explica la joven, que pide no ser identificada por su seguridad. Estar en casa no es garantía de estar a salvo. “Los registros domiciliarios continúan a pesar del anuncio de amnistía. Hay tanto desorden e incertidumbre que esa declaración aún no coincide con su accionar”, explica.

Milicianos del Talibán en una calle de Kabul. Los miembros del Talibán han estado irrumpiendo en domicilios en su cacería de sospechosos. Un funcionario del Talibán dice a la agencia Reuters que “no se puede culpar” al grupo por el caos y la violencia en Kabul, pues están trabajando para mantener la ley y el orden. Es la “máxima prioridad” del grupo, asegura. A pesar de que la milicia ha dicho que garantizarán los derechos de la mujer, ya comienza a verse su interpretación religiosa del lugar secundario que deben ocupar en el Emirato Islámico de Afganistán que pretenden crear. Un mercado en Kabul vigilado por talibanes. En las calles de Kabul hay menos mujeres. La periodista Masih Alinejad mostró en Twitter un ejemplo de las nuevas normas. “Ayer, el portavoz de los talibanes, Zabihullah Mujahid, fue noticia al afirmar que respetan los derechos de las mujeres. Pero hoy esta es la realidad en Kabul: primero borran fotografías de mujeres y luego sacarán a las mujeres de la esfera pública”, escribió. Los rostros de mujeres en un salón de belleza estaban siendo ocultados con pintura. Imágenes de mujeres maquilladas han sido pintadas en Kabul los últimos días. Y a medida que pasa el tiempo, surgen reportes de que en algunas regiones las mujeres han sido rechazadas de sus trabajos y otras recibieron castigos por faltas a la sharía. Eso mientras Estados Unidos hace llamados al Talibán a “garantizar la protección de las mujeres y las niñas y sus derechos”. “Vigilaremos de cerca cómo cualquier gobierno futuro garantiza sus derechos y libertades”, dijo el secretario de Estado, Antony Blinken. “Tienes que cubrirte completamente”. La periodista Sakina Amiri, del diario Etilaat Roz en Kabul, tuvo una experiencia de primera mano de qué podría pasar en el futuro cercano. Tuvo una entrevista con miembros del Talibán el martes. Mujeres protestas contra el Talibán en Kabul. Arriesgándose a sufrir castigos, algunas mujeres han salido a protestar contra el Talibán. “Dijeron: ‘Primero, no aprobamos lo que llevas puesto, tienes que cubrirte completamente’. Incluso mi cara no debía ser vista”, explica Amiri a la BBC. Afganistán tiene una población joven y muchos no recuerdan la última vez que los talibanes estuvieron en el poder antes de 2001. Pero Amiri dice que la “nueva normalidad” es parte de lo que han vivido por mucho tiempo. “Hay que recordar que después de décadas de guerra, preocuparse por la vida y lo que pueda pasar al día siguiente es parte de la vida diaria de todos los afganos”, señala. “Especialmente las mujeres”.

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