EL BESTIARIO SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY
“Bernie Sanders no es socialista”, Diego Rivera carcajea
El Nobel de Economía, Paul Krugman, defiende a quien lidera la candidatura presidencialista del Partido Demócrata que luchará para la no reelección de Donald Trump…
SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY
Socialismo milenial en los “Estados Desunidos” de la América de Donald Trump, los jóvenes son críticos con la desigualdad y el “statu quo”. Los republicanos arrastran desde hace tiempo el deshonroso historial de mezclar cualquier intento de mejorar la vida de los ciudadanos con los males del “socialismo”. Cuando se propuso el Medicare (seguro médico para personas mayores y con discapacidad), Ronald Reagan lo llamó “medicina socializada” y declaró que destruiría nuestra libertad. En los tiempos que corren, a quien pida algo parecido a la atención sanitaria universal de la infancia, los conservadores lo acusarán de querer convertir Estados Unidos en la Unión Soviética. Se trata de una estrategia política deshonesta y cargante, pero resulta difícil negar que a veces ha resultado eficaz. Y ahora, quien encabeza la lista de aspirantes a la candidatura demócrata, no por mayoría abrumadora, pero claramente la persona que por el momento tiene más probabilidades de salir ganador, está facilitándoles esa estrategia, al declararse de hecho socialista, amigo de Cuba y de la Revolución de Fidel Castro.
“El caso es que Bernie Sanders no es en realidad socialista, escribe Paul Krugman en el “New York Times”, en ningún sentido normal del término. No quiere nacionalizar las principales industrias ni sustituir los mercados por la planificación central; no ha expresado admiración por Venezuela, sino por Dinamarca. Es básicamente lo que los europeos denominarían un socialdemócrata, y las socialdemocracias como Dinamarca son, de hecho, lugares muy agradables para vivir, con sociedades que, por decir algo, son más libres que la nuestra. Entonces, ¿por qué se declara Sanders socialista? Yo diría que principalmente como una marca personal, con un poco de placer por escandalizar a la burguesía. Y este capricho no le perjudicaba mientras fuese un simple senador de un estado muy progresista. Pero si Sanders se convierte en el candidato demócrata a la presidencia, el engañoso calificativo que se da a sí mismo será un regalo para la campaña de Trump. Lo mismo que sus propuestas políticas. El sistema sanitario de pagador único es: (a) buena idea en principio; y (b) muy improbable que se dé en la práctica; pero al convertir el Medicare Para Todos en elemento central de su campaña, Sanders apartaría el foco del empeño que pone el Gobierno de Trump en eliminar el colchón social que ya tenemos”.
Para que quede claro, si Sanders es el candidato, el Partido Demócrata deberá darle un apoyo incondicional. Probablemente no pueda convertir EU en Dinamarca e incluso si pudiera, el presidente Trump está intentando convertirnos en una autocracia nacionalista blanca como Hungría. Pero ojalá que Sanders no estuviera tan empeñado en convertirse en un blanco fácil para las difamaciones de la derecha. Para vencer a Trump tienen que construir una coalición tan amplia como sea posible. O le regalarán las elecciones. Cada vez son más los economistas convencionales que piensan que la histeria que se desató hace siete u ocho años en torno al déficit se exageró en demasía. El año pasado, los que fueran principales economistas del Gobierno de Obama publicaron un artículo titulado ¿Quién teme los déficits presupuestarios? en el que concluían: Es hora de que Washington abandone esa obsesión por el déficit y se centre en cosas más importantes. Y si Sanders está poniéndoselo fácil a una estrategia política infame de los republicanos, otros candidatos demócratas insisten en la estrategia de lastrar la economía con austeridad fiscal cuando un demócrata ocupa la Casa Blanca y después endeudarse libremente en cuanto el Partido Republicano recupera el poder. Si los demócratas ganan, deberían seguir un programa progresista, no malgastar capital político limpiando el caos causado por los republicanos. Los demócratas estadounidenses no deben clonar lo que hacen los republicanos: utilizar el miedo a la deuda como excusa para recortar programas sociales.
“¿A quién nombrarán candidato los demócratas? No sé la respuesta. Lo importante, sin embargo, es que el partido se mantenga centrado en sus virtudes y en los defectos de Trump. Porque el hecho es que todos los demócratas que aspiran a ser presidentes, son al menos moderadamente progresistas; todos quieren mantener y ampliar la red de seguridad social, y al mismo tiempo subirles los impuestos a los ricos. Y todos los sondeos indican que EE UU es esencialmente un país de centro-izquierda, razón por la cual, durante la campaña electoral de 2016, Trump prometió subirles los impuestos a los ricos y proteger los principales programas sociales…”, recalca Paul Krugman. Pero mentía, y a estas alturas cualquiera con una mente abierta lo sabe. De modo que los demócratas tienen una oportunidad perfecta para presentarse, honestamente, como los defensores de la Seguridad Social, de Medicare, de Medicaid [seguro médico para personas pobres] y la ahora popular Ley de Atención Sanitaria Asequible, en contraste con los republicanos, que defienden de manera más o menos abierta los intereses de los plutócratas frente a los de las familias trabajadoras. Sin embargo, será una oportunidad perdida si el candidato o la candidata demócrata, sea quien sea, convierte la elección en un referéndum sobre la sanidad de pagador único o la reducción del déficit, ninguna de las cuales constituye una posición especialmente popular. Las cosas irán aún peor si los propios demócratas acaban peleándose por la pureza ideológica o la probidad presupuestaria. La cuestión que, sea quien sea el candidato, los demócratas deben construir una coalición tan amplia como sea posible. De lo contrario, estarán regalándole las elecciones a Trump, y eso sería una tragedia para el partido, para el país y para el mundo.
Las réplicas del terremoto político que provocó el presidente de origen alemán con sus comentarios de contenido racista, dirigidos a cuatro congresistas demócratas, no cesan. La Cámara de Representantes aprobó estos días una resolución para condenar los mensajes del mandatario en los que les pedía a las legisladoras que “vuelvan a sus países”, pese a ser estadounidenses (tres de ellas, de nacimiento). Desde que se desató la polémica, Trump ha disparado con más fuerza. El neoyorquino las ha calificado de “antisemitas”, “pro-Al Qaeda” y “antiestadounidenses”. ‘El Escuadrón’, como se conoce a las cuatro líderes progresistas por su activismo, acusó al mandatario de promover “la agenda del nacionalismo blanco” e hizo un llamamiento a no “morder el anzuelo”. Los demócratas salieron en tromba a repudiar los comentarios del actual inquilino del Despacho Oval, mientras la mayoría de los republicanos guarda silencio o no ve racismo en sus contenidos. Las aludidas por los ataques de Trump son Alexandria Ocasio-Cortez, neoyorquina de origen puertorriqueño; la afroamericana Pressley, nacida en Cincinatti; Rashida Tlaib, de Detriot, hija de palestinos; e Ilhan Omar, quien llegó a Estados Unidos cuando era una niña proveniente de Somalia. Las cuatro fueron electas en las pasadas elecciones legislativas de noviembre, que trajeron consigo el Congreso con mayor número de mujeres y más diverso de la historia de Estados Unidos.
En una caótica sesión, la Cámara de Representantes, de mayoría demócrata, aprobó la resolución condenatoria. La división que producen los comentarios del presidente se vio clara en la sala: 240 votos a favor y 187 en contra. Solo cuatro republicanos se salieron de sus filas y se sumaron a la iniciativa de la oposición. La resolución “condena enérgicamente los comentarios racistas del presidente, que han legitimado y aumentado el temor y el odio hacia los nuevos ciudadanos estadounidenses y las personas de color”. ¿Qué pueden esperar los ciudadanos de México y Canadá y otros países de Centroamérica, si Donald Trump trata así a sus congresistas? La líder de los demócratas en la Cámara, Nancy Pelosi, tachó las palabras del mandatario como “vergonzosas y repugnantes”, y agregó que eran “comentarios racistas”. A pesar de que no calificó a Trump de racista, los republicanos cuestionaron el discurso de Pelosi por considerar que violaba las normas de decoro que prohíben calificar como tal al presidente. Los correligionarios del mandatario forzaron una votación para eliminar del expediente los comentarios de la líder demócrata, pero fracasaron en el intento. También pidieron una moción para que Pelosi no pudiera participar más en la sesión, pero los demócratas la revirtieron rápidamente al contar con la mayoría de los votos. La asesora de la Casa Blanca, Kellyanne Conway, contribuyó al incendiario ambiente en el que está envuelto Washington por los comentarios de Trump a las congresistas. En una conversación con la prensa sobre el tema, cuando un periodista le preguntó a Conway qué quería decir el mandatario cuando le dijo a las legisladoras demócratas “vuelvan a sus países”, ella le respondió: “¿Cuál es su origen étnico?”. El reportero dijo que eso no era relevante y ella agregó que sus antepasados eran de Irlanda e Italia. Más tarde, en Twitter, la asesora intentó defenderse diciendo que la mayoría de los estadounidenses son descendientes de personas que emigraron de otro lugar.
“Quiero pedir a los estadounidenses y toda la gente en esta sala y más allá a no morder el anzuelo, esta es una distracción de las cosas que importan y tienen consecuencias para los estadounidenses, y por los que fuimos enviadas aquí a trabajar”, recalcó Ayanna Pressley, representante por Massachusetts y primera en tomar la palabra en la rueda de prensa dada por ‘El Escuadrón’. Pressley se refirió a Trump como el “ocupante de la Casa Blanca”, ya que, explicó, “solo está ocupando espacio”. “El rico de Manhattan -sostuvo- carece de la empatía y capacidad para presidir Estados Unidos”. La convocatoria ante la prensa tuvo lugar horas después de que Trump no solo matizase sus ataques a las congresistas, sino que los redoblara, asegurando que odian el país y que, por tanto, deberían marcharse. Ilhan Omar, la única nacida fuera de Estados Unidos y que obtuvo la nacionalidad cuando era adolescente, tras llegar de Somalia siendo niña, ha sido la más criticada por el republicano. “En uno de los casos, es alguien que vino desde Somalia, que es un Estado fallido”, resaltó Trump, “y ahora es una congresista que nunca está contenta y dice cosas horribles sobre Israel”. También la acusó de simpatizar con Al Qaeda. Omar se negó a responder a ello. “Cada vez que hay un supremacista blanco que ataca o un hombre blanco que mata en una escuela, o un cine, o una mezquita o una sinagoga, yo no espero que los blancos de mi comunidad respondan si aman o no a esa persona”, dijo la congresista de Minesota. “Esta es la agenda de los nacionalistas blancos, tanto si pasa en un chat, en una televisión de ámbito nacional o ahora que ha llegado al jardín de la Casa Blanca”, criticó.
El incendio comenzó, coincidiendo con la fiesta de Francia por un nuevo aniversario de la Toma de la Bastilla en 1789, acontecimiento que simboliza el inicio de la Revolución Francesa. El 14 de Julio es la fiesta de la reconciliación y la unidad de todos los franceses. El republicano de la Casa Blanca no entiende de ‘Liberté, Égalité, Fraternité’, “consignas marxistas”, escribió el siguiente mensaje en Twitter: “Qué interesante ver a las congresistas demócratas ‘progresistas’, que proceden de países cuyos Gobiernos son una completa y total catástrofe, y los peores, los más corruptos e ineptos del mundo (ni siquiera funcionan), decir en voz alta y con desprecio al pueblo de Estados Unidos, la nación más grande y poderosa sobre la Tierra, cómo llevar el Gobierno”, dijo. “¿Por qué no vuelven a sus países y ayudan a arreglar esos lugares, que están totalmente rotos e infectados de crímenes. Entonces que vuelvan aquí y nos digan cómo se hace”, añadió. El lunes, 15 de julio, no rectificó, pero llevó el foco de atención al terreno ideológico, en lugar del étnico, acusando a las mujeres de promover el “socialismo”. Ocasio-Cortez, Tlaib, Omar y Pressley, apodadas en Washington como ‘Squad’ (El Escuadrón) llegaron como nuevas congresistas en enero pasado, y forman parte del ala más progresista del partido. Ocasio-Cortez, la más mediática, respondió: “Uno no deja las cosas que ama y nosotras amamos este país”.
Es muy conocida en la ciudad donde nación Donald Trump la breve participación que tuvo el muralista mexicano Diego Rivera en la historia del Rockefeller Center, siendo él el protagonista de un curioso incidente que tuvo lugar por el radicalismo político del pintor. Esas actuales fiebres ‘socialistas’ de los jóvenes estadounidenses nos obligan a recordar la anécdota del mural ‘leninista’ del esposo de Frika Khalo. En 1931 el recién creado Museum of Modern Art organizó una exposición sobre el trabajo de Diego Rivera. En esa época la cabeza del movimiento muralista mexicano -en el momento en que el país comenzaba su reconstrucción política, económica y cultural tras los embates de la Revolución-, era uno de los artistas internacionales preferidos por el joven Nelson Rockefeller y su madre Abby. Rockefeller, declarado admirador del trabajo de Rivera, lo contactó en mayo de 1932 y le propuso realizar un mural en la pared principal del vestíbulo principal del R.C.A. Building, en plena construcción. Rockefeller había invitado también a Pablo Picasso y Henri Matisse para plasmar sus lienzos en los muros del vestíbulo del nuevo rascacielos, pero ambos rechazaron la oferta, por lo que fueron contratados otros dos pintores, entre ellos, el español José María Sert.
Después de meses de insistencia y negociaciones con Nelson Rockefeller, finalmente, en octubre de 1932, Rivera aceptó el la comisión y firmó el contrato de trabajo. A finales de ese mismo año Rivera viajó a Nueva York acompañado por su esposa, Frida Kahlo, e inmediatamente comenzó a dibujar los primeros bocetos. Después de estudiar las dimensiones del vestíbulo del R.C.A. Building, Diego Rivera diseño el mural “Man on the Crossroad” (El Hombre en la Encrucijada), en donde el hombre del siglo XX, representado por un corpulento obrero, se encontraba en medio de la encrucijada entre los vicios del mundo capitalista y el incipiente avance del fascismo, así como la esperanza de la emancipación del proletariado, además de los avances en los campos de la ciencia, la medicina, la mecánica, la educación y el deporte. En marzo de 1933 Rivera recibió el primer pago de 21,000 dólares para la compra del material de trabajo entre andamios, pintura y otras herramientas, así como la contratación de un equipo de asistentes que le ayudarían a pintar el mural en el vestíbulo del R.C.A. Building (ya en la fase final de su construcción) porque el mural debería estar terminado justo antes de la inauguración del nuevo rascacielos, que estaba programada para mayo de 1933. Rápidamente comenzaron a revelarse los detalles principales del trabajo de Rivera: un corpulento obrero a punto de poner en marcha la máquina que controla el universo, el macrocosmos y el microcosmos, que se representan por dos elipses que se cruzan detrás de la figura del obrero y en cuyos extremos se representan por planetas, galaxias, protozoarios y otros microorganismos. Detrás de ambas alegorías aparecen engranes y un gigantesco telescopio conectado a un microscopio de la época, que hacen referencia a los avances de la ciencia y la tecnología aplicados a los campos de la astronomía, la biología, la medicina y, en general, al progreso de la ciencia en los Estados Unidos y la fe en el progreso de la humanidad.
En el extremo izquierdo del mural se muestra el mundo capitalista, con sus contrastes y vicios. Así tenemos los excesos de los poderosos que buscan placeres mundanos a costa del hambre de los obreros desempleados, los cuales son reprimidos por la policía, así como el incipiente fortalecimiento del fascismo, pero también sus elementos positivos: los progresos científicos, culturales y tecnológicos, la lucha por la integración racial y el mosaico interracial y multicultural de la cultura estadounidense, que recibe a lo mejor del pensamiento occidental, y en donde destaca la figura de Albert Einstein, así como Charles Darwin explicando la teoría de la evolución a través de un aparato de rayos X. Además, destaca una enorme figura de piedra simbolizando la religión. El extremo derecho del mural nos muestra el mundo socialista, también con sus progresos y sus excesos, los progresos en el campo de los deportes, la ciencia, la agricultura y el proceso de la emancipación proletaria, pero también nos muestra tanto la presencia del Ejército Rojo como de figuras políticas de la que una de ellas hará estallar el escándalo… El mural causó polémica desde el principio por las convicciones políticas de Rivera, pero el escándalo estalló debido a un simple detalle: la figura de Lenin en uno de los extremos del mural.
Diego Rivera era un acérrimo comunista y fue uno de los precursores del movimiento socialista en México de la que participó activamente en la actividad política como miembro del Partido Comunista Mexicano, promoviendo con su obra, la emancipación de la clase obrera. Además fundó junto con su esposa el periódico de denuncia política y propaganda ‘El Machete’, y admiraba a los padres de la Revolución Rusa: Vladímir Ilich Lenin y Leon Trotsky. En 1937, Rivera y Kahlo organizaron el exilio en México de León Trotsky y su esposa, perseguidos por el régimen totalitario de José Stalin, y quienes se instalaron en una casa en Coyoacán, en donde Trotsky acabaría siendo asesinado en 1940. Volviendo al tema del mural en el R.C.A. Building, el panel derecho del mural, destinado al socialismo, Rivera plasmó las figuras de Karl Marx, Leon Trostky, pero principalmente dibujó la figura prominente de Lenin, en una posición estratégica del mural, representando la lucha por la dignificación de la clase trabajadora. La presencia de Lenin en el corazón del capitalismo estadounidense, provocó inmediatamente la ira de los grupos más conservadores de la sociedad estadounidense.
La actitud de Rivera al plasmar la figura de Lenin fue principalmente provocadora: su objetivo sería que los Rockefeller, especialmente, el joven Nelson viera el rostro de Lenin en el muro principal del vestíbulo del R.C.A. Building cada vez que ingresara a éste en camino a su oficina. Inmediatamente, en abril de 1933, Nelson Rockefeller envió una carta a Rivera invitándolo cordialmente a modificar algunos puntos del mural, especialmente eliminar la figura de Lenin. La respuesta de Rivera fue tajante: no quitaría a Lenin de su mural, pero propuso a su patrón incluir la figura de Abraham Lincoln en el mural, pero su propuesta fue rechazada por Rockefeller. Durante las siguientes semanas el intercambio de misivas entre ambos personajes fue cada vez más frecuente y la actitud del muralista mexicano fue cada vez más provocativa hasta que Rivera retó a Rockefeller, argumentando preferir destruir su obra antes de cambiar algún elemento de ella.
El 12 de mayo de 1933, la oficina del Rockefeller Center Inc., convocó a una conferencia de prensa donde se informó que momentáneamente la obra no sería destruida, pero sería cubierta por un velo por tiempo indefinido, hasta que se decidiera cuál sería su destino final. Ese mismo día, Rivera recibió un telegrama de los ejecutivos de la General Motors notificándole que se le retiraba el patrocinio para realizar el mural para el pabellón de la empresa automotriz en la Feria Mundial de Chicago. Durante los meses siguientes contingentes compuestos por seguidores de Diego Rivera y simpatizantes comunistas, así como algunos artistas, convocaron a manifestaciones en las afueras del R.C.A. Building en defensa del trabajo de Rivera y de su mural en el vestíbulo del edificio, apelando a la libertad de expresión. Los esfuerzos fueron en vano.
En diciembre de ese mismo año, se realizaron negociaciones entre el Rockefeller Center y el Museum of Modern Art para ofrecer a Rivera quitar su mural del R.C.A. Building a cambio de trasladarla a un salón del museo y realizar una exposición especial. Finalmente, el 12 de febrero de 1934, a pesar de las protestas de la comunidad artística y ante una opinión pública muy divida, los ejecutivos del Rockefeller Center, Inc., decidieron remover el mural, significando su inminente destrucción. Finalmente, en 1937, Rockefeller encomendó al pintor español José María Sert (ideológicamente opuesto a Rivera: conservador, clasista, simpatizante de Francisco Franco y conocido por estar constantemente codeándose con la realeza), llenar la pared central del vestíbulo del R.C.A. Building que dejó la destrucción de la obra de Rivera (que dejó daños en la pared), con un mural donde se representa el progreso humano como pivote para la consecución de la paz y la armonía de la humanidad. En el nuevo mural, el pintor español plasmó la figura de Abraham Lincoln, ayudando en las obras de construcción de un mundo mejor y como fondo, aparecen los edificios del Rockefeller Center como símbolo de progreso material de la humanidad.
Con los recursos económicos agotados (poco antes realizó un pequeño mural en los pasillos de la New Workers School, en la calle 40 Oeste), y furioso, Diego Rivera, regresó a la Ciudad de México en diciembre de 1933. Poco tiempo después, al comenzar 1934 fue contratado por el gobierno mexicano para realizar un mural en uno de las galerías principales del Palacio de Bellas Artes, próximo a inaugurarse. El Palacio de Bellas Artes, originalmente conocido como Teatro Nacional, fue concebido como un extravagante capricho personal del general Porfirio Díaz y fue diseñado por el arquitecto italiano Adamo Boari. Su construcción comenzó en 1904 con expectativas a concluirse a tiempo para el festejo las fiestas del Centenario del inicio de la guerra de Independencia de México, en septiembre de 1910. El edificio fue diseñado originalmente en estilo Art Noveau, a semejanza del Teatro de la Ópera de París. El Teatro Nacional no sólo no quedó listo a tiempo para el Centenario, sino que las obras de construcción se suspendieron en 1913 a causa de la Revolución Mexicana y durante muchos años el edificio se mantuvo como obra negra, además que el enorme peso de los materiales, principalmente el mármol, y la inestabilidad del subsuelo fangoso de la Ciudad de México, hicieron que el gigantesco edificio comenzara a hundirse. Las obras de construcción se retomaron en 1932, bajo la dirección del arquitecto Federico Mariscal, quien rediseñó los interiores en el estilo Art Decó vigente en la época, y en donde además incluyó elementos alegóricos de la cultura prehispánica como cabezas de serpiente y deidades como Tláloc y Quetzalcóatl.
En enero de 1934, cuando el teatro, ahora rebautizado como Palacio de Bellas Artes estaba en la fase final de su construcción, y faltando unos ocho meses antes de su inauguración, el gobierno de Abelardo L. Rodríguez contrató los servicios de Diego Rivera para realizar un mural en uno de los pasillos del vestíbulo principal del nuevo recinto. Rivera vio la oportunidad de volver a realizar el mural del R.C.A. Building en un recinto adecuado para ello. Así, de enero a noviembre de ese año, Rivera, basándose en los bocetos y fotografías rescatados del proyecto del Rockefeller Center, pintó ‘Man at the Crossroads’, rebautizado como ‘El hombre controlador del Universo, con dimensiones menores al original debido a que tuvo que adaptar la obra a las dimensiones del muro de Bellas Artes destinado para él.
En el nuevo ‘Man at the Crossroads’, que mide 4.46 metros de alto por 11.46 metros de ancho, Rivera conservó casi todos los elementos alegóricos de la obra original, y no sólo plasmó la figura de Lenin en el panel derecho dedicado al comunismo, respetando la obra original; también plasmó, en el panel izquierdo dedicado al capitalismo, la figura de John D. Rockefeller, Jr., padre de Nelson, sosteniendo una copa de champaña y rodeado de prostitutas y jugadores de casino, en una clara representación de los vicios del sistema capitalista americano. Era una clara venganza en contra quien fueron sus mecenas.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, aprovechó este fin de semana una de sus últimas apariciones públicas ante sus seguidores para atacar con insultos a los candidatos que aspiran a ganar las primarias del Partido Demócrata. En tono burlón, Trump trató de ridiculizar al senador de Vermont Bernie Sanders diciendo que “está loco” y que “parece un profesor chiflado”. También arremetió contra el exvicepresidente de Barack Obama, Joe Biden, asegurando que “el adormilado Biden no sabe ni juntar dos frases”. Especialmente duro fue con Mike Bloomberg, ‘Mini Mike’, el magnate y exalcalde de Nueva York que invierte en su campaña cinco millones y medio de dólares por día de su fortuna personal. “No sabía ni por dónde le llegaban los ataques [de Elizabeth Warren]”, comentó Trump, “parecía querer decir ‘¡Sacadme del escenario, sacadme!’…”, ironizó el presidente. También empleó uno de sus habituales insultos contra Warren, a quien llama ‘Pocahontas’ por haber asegurado que tenía antepasados de origen indio: “Hasta yo tengo más sangre india que ella, y eso que no tengo ninguna”.
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