Los españoles “pasan” de la Tercera República
EL BESTIARIO
Salvo la extrema izquierda por nostalgia y la derecha franquista por revanchismo hacia el traidor de Juan Carlos I, el “monarca constitucional republicano”.
POR SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY
La forma de Estado en España, cuestión tan debatida desde el último tercio del siglo XIX, ha perdido vigencia. Pese a los temores, sin duda fundados, que a la muerte de Franco ensombrecían el futuro de la Monarquía -incluso se ironizaba con el sobrenombre de Juan Carlos el Breve- para sorpresa de muchos, una buena parte de los españoles acabaron por transigir, al considerarla el camino menos traumático de avanzar hacia la democracia, aceptando la Corona sin mayores problemas, como hicieron con otros aspectos de una tan peculiar “transición”, de la que hoy muchos son críticos acérrimos. La monarquía constitucional fue recogida y aceptada en la Constitución de 1978 por la gran mayoría de los españoles. La bronca formada en torno a los amoríos del rey emérito Juan Carlos I con una princesa alemana; sus chanchullos con dinero recibido desde la familia real saudí, depositados en unas cuentas en Suiza y no declarados a la Hacienda pública; y su viaje fuera de España, presentada como una huida, un autoexilio o destierro, un simple viaje temporal… para calmar la campaña promovida en el seno de la sociedad española contra el “monarca constitucional republicano”, como lo definiera el histórico socialista eibarrés, Benigno Bascaran, tras estrechar su mano y hablar con el monarca durante una recepción habida en las Junta Generales de Guipúzcoa -el órgano legislativo de cada uno de los territorios históricos del País Vasco-, en San Sebastián, a principios de la década de los ochenta.
La instauración de la Monarquía, que no restauración, desde el primer momento adolecía de haber sido impuesta por Franco que, al saltarse, además, al Conde de Barcelona, -Juan de Borbón, hijo de Alfonso XIII, quien murió en el destierro- quebraba el principio dinástico que en esta forma de Estado debiera importar. Deficiencias que se sofocaron, convirtiendo la disyuntiva de “Monarquía o República”, en la mucho mejor acoplada a las circunstancias de “dictadura o democracia”. Conviene recordar que en las elecciones de junio de 1977, que se consideran las primeras democráticas, no se permitió que compitiese un partido que se proclamase abiertamente republicano. Cabía votar comunista, pero no republicano. Don Juan vivió exiliado en la ciudad portuguesa de Estoril, por “rojo”, según los titulares del periódico El Alcázar, portavoz de la quintaesencia franquista. A este respecto, es paradigmático el caso del escritor José Bergamín, que quiso aprovechar la recuperación de las libertades civiles para la defensa de la República y la crítica de los Borbones. A pesar de ser un representante conocido de la generación del 27, haber luchado en el bando republicano y sufrido dos veces el exilio, la reconciliación nacional que se atribuye a la “Transición” dejó fuera del tablero cualquier voz republicana, o simplemente crítica con la Monarquía. Pese a su prestigio y categoría intelectual, ningún periódico publicaba un artículo de Bergamín, que terminó refugiándose en el País Vasco, protegido por Herri Batasuna, brazo político de ETA, escribiendo para el diario Egin y la revista Punto y Hora de Euskal Herria.
Para consolidar una institución impuesta que no gozaba de popularidad (sobre todo en la extrema derecha, que no perdonaba al Rey haber desmontado parte del régimen heredado, aun siendo la única posibilidad que tenía de durar) la Constitución blindó fuertemente el título II dedicado a la Corona, ya de por sí harto ambiguo y con algunas contradicciones internas, como dar preferencia al varón sobre la mujer en el orden sucesorio (artículo 57), o bien declarar al Rey inviolable, al que no se le puede pedir responsabilidades, cuando el artículo 14 prescribe la igualdad de todos los españoles, sin discriminación alguna por razón de sexo o por la función que se ejerza. A la Monarquía instaurada se la adjetiva de parlamentaria, en el sentido de que sus atribuciones provienen de las que le otorgue el Parlamento, pero todavía no se ha promulgado una ley que concrete el funcionamiento de la Corona. Esta carencia ha llevado a que de facto se configure como un poder autónomo, en el que no se inmiscuyen los otros tres poderes del Estado, reproduciendo así de manera no querida rasgos de la Monarquía preconstitucional.
A ello ha contribuido de manera significativa el que durante decenios funcionara una autocensura que evitaba mencionar a la familia real, como no fuera para el elogio cortesano. Al menos mientras se mantuvo un control estricto de los medios, la Monarquía parecía contar con la tolerancia de la mayoría. El golpe de estado protagonizado por el coronel Antonio Tejero y varios cientos de guardias civiles, el 23 de febrero de 1981, sirvió para fortalecer la institución.
A que retornara el anterior distanciamiento con la institución constitucional de la Corona, incluso a que se especule cada vez con mayor libertad y frecuencia sobre su final, concurren diversos factores. Por lo pronto, el caso de Juan Carlos I, cuestionado ahora por su ‘machismo’ y ensalzado entonces por sus dotes de ‘macho ibérico’, por sus ex diarias andanzas nocturnas con la flor y nata de las estrellas y vedetes de la farándula española en plena ‘Movida Madrileña’. Eran tiempos de los inicios cinéfilos del director manchego Pedro Almodóvar y sus frescos y rupturistas filmes como ‘Mujeres al borde de una ataque de nervios’, “Tacones lejanos”, “Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón”, “La ley del deseo”…; de la también manchega, la ex cabaretera y violetera en tiempos de la dictadura de Francisco Franco, Sarita Montiel, reconvertida en amante de los ministros liberales de Adolfo Suárez y de los socialistas, ex antiguos marxistas leninistas, de Felipe González; y de la “reina del destape”, tras décadas de represión sexual en las artes escénicas donde era imposible ver un pecho o torso femenino o masculino en un teatro o en una película, Bárbara Rey, esposa de un domador de leones, Ángel Cristo, convertido en el prototipo del hombre consentidor democrático -no le quedaba otro remedio pues le ponían los cuernos con el mismísimo esposo de la sufrida, asexuada, pero con un gran nivel cultural, la reina Sofía-. Pareciera que Juan Carlos I había logrado “resucitar” al personaje de Don Juan Tenorio y sus novicias como Doña Inés, en el drama religioso-fantástico y romántico, dividido en dos partes, publicado en 1844 por José Zorrilla, donde no falta una subida al Cielo entre una apoteosis de ángeles y cantos celestiales. Juan Carlos I era el orgullo de la Celtiberia Show. Todos los españoles querían ligar con Bárbara Rey y acceder a sus dos tetas, de usos exclusivos de cristos y reyes. Hoy le pasan la factura cuando han dejado de ser plebe y se han convertido en ciudadanos europeos.
Las “cacerías reales” se transformaron con el paso del tiempo en aristocráticas, donde se asesinaban elefantes en África, tras pagarse sumas no distantes a los cien mil euros -todo incluido-. Juan Carlos I tuvo la mala pata de caerse y dañarse la cadera. De regreso a Madrid fue ingresado en una clínica de manera urgente. Los “mass media” comenzaron a investigar y se descubrió que el Borbón había estado de cacería con Corinna Larsen, una empresaria Alemania de antepasados aristocráticos en el rompecabezas que era entre guerras mundiales la Europa “vikinga”. De “princesa serenísima” ha pasado a pesadilla real, reavivando la crítica a las instituciones establecidas y a muchas de sus élites políticas. El hundimiento de la credibilidad de las instituciones había comenzado en los años noventa con la revisión de la “Transición Democrática” en España, que llevaron a cabo los hijos, y sobre todo los nietos de la generación que la había acometido. Ello reforzó el sentimiento republicano, como un elemento rompedor del sistema. Tampoco hay que dejar en el tintero el comportamiento de la familia real que, de escándalo en escándalo, ha conseguido romper el silencio de unos medios que durante décadas solo la mencionaban para elogiarla.
Pero no solo por la manera cómo se instauró y el modo que ha ejercido sus funciones, sino también por la historia que la antecede, la Monarquía en España se levanta sobre arenas movedizas. Sin contar los breves reinados de la familias Bonaparte y Saboya, desde 1808 tres veces el monarca de turno -Carlos IV, Isabel II y Alfonso XIII- se vieron obligados a exiliarse, y otras tantas la institución ha sido restaurada en la familia Borbón. Sacar a la calle una bandera republicana es la forma más fácil de mostrar la oposición al régimen. La crisis ha levantado la veda, y aun así, en cuanto nos preguntamos quién de la clase política, y no tenemos otra, podría ser elegido presidente de la República, al menos hasta hace muy poco, muchos nos declararíamos “juancarlistas”. Ahora bien, si la Monarquía diese paso a la República ninguno de los problemas pendientes se enderezaría; al contrario, podrían complicarse innecesariamente. La República italiana podría ser un buen ejemplo de lo que cabría esperar en España. Sin embargo, cuando parecía no estar ya sobre el tapete la cuestión que en la primera mitad del siglo XX tanta guerra había dado, aumentan los indicios de que la opción republicana gana terreno, tanto por convencimiento republicano -encaja mejor con la democracia- como por el repudio creciente a las personas que encarnan la institución. En una crisis socioeconómica, política, moral y territorial tan grave, el republicanismo puede crecer en muy poco tiempo, y a mayor velocidad cuanto más se lo combata. Además de que en la izquierda y en algunos sectores liberales se idealice a la República, que cuenta con una cierta legitimación racional, lo nuevo, y tal vez al final lo decisivo sea que una buena parte de la derecha no perdone al Rey haber sustituido al franquismo por la democracia y el centralismo por el Estado de las Autonomías. Si se desmembrase alguna de las comunidades autonómicas, algo que lamentablemente no cabe descartar en Cataluña, como reacción fulminante emergería un republicanismo liderado por la derecha.
En suma, parece que hemos llegado a la etapa final del régimen que creó el paso de la dictadura franquista a la democracia “juancarlista”. Siguen abiertas, junto con la cuestión republicana, las que atañen al modelo socioeconómico de producción y a la organización del Estado. En esta tesitura cabe tan solo una renovación a fondo de las instituciones, a lo que sin duda empuja la gravedad de la crisis, pero es algo que un régimen moribundo no está en condiciones de acometer. Suele ocurrir que hasta el último instante se niegue a reconocer la situación, como acaeció en la Alemania oriental, confiando en que, si aguanta sin moverse, siempre encontrará una escapatoria. Lo probable es que en los próximos años asistamos impasibles al desmoronamiento del orden institucional que, como ha ocurrido tantas otras veces en nuestra historia, desemboque en un nuevo período de inestabilidad en el que todo puede ocurrir. Los españoles, en estos tiempos de la pandemia del coronavirus, el COVID-19, “pasan” de la Tercera República, salvo la extrema izquierda por nostalgia y la derecha franquista por revanchismo hacia el traidor de Juan Carlos I. Una cosa es la institución constitucional llamada Corona otra la persona del rey Juan Carlos I. Creo que España necesita de este organismo y son momentos de defensa de la institución, separándola de las historias de Juan Carlos I.
Por ahora no le tiene a la Interpol ni hay una causa abierta con su persona. Si hubiera cometido algún delito debe ser sometido al peso de la ley, pero no de las venganzas de Podemos ni de Vox y otras organizaciones afines a las extremas izquierda y derecha. Los principales partidos del mundo político de España y México han tenido entre sus dirigentes a personas ligadas con la corrupción y otros delitos. No por ello se ha pedido la liquidación del PP, PSOE, IU…, en España o el PAN, PRI, PRD…, en México. Juan Carlos I es igual el único rey europeo de verdadera sangre azul. Cuando se escapaba del Palacio de La Zarzuela por las noches, iba bien cargado de sildenafilo, vendido bajo la marca Viagra, Revatio y otros, un fármaco utilizado para tratar la disfunción eréctil y la hipertensión arterial pulmonar. Originalmente fue desarrollado por científicos británicos. Luego fue llevado al mercado por la compañía farmacéutica Pfizer. Pfizer, Inc. es una empresa farmacéutica estadounidense que después de diversas fusiones llevadas a cabo con Pharmacia and Upjohn y Parke Davis, es el laboratorio líder a nivel mundial en el sector farmacéutico. La sociedad tiene su sede central en Nueva York. Algunos cubanos le hicieron llegar a Juan Carlos I varias cajas de sus pastillas azules, PPG. Se trata del policosanol, elaborado por el Centro Nacional de Investigaciones Científicas de Cuba (CNIC). La materia básica del PPG se extrae de la caña de azúcar y, de acuerdo con los Laboratorios Dalmer de Cuba, es un medicamento natural que no provoca efectos colaterales nocivos.
Mi ciudad natal, Eibar, situada en la provincia de Gipuzkoa, en el País Vasco, es referencia obligada estos días, pues su Ayuntamiento fue el primero en proclamar la II República, el 13 de abril de 1931, una día antes de la fecha oficial. No es de extrañar que durante mi juventud, en los últimos “coletazos” de la dictadura adoleciera de altas fiebres de republicanismo. Llegó la muerte de Francisco Franco y con él el inicio de una nueva etapa democrática, liderada por Juan Carlos I. Soy un “hijo” de la “transición”, de unos padres que vivieron juntos toda una vida, desde posiciones políticas antagónicas, desde una derecha franquista ligada al tradicional Partido Carlista a una izquierda con fuertes componentes nacionalistas de ANV, no lejanos a lo que hoy pudiera ser izquierda radical vasca. Estos días me vienen recuerdos de aquellos años posteriores al 20 de noviembre de 1975, el día que la naturaleza nos libró del “caudillo”, a quien no le pudieron “tumbar” ni las huelgas generales del Partido Comunista de Santiago Carrillo y Dolores Ibarruri “La Pasionaria”, ni la insurrección armada ejercida por ETA contra un terrorismo de estado. Había un veterano socialista en Eibar, Benigno Bascaran, quien encabezaba todas las movilizaciones contra Franco. Le llamaban el “cura laico”. Era el encargado de pronunciar un discurso en los entierros civiles que se celebraban en la ciudad armera -había más de un centenar de fábricas de escopetas y la firma Star de pistolas- cuando se moría alguien que “no iba a misa”.
A diferencia de otros pueblos vascos, donde el “Antiguo Régimen” controlaba la vida política, económica y social, en Eibar, muchos “escopeteros” viajaban a Europa a sus ferias y convenciones. Del “extranjero” venían impregnados de ideas que hablaban de libertad, igualdad, fraternidad, herencias de la Revolución Francesa y otros movimientos socialistas, ligados a figuras como Carlos Marx o Federico Engels. Recuerdo una sociedad gastronómica, Gure Baztarra, donde sus socios eran todos de izquierdas, salvo su presidente, José Ortiz de Zárate, un hombre de Iglesia, carlista, corresponsal de El Diario Vasco, de talante liberal, quien dio la cara ante Gobernación para lograr el “placet” para su asociación, que servía como escenarios de conspiraciones antifranquistas. Estos “rojos”, salvo Ortiz de Zárate -hombre de misa semanal o diaria, a veces, y de adoraciones nocturnas- no pisaban las iglesias, llevadas muchas veces por un “anticlericalismo” añejo y radical que nos dio muchos dolores de cabeza en la historia de España. Cuando fallecían se les enterraba en un “apartado” del Cementerio de Urki. En la explanada que llevaba al camposanto, Benigno Bascaran loaba al compañero o camarada muerto. Benigno Bascaran era hijo del histórico Marcelino Bascaran, y, como su padremfue una figura relevante del socialismos vasco del siglo XX. Su hija Aurora Bascaran también fue dirigente socialista y alcaldesa de Eibar. Formó parte de la corporación municipal que proclamó la República el 14 de abril de 1931. Fue presidente del Sindicato metalúrgico de UGT de Gipuzkoa. Durante la Guerra Civil española luchó defendiendo la legalidad republicana, y terminada aquélla participó en Resistencia francesa contra los nazis. Estuvo en un campo de concentración francés. En 1950 volvió del exilio y se enrroló en la Resistencia española, siendo detenido y encarcelado en varias ocasiones. En 1979 fue elegido presidente de la Agrupación Socialista de Guipúzcoa y salió electo como juntero por el PSOE para las Juntas Generales Guipuzcoanas ese mismo año, elección que se repitió en 1983.
En una visita de los Reyes a Euskadi, Benigno Bascaran y Juan Carlos I se estrecharon la mano, algo impensable en la España de unos años atrás… “Provengo de una familia socialista y antimonárquica. Yo proclamé la Republica en el Ayuntamiento de Eibar el 13 de abril de 1931, contra su abuelo Alfonso XIII. Yo soy republicano, pero respeto lo que usted representa en estos momentos para millones de vascos y españoles, es el rey de una monarquía republicana…”.
Cuando en México se habla del Rey no hace falta especificar de cuál se trata. En el imaginario colectivo mexicano, más republicano que otra cosa, la figura del monarca alude directamente a uno: Juan Carlos I. Su abdicación generó una respuesta institucional del canciller mexicano, José Antonio Meade, el cargo político de más rango que se refirió en un primer momento al acontecimiento. Meade resaltó que durante sus cuatro décadas de reinado contribuyó a consolidar a España como una democracia moderna y reconoció “el gran liderazgo ejercido en pro de una Iberoamérica sólida y unida”. En un tono más cantinero, el productor de cine Alejandro Orozco considera que para muchos mexicanos el Rey es a España lo que los mariachis a México: una figura folclórica. La abdicación del Rey nos pilló a los mexicanos en la cama. Pasaban las cuatro de la mañana, hora de la capital mexicana, cuando se oficializó la decisión de don Juan Carlos. El periódico Reforma abrió de inmediato la página web con esa información y durante la mañana fue sumando reacciones y previsiones de futuro. El Universal colocó la noticia en un discreto segundo plano. Ambos periódicos coincidieron en no valorar como fotografía principal el momento en el que el monarca entregaba el documento de abdicación al presidente español. Eligieron una más futbolera: la de Mariano Rajoy visitando a la selección nacional en su centro de entrenamiento en Madrid. Juan Carlos I de España fue rey de España desde el 22 de noviembre de 1975 hasta el 19 de junio de 2014, fecha de su abdicación y del acceso a la Jefatura del Estado de su hijo Felipe VI. Mi sobrino, Andoni Santamaría, me llamó desde su oficina en la empresa Eroski, en el País Vasco, uno de los buques insignia del Movimiento Cooperativista Vasco. “Juan Carlos ha abdicado”, me informó. Eran alrededor de las tres y media de la mañana. En Twitter la decisión del Rey se conoció antes que en el propio EL PAÍS, El Mundo, ABC, La Razón, El Correo… En México, donde todos nos sentimos monarcas al menos una vez cada cierto tiempo cantándole a José Alfredo Jiménez y su “El Rey”, los hay escépticos con quien lleva el título de forma oficial. “En nuestra conciencia histórica los reyes son un objeto decorativo y propio de la historia. Entiendo que para España ha jugado un papel fundamental en la transición pero me parece una figura artificial para una democracia, con todo respeto”, interviene el académico Sergio Aguayo.
La noticia altera la agenda del entonces presidente mexicano Enrique Peña Nieto. El mandatario había solicitado al Congreso permiso para ausentarse durante nueve días, tiempo en el que visitaría Lisboa, Madrid y el Vaticano entre el 3 y el 11 de junio. En la capital de España iba a responder a la invitación que le había extendido el propio Rey como una oportunidad para concretar oportunidades de negocio e incrementar el comercio entre ambos países. El viaje sigue en pie. “El presidente mantiene sus intenciones, aunque no sabemos cómo habrá que reacomodar lo previsto con estos cambios”, señalan desde el entorno del presidente. “El Rey Juan Carlos ha sido actor clave en la democracia de España y en el fortalecimiento de sus relaciones con México e Iberoamérica”, escribió Peña Nieto en Twitter diez horas después de la noticia. Meade ya había llevado a gala en Twitter aquello de a rey muerto rey puesto: “Felicito al Príncipe de Asturias por su próximo ascenso al trono español. Estoy seguro de que reforzaremos los lazos. #MéxicoEspaña”.
¿Para qué sirve un Rey a estas alturas?, se preguntan muchos ciudadanos de nuestro país. Bajo un prisma histórico, la realeza española no goza de buena fama a este lado del Atlántico. En los libros de texto de los colegios no suelen quedar bien parados. La guerra de Independencia de México comenzó el 16 de septiembre de 1810 y el divorcio culminó 11 años después, el 27 de septiembre de 1821. Muchos mexicanos comentaban por la mañana que la figura del Rey remitía a otra época, a un tiempo pasado que todavía genera algunas controversias identitarias. En ocasiones contradictorias. Los descendientes directos de españoles, ahora mexicanos de pleno derecho, son hijos de los republicanos que huyeron del franquismo y fueron acogidos con los brazos abiertos por el Gobierno del general Lázaro Cárdenas. Sin embargo, una parte de la colonia española reivindica al Rey como un ente aglutinador de la hispanidad, una perspectiva que a los mexicanos les parece una pose. El productor Orozco, español con residencia en México después de una década, hizo una serie de vídeos en los que preguntaba a los mexicanos qué les parecía la monarquía. Salvo algunas excepciones, señala que la mayoría veía la Casa Real con un punto romántico de la edad media, un imaginario lleno de princesas, largos vestidos y sapos.
Los mexicanos sienten muy cercana a Doña Letizia, futura reina. La asturiana pasó una época en la ciudad mexicana de Guadalajara, primero estudiando y después ejerciendo el periodismo. Una pintura recuerda su paso por la ciudad. Ahí también, en 1991, el rey Juan Carlos asistió a la I Cumbre Iberoamericana que reunió, por vez primera, a los mandatarios de Portugal, España y América Latina: desde Fidel Castro hasta Carlos Salinas de Gortari. Una placa de bronce aún recuerda su paso por la ciudad que ahora más que nunca parece histórica: “En esta habitación se hospedó don Juan Carlos y su esposa, doña Sofía los días 18 y 19 de julio de 1991”. Esos días se publicó un artículo de opinión de uno de los artífices de la “transición’, el periodista y empresario Juan Luis Cebrián, director entonces de “El País”, “La utilidad de un rey” era su titular. Acompañamos en nuestras publicaciones el texto con una imagen donde se le ve al monarca junto al actual presidente de España, Mariano Rajoy y a los ex mandatarios Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero, en la última fiesta conmemorativa de la Constitución Española de 1978, muy similar a “La Pepa”, carta magna de las Cortes de Cádiz de 1812. Otros dos presidentes de la “Transición”, Leopoldo Calvo Sotelo y Adolfo Suárez fallecieron en 2008 y en 2014.
Es comentario habitual entre algunos de los integrantes de las monarquías europeas que la institución de la Corona, allí donde existe, pervivirá mientras siga siendo útil a la ciudadanía de sus respectivos países. Si este es el criterio por el que habría que medir la gestión del rey Juan Carlos, sería fácil otorgarle un sobresaliente “cum laude”. Tildado por Santiago Carrillo, en la agonía del franquismo, como “Juan Carlos El Breve”, el propio secretario general del Partido Comunista Español acabó reconociendo los grandes servicios que el Rey prestó a la causa de la democracia y de la libertad de los españoles, y que explican por sí solos la larga duración de su reinado. Es más que probable que, aun sin la Corona, la España posterior a la dictadura hubiera conseguido la instauración de un régimen democrático. Pero con toda seguridad hubiera sido mayor el precio por pagar y más difícil el camino por recorrer. La presencia y actitud del Monarca, definido en su día por un líder político como el motor del cambio, resultaron definitivas a la hora de la modernización de nuestro país, su inclusión en el concierto de las naciones defensoras de las libertades democráticas, y la obtención de la estabilidad política y social que hemos vivido durante las últimas décadas. Quienes de una manera u otra formamos parte de la generación de la transición somos testigos de ello. Por eso el Rey gozó desde hora temprana del apoyo y reconocimiento de los partidos políticos y organizaciones sociales que respondían a emociones republicanas, pero para los que era prioritaria la recuperación de las libertades. La sucesión en el trono se va a producir en momentos especialmente delicados de la vida española, acosados los ciudadanos por la crisis económica, desorientada la clase política, huérfano el país de los liderazgos necesarios, e inmerso en una confusión que amenaza tanto la cohesión territorial como la social. De forma que la utilidad de la institución monárquica sigue siendo un buen parámetro a la hora de apoyar esta nueva verdadera transición que constituye la asunción del trono por el Príncipe de Asturias. No nos encontramos sólo ante un relevo generacional, sino ante un cambio de época en el que nuevamente la institución puede y debe servir de ayuda a la hora de solventar los serios problemas que enfrentamos. Sin duda el más evidente desde el punto de vista estructural es la desafección creciente hacia el Estado que se percibe en Cataluña. La exasperante pasividad del Gobierno a este respecto no ha hecho sino empeorar las cosas. Por eso, si ya parecía evidente que era precisa una reforma constitucional que garantizara la continuidad del sistema emanado de la ‘transición”, el paso dado este mismo lunes por el Rey la justifica aún más.
Para los que temen en este sentido verse abrumados por la acumulación de problemas, como pretexto para no enfrentarlos, conviene recordar que don Juan Carlos se hizo cargo de la Jefatura del Estado en momentos mucho más difíciles que los que ahora vivimos, y con menos resortes para responder a la situación. Una reforma adecuada del sistema constitucional, pactada entre las fuerzas políticas y sometidas a la consulta y aprobación de los españoles, ayudaría mucho a que el reinado de don Felipe, a quien nadie atribuye hoy el adjetivo de “Breve”, sea tan fructífero y duradero como el de su padre.
Don Juan Carlos perderá la inviolabilidad de la que ahora disfruta como Rey de España el mismo día en que firme su abdicación. Y el día en que don Felipe sea proclamado como monarca de los españoles, las infantas Elena y Cristina dejarán de pertenecer a la familia Real, que quedará reducida a seis miembros: los nuevos Reyes -don Felipe y doña Letizia-, doña Leonor -quien ya será Princesa de Asturias-, doña Sofía y quienes entonces ya entonces serán reyes sin trono, don Juan Carlos y doña Sofía, según han informado fuentes de la Casa del Rey. Las Infantas Elena y Cristina saldrán de la familia real en cuanto el Príncipe sea proclamado rey. Pasarán a tener el mismo estatus que las hermanas de don Juan Carlos, esto es, el de familia del Rey, y no tendrán actos o agenda oficial. La hija menor de los Reyes lleva apartada de facto de la actividad pública de la institución desde la imputación de su marido, Iñaki Urdangarin, en el caso Noos en diciembre de 2011. El Rey tendrá que firmar la ley de abdicación en una ceremonia solemne en el Palacio Real el mismo día de su aprobación en el Congreso. Y una vez la firme perderá la inviolabilidad jurídica como Monarca, por lo que, al contrario de lo que ocurría ahora, podrían aceptarse demandas contra don Juan Carlos. Los partidos políticos (PP y PSOE tienen el 80% del Congreso) podrían aprobar después un aforamiento especial.
Don Juan Carlos y don Felipe han coincidido hoy por primera vez en público desde el anuncio de la abdicación, ayer. Ha sido en un acto castrense en el monasterio de San Lorenzo de El Escorial con motivo del 200 aniversario de la Orden de San Hermenegildo, que condecora a los oficiales que “con la renuncia de sus propias conveniencias y libertades dedicasen lo mejor de su vida al servicio de los Ejércitos y Armada”. Don Felipe ha estado en todo momento muy pendiente de su padre. Ambos han acudido al acto con el uniforme del Ejército de Tierra, y el Rey, todavía como jefe de las Fuerzas Armadas. A la ceremonia, que ha incluido una intervención de la Patrulla Águila para dibujar en el cielo la bandera española, ha acudido el presidente de la comunidad de Madrid, Ignacio González, el Jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra, Jaime Domínguez Buj, y el Jefe del Estado Mayor del Ejército del Aire, Francisco Javier García Arnáiz. También un pequeño grupo de monárquicos que aplaudieron al rey entrante y al saliente. “Estoy contentísima. El Rey ha hecho muy bien. Creo que la abdicación era irremediable. Y si ya tuvimos un Felipe el hermoso ahora vamos a tener un Felipe, el estupendo”, aseguraba Carmen. Mañana, don Felipe pronunciará su primer discurso desde que el Rey anunció su renuncia al trono. Será en Navarra, junto a la futura Reina, para entregar el premio Príncipe de Viana y homenajear a los Reyes de Navarra.
Ha sido tan la intensa vida amorosa del “Don Juan Tenorio” de la globalización y todavía marido infiel de la sufrida Sofía de Grecia, que es una “Misión Imposible” el diferenciar el rumor de la realidad. Durante muchos años, gracias al silencio cómplice de los “mass media” eran “secretos de Estado” los romances extramatrimoniales con protagonistas de la farándula cultural como la actriz alemana Nadiuska, secundera en “Conan el Bárbaro”, con Arnold Schwarzenegger, la italiana presentadora y cantautora de “Fiesta” Raffaella Carrá, la “Evita” madrileña y Premio Granmy Latino Paloma San Basilio o hasta la manchega “violetera” Sara Montiel. En la larga “Lista Schindler” del romántico José Zorrilla, aparece la mismísima Diana de Gales, esposa entonces del eterno jubilado aspirante a la Corona Británica hasta que su madre Isabel II del Reino Unido lo quiera, Carlos de Gales. Las relaciones “reales” fueron con la diseñadora balear Marta Gayá, la princesa de origen danés Corinna zu Sayn-Wittgenstein, y la vedette y ex esposa del domador de tigres Ángel Cristo, la locuaz y cruel Bárbara Rey: “Estas son dos tetas y no las de la Reina”.
Finales de agosto de 1992. Recién acabados los Juegos Olímpicos de Barcelona y con la Expo de Sevilla todavía en su esplendor. El entonces jefe de la Casa del Rey, Sabino Fernández Campo, llama por teléfono al periodista Jaime Campmany. La revista Época, que él dirigía, acababa de sacar al mercado su número 392 con el título “La dama del rumor: Atribuyen al Rey una relación sentimental con Marta Gayá, con foto en portada de esta última y firmada por mí”. Sabino le cuenta a Campmany que le llama desde el punto de vista personal, no como jefe de la Casa del Rey: “Mira, Jaime, te llamo desde el punto de vista humano; la reina está rota, no para de llorar, no hay persona que pueda consolarla. Te pido, desde nuestra amistad, que dejes de publicar más cosas sobre el rey y Marta Gayá, es lo único que podemos hacer por la reina como mujer”. Más de un cuarto de siglo después, la historia se repite. La reina emérita, doña Sofía, presidía junto a don Juan Carlos y los reyes Felipe y Letizia el acto de entrega de los Premios Nacionales del Deportes y que se celebró en el Palacio de El Pardo. Ese mismo día, la periodista Pilar Urbano contaba a través de sus “Cuadernos Cerrados” la historia de cómo un diamante de dos millones sirvió de prenda entre Bárbara Rey y Juan Carlos. Tanto en los prolegómenos como después del acto de entrega de los deportivos galardones, se podía atisbar a una reina Sofía triste, abatida y apagada. Un pequeño círculo de personas próximas comentaba en privado que estaba desolada. Y así, incluso, lo comentó ella en audiencia privada: “Lo estoy pasando muy mal”. Se refería a la aparición de nuevo en los medios de comunicación de los amoríos del rey Juan Carlos. La reina se refugia cada vez más en su propia familia, siempre tan unida y ahora protectora de doña Sofía: su hermano Constantino, su hermana Irene y su prima Tatiana. Reside sola en España e intenta llevar con el mayor temple posible el revuelo mediático, aunque no siempre lo consigue.
En la intensa vida amorosa de don Juan Carlos lo más difícil es diferenciar el chisme de la realidad, habida cuenta de los infinitos rumores que han circulado durante años apuntando nombres tan variopintos como Nadiuska, Raffaella Carrá, Paloma San Basilio o hasta Sara Montiel, sin olvidar algo tan absolutamente improbable como un posible flirteo con Diana de Gales; sin duda, fruto de fantasías muy fértiles. Pero las relaciones con Marta Gayá, Barbara Rey y la princesa Corinna zu Sayn-Wittgenstein han sido más que suposiciones. Durante muchos años, la decoradora Marta Gayá formó parte del núcleo duro de amistades que rodeaban al rey don Juan Carlos en Mallorca, junto al príncipe Tchokotua y su entonces mujer Marieta Salas o el aristócrata-escritor José Luis de Villalonga. Un grupo en el que el primer requisito era la discreción, y en el que entraban y salían “otros amigos” dependiendo de su “prudencia”. Cualquier filtración o rumor era suficiente para que se le “expulsara” del mismo. En este punto Marta Gayá siempre lo ha cumplido a rajatabla. Siempre ha sido muy difícil captarla en cualquier acto público junto al monarca. Hija de una acaudalada familia mallorquina con recursos económicos propios, se casó muy joven con un ingeniero de renombre, de quien tiene una hija y del que se divorció al poco tiempo.
Conoció a don Juan Carlos en 1978 y su relación más íntima comenzaría más tarde, a finales de los años 80, aunque su nombre no saltaría a la prensa hasta 1990, tras un cúmulo de circunstancias. El monarca empezó a descuidar las obligaciones familiares e, incluso, las oficiales. En un principio sus encuentros eran protegidos con gran cautela, los periodistas que cubrían la información en Mallorca siempre estaban atentos a cualquier salida de don Juan Carlos, pero públicamente nunca se le vio con Marta. Pero la relación empezó a tener consecuencias políticas y se convirtió en un serio conflicto cuando el rey desapareció del mapa. Fue el expresidente socialista Felipe González, quien el 18 de junio de 1992 a la pregunta de un periodista sobre el nombramiento del ministro que sustituiría en Asuntos Exteriores a Francisco Fernández Ordóñez, tras la renuncia de este el 2 de junio de 1992, apenas dos meses antes de su fallecimiento, quien levantó las sospechas: “No he podido hacerlo porque el rey no está”. Don Juan Carlos regresó un sábado por la mañana, despachó con el entonces presidente socialista Felipe González antes del mediodía y comió en privado con el presidente de Sudáfrica, Fredierik De Klerk, que estaba en Madrid de visita oficial. Por la noche ya estaba de nuevo en Suiza. Dejó plantada, sola, a doña Sofía, entre lloros.
En las relaciones personales del hoy rey emérito cabe diferenciar tres épocas claramente marcadas. La primera, los años de su vida entre Estoril y Madrid previos a su matrimonio. Años que incluyen desde los primeros devaneos de la adolescencia con jóvenes de su entorno, como una de las hijas de la familia Posser de Andrade, hasta con la bella, avanzada y moderna aristócrata belga Chantal Stucky de Quay, hija del conde Stucky de Quay, luego casada y divorciada del español Alberto Coronel y ahora dueña de una tienda de tono en Estéril. O su sonadísimo romance, de fuerte carga sexual, con Olghina Nicolis de Robilant. De él anduvieron enamoriscadas las princesas Isabelle y Hélène de Orleans, hijas de los condes de París, pero aquello, como el romance real y continuado en el tiempo con la princesa Maria Gabriela de Saboya, fueron seguramente relaciones más platónicas y dentro del orden de lo conveniente en los circuitos regios que otra cosa. La relación con la “frívola” Olghina Nicolis de Robilant duró hasta su boda con doña Sofía en 1962. Según los especialistas en Casa Real, “ninguno de aquellos amoríos debió de ser exclusivo sino simultaneado”. También se habló por entonces de la bella Charo Palacios, luego condesa de Montarco y musa de Elio Berhanyer, de quien se dice que durante años tuvo una gran influencia sobre él, aunque sus amoríos fueron en los tiempos de Estoril.
La segunda época es la que va desde su matrimonio con la reina hasta la muerte de Francisco Franco. Fueron años sin duda más sobrios pues el dictador, que tenía al príncipe sometido a un estricto control, no hubiera permitido devaneos de ese tipo. Dicen que lo que pudiera haber por entonces habría tenido lugar con más probabilidad en viajes fuera de España. A eso hay que añadir la parca economía de los príncipes en aquellos años. La tercera época es la que comienza con el reinado y la libertad de acción que eso le permitió en base a su código moral. La primera gran quiebra de la pareja tuvo lugar en enero de 1976 cuando doña Sofía, aparentemente enterada de una sonada infidelidad, se marchó a la India llevándose con ella a sus tres hijos permiso explícito del Gobierno. Aquello dio lugar a una gran rumorología, y se cubrió bajo la pantalla de un viaje de la reina y sus hijos a la ciudad de Madrás para visitar allí a su madre la reina Federica de Grecia. Parece que aquella marcha de la reina se debió a una relación del rey con una folclórica, que podría haber sido Sara Montiel.
Pero las tres relaciones importantes de las que se tiene constancia, por ser las que se mantuvieron por más largo tiempo, son las conocidas: Bárbara Rey, Marta Gayá y Corinna zu Sayn-Wittgenstein. La primera relación seria del monarca fue con Bárbara Rey, antes que con Marta Gayá. Comenzó a principios de la Transición Democrática. Se hicieron amigos por medio de Adolfo Suárez, otro amigo de la entonces vedette en una etapa en la que ella apoyaba al líder de UCD (Unión de Centro Democrático). La relación, iniciada a comienzo de los años ochenta, continuó de manera intermitente a lo largo de muchos años, hasta que un buen día, en el mes de junio de 1994, don Juan Carlos, con frases amables, le hizo saber que la historia había acabado. Pero Bárbara no estaba dispuesta a pasar página tan fácilmente, y más de dos décadas después siguen saliendo más detalles a la luz.
Mientras que la relación del monarca con Bárbara Rey fue intermitente, la unión con Marta Gayá fue una relación casi matrimonial que se alargó en el tiempo hasta la aparición de la ínclita Corinna zu Sayn-Wittgenstein, la “amiga entrañable”. La princesa alemana (de soltera Corinna Larsen) y don Juan Carlos se conocieron en una cacería en Ciudad Real, en el año 2004. Ella, aunque aún no se había divorciado de su segundo marido, hacía ya vida separada. Desde entonces mantendría una larga relación con el rey Emérito no exenta de altibajos. Don Juan Carlos la introdujo en los círculos de la buena sociedad madrileña presentándola en cenas, acudiendo a monterías e incluso formando parte de la comitiva real en viajes de Estado. Tras estudiar Relaciones Internacionales en Ginebra, marchó a París con 21 años para trabajar. Tres años después contrajo matrimonio con Philips Adkins, padre de su primera hija y hombre de confianza del rey en la actualidad. De hecho, estaba en la cacería de Botsuana junto al monarca y Corinna. En el año 2000, Corinna se convirtió en princesa consorte al contraer matrimonio con Johann Casimir zu Sayn-Wittgenstein. El acuerdo de divorcio permitió a la aristócrata utilizar el título de princesa y el apellido de la familia de su ex de manera vitalicia, algo que ha utilizado para sus negocios. El campo de acción de zu Sayn-Wittgenstein siempre ha estado principalmente en el Golfo Pérsico y los países de la extinta Unión Soviética. Hay que recordar que la princesa era una de las organizadoras de cacerías para estos magnates a través de la influyente armería británica, Boss, de la que era directora general.
Durante mucho tiempo la vida privada del monarca español sólo se publicó en revistas internacionales. Por ejemplo, el periódico inglés The Daily Telegraph no dudó en airear el gusto del Rey por las mujeres. Hoy, la prensa española ya acapara en sus portadas los supuestos escándalos sentimentales. Con el paso de los años parece que la relación con Marta Gayá ha sido una simple anécdota al lado de todo lo que ha venido. El rey Juan Carlos I ha estado considerado durante años en Europa como un “bon vivant”. Como ya es de sobras sabido, Bárbara Rey fue la amante -o una de ellas- de Juan Carlos I durante años. Al otro lado, se encuentra la Reina Sofía, la engañada por su marido, y que hoy en día sigue pasándolo mal por aquellos hechos, todavía más cuando toca revivirlos sí o sí. Desconocemos si la Reina emérita y la vedette se han visto muchas veces en su vida, pero de las no demasiadas ocasiones en las que Bárbara Rey ha dicho algo sobre el tema, no lo ha hecho precisamente con compasión o respeto… “Pues yo podría llevar mejor que otras el título de reina”, en clara referencia a la mujer de Juan Carlos I. Como buena amante quería ocupar el puesto de la esposa oficial. Otra locura de la Rey, cuyo apellido no era “noble”, y mucho menos, sus frases nada respetuosas y benévolas con la Corona. “Estas son dos tetas y no las de la Reina”, afirmaba un día sí y el otro también la cabaretera. Bárbara Rey tuvo que defenderse de acusaciones de haber realizado grabaciones “con finalidad intimidatoria” contra Juan Carlos I. La prensa rosa abrió la veda de “caza” contra la Familia Real, uno de cuyos ex integrantes, Iñaki Urdangarín, es desde hace meses atrás reo real, por corrupción de dinero público. Su esposa, la todavía Infanta de España, Cristina de Borbón, ha visitado la cárcel para ver al yerno más importante de la España post dictatorial. Todas las suegras soñaban con tener a un Iñaki en casa. Hoy no le quieren. Quereres compatibles en la España profunda de nuestro Federico García Lorca y “La casa de Bernarda Alba”, una obra teatral en tres actos de quien fuera asesinado por los falangistas de 1936, en pleno Golpe de Estado del Caudillo Franco.
La Casa del Rey difundió el domingo, 15 de este mes de marzo, un comunicado en el que Felipe VI hacía pública la renuncia a la herencia de su padre, don Juan Carlos, y retiraba a este la asignación económica prevista en el presupuesto de la Jefatura del Estado. Estas decisiones responden a las informaciones publicadas sobre la existencia de dos fundaciones en el extranjero en las que el Rey emérito aparece como beneficiario y no declaradas en España, una de las cuales habría recibido pagos de Arabia Saudí y en la que, sin su conocimiento, aparecería el rey Felipe VI, también como beneficiario. La gravedad de unos hechos presuntos sobre los que ya trabaja la justicia no puede ser minimizada con la excusa de proteger el sistema constitucional de 1978. Felipe VI ha tenido sus Annus Horribilis, Años Terribles, por acciones protagonizadas por miembros de su propia familia, por su cuñado Iñaki Urdangarín y su esposa Cristina de Borbón, y por su propio padre Juan Carlos I.
La “sangre azul” de la realeza no la inmuniza del bandolerismo que acompaña a las élites políticas, económicas, culturales, sociales… de nuestros siglos XX y XXI. Los asaltantes de las diligencias que trasportaban oro, joyas, dinero y otros enseres, en el pasado siglo XIX, caracterizados en series televisivas como “Curro Jiménez, con largas patillas, despeinados y con barbas de varios días, subidos a sus caballos y armados de trabucos, todos miembros de las plebes, que querían emular al anglosajón Robin Hood, se han transformado en reyes, príncipes, presidentes, empresarios, políticos, policías… Ante los desmanes de Iñaki y Juan Carlos en España, y sus problemas, con el primero en la cárcel y el segundo a punto de ser llamado por los jueces, la plebe, el pueblo, carcajea…
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