Ernest Hemingway, ¿Por quién doblan las campanas?
Pamplona, en España, llora por los ‘Sanfermines’ suspendidos por el COVID-19…
EL BESTIARIO
Por Santiago J. Santamaría Gurtubay
El cielo de la capital de Navarra, lleno de nubarrones, despertó a una ciudad triste en el que hubiera sido su día grande. La pandemia, provocadora de 4 millones de muertos en el mundo desde inicios del 2020, ha vuelto a borrar del calendario esta fecha marcada en rojo y San Fermín ha entonado el ‘Pobre de mí’ antes incluso de haber estallado la fiesta. Por segundo año consecutivo, la Plaza Consistorial ha enmudecido a las 12 del mediodía, Iruña -el nombre en vasco de esta ciudad- no se ha teñido de color y la alegría ha quedado embargada hasta nuevo aviso. Esperemos que sea pronto… Esta segunda pesadilla se confirmaba el pasado 26 de abril. Ese día, el alcalde, Enrique Maya, adelantaba lo que era un secreto a voces para muchos, aunque no exento de polémica. El coronavirus volvía a robar sus encierros, sus tradiciones más arraigadas y sus emociones blanquirrojas al gris más anodino. Esta es una de las celebraciones más famosas en el mundo gracias a la presencia del escritor norteamericano y Nobel de Literatura Ernest Hemingway, el autor de ‘El viejo y el mar’ novela que se desarrolla en las aguas del Golfo, cercanas al pueblo cubano de Cojímar, al este de La Habana, azotada días atrás por el ciclón Elsa. Hemingway escribió ‘Fiesta’ donde narra los encierros de toros bravos por las calles del casco histórico de Pamplona…
La primera en cerrar la puerta a esta fiesta fue la presidenta del Gobierno de Navarra. María Chivite, en una entrevista celebrada en Madrid el pasado 26 de enero, puso en duda que este tipo de eventos “multitudinarios” pudieran producirse incluso con el calendario vacunal “muy adelantado”. “Estas fiestas trascienden a lo que tiene que ver con un municipio y atraen a muchísima población extranjera y de otras comunidades”, sentenció sembrando las primeras dudas sobre la celebración de estos ‘Sanfermines’ 2021. Las declaraciones de Chivite pronto calaron en la población navarra y corrieron como la pólvora a nivel nacional a través de los medios de comunicación. Precisamente, estas palabras provocaron el enfado del alcalde de Pamplona, Enrique Maya, que también consideró un día después lo complicado de la situación para poder celebrar estas fiestas. No obstante, el primer edil de Pamplona no ha querido perder la esperanza, aunque hoy ha zanjado toda posibilidad de celebrar unas fiestas en 2021. “No habrá corridas de toros ni Sanfermines en septiembre”. El mandatario municipal ha afirmado que el incremento de casos de COVID-19 en los últimos días “nos ha dejado a todos bastante tocados” y ha apelado a la prudencia.
Pese a que el Ayuntamiento anunció la suspensión de los ‘Sanfermines’ el pasado 26 de abril y la no organización de ningún acto oficial que pudiera animar a la celebración de las fiestas, las instituciones han venido insistiendo desde entonces en sus llamamientos a la ciudadanía para que actúen con prudencia, puesto que son numerosas las cuadrillas que ya tienen reserva para comer este martes en el centro de la ciudad. Además, la llegada de estas fechas ha coincidido con un incremento notable de los casos de COVID-19 en Navarra. Así, el domingo se llegaron a registrar 507 casos de Covid-19, cuando el domingo anterior se habían registrado 29. Gran parte de los nuevos casos están relacionados con el macrobrote de jóvenes navarros que habían viajado a Salou y que acumula en total más de 700 positivos. Esta situación ha llevado al Gobierno de Navarra a adoptar medidas de urgencia para adelantar el cierre del ocio nocturno en la medianoche de este martes al miércoles. Así, las discotecas, que hasta ahora podían cerrar a las cuatro de la madrugada, deberán cerrar a la una, y los bares especiales, que podían cerrar a las dos, deberán cerrar también a la una. La consejera de Salud del Gobierno foral reconoció este lunes que la llegada de las fechas de San Fermín, pese a su suspensión, supondrá previsiblemente un aumento de la interacción social, por lo que hizo un llamamiento a la ciudadanía a que actúe con prudencia.
La imagen de Ernest Hemingway, icono internacional de los ‘Sanfermines’, vuelve a provocar diferencias en el seno de la sociedad pamplonica. La frase ‘Ley Campoamor’ se basa en el texto del famoso poema del asturiano del realismo literario español del siglo XIX, Ramón de Campoamor que dice: “Y es que en el mundo traidor / nada hay verdad ni mentira: / todo es según el color / del cristal con que se mira”, el cual supone una manera de expresar, y admitir, que nada vale, que ningún valor es inmutable, y que inevitablemente impera el subjetivismo, la arbitrariedad, y el relativismo, en todas las facetas de nuestro mundo (por ello, traidor a la verdad y justicia, según el poeta), sin embargo, la afirmación de Campoamor no cae solamente en el relativismo y en el subjetivismo, sino en un desencanto del mundo, en donde la referencia al “mundo traidor” significa que el mundo en sí, la realidad, no es confiable, es sujeto de desconfianza debido a que cambia, se transforma, un día nos muestra un rostro y otro día otro. Ello supone que en el verso de Campoamor lo mismo impera el subjetivismo, con la referencia al color del cristal con que se mira; que la desconfianza en el mundo y su constante transformación. El escritor falangista pamplonés Rafael García Serrano decía que Hemingway era “el mejor agente publicitario de las fiestas de San Fermín”. La propia propaganda franquista, pese a la contrastada postura del personaje en favor de la causa republicana, y porque le venía fetén, lo vendió como un mujeriego machista, simpaticote y buscabroncas, bebedor sin límite, amante de las viejas tradiciones de la patria española, enamorado de los toros y cazador de todo tipo de bestias -vaya, algo más parecido a un tipo de Illinois que votara a Vox que a un reportero militantemente rojo-. Juanito Quintana, propietario del hotel del mismo nombre (y en el que siempre se alojó Hemingway, en contra del mito del hotel La Perla, donde según los grandes expertos del tema nunca durmió) y en verdad el único amigo íntimo que el escritor hizo en Pamplona, lo definió así: “Ernesto era un tipo muy raro. Tenía mal carácter. Era orgulloso. Con el que le era antipático se ponía insoportable, sobre todo cuando bebía. Y era un tacaño”.
Finalmente, el propio Ernest Hemingway se autorretrató en una carta a su amigo Francis Scott Fitzgerald enviada desde la localidad navarra de Burguete, adonde solía ir a pescar, dándole su personal receta del paraíso: “Una plaza de toros y un río con truchas”. Todas estas frases y una montaña más de anécdotas, verdades, mentiras, mitos y bulos los encontrará el lector interesado en el autor de Fiesta o en los sanfermines (o en las dos cosas) en las páginas de ‘Hemingway en los sanfermines’ (Ediciones Eunate), libro del escritor y abogado pamplonés Miguel Izu. “Las leyendas abundan y a menudo desplazan a la historia”, cree Izu. Por ejemplo, y para desgracia de mitómanos mentirosos, Ava Gardner nunca pisó los sanfermines. Ni Gertrude Stein, ni Picasso, ni Errol Flynn, ni Man Ray, ni Lauren Bacall, ni…, ni…, ni… No es cierto que Hemingway se pasara la vida de sanfermines. Fue, eso sí, 10 veces. La primera, en 1923. Viajó con su primera esposa, Hadley, embarazada de seis meses. Volvieron en 1924 con el escritor John Dos Passos. Hemingway iba a los encierros, pero lo que de verdad le interesaban eran las vaquillas emboladas, que solía recortar. Regresaron en 1925. Y en 1926, cuando el escritor conoce uno de sus templos predilectos: Casa Marceliano, donde se ponía ciego de ajoarriero, vino clarete de Las Campanas y whisky. En 1927, cuando ya era una celebridad tras haber publicado su novela ‘Fiesta’, popularizando los sanfermines en todo el mundo; en 1929, en 1931… y, ya mucho después, en 1953. Volvió en 1956 (ya tenía el Nobel) y cerró el ciclo en 1959, dos años antes de pegarse un tiro en su casa de Ketchum, Idaho. Estuvo en los sanfermines con cuatro esposas distintas, siempre rodeado de una cohorte de amantes, amigos y pelotas. Comió y bebió en Las Pocholas, el Txoko, el Torino y el Kutz, amó, escandalizó (solía llegar al hotel Quintana de madrugada como un ciclón y con un buen ciclón), desayunaba pollo y langosta…, y se las arregló para no hablar de política ya en pleno franquismo. Hasta ahí, todo verdad. Pero ni escribió sus libros en las mesas del café Iruña, ni fue detenido junto a su amigo Antonio Ordóñez, ni recorrió las calles de la vieja Iruña junto a los rostros más famosos de Hollywood, ni…, ni…, ni… El libro de Miguel Izu deja cada cosa en su sitio. La verdad, la leyenda, el mito, el bulo. Impagable. Riau-riau.
A Ernest Hemingway (1899-1961) le volvían loco el boxeo, la caza, la pesca y las corridas de toros. Participó en tres guerras distintas, de las que regresó como un héroe. Exploró el continente africano, donde participó en numerosos safaris. Y trató a las mujeres con la crueldad y violencia conocidas. Se creó, en definitiva, un personaje a medida, con el que encarnó un paradigma de virilidad durante el siglo pasado. También en su obra dejó atrás el gusto por el lirismo, las metáforas y la adjetivación del modernismo literario. Prefirió adoptar un estilo más varonil, fundamentado en frases breves y contundentes como puñetazos. Esa fue su imagen pública hasta el final de sus días. La privada, sin embargo, era algo distinta. Lo dejó dicho Zelda, la inestable pero lúcida esposa de Scott Fitzgerald, autor de ‘El gran Gatsby’: “Nadie puede ser tan varón”. Una nueva biografía, a cargo de Mary V. Dearborn, publicada por la editorial estadounidense Knopf, confirma la inseguridad que Hemingway sentía respecto a su identidad sexual. “Eso fue parte de lo que lo destruyó al final de su vida”, apunta Dearborn, la primera mujer que se ha enfrentado al reto de condensar la agitada existencia de Hemingway, tras haber dedicado sendos volúmenes a otros hitos de la masculinidad literaria como Norman Mailer y Henry Miller. Esta biografía de 750 páginas examina todos los aspectos de su vida y obra, aunque es su estudio de las cuestiones de género lo que la distingue de sus antecesores. El libro revela la fascinación del escritor por la androginia y sus fantasías sexuales con los cortes de pelo: solía pedir a sus compañeras que lo llevaran lo más corto posible, mientras que él se lo dejó crecer y llegó a teñírselo de rubio y caoba (cuando le preguntaban qué había sucedido, respondía que era culpa de los rayos de sol). Al regresar de su segundo viaje de África, el autor insistió en perforarse las orejas. “Llevar pendientes tendría un efecto mortífero para tu reputación”, tuvo que disuadirle su cuarta esposa, la periodista Mary Welsh.
¿Fue Hemingway un homosexual reprimido? “La respuesta corta es no”, contesta Dearborn. ¿Cuál sería la larga? “Fue indudablemente queer [de género ambiguo]. Superó, si se quiere, el hecho de definirse como gay. Dio la vuelta a las expectativas que se tenían sobre la identidad y el comportamiento de hombres y mujeres”, añade. Recuerda también que en su novela póstuma e inacabada, ‘El jardín del Edén’, el alter ego de Hemingway, un escritor llamado David Bourne, pedía a su mujer que se cortara el pelo y luego lo sodomizara con un consolador, ejercicio que el propio Hemingway habría practicado con Welsh. Para Dearborn, esas fantasías “no hablaban de homosexualidad ni de travestismo, sino de adoptar el rol femenino durante el acto sexual”. Hemingway se habría adelantado así a esa fluidez de género que hoy llena todas las bocas.
Antes de asentarse en París, Pamplona, Cayo Hueso y La Habana, Hemingway nació y vivió hasta los seis años en una residencia de tres plantas y estilo victoriano en el barrio de Oak Park, en la periferia de Chicago, que el escritor solía definir como “un lugar de jardines anchos y mentes estrechas”. En él se halla un pequeño museo dedicado a su memoria, en la misma calle arbolada donde se encuentra su casa natal. En el interior del museo se expone una caricatura dibujada para Vanity Fair, en 1933, en la que Hemingway aparece vestido con un taparrabos y echándose crecepelo en los pectorales. En otra vitrina figura una foto del escritor de bebé. Aparece vestido de niña, algo habitual a comienzos del siglo XX, cuando se vestía así a los retoños durante su primer año de vida. Salvo que su madre, una pintora y cantante de ópera llamada Grace, decidió prolongarlo bastantes años después. De hecho, crio a Hemingway y a su hermana Marcelline, 18 meses mayor, como si fueran gemelos, y los vistió indistintamente como si ambos fueran niños o niñas, según su humor. Para Hemingway, ese capítulo sería un gran trauma que terminaría provocando una ansiedad que desembocó en su sobreactuada virilidad, según la biografía que Kenneth S. Lynn publicó en 1987, que permitió alterar su imagen pública y también abrir su obra a nuevas interpretaciones. Cuando se releen las novelas y cuentos de Hemingway, ganador del Nobel de Literatura en 1954, sobresalen menos los superhéroes y más los hombres inseguros. Igual que el protagonista de ‘La breve vida feliz de Francis Macomber’, avergonzado de haber salido corriendo cuando intentaba disparar a un león en un safari, muchos de ellos intentan alcanzar un ideal de masculinidad imposible.
Otro de sus biógrafos, Paul Hendrickson, autor de ‘Hemingway’s Boat’, sobre el apego del escritor por una barca a la que bautizó como Pilar, no cree que esa hombría superlativa y casi paródica pueda ser vista como una actuación de cara al público. “La hipermasculinidad fue una parte de lo que él era. Fue real y auténtica. Tal vez fuera una máscara conveniente para su ego, pero no era fraudulenta”, asegura este profesor de la Universidad de Pensilvania y antiguo periodista de The Washington Post. “Creo que fue heterosexual, aunque con muchos sentimientos contradictorios respecto a su género. Nunca he encontrado la más mínima prueba que sugiera que se sentía atraído por otros hombres”. Hendrickson también describe su difícil relación con su hijo menor, Gregory, que practicó el transformismo toda su vida y terminó cambiándose de sexo a los 63 años. Murió con el nombre de Gloria en una cárcel para mujeres en Florida, en la que acabó por practicar exhibicionismo en la vía pública. Una vez, cuando era pequeño, Hemingway lo sorprendió probándose las medias de su madre. Más tarde le diría: “Tú y yo venimos de una extraña tribu”. Para Hendrickson, Gregory/Gloria llevó a la práctica lo que su padre solo admitía en su fuero interior y en algún texto clandestino. “Por eso existía una relación de amor-odio entre ellos”, sostiene. Dearborn dice que ese fue el calabozo del que nunca lograría escapar: “En un mundo mejor, Hemingway se habría perforado las orejas”.
William Faulkner creyó que Hemingway había encontrado a Dios. Era el otoño de 1952, cuando se publicó El viejo y el mar; todos los que habían cargado contra Hemingway y le habían pedido cuentas por el fracaso de A través del río y entre los árboles, una novela romántica y fácil a los ojos de muchos críticos, se vieron obligados a retroceder ante la pericia del viejo maestro. El pequeño libro narraba una historia muy sencilla, de un pescador anciano que luchaba contra un gran pez. Faulkner estaba conmovido por estas páginas. Otros escritores norteamericanos se replegaron y salieron del combate. Y hubo europeos que también lo hicieron. Vladimir Nabokov, quien en otro momento había dicho que Hemingway era “un escritor para muchachos” (comparándolo con Conrad), aceptó que “la descripción del pez tornasolado y el ritmo de su famoso relato sobre el pez son soberbios”. La novela se convirtió en una de las obras capitales de la literatura contemporánea norteamericana, no obstante algunas escenas que el tiempo ha opacado y otras cuya carga melodramática se ha hecho más evidente, como la de Santiago inspirándose en el bateador Di Maggio. Se le considera, además, como la gran novela cubana de Hemingway. Él lo estimó así al recibir el Premio Nobel: “Este es un premio que le pertenece a Cuba, porque mi obra fue creada y pensada en Cuba, con mi gente de Cojímar, de donde soy ciudadano. A través de todas las traducciones está presente esta patria adoptiva, donde tengo mis libros y mi casa”. Pero el mar insondable y extenso no es necesariamente cubano. Salvo algunas pinceladas de color local, la novela pudo desarrollarse en el mar de Java o en el Mediterráneo. Otro pescador tan experimentado, valeroso y estoico como el de Cojímar podría haber tripulado la pequeña barca de Santiago en cualquier parte del mundo y hubiese actuado de modo parecido. Solo una diferencia: cuando Santiago teme haberse perdido, observa el horizonte y piensa que todavía puede orientarse por las costas de la isla, pero enseguida su confianza en el mar retorna a él y reafirma su convicción de que nadie tiene por qué perderse si lo conoce.
El primer borrador estuvo listo el primero de abril de 1951. El original llegó a las manos de Scribner el 10 de marzo de 1952, apareció en Life el primero de septiembre de 1952 y una semana más tarde, el 8 de septiembre, fue publicado en forma de libro por Scribner. Como se sabe, la novela tenía dos antecedentes en la actividad creadora de Hemingway. Por un lado, existía su crónica “En las aguas azules” (Esquire, abril de 1936), publicada dieciséis años antes, y, por otro, había elucubrado un proyecto de escribir una obra extensa sobre “la tierra, el mar y el aire”, ambición proustiana de la que habló con Malcolm Cowley. Estos dos antecedentes se combinaron y surgió ‘El viejo y el mar’, la coda de la parte correspondiente al mar. Al parecer, las otras, dedicadas a la tierra y el aire, y vinculadas con sus experiencias en la Segunda Guerra Mundial, se quedaron en la intención, o “en las paredes de su imaginación”, como dice Carlos Baker, uno de sus biógrafos. Leland Hayward, quien luego se convertiría en productor del filme, en una visita a Finca Vigía convenció a Hemingway de que publicara ‘El viejo y el mar’ como una obra independiente. Su autor no estaba totalmente de acuerdo. Leland insistió en que luego, si terminaba a su satisfacción toda la parte del mar, esta podía ser agregada, pero, en su opinión, la historia tenía en lo esencial un valor independiente, lo cual era rigurosamente cierto. Quizás, cuando Hemingway dijo, al recibir el Premio Nobel, que “habría podido escribir una historia de 500 páginas sobre Cojímar y todos sus habitantes, pero que había preferido concentrarse en el relato de Santiago, y crear un viejo y un pez auténticos”, estaba haciendo referencia a un material que, al igual que las otras secciones de Islas en el Golfo, había desechado en aras de un objetivo superior. En realidad, esto era la consecuencia lógica de un método, que él comparaba con la estructura del iceberg.
Dos escenas capitales en Islas en el Golfo y, por supuesto, en ‘El viejo y el mar’, se centran en la captura de un gran pez; pero no es posible que Hemingway se limitara a repetir una misma escena sin establecer matices en su sentido moral. Hay diferencias dentro de una misma visión hemingwayana: el hijo de Hudson es una reafirmación de la virilidad; Santiago, de la tenacidad y la necesidad de luchar. Pero diálogos idénticos hermanan a los dos personajes más allá de su gesta: unidos al pez invisible por el sedal, exclama cada uno, joven y viejo: “¡Oh, Dios, cómo te amo!”. Desde su punto de vista, Faulkner se percató de esta identidad en su tiempo, aunque no viviría para leer Islas en el Golfo: Él aprendió temprano en su vida un método con el cual podía realizar su trabajo; él ha seguido este método, lo ha manejado bien. Si su obra continúa, entonces va a obtener lo mejor. Creo que su último libro, ‘El viejo y el mar, es el mejor porque ha encontrado algo que no había encontrado antes, que es Dios. Hasta ese momento sus personajes se desenvolvían en un vacío, carecían de pasado, pero de repente, en El viejo y el mar, él encontró a Dios. Ahí está el gran pez: Dios hizo el gran pez que tiene que ser capturado, Dios hizo al viejo que tiene que capturar al gran pez, Dios hizo a los tiburones que tienen que comerse el pez, y Dios los ama a todos ellos; y si su obra sigue avanzando a partir de ahí, será aún mejor, lo cual es algo que no todos los escritores pueden proponerse. Muchos se agotan trágicamente, cuando jóvenes, y entonces se vuelven infelices. Eso le pasó a Fitzgerald, le pasó a Sherwood Anderson. Se desmoronaron”.
“No por ser una noticia esperada deja de producirnos tristeza”, reseñó la alcaldesa en funciones de Pamplona, Ana Elizalde (Navarra Suma), en el momento de anunciar la decisión de “suspender” los sanfermines de 2020 debido a la crisis de COVID-19. “Parece evidente que nuestras queridas fiestas están muy reñidas con el coronavirus”, confesó Elizalde, que asumió la alcaldía de manera accidental mientras el primer edil, Enrique Maya, se recuperaba de la infección por coronavirus en casa tras una semana de ingreso hospitalario. El Ayuntamiento había trabajado con la hipótesis de trasladar la celebración al mes de septiembre, cuando se desarrollan las fiestas de San Fermín de Aldapa en el Casco Viejo de la ciudad, pero la regidora en funciones reconocía la incertidumbre que existía con las condiciones de seguridad sanitaria, por lo que prefirió optar por la suspensión. La última vez que el Ayuntamiento de Pamplona decidió suspender las fiestas fue en 1997 durante 24 horas por el asesinato de Miguel Ángel Blanco, concejal del Partido Popular en Ermua, por parte de ETA. También se cancelaron las fiestas en 1978, desde el 9 de julio, tras los sucesos del día anterior con la irrupción de la Policía Armada en la Plaza de Toros que se saldaron con otra muerte violenta, el asesinato de Germán Rodríguez. En aquella ocasión el Ayuntamiento decidió trasladar encierros y corridas de toros a la celebración del Casco Viejo en septiembre, conocidos popularmente como “sanfermines chiquitos”. Para encontrar una suspensión total de las fiestas hay que remontarse a los años 1937 y 1938, a causa de la Guerra Civil. No existen precedentes documentales de la suspensión de los sanfermines por una plaga o pandemia. En el mismo momento de anunciar la suspensión, el consistorio ha publicado en sus redes digitales un video en castellano, euskera, inglés y francés con el título “En cuanto podamos, los viviremos”. La alcaldesa en funciones reconoce que el “7 de julio será San Fermín y de una manera u otra el corazón de cada uno lo va a celebrar”. Añade que velarán porque entre el 6 y el 14 de julio se respeten las normas sanitarias, pero añade que los sanfermines son “algo absolutamente dinámico, participativo e imaginativo” por lo que pronostica que habrá en esas fechas “escenas preciosas pero respetando las normas sanitarias”. El pasado 4 de abril, los balcones de la ciudad se llenaron de pañuelos rojos y música sanferminera conmemorando la escalera del calendario que lleva desde el 1 de enero hasta el 7 de julio.
Más allá de la consecuencia emocional, las fiestas también tienen un importante impacto económico. Según cálculos de la Asociación de Hostelería de Navarra, los 9 días de fiestas de Pamplona suponen el 15% de la facturación anual de la hostelería, que emplea a 18.000 personas. El sector, completamente cerrado desde el inicio del estado de alarma, pide “empatía por parte de la Administración”, según el secretario de la Asociación, Nacho Calvo. La suspensión también afecta a la Feria del Toro que organiza la Casa de Misericordia y que supone el principal ingreso para la residencia de mayores en la que viven en torno a 1.000 personas. Esta residencia ha sido también la que mayor número de casos de COVID-19 ha registrado entre sus internos en Navarra.
La rebelión de las masas no está llamada a tomar el poder político, sino a ocupar todo el espacio físico. La masa es una especie de corriente de lava humana que te persigue con el solo propósito de engullirte y aniquilarte. Esa y no otra es la revolución social a la que estamos abocados. Adonde quiera que vayas, estadios, aeropuertos, estaciones, andenes, museos, conciertos, centros comerciales, mítines, fiestas, concentraciones civiles y religiosas, la masa impone su ley, que se rige por el cerebro de las emociones; de hecho, la grada rebosante de un campo de fútbol tiene la psicología de un niño de ocho años. La importancia de un espectáculo es proporcional a la cantidad de masa que convoca y a la vez su éxito se mide por las toneladas de basura que genera. Al día siguiente de un acontecimiento se te hace saber el número ingente de camiones y operarios de la limpieza que han sido necesarios para dejar limpio el espacio, ya se trate de un concierto de rock o de una concentración papal. Adonde quiera que vayas la masa ya ha llegado antes. ¿Acaso no es como el tuyo ese cuerpo que se aglomera frente a la Gioconda del Louvre, o que empana como un escalope humano el puente de Rialto? La masa adquiere hoy la forma de turismo. Se trata de un sexto continente compuesto de 1.000 millones de seres unívocos en perpetuo movimiento, que se ha convertido en una peste planetaria, ya que a su paso devora ciudades, monumentos, templos, palacios y jardines. El único destino de la masa es el consumo, vestir, comer, beber, bailar, ver, oír y decir lo mismo. Tampoco en casa estás a salvo. “Esa sensación de lleno asfixiante que produce la masa la generan también las redes sociales que penetran a través de las paredes para hacerte saber que eso que piensas y escribes ya lo han pensado y escrito millones de personas antes…”, recalca el escritor español Manuel Vicent.
“Por ahora, nos toca seguir en la casa hasta que terminemos de ganar la batalla al coronavirus, y los europeos alemanes, franceses, españoles…, los británicos, los cubanos, los estadounidenses nos sorprendan antes que tarde con una vacuna. En esta lista hemos puesto en último lugar a nuestros vecinos del Norte…”, escribíamos en otra columna al inicio del COVID-19 en marzo del 2020. El entonces presidente de Estados Unidos, seguía delirando. Todo empezó el 8 de noviembre de 2016, cuando Donald Trump llegó a la Casa Blanca. Casi cuatro años después, en una rueda de prensa sobre la mayor pandemia del último siglo, el inquilino del Despacho Oval recomendaba inyectarse desinfectante y usar luz ultravioleta para acabar con el coronavirus, dejando estupefactos a sus consejeros científicos. Horas más tarde, según informaba la cadena ABC, los centros de emergencias de estados como Maryland se llenaban de llamadas preguntando por el uso de desinfectante para luchar contra el coronavirus. Según esta cadena, más de cien en apenas unas horas, lo que había obligado a las autoridades de este estado a emitir una alerta advirtiendo de lo obvio: que nadie siga los consejos del presidente de Estados Unidos. La cosa iba a peor en Nueva York, donde se recibieron una treintena de llamadas desde los centros de urgencia de varios hospitales relacionadas con la exposición a lejía, el desinfectante Lysol y otros productos de limpieza poco después de las declaraciones de Trump. Tras el revuelo generado, el ya ex presidente republicano derrotado por el demócrata Joe Biden, reaccionó como mejor sabe: echando balones fuera. Aseguró que todo era un comentario sarcástico que pretendía poner a prueba a la prensa. Distopía trumpiana para complicar el COVID-19. Los resultados de su broma dejó más de medio millón de muertos muertos y cientos de miles de contagiados y cerca de 30 millones perdieron sus puestos de trabajo. Ciudadanos han comenzado a depositar plásticos negros en las puertas de los hoteles propiedad de The Trump Organization, simulando tener cadáveres de víctimas de la pandemia en su interior. En Nueva York, la Trump Tower es un rascacielos de uso mixto ubicado en el 725 de la Quinta Avenida, entre las calles 56 y 57, en Midtown Manhattan, de 202 metros de altura, 58 pisos cuya construcción comenzó en 1979. ‘Trump Funeral Home’ es su reconvertida denominación popular neoyorquina.
¿Por quién doblan las campanas?, en inglés For Whom the Bell Tolls, es una novela publicada en 1940 por Ernest Hemingway, quien participó en la Guerra Civil Española como corresponsal, pudiendo ver los acontecimientos que se sucedieron durante la contienda. El título procede de la Meditación XVII de Devotions Upon Emergent Occasions, obra perteneciente al poeta metafísico John Donne, y que data de 1624: “Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la masa. Si el mar se lleva un terrón, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa señorial de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; y por consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti”.
The Rolling Stones nos desviaron de los ‘Sanfermines’ a Madrid, fue lo mejor que nos pudo pasar en nuestras vidas. Como todos los jóvenes del País Vasco, las fiestas de Pamplona eran una cita obligada. Nos servía de catarsis tras los exámenes de bachillerato y universidad de los meses de junio. Eran las 21:03 del 7 de julio de 1982. Una espectacular tormenta cae sobre Madrid al tiempo que los Rolling Stones saltan al escenario del estadio Vicente Calderón para ofrecer un concierto legendario, que ha quedado en el imaginario colectivo como uno de los más importantes de cuantos se han celebrado en España y del que ahora se cumplen 39 años. Los Rolling Stones eran entonces la banda más importante del planeta, unos supervivientes de los 60 y de los 70 que abanderaban en esos incipientes 80 el llamado ‘arena rock’, el rock de estadio, en el que el espectáculo es tan importante como la música. Habían entrado en la nueva década con un disco irregular, ‘Tattoo you’, que en realidad era un conjunto de descartes pero en el que brillaba un tema, ‘Start me up’, que les había hecho volver a las listas de éxitos.
Llegaban por segunda vez a un país inmerso en el Mundial 82, de infausto recuerdo para una selección que aspiraba impotente a los éxitos que hoy son algo habitual. Un país aún atemorizado por la pesadilla del reciente intento de golpe de Estado pero que a la vez estaba a punto de culminar el proceso de transición con la victoria del PSOE en octubre de ese mismo año. Un país que encontraba en el rock una forma de mostrar sus ansias de modernidad. Y los Rolling Stones eran modernos, pese a contar ya en aquel momento con 20 años de trayectoria. No era este, como decimos, el primer concierto de los Stones en España. En 1976 habían actuado en la Monumental de Barcelona, una actuación que abrió la puerta a la llegada de las grandes estrellas internacionales a España. Pero el de Madrid sería el primer gran show que lograba congregar en España a decenas de miles de personas.
Desde la ciudad de Eibar, Gipuzcoa, País Vasco, y con 26 ‘tacos’ encima, salimos de excursión hasta Madrid para ver a Mick Jagger y los suyos. Íbamos en un ‘Dos caballos’, un Citröen viejo. Conducía José A. Fernández, integrante del grupo de rock vasco Itoiz. Los otros integrantes de la ‘expedición’ eran Roberto Ruiz Sarasketa, empresario, y entonces disc jokey en la sala de fiestas Mickey Mouse de Eibar y director de comunicación social del Centro de Investigación Tekniker del Gobierno Vasco, Roberto Morales, periodista de Onda Cero y el que escribe esta pincelada, reportero ya en aquellos años… Digo ‘expedición’ pues soportamos una temperatura que superaba los 40 grados. Recuerdo que en Burgos, los gorriones no podían casi volar. La carretera general, la N1, no era muy diferente a un camino rural de la etapa imperial romana. Tardamos en cubrir los casi 500 kilómetros, no menos de diez horas.
Llegamos justo para el concierto. Dejamos aparcado el destartalado coche en el barrio enrollado entonces de Malasaña, muy cerca de la cafetería ‘La vía láctea’. A la vuelta nos encontramos con el carro abierto. Recuerdo que me robaron un chaqueta vaquera Levi’s 505, recién comprado en un viaje que hicimos a Biarritz, a la Francia liberal que nos atraía en aquellos años negros días de la España ‘imperial’. En ‘el otro lado’ nos hacíamos con libros de Hugh Thomas, Ian Gibson, Stanley G. Payne, Gerald Brenan…, quienes nos contaban nuestra historia de España más cercana a la realidad que la del ‘historiador oficial’ de entonces, Ricardo de la Cierva. Las crónicas de la época relatan el asfixiante calor que vivimos los más de 60 mil espectadores que nos congregamos en el estadio del Atlético de Madrid en aquella tarde de julio. Mientras esperábamos a la salida de los teloneros, la J. Geils Band -que saltó al escenario con una hora de retraso, debido a los problemas de acceso al campo- los asistentes se duchaban con agua mineral, coca-colas y cualquier líquido que pudiera rebajar el bochorno. Los técnicos regaban con mangueras a los espectadores de las primeras filas.
Todo ello bajo la atenta vigilancia de un amplísimo dispositivo de seguridad: en torno a 600 policías nacionales y 500 municipales, según la crónica de ABC, que apenas tuvieron trabajo ya que los ‘rockeros’ -con comillas, como recogían los periódicos de la época- dieron una lección de civismo que pocos esperaban. Entre los asistentes, rostros muy conocidos como el entonces secretario general del PSOE y próximo presidente del Gobierno, Felipe González, o los músicos Ana Belén, Víctor Manuel o Ramoncín. Cuando Jagger, Richards, Wood, Wyman y Watts -sí, entonces todavía eran cinco- salieron al escenario, por un momento pareció que el mundo se iba a acabar. Como si estuviera preparado por un manager particularmente influyente, los cielos se abren en un tormentado apocalíptico: la cortina de agua es tan espesa que difumina el escenario. Una valla de uralita se derriba con estruendo, los rayos cruzan muy decorativamente por encima de las cabezas de la gente. Los racimos de globos que decoran el escenario caen sobre las primeras filas y los paneles laterales son sujetados a duras penas por los técnicos. Pero la banda arremete con fuerza ‘Under My Thumb’ como si nada estuviera pasando mientras el agua inunda el piso sobre el que Mick Jagger intenta mantenerse en pie.
“Era de día cuando comenzó el concierto. Se cubrió el cielo rápidamente y empezó a llover. El decorado quedó a merced del viento y en medio de esa furia desatada saltaron al escenario y comenzaron a tocar. Irrepetible. A estas alturas ya estaba claro que la lluvia no iba a detener a los Stones, que van desgranando un repertorio formado temas nuevos y clásicos como ‘You Can’t Always Get What You Want’, ‘Brown Sugar’ o ‘Angie’. Mick Jagger se cambia de ropa y corretea por el escenario como un chaval. “Da gusto pensar que tiene 38 años y todavía tiene humor para estas cosas”, decían los periodistas de entonces en sus programas radiofónicos. Y es que a la prensa española no dejaba de extrañar que unos tipos que rondaban los 40 fueran capaces de mantenerse en activo. Qué pensarían hoy si supieran que esos mismos músicos, superada de largo la edad de jubilación, son capaces de seguir llenando estadios.
Cuando dos horas después del inicio del concierto, durante la interpretación de la inevitable ‘Satisfaction’, Mick Jagger salió envuelto en una bandera española, las 60 mil almas que llenábamos el Calderón teníamos ya el convencimiento de que habíamos asistido al concierto de nuestras vidas. Desde Madrid nos dirigimos a Pamplona. Allí logramos ‘sobrevivir’ un par de días. Recuperados, tras descansar unos días en el País Vasco, tomamos el tren en Hendaya… El Trastevere de Roma y Federico Fellini nos esperaban. Eran nuestros veranos locos de los ochenta. Se acercaba la victoria de los socialistas de Felipe González. Suponía el fin de una era y de unos rancios y caducos personales de la historia política que se inició en la Guerra Civil de 1936. Europa era nuestra referencia y también su estado del bienestar y libertad liderado por Olof Palm, Georges Miterrand, Willy Brand, Mario Soares… El concierto de Mick Jagger en Madrid supuso para nosotros el inicio de una nueva etapa en las Españas… Los Rolling Stones han vuelto en numerosas ocasiones a España. Prácticamente en cada una de sus giras mundiales, España, ha sido una escala habitual, pero han confesado sus integrantes que lo que ocurrió aquel 7 de julio de 1982, fue lo mejor que nos pudo pasar en nuestras vidas.
“No te creas lo que cuentan. La mayor parte no es verdad. Trucos publicitarios, leyendas, tradiciones con aparente pátina de antigüedad para captar turistas y quedarnos su dinero. A falta de sol y playa algo teníamos que inventar para traer gente a Pamplona. Para empezar, nos inventamos a San Fermín. No hay certeza histórica sobre su existencia. Hasta el siglo XII aquí no lo conocía nadie, pero nos agarramos al clavo ardiente de que en Amiens, donde le veneran como obispo y mártir, dicen que procedía de Pamplona. La Iglesia marca su fiesta el 25 de septiembre, fecha de su martirio en el siglo III, pero desde 1591 la celebramos el 7 de julio por aprovechar el breve verano pamplonés y el hecho de que, desde la Edad Media por esas fechas, hay ferias y toros…”. De esta manera un tanto heterodoxa presenta a los ‘forasteros’ -visitantes no nacidos en Pamplona-, los mundiales ‘Sanfermines’ Miguel Izu, periodista y escritor navarro. Es autor de la novela ‘El asesinato de Caravinagre’, un thriller ambientado en los encierros… “Los vientos del progreso conspiran contra la tauromaquia, ‘fiesta de sangre para un pueblo rudo y fanático’, escribió Pío Baroja, que vivió parte de su infancia entre nosotros, pero aquí por interés espurio casi nadie la cuestiona. Ni siquiera los abertzales”.
“Toros y toreros propios siempre hemos tenido pocos, pero los traemos de fuera, de Andalucía, Salamanca o Madrid, y los hacemos actuar para los visitantes mientras nosotros merendamos. Hace más de un siglo que no se conducen los toros a pie, se embarcan en tren o camión, pero aquí seguimos empeñados en poner un callejón a las plazas de toros para que entren corriendo. No por tradición, correr ante los toros nunca ha sido una prueba iniciática para los jóvenes navarros como ingenuamente se supone: corren muchos más forasteros que indígenas, pero de qué íbamos a salir por televisión en todo el mundo si no existieran los encierros… Desconfía de nuestra aparente hospitalidad. Los pamploneses somos más bien serios, en el buen y mal sentido de la palabra, nobles pero hoscos montañeses que no congeniamos tan fácil con extraños. Cada 6 de julio, con el ‘Chupinazo’, nos transformamos. Acogemos a gente de todo el mundo que se siente como en casa, mostramos una simpatía desbordante, nos fingimos cosmopolitas aunque sigamos levantando piedras, sellamos amistades eternas sobre la barra de un bar o en torno a un gorrín asado. Puro marketing. El 15 de julio volvemos a nuestro ser…”
“No pretendas seguir la mítica ruta -falsa como Judas- de Ernest Hemingway. Solo vino nueve veces, en vida nunca se le hizo mucho caso y únicamente lo adoptamos cuando vimos negocio. En Casa Marceliano ahora hay oficinas municipales, cerradas durante las fiestas, y su célebre ajoarriero quedó extinguido. El restaurante Las Pocholas devino en chocolatería. El hotel Quintana fue cerrado y confiscado en 1936 (no, Hemingway nunca pasó los sanfermines en ese otro hotel que dicen las guías turísticas, donde se conserva su habitación supuestamente igual que cuando el premio Nobel no se alojaba en ella). La barra del café Iruña donde el escritor está acodado en efigie de bronce ni siquiera existía en su época. Y no te tragues lo de Ava Gardner, nunca estuvo en Pamplona. La película ‘Fiesta’ se rodó en México por ahorrar, no fue prohibida por el franquismo”.
“Todas esas glamurosas leyendas las hemos creado -con mucho éxito comercial- para que vengan los guiris. O las inventan los propios guiris. James Michener, en su novela ‘Hijos de Torremolinos’, sitúa a los protagonistas al inicio de las fiestas de 1969 cumpliendo con ‘el entrañable ritual de los últimos años’, anudar un pañuelo al cuello de la estatua de Hemingway. El monumento se había inaugurado en… 1968. No te vistas de blanco y te pongas pañuelo rojo pensando que es nuestra vestimenta tradicional, herencia de remotos ancestros. Nos disfrazamos así multitudinariamente solo desde hace unos 40 años, desde que llegó el turismo de masas, igual que en la película de Luis García Berlanga ‘¡Bienvenido, Mister Marshall!’ se vestían de flamencos. La ropa blanca la compramos en hipermercados y viene de China o Bangladés. Salvo danzaris o txistularis, no calzamos boina (Peter Viertel, guionista de ‘Fiesta’, que sí conocía los sanfermines, aconsejó a Henry King sin éxito que los protagonistas no la llevaran)”.
‘No vengas atraído por el mito de que los ‘Sanfermines’ son un desmadre, una orgía, un desenfreno en una Pamplona ciudad sin ley donde todo vale. El caos es de pega y está muy bien organizado. Se acaba de impartir el primer Curso Universitario de Derecho Sanferminero. Los vehículos de limpieza y basuras pasan a sus horas, la grúa se lleva los coches mal aparcados, hay servicios municipales de niños, de objetos perdidos y de desintoxicación etílica. Los actos festivos se inician con puntualidad prusiana (el resto del año practicamos la más relajada puntualidad ibérica). Las dianas matinales no son para despertar a la tropa, sino para reunirla y ordenarla después de toda la noche de marcha. Allá tú si no haces caso y vienes. Te arriesgas a pasar nueve días y nueve noches de fiesta, a beber y comer mucho más allá de lo que suponías que tu sistema digestivo podía soportar, a cantar canciones que creías que no conocías y a bailar bailes que creías que no sabías bailar, a topar con desconocidos que de pronto son tus mejores amigos, a hablar con ellos en lenguas extrañas que no sabías que hablaras, a encontrarte con legiones de antitaurinos en el tendido de la Plaza de Toros, de ateos en la Procesión de San Fermín y de abstemios bebiendo en todos los bares. Que no te quepa duda: todo es una farsa que se desvanece, cual calabaza de Cenicienta, con el ‘Pobre de mí’ en la medianoche del 14 de julio”.
El origen está en la celebración religiosa del patrón navarro, pero los pamploneses cambiaron la fecha de la conmemoración religiosa del 10 de octubre original al 7 de julio, coincidiendo con las ferias de ganado que la ciudad acogía con el final de la cosecha. Fue en 1591. Pero las ferias de julio con toros están documentadas desde el siglo XII. El Archivo Real de Navarra documenta en 1385 la primera corrida de toros organizada por el rey Carlos III. Junto a ella, la primera ‘entrada’ de toros, antecedente del actual encierro. Lo creó la necesidad de llevar los toros desde los campos de las afueras a los chiqueros de la plaza. El recorrido actual es el mismo desde 1852. ‘Fiesta’ es la novela de Hemingway que puso en la agenda mundial unas fiestas que hasta entonces eran unas más del recatado norte de España a principios del siglo XX. El Nobel fue un asiduo. Siguiendo su senda llegaron después Orson Welles, Arthur Miller y su mujer, Inge Morath, o, en los últimos años, el jugador de la NBA Dennis Rodman. Estados Unidos, Nueva Zelanda y Australia son los países que más visitantes aportan y los más tempraneros en llegar. Fanáticos de la sangría a temperaturas altas, llegan cada tarde desde campings de las afueras a los que vuelven después del encierro.
La novela ‘El asesinato de Caravinagre’, una trama policial cuyo trasfondo esconde un panorama llamativo, aunque complejo, de la sociedad navarra: Rafael, el protagonista es un abogado que trabaja para un gabinete de causas perdidas. Lleva una vida sin sobresaltos que, de forma repentina, se ve interrumpida por un asesinato con demasiados interrogantes. ¿Qué representa este personaje? La respuesta la da el propio Miguel Izu, quien, aparte de escritor, es jurista y político. Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología y Doctor en Derecho, trabajó como profesor asociado de Derecho Administrativo en la Universidad de Navarra. Ha ocupado diversos cargos políticos en dicha comunidad autónoma por Izquierda Unida. “Es el hilo conductor de la historia. Elegí un abogado y no un policía o detective, como es usual en la novela policíaca, por pura comodidad, porque he trabajado como abogado y no necesito documentarme sobre qué es lo que hace o lo que tiene que hacer en un caso como el que le cae encima. He tratado de que sea un abogado con el que se pueda identificar el lector por su edad, ni muy joven ni muy mayor, con una azarosa vida profesional y sentimental, algunas pequeñas torpezas, inteligente pero no cargante. Hace de nexo entre otros personajes y sus andanzas laborales y festivas sirven para hacer avanzar la trama. Algunos lectores piensan que es un autorretrato pero no, tiene cosas mías como la tienen casi todos los personajes de la novela, pero no he pretendido que sea mi otro yo, en algunas cosas no se parece en nada a mí”.
Resulta verdaderamente llamativa la originalidad de planteamientos de ‘El asesinato de Caravinagre’ y la riqueza de los variopintos personajes que vemos desfilar por ella… “Me llevó varios años irla perfilando, aunque luego solo unos meses escribirla. La idea inicial era situar un asesinato en los ‘Sanfermines’, una idea en principio original, aunque para cuando me puse a escribir habían salido otras dos novelas con ese planteamiento, la novela policíaca sanferminera ya es un subgénero. Los ‘Sanfermines’, porque llevo años leyendo y escribiendo sobre ellos, además de disfrutarlos o sufrirlos todos los años durante muchos años. Elegí a Caravinagre por ser una figura muy representativa de las fiestas. Luego me planteé qué reacciones podría suscitar un hecho así, y de ahí surgieron los diversos personajes que aparecen para ofrecer sus teorías sobre qué ha pasado. Y lo envolví todo intentando ofrecer un retrato real del ambiente sanferminero y de la sociedad pamplonesa, al menos de la que yo conozco”.
En la novela no solo encontraremos una obra policíaca, sino que encontraremos un relato que ahonda en lo histórico, sociológico y político. No fue difícil poder abarcar todos estos aspectos del conocimiento en ‘El asesinato de Caravinagre’… “Lo bueno que tiene el género policíaco es que permite introducir, además del crimen y de la investigación, cualquier otro tema. Así que fui diseñando una trama en la que pudiera darse ese repaso sociológico y político, diseñando personajes que lo fueran componiendo y retorciendo la historia todo lo necesario para que puedan ir desfilando. Una vez iniciada la trama, tiende a irse desarrollando sola hacia su conclusión. He publicado una recopilación de mis columnas de los últimos años titulada ‘Crisis en sanfermines y otros temas festivos’…”.
Miguel Izu, al final de la entrevista con él, nos recalca que Internet es una herramienta útil para los autores del siglo XXI… “Es una herramienta indispensable para casi todo. Yo ya no puedo vivir sin Internet tanto en mi trabajo como para escribir. Hace mucho más fácil documentarse sobre cualquier cosa sin tener que salir de casa. Es como tener la biblioteca de Alejandría a un clic”. Y como no, supimos también en Cancún y en Quintana Roo de ‘El asesinato de Caravinagre’… Pamplona, 6 de julio, antes del COVID-19. Han comenzado los ‘Sanfermines’. Amparándose en el bullicio y en la multitud festiva que llena las calles, alguien ha disparado mortalmente contra Caravinagre, la figura más popular de la Comparsa de Gigantes y Cabezudos. Rafael Echarte, abogado novato aunque ya cuarentón, tiene que renunciar de momento a las fiestas para defender a un sospechoso del asesinato que ha sido detenido. Mientras trata de obtener su libertad y averiguar la verdad de lo sucedido, recibirá consejos de que abandone el caso, inquietantes ofertas de ayuda y advertencias de que su cliente puede ser el chivo expiatorio de una intrincada conspiración con amenazadoras ramificaciones políticas. Ernest Hemingway, ¿Por quién doblan las campanas?, en estas horas sin ‘Sanfermines’ en Iruña, Pamplona.
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