SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY EL BESTIARIO

EL BESTIARIO

Los bulos del Imperio Romano ‘suicidaron’ a Cleopatra

“Spillover”, el nuevo libro del estadounidense David Quammen nos explica la pandemia del coronavirus y la ‘infodemia’. Donald Trump, delira; Joe Biden, suplica, en Twitter, “Por favor no bebáis lejía”; los ciudadanos, alucinan…

SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY

Desde hace años, para los expertos y cualquier persona informada, el estallido de la siguiente pandemia era una cuestión de tiempo, y su origen, evidente: un virus latente en animales que diera el salto al ser humano como el Sida o el H1N1 que causó la gripe de 1918, el ébola, el Sars, el virus de Marburgo o la gripe aviar. En esta obra de referencia internacional, ‘Contagio’, el estadounidense David Quammen se sumerge en la historia reciente de esas enfermedades zoonóticas, y persigue su rastro en compañía de los mejores científicos del mundo en la selva centroafricana, las cuevas de China meridional o las azoteas de Bangladés, pero también en los sofisticados laboratorios cuyo personal investiga virus letales bajo las más altas medidas de seguridad. Aunque “Spillover” en ingles se lee como un thriller, repleto de incidentes, pistas e interrogantes, a la vista de la crisis desatada por la aparición de la nueva pandemia su lectura no solo resulta apasionante; es imprescindible. “David Quammen es el mejor escritor de historia natural; sus libros impresionan por su precisión, su energía y su escritura brillante y evocativa…”, comentan de él en  el periódico “The New York Times”. La pandemia se convierte en “infodemia” en las últimas horas, con el mismísimo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, delirando conforme los ciudadanos muertos en la primera potencia del mundo, superan los 50.000, y el número de contagiados se cuentan por cientos de millares Los médicos, tras las palabras de Donald Trump, gritan a la población: “Por favor, no coman pastillas de detergente ni se inyecten ningún tipo de desinfectante”. El Servicio de Emergencias del Estado de Washington y fabricantes del sector de la limpieza alertan que no se puede tomar al pie de la letra las palabras del presidente.

“Lysol”. “Inyéctate desinfectante”. “No bebas lejía”. “Desinfectante”. Encabezada por la popular marca de productos de limpieza, así lee la lista de las tendencias en Twitter en Estados Unidos este viernes, a la hora de escribir por la tarde esta columna para Quequi. El cachondeo general obedece a la última incursión de Donald Trump en las procelosas aguas de la ciencia. El jueves, en su rueda de prensa diaria sobre la evolución de la crisis del coronavirus, el presidente se preguntó si no sería una buena idea inyectar en el cuerpo de los pacientes de Covid-19 desinfectante o golpearlo con una “tremenda luz ultravioleta”, dada la eficacia de uno y otra a la hora de liquidar al patógeno. La comunidad científica ha salido en tromba a alertar a la población contra el peligro de tomar al pie de la letra las palabras del mandatario de la Casa Blanca. Y hasta la compañía Reckitt Benckiser (RB), fabricante de populares productos de limpieza y desinfección como Lysol y Dettol, ha emitido un comunicado desaconsejando dichos experimentos: “Debido a la reciente especulación y actividad en redes sociales, se ha preguntado a RB si la administración interna de desinfectantes puede ser apropiada para la investigación o su uso como tratamiento para el coronavirus. Como líderes globales en productos de salud e higiene, debemos dejar claro que bajo ninguna circunstancia deben ser administrados nuestros productos desinfectantes al cuerpo humano, sea por inyección, ingesta o cualquier otra ruta”, dice el comunicado. Las redes sociales y televisiones se han llenado de aclaraciones por parte de la comunidad científica. “Para quien necesite escuchar esto esta noche: los productos que usas para matar directamente virus y bacterias normalmente matan células humanas sanas también”, decía en Twitter el doctor Ryan Marino, experto en toxicología de los hospitales universitarios de Cleveland. “Por favor no hagan eso. Atentamente, todos los toxicólogos”, tuiteaba el profesor de Harvard Bryan D. Hayes. “Inyectarse o ingerir cualquier tipo de producto de limpieza”, recordó el neumólogo Vin Gupta en la NBC, “es un método habitual para las personas que quieren matarse”. Su rival demócrata en las elecciones presidenciales del próximo noviembre, Joe Biden, puso en Twitter: “No me puedo creer que tenga que decir esto; por favor no bebáis lejía”.

Pocas horas después de que el Gobierno de México decretara la emergencia sanitaria por el coronavirus, una comunicación importante comenzó a circular entre los 70 mil empleados del poderoso Grupo Salinas, un emporio de negocios financieros, comerciales y de comunicación, servicios de seguridad y energía. “Hoy, más que nunca, México nos necesita”, decía el texto. Era una orden de Ricardo Benjamín Salinas Pliego para que sus empleados siguieran trabajando. Era uno de los empresarios más cercanos al presidente López Obrador jaleando a la desobediencia de las instrucciones del Gobierno en plena pandemia. “Hoy estamos mal: las calles vacías, todo cerrado, las escuelas y hoteles vacíos, parques sin gente. Esto no puede ser. La vida debe continuar”, dijo Salinas Pliego a finales de marzo a sus empleados. El anuncio pretendía sacudirse “el miedo que nos han metido” y luchar para evitar que la economía mexicana se desfonde. Desde entonces, un mensaje similar ha sido propagado en los informativos de su cadena, TV Azteca, comprada a precio de saldo tras ser privatizada en 1993 por el Gobierno de Salinas de Gortari. TV Azteca es la segunda cadena con más audiencia del país, un canal principalmente consumido por los estratos más populares del país, la misma base de votantes de López Obrador. “Ya no le hagan caso a López Gatell. Sus cifras se volvieron irrelevantes”, dijo el conductor del noticiero de la noche sobre las ruedas de prensa del subsecretario de Salud, que ejerce de portavoz del Gobierno ante el coronavirus.

Las declaraciones, que han causado un fuerte revuelo en México, fueron respondidas al día siguiente por López Obrador: “creo que se equivocó mi amigo Javier Alatorre. Fue una actitud no bien pensada”. Una reacción muy templada en comparación con la actitud beligerante que suele tener el presidente con las críticas de los medios. “Aliados de la mafia del poder” o “prensa fifi” son descalificativos habituales, pero que pocas veces recaen en los periodistas del TV Azteca. En medio de la polémica, Salinas Pliego se convertía esta misma semana en el segundo hombre más rico de México. Tiene por encima solo a Carlos Slim en la última actualización de la lista Forbes. Al frente del Grupo Salinas, ha logrado desbancar a la poderosa minera de Germán Larrea y aumentar su patrimonio hasta cerca de los 11.700 millones de dólares. Todo esto en 2019, un año complicado para hacer negocios en México.

Mientras la economía mexicana se despeñaba hacia su primera caída (0,1%) en una década, Salinas acumulaba concesiones del Gobierno Federal como del Ejecutivo de Ciudad de México, ambos en manos del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena). La sintonía de Salinas Pliego con López Obrador se remonta varios años atrás, desde que este era jefe de Gobierno de la capital mexicana (2000-2005). La madrugada del 2 de julio de 2018, el empresario fue uno de los escasos invitados al apartamento de López Obrador para celebrar el arrasador triunfo en las presidenciales. Brindaron aquella noche con whisky junto a quienes se convertirían en figuras claves del Gobierno obradorista: Alfonso Romo, jefe de la oficina de la presidencia, y Julio Scherer, el consejero jurídico del presidente. Entre las jugosas licitaciones que las empresas de Grupo Salinas ha conquistado durante el año pasado destaca la de Total Play, la división de telefonía e Internet, que obtuvo en marzo dos contratos para gestionar los sistemas de videovigilancia de la capital por 40 millones de dólares. En agosto, Seguros Azteca venció en la licitación de las pólizas que cubren los accidentes en la calle de policías y funcionarios capitalinos: casi 3 millones de dólares, un 19% más que el costo fijo anual del contrato durante los últimos seis años. Esta misma división de seguros fue elegida para cubrir “todos los bienes muebles e inmuebles” de la secretaría de Educación por más de 42 millones de dólares. El ministro de Educación de López Obrador, el expriista Esteban Moctezuma Barragán, fue presidente de la Fundación Azteca de Salinas Pliego durante 17 años.

La medida más polémica en la relación del Gobierno de Morena con el Grupo Salinas ha sido la adjudicación directa a Banco Azteca de la gestión del pago de los principales subsidios, la gran bandera social de López Obrador, con un presupuesto de más de 12.000 millones de dólares. El nuevo sistema borraba del tablero a organizaciones veteranas de la sociedad civil que llevaban años gestionando estas ayudas, pero incluía como nuevo jugador a uno de los bancos que más quejas acumula ante los organismos de defensa del consumidor por las altas tasas de sus créditos y sus métodos de recobro, que suelen incluir visitas domiciliarias. Cuando la comisionada de Competencia Económica criticó la adjudicación directa que benefició a Banco Azteca en un artículo periodístico, la empresa de Salinas Pliego pasó a la ofensiva. Los abogados de la compañía la denunciaron ante un órgano de control interno repudiando su opinión. La maniobra fue ampliamente considerada como una muestra de amedrentamiento a una especialista en materia antimonopolios. Pero Grupo Salinas sabe jugar rudo cuando se necesita.

“Ricardo Salinas tiene dinero, pero tiene dimensión social”. Así suele defender López Obrador su sintonía con el empresario, quien forma parte además de su consejo asesor empresarial. La razón que el Gobierno ha repetido para concederle la gestión de los subsidios ha sido sobre todo la red de más 4.000 sucursales de Elektra diseminadas por las zonas más populares del país. Elektra es el germen del imperio Salinas. Heredada de su padre, se trata de una sui generis integración de comercio minorista y servicios financieros concentrados en la población pobre no solo de México, también tienen presencia en Centroamérica y Estados Unidos. Ese parece ser el vínculo más fuerte entre el político y el empresario. Ambos tienen el mismo mercado. Los pobres como clientes y como votantes. Las críticas al modelo de Salinas son, en todo caso, una constante. Es difícil encontrar la dimensión social de un negocio que aprovecha los agujeros de la bancarización y la informalidad de un país con casi la mitad de su población viviendo bajo el umbral de la pobreza para ofrecer créditos personales muchas veces por encima del 50%. Salinas Pliego cumple más bien con los parámetros de la aristocracia económica mexicana. Pertenece a una poderosa saga familiar de la ciudad de Monterrey, el corazón industrial del país, y sus negocios han prosperado al calor de privatizaciones y concesiones públicas. Los orígenes de su fortuna se remontan a principios del siglo pasado, cuando su bisabuelo abrió una fábrica de camas de latón. Ya entonces se dieron cuenta de que las tiendas tenían que estar abiertas todo el día, y que para venderle a gente de bajos recursos había que hacerlo a plazos y con pagos semanales”, explicaba hace cinco años en una entrevista a este diario el entonces director del Banco Azteca, Luis Niño de Rivera, nombrado en 2019 presiente de la patronal bancaria. El banco heredó esas prácticas comerciales. Abren todos los días del año, de nueve a nueve. Su créditos se pagan cada semana, en vez del plazo mensual estandarizado por los bancos. Un ritmo que el Salinas Pliego no quiere perder ni siquiera en los tiempos de la COVID-19.

Son las cinco de la tarde en Bozeman, pequeña ciudad de Montana (EE UU), donde los espacios son vastos y el distanciamiento social no necesita imponerse a la fuerza, porque forma parte del paisaje desde tiempo inmemorial. David Quammen, de 72 años, cultiva su jardín cuando suena el teléfono. “Paseamos al perro por el barrio, saludo a los vecinos desde la otra acera y en tres semanas no he estado más cerca de seis pies (dos metros) de otra persona, a parte de mi esposa”, dice este veterano reportero y divulgador científico que hace años recorrió los cuatro rincones del planeta persiguiendo a los virus zoonóticos, es decir, que saltan de los animales a los humanos. El resultado fue ‘Spillover’. ‘Animal infections and the next human pandemic’ (Contagio, en la traducción español que la editorial Debate publica el 23 de abril en ebook y el 14 de mayo en papel). El libro fascina y espanta. Por lo que cuenta: el mundo de las infecciones de origen animal. Y por lo que predice: una pandemia humana muy parecida a la del virus que causa la COVID-19. Ahora es una de las obras de referencia para entender el ente microscópico que ha paralizado al mundo.

¿Le sorprende lo que está ocurriendo? “En absoluto. Todo -el virus procedente de un murciélago que después pasa a los humanos, la conexión con un mercado en China, el hecho de que se trate de un coronavirus- era predecible. Es lo que los expertos a los que entrevisté para mi libro me decía”. ¿Nada le sorprende? “Sí: la falta de preparación de los Gobiernos y los sistemas sanitarios públicos para afrontar un virus como este. Me sorprende y me decepciona. La ciencia sabía que iba a ocurrir. Los Gobiernos sabían que podía ocurrir, pero no se molestaron en prepararse”. ¿Por qué? “Los avisos decían: podría pasar el año próximo, en tres años, o en ocho. Los políticos se decían: no gastaré el dinero por algo que quizá no ocurra bajo mi mandato. Este es el motivo por el que no se gastó dinero en más camas de hospital, en unidades de cuidados intensivos, en respiradores, en máscaras, en guantes”. Sin esta falta de preparación, ¿no estaríamos todos confinados? “En efecto. La ciencia y la tecnología adecuada para afrontar el virus existe. Pero no había voluntad política y, por tanto, el dinero, y la coordinación entre gobiernos locales y nacionales, y entre gobiernos en el mundo. Tampoco hay voluntad para combatir el cambio climático. La diferencia entre esto y el cambio climático es que esto está matando más rápido”.

“Ofrecemos más oportunidades que nunca a los virus”, escribe usted. “Porque somos más y porque estamos más conectados entre nosotros. Cuando entramos en la selva y capturamos a un animal salvaje -un roedor, un murciélago, un pangolín, un chimpancé-, y este animal tiene un virus, y este virus salta hacia nosotros, y descubre que en nuestro interior puede replicarse, y que puede transmitirse de un humano a otro… Cuando ha ocurrido todo esto, a este virus le ha tocado el gordo. Se ha metido por una puerta que le ofrece una enorme oportunidad. Porque somos 7.700 millones de anfitriones potenciales para ellos y porque estamos hiperconectados: la peste bubónica mató quizá a un tercio de la población europea, pero en el siglo XIV no podía pasar a Norteamérica ni a Australia. El virus que causa la COVID-19 es uno de los virus de más éxito del planeta, junto a la cepa pandémica del VIH. Y nosotros le hemos invitado a tener tanto éxito. ¿Qué ha aprendido en los últimos tres meses sobre los virus? “Algo que me sorprende es que, hasta ahora, este virus no está evolucionando demasiado rápido. Algunos científicos, como Trevor Bedford en Seattle, han tomado muestras de varias personas en diversos momentos y en distintas partes del mundo, y han dibujado un árbol genealógico del virus. Han descubierto que los genomas del virus no varían mucho en el espacio y el tiempo. El virus no cambia porque no necesita hacerlo. Está teniendo tanto éxito -yendo de un humano a otro, en todos los países del planeta- que, desde el punto de vista de la evolución, no está sometido a ninguna presión para cambiar: ya le va bien siendo como es. ¿Durante cuánto tiempo puede tener tanto éxito? “Hasta que tengamos una vacuna. En este momento, es posible que intente evolucionar. No es que lo intente en realidad, porque no tiene intención, solo es un virus. Pero por selección natural es posible que, accidentalmente, encuentre maneras de esquivar la vacuna. Y entonces empezará la carrera para encontrar vacunas mejores y nuevas. Pero es lo que ya hacemos con la gripe: necesitamos una vacuna nueva cada año porque cambia constantemente”. Mientras tanto, ¿el distanciamiento social y el confinamiento tienen un efecto en el virus? “Sí. Al confinarnos, le retiramos una oportunidad de extenderse de manera tan amplia e intensa como ha hecho hasta ahora. Una manera de pensar en pandemias es la siguiente. En toda población de víctimas potenciales, hay personas susceptibles al virus. Hay personas infectadas por el virus. Hay personas muertas. Y hay personas que se han recuperado. Y, una vez que se han recuperado, es más difícil que sean reinfectadas. De modo que se llega a un punto en el que el número de muertos es alto, el número de recuperados es alto y el número de infectados puede ser todavía alto, pero el número de personas susceptibles puede ser relativamente bajo y estar disperso. En ese momento, el virus que se encuentra en los infectados no tiene oportunidades de contactar con los susceptibles”. ¿Y entonces? “En este punto, la pandemia tiende a terminar”.

La pandemia de coronavirus ha alumbrado un nuevo fenómeno: la llamada ‘infodemia’. El término, referido al contagio de noticias falsas relacionadas con esta crisis, ha hecho fortuna en Bruselas, en la Unión Europea, para clasificar un tipo de desinformación que ha dejado de ser residual. Las bolsas de cadáveres apiladas en un supuesto hospital español, el falso Boletín Oficial del Estado con un calendario de desescalada del confinamiento o los remedios caseros para curar el coronavirus son solo tres ejemplos del océano de bulos que inunda estos días móviles y tabletas, más utilizados que nunca en los hogares. El Gobierno español del socialista Pedro Sánchez, blanco de muchos de esos ataques, ha identificado más de un millar de bulos relacionados directa o indirectamente con la enfermedad, según fuentes del Ejecutivo de Madrid. Si se aíslan los de corte meramente sanitario, suman ya 200. En Europa, uno de cada cinco casos de manipulación rastreados desde 2015 guarda relación con la COVID-19. Y los análisis no son exhaustivos. Esas pinceladas dan una idea de que la oleada de intoxicación informativa -en sus múltiples facetas- desborda la capacidad de reacción de las instituciones. Los primeros mensajes engañosos se centraban en tratamientos contra la enfermedad. Más tarde empezaron a proliferar las teorías conspirativas sobre el origen del virus (soldados estadounidenses, investigadores chinos…). Finalmente el fenómeno ha adquirido entidad propia en España como arma de confrontación política. Tanto el PSOE como Unidas Podemos, integrantes del Gobierno, han acusado en la fiscalía a Vox de propagar esas mentiras.

El senador Lucio Sergio Catilina nunca quiso quemar Roma, pero gran parte de los ciudadanos de la ciudad así lo creyó, lo que le costó la vida. El político romano Escipión Nasica le hizo una broma a un campesino sobre sus excesivamente callosas manos, pero la anécdota denigrante se extendió y se deformó, así que perdió las elecciones para convertirse en edil. Julio César nunca cruzó el río Rubicón -la frontera entre Italia y la Galia- con un inmenso ejército; sin embargo, eso creyeron sus adversarios, que huyeron despavoridos. Y hasta Marco Antonio y Cleopatra terminaron sus vidas por una burda falsedad que no pudieron detener. El artículo científico ‘Noticias falsas, desinformación y opinión pública en la Roma republicana’, de Francisco Pina Polo, profesor de Historia Antigua de la Universidad de Zaragoza, explica que la propagación de bulos también se empleó con fines interesados en la Antigüedad. La publicación del experto forma parte de un proyecto de investigación de varias universidades europeas denominado ‘False testimonianze, copie, contraffazioni, manipolazioni e abusi del documento epigrafico antico (Testimonios falsos, copias, falsificaciones, manipulaciones y abusos del antiguo documento epigráfico). Pina Polo recuerda que “la expansión de estas falsedades ha existido siempre a lo largo de la historia, y en todo caso lo que ha ido variando es el modo en que han sido difundidas”. Ahora, la diferencia fundamental radica en el fulminante poder de propagación instantánea que tienen las redes sociales.

En la Roma republicana (del 509 al 30 antes de Cristo), las asambleas populares (contiones), servían “como principal megáfono para la propagación entre la población de ideas, propuestas de ley, anuncios de todo tipo y ataques políticos”. “Un discurso pronunciado en una contio podía, por lo tanto, servir como punto de partida para transmitir una información”, pero los falsos rumores que surgían provocaban su rápida difusión. El político, escritor y filósofo Cicerón ya alertó de la importancia decisiva de estos rumores, sobre todo en época electoral, hasta el punto de que podían arruinar la reputación de un político o cambiar el signo de una batalla. Por ejemplo, el historiador griego Plutarco relata que, en el 49 a. de C., Julio César marchaba supuestamente hacia Roma con un enorme ejército (en realidad eran solo 300 jinetes y 5.000 infantes) para atacar a su enemigo Pompeyo Magno. La falsa noticia de su gigantesco ejército provocó el pánico y el caos en la ciudad. Sus habitantes huyeron. “Finalmente, Pompeyo, ante la imposibilidad de conseguir información fidedigna sobre las tropas del enemigo”, abandonó también Roma y dejó vía libre a César.

Otro ejemplo es el del tribuno de la plebe Tiberio Graco, quien en el 133 a. de C. quería que se aprobase una ley agraria justo cuando el rey Átalo III de Pérgamo acababa de morir y dejaba al pueblo de Roma su fortuna. Graco propuso que esa enorme cantidad fuese destinada a financiar su reforma. Pero muchos senadores se opusieron y comenzaron a acusarlo de querer convertirse en tirano. El senador Pompeyo le acusó entonces de recibir de Átalo una diadema real, como si fuera un rey. Pompeyo “no aportó ninguna prueba, ni afirmó haber visto personalmente la entrega, simplemente dijo que sabía que se había producido”, recuerda Pina Polo. El rumor se extendió por Roma. Graco fue asesinado y su cadáver tirado al río. El consulado de Cicerón en el año 63 a. C. quedó marcado por una supuesta conjura. Cicerón presentó su lucha contra el senador Catilina, el presunto traidor, como su gran triunfo. Primero, sacó a la luz una conspiración que nadie había visto y luego acabó con ella. En varios discursos en el Senado y ante el pueblo, subrayó el peligro que representaba para la supervivencia de la res publica que Catilina y sus hombres lograran tomar el poder. Según él, la alternativa era o la libertad que él mismo encarnaba o la tiranía de los supuestos conjurados. Cicerón buscó en sus discursos causar pánico en la población. “Catilina no era sólo una criatura depravada y deshonesta”, según la versión no contrastada del filósofo, “que aspiraba a poner fin a las instituciones de la República, sino que, además, quería destruir físicamente la ciudad”. Cicerón no ofreció ninguna prueba, ni dijo en qué basaba su acusación, ni explicó con qué propósito Catilina quería quemar Roma, pero lo acusó una y otra vez de querer hacerlo. Convirtió la eliminación de Catilina, no sólo en un problema político, sino ante todo de supervivencia para Roma. Catilina fue, finalmente, eliminado. Cicerón terminó vanagloriándose de haber salvado personalmente Roma de su destrucción por el fuego: “Yo he conservado íntegra la ciudad y sanos y salvos a los ciudadanos”, clamó. Y un último ejemplo de “manipulación pública”. Marco Antonio, en el 32 a. C., hizo testamento en vida. Octaviano -el futuro emperador Augusto- se enteró de que sus últimas voluntades estaban custodiadas por las sacerdotisas vestales y se hizo por la fuerza con ellas. Leyó solo algunas de sus partes en el Senado y en una asamblea popular. Destacó, sobre todo, las cláusulas relativas a sus funerales, ya que Marco Antonio supuestamente había dejado escrito que quería ser sepultado en Alejandría, en Egipto, donde convivía con la reina Cleopatra. Octaviano creó así de Marco Antonio una imagen de “lacayo de Cleopatra absorbido por el lujo oriental”. Fue la antesala de la declaración de guerra, de la victoria del futuro Augusto en la batalla de Accio frente a la flota de los amantes, de la muerte de Antonio y del suicidio de Cleopatra.

“Hay por lo general una estrecha relación entre bulo, rumor y miedo. El miedo suele desembocar en enfado, incluso odio. La indignación activa el deseo de castigar a quien ha sido identificado como enemigo. El bulo entendido como noticia está en el origen del rumor que permite modelar la opinión pública y contagiar el pánico, a partir del cual era factible en Roma justificar la muerte de Graco, la represión de los catilinarios o la guerra contra Antonio”, señala Pina Polo. O de cualquier otra cosa en el siglo XXI. Francisco Pina Polo destaca que lo que hay que tener en cuenta es la “propia dinámica de transmisión de una información más allá de los canales oficiales”. Y recuerda que en 1938, la versión radiofónica de la novela ‘The War of the Worlds’ (La Guerra de los Mundos) de H. G. Wells, dirigida por Orson Welles al frente del The Mercury Theatre on the Air, provocó en Estados Unidos el pánico ante una presunta invasión de marcianos. Pero un reciente libro ha mostrado que la ola de pánico no fue tan generalizada como siempre se ha dicho. “La mayoría de oyentes entendieron correctamente que se trataba de una ficción, entre otras cosas porque el programa estaba anunciado previamente como una teatralización radiofónica. En realidad, el pánico parcial se produjo cuando las personas que creyeron realmente que la invasión estaba teniendo lugar transmitieron el bulo a otras que, a su vez, lo asumieron como cierto e impulsaron un rumor imparable hasta que la realidad se impuso horas más tarde”. Fue, por lo tanto, “la transmisión del miedo individual lo que generó un miedo colectivo irreflexivo, a pesar de que esas personas tenían la posibilidad de telefonear a los periódicos, a la radio o a la policía para mejor informarse de lo que sucedía”, señala el profesor de la Universidad de Zaragoza. “A partir de estas premisas y reflexiones basadas en nuestra propia época, se pueden volver los ojos a la Roma republicana”.

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