Sucesos previos al gran acontecimiento

MISIÓN EVANGÉLICA

Por Pbro. Carlos César González Cruz

Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él. Y le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor. Lc. 2:25-26.

Estaba también allí Ana, profetisa, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad muy avanzada, pues había vivido con su marido siete años desde su virginidad, y era viuda hacía ochenta y cuatro años; y no se apartaba del templo, sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones. Lc. 2: 36-37.

Simeón y Ana dos personajes incluidos en el evangelio. Ellos conservaban la esperanza gloriosa del advenimiento del salvador profetizada por los profetas. Son como una prolongación del Antiguo Testamento en la espera del mesías prometido. El templo los relaciona, pues a ambos se les describe ahí; hay en ellos muchos puntos de coincidencia que los convierten en figuras de ejemplo para la experiencia religiosa del cristiano, mas hoy en día y en nuestras condiciones.

De Simeón se dice que era un hombre justo y piadoso, que esperaba la consolación de Israel y en él estaba el Espíritu Santo. Y le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor”

Ahí también estaba la anciana Ana la profetiza ya de edad “muy avanzada”. Regularmente las mujeres se casaban alrededor de catorce años y ella había vivido tan solo 7 años con su esposo y llevaba 84 de viudez, (¿14+ 7+84= 105?) pero con suficiente fuerza y movilidad, pues no se apartaba del Templo, dando culto a Dios noche y día en ayunos y oraciones.

Ana representa a los profetas, mientras que Simeón representaba a la Ley, los dos pilares de la fe y de la comunidad de Israel se unen ahora para testificar la llegada del Mesías.

Simeón y Ana, un mismo Espíritu los mueve, un mismo escenario los alberga y un mismo misterio los reúne. ¿Qué hay en su corazón que los hacer fuertes en la esperanza del salvador? ¿Qué hay en ellos que no les hace sucumbir ante las horribles penas de la vida?

Hoy, encendemos nuestra tercera vela de adviento, recordando las fieles promesas de Dios; por muy difícil y triste que sean las cosas que nos vengan, Él nunca nos abandona.

Bendiciones amigos y hermanos del camino, del buen camino de Dios.

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