EL BESTIARIO SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY

El tercer ‘impeachment’ fractura a Estados Unidos

Juzga a un presidente, Donald Trump, que desprecia esta medida constitucional y busca la reelección en 2020; guerrean republicanos y demócratas en Twitter…

SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY

El Senado de Estados Unidos dio el jueves, 16 de enero del 2020, inicio formal al juicio contra Donald Trump en un clima de gran crispación política entre republicanos y demócratas, marcado por el rechazo frontal del presidente al proceso y la reciente salida a la luz de nuevos documentos relacionados con el escándalo de Ucrania, entre ellos, un duro informe oficial contra su actuación. Trump está acusado de abuso de poder por las presiones a Kiev para que investigase a su rival político Joe Biden y de obstrucción al Congreso por boicotear las pesquisas parlamentarias sobre este escándalo. El tercer “impeachment” de la historia de Estados Unidos llegó en un soleadísimo y cálido día de enero, a punto de cumplirse tres años de una administración instalada en la tormenta y con curiosos caprichos del destino. Momentos antes de que comenzase la apertura formal del juicio en el Senado, esa misma Cámara concedía a Donald Trump una de las grandes victorias legislativas de su mandato, la aprobación por abrumadora mayoría del nuevo tratado comercial con México y Canadá. Por la mañana, sin embargo, las noticias venían mal dadas para el presidente, pues la oficina de control del Gobierno, una agencia independiente dentro de la Administración, presentó un informe en el que califica de ilegal la congelación de ayudas militares a Ucrania decidida el pasado verano por la Casa Blanca.

Esa decisión del Gobierno de Trump resulta clave en este caso porque la acusación lo considera una forma de presión a Kiev para forzar un anuncio negativo sobre los Biden. La oficina, que depende del Congreso, asegura que la retención del dinero -cerca de 400 millones previamente aprobados por el Congreso- tuvo carácter político, no técnico. “El cumplimiento de la ley de buena fe no permite al presidente cambiar sus prioridades políticas por aquellas que el Congreso haya convertido en ley”, sostiene el texto. Es uno de los documentos que se discutirán en las próximas semanas en el Senado, convertido desde el jueves en un tribunal. “Hear ye! Hear ye! Hear ye! Todas las personas están obligadas a permanecer en silencio, bajo pena de prisión…”, conminó el sargento de Armas, como marca la tradición. Fue otro día de rituales en Washington. El equipo de fiscales nombrado el miércoles por la Cámara de Representantes, siete congresistas demócratas que se encargarán de argumentar la acusación, se presentó sobre el mediodía en la Cámara alta para leer en voz alta los cargos contra Trump, los llamados artículos del “impeachment”. Sobre las dos de la tarde llegó el presidente del Supremo, John Roberts, que ejerce de árbitro en el pleito. “¿Jura, solemnemente, que en todas las cosas concernientes al juicio del presidente Donald John Trump, ahora pendiente, administrará justicia imparcial de acuerdo con la Constitución y las leyes, con ayuda de Dios?”. “Lo juro”. Roberts hizo su juramento ante el presidente de la Cámara y se encargó de tomarlo al centenar de senadores, ahora miembros de un jurado que ha prometido ser eso, imparcial.

¿Es posible? El líder de los republicanos en la Cámara alta, Mitch McConnell, ya advirtió hace semanas que estaba coordinando los detalles del proceso con la propia Casa Blanca y la absolución se da por segura, dada la mayoría republicana. Mientras, un hijo de Trump, Eric, pedía este jueves en las redes sociales que cualquier senador demócrata que esté compitiendo por la candidatura a las presidenciales de 2020 -hay cuatro en esta situación, como Bernie Sanders o Elizabeth Warren- se recuse por su “increíble conflicto de intereses” en este juicio. Este será el primer “impeachment” de la era Twitter, también el primero que juzga a un presidente que busca la reelección y que bloqueará durante semanas a cuatro senadores que luchan en unas primarias. Resulta, a su vez, el más partidista de los llevados a cabo hasta ahora. El primer presidente en pasar por un juicio en el Senado, Andrew Johnson, en 1868, quedó absuelto por un solo voto, y en el caso de Bill Clinton (culminado en 1999), aunque el partidismo fue mayor, los votos de los legisladores en ambas fases del juicio (la de la Cámara de Representantes y la del Senado) no se ajustaron tan milimétricamente como ahora a la línea del partido. Las reglas de juego sobre cómo desarrollar el proceso, por ejemplo, salieron adelante por unanimidad. Ese es el primer paso que afronta ahora el juicio en el Senado, aunque es posible que la declaración de testigos, uno de los grandes puntos de conflicto, se vote después de las alegaciones de las partes, que empiezan el martes, 21 de enero, a la una de la tarde…

El abogado de la Casa Blanca, Pat Cipollone, encabezará la defensa del presidente en el juicio, si bien el equipo completo no ha sido anunciado. Trump se declara víctima de una “caza de brujas” de un “fraude” por parte de los demócratas, y sostiene que sus peticiones al propio presidente ucranio, Volodímir Zelenski, para que anunciase investigaciones que perjudicarían a los demócratas “no tenían nada de malo”, sino puro interés en contra de la corrupción. El papel de su abogado personal, Rudy Giuliani, maniobrando con Kiev y usando una invitación a la Casa Blanca, como mecanismo de presión, cuestiona la versión del mandatario. Además, el embajador estadounidense ante la Unión Europea, Gordon Sondland, que también se vio implicado en las gestiones con Ucrania, declaró en la fase previa en la Cámara de Representantes que él mismo consideró las ayudas militares supeditadas al anuncio de esa investigación. Ese bloqueo es el que el informe oficial publicado este jueves pone en cuestión. Y han surgido nuevos materiales inquietantes aportados por Lev Parnas, un socio de Giuliani imputado por un caso ajeno a esta trama, que revelan las maniobras del abogado. Este jueves, en una entrevista a “The New York Times”, Parnas aseguró que el presidente conocía las presiones de Giuliani. «Me juego toda mi vida a que Trump sabía exactamente todo lo que estaba pasando sobre lo que Rudy Giuliani estaba haciendo en Ucrania», dijo. Poco después de la sesión en el Senado, Trump se defendió con un mensaje simple, escrito en mayúsculas en su cuenta de Twitter: “Se acaba de abrir un “impeachment” contra mí por hacer una llamada de teléfono perfecta”.

Por tercera vez en la historia de Estados Unidos el Senado votará sobre si destituir o no al presidente de la nación. Este jueves ha comenzado en la cámara alta el histórico juicio político contra Donald Trump por abuso de poder en el escándalo de la trama ucrania y obstrucción al Congreso por dificultar las investigaciones relativas al caso. Este proceso establecido por los padres fundadores cuenta con una serie de pasos que marcarán la agenda de Washington durante las próximas semanas y sacudirán la campaña electoral. El equipo de siete congresistas demócratas, que ejercerán como fiscales en el juicio, presentó este jueves los cargos ante el Senado. Adam Schiff, jefe del Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes y líder de los fiscales, leyó en voz alta los dos artículos del “impeachment” ante 99 de los 100 senadores (hubo una ausencia). Enseguida, el presidente del Tribunal Supremo, John Roberts, tomó juramento como presidente del proceso y los senadores, la mayoría republicanos, firmaron un libro en el que juraban su compromiso por ser administradores de una “justicia imparcial”. Tras los juramentos en el Senado, se da inicio al proceso de preparación del juicio. En esta fase, tanto los demócratas de la Cámara de Representantes como la Casa Blanca tienen la oportunidad de presentar documentación para reforzar la acusación y la defensa, respectivamente. El equipo de Trump no ha entregado pruebas de defensa hasta el momento. Cualquier evidencia adicional se debe imprimir y colocar en los escritorios de los senadores. El líder republicano del Senado, Mitch McConnell, sostuvo este jueves que los congresistas tienen hasta el sábado a las 17.00 horas para presentar nuevos informes, mientras que el equipo de Trump tiene plazo hasta el domingo al mediodía. La fecha límite para que los representantes demócratas proporcionen por escrito una réplica es el próximo lunes al mediodía.

El próximo martes a las 13.00 horas arrancan las alegaciones iniciales. En esta fase, que se entiende como el puntapié inicial del juicio real, los senadores deben entregar sus teléfonos móviles y se les prohíbe pronunciarse sobre el caso. El Senado votará ese día una resolución en la que se establezcan las reglas del proceso, incluyendo cuánto durará y cuántas horas fijas tendrá cada parte para hablar (En el “impeachment# a Clinton cada lado contó con 24 horas, divididas en varios días). Después de que los congresistas demócratas presenten sus argumentos contra Trump y el equipo de la Casa Blanca defienda al mandatario, los senadores pueden hacer preguntas por escrito durante un periodo de tiempo que aún no se ha establecido. El presidente del tribunal las lee en voz alta y según a quién estén dirigidas se determina quién responde. Ya se sabe cuáles son los argumentos de los demócratas para acusar a Trump, pero se desconoce cuál es la defensa de la Casa Blanca ya que se negó a participar del proceso en la Cámara de Representantes. El abogado de la Casa Blanca, Pat Cipollone, y el abogado personal de Trump, Jay Sekulow, serán los que liderarán el equipo argumental a favor de Trump. Una vez oídas ambas partes, los senadores votarán si se desestima el juicio por 51 votos o si hay que continuar, llamar a nuevos testigos e introducir pruebas adicionales antes de votar para lo que cuatro republicanos tendrían que sumarse al bloque demócrata. Si no se desestima, el Senado escucha los argumentos finales y vota si el presidente debe ser absuelto o condenado por cada uno de los dos artículos del “impeachment”, para lo que se requiere dos tercios de la Cámara (67).

“El tiempo en política es una sustancia altamente inestable. Siempre va por delante pero solo se entiende mirando atrás. Es algo que saben bien los sociólogos estadounidenses. Desde hace un año, sus sensores han detectado un seísmo únicamente comparable al que en 1968 sacudió al país. Una falla que, según las encuestas, ha dividido a la sociedad norteamericana como nunca en medio siglo y que tiene una causa bien establecida: Donald John Trump (Nueva York, 1946)…”, escribe el periodista español Jan Martínez Ahrens. Retroceder 50 años no es caer en una fecha cualquiera. 1968 fue el año en que Estados Unidos perdió la inocencia. Robert Kennedy y Martin Luther King fueron asesinados. Richard Nixon ganó las elecciones. Las protestas civiles sacudieron el país. Y en Vietnam, la ofensiva del Tet y la matanza de My Lai, hicieron sentirse bárbaros a muchos americanos de buena fe. Fue una fecha para la memoria, como ha sido en muchos sentidos el primer año de Trump. “Al igual que en 1968, vivimos un choque entre dos formas de ver el mundo: emergen profundas contradicciones y hay un esfuerzo por redefinir y desmantelar instituciones”, explica Victor Davis Hanson, historiador en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford. En 12 meses, sin necesidad de guerras ni magnicidios, se han roto todos los moldes; el presidente de Estados Unidos ha insultado y amenazado, mentido y despreciado. Ante los ojos estupefactos del planeta, ha convertido la Casa Blanca en un show en sesión continua. El resultado ha sido enfermizo. La fractura social ha alcanzado niveles que no se registraban desde Vietnam. Su valoración es la más baja de un presidente a estas alturas de mandato. El desprestigio de las instituciones, ese proyectil que él tanto utilizó en campaña, se ha abismado y su propia administración es vista como disfuncional por el 70% de los ciudadanos. “Ha roto con el papel simbólico de la presidencia. Trump no trata de estar por encima de la refriega ni le importa aparecer como justo. Tampoco le preocupa la imagen de EE UU en el mundo. Sus normas se reducen al poder y la humillación del enemigo”, afirma Andrew Lakoff, profesor de Sociología de la Universidad California Sur.

El daño es ciclópeo y en otro país de contrapesos más débiles habría desencadenado una crisis institucional. Pero lejos de cualquier temor, Trump sobrevive y ya sueña con la reelección. ¿Cómo es posible? Los expertos indican que el presidente vive seguro bajo la bandera del patriotismo y la xenofobia. Desde los albores de su campaña ha sabido destilar los miedos de la población blanca rural para obtener un combustible de alto octanaje. Fracturando al electorado, se ha quedado con ese 40% de los votantes registrados que le es fiel, que odia la globalización y teme al inmigrante. A ellos dirige sus mensajes y por ellos sacude diariamente al mundo con sus invectivas. “Ese núcleo duro le adora como en un culto religioso. Creen en lo que diga y apoyan lo que haga”, indica el profesor Larry J. Sabato, director del Centro para la Política de la Universidad de Virginia. En la polémica, Trump se sabe fuerte. La altisonancia le eleva y distingue. La palabra es un arma en sus manos. Se pudo ver el mismo día de su investidura, cuando después de jurar sobre la aterciopelada biblia de Abraham Lincoln entonó un enfurecido canto nacionalista y dio por inaugurada la era de América Primero. Fue la apoteosis del aislacionismo. La doctrina de la que Estados Unidos nunca ha escapado del todo y que ha determinado la política exterior de Trump.

El presidente de EU negó la mano a la canciller alemana, Angela Merkel, y humilló al expresidente mexicano, Enrique Peña Nieto, despreció  a Europa, revertió el acuerdo de libre comercio del Pacífico (TPP), puso en la cuerda floja el Tratado de Libre Comercio con América del Norte, abandonó el pacto contra el cambio climático… Todos estos movimientos los ha dado con la vista puesta en el ombligo. Aunque en muchas ocasiones, como en el caso de Irán, haya ido menos lejos de lo prometido y en la trastienda se haya mostrado más prudente que en su cuenta de Twitter, sus mensajes le han presentado ante su núcleo duro como el campeón que cumple sus promesas y antepone los intereses americanos a los extranjeros. A esta imagen flamígera ha ayudado otro factor que también asomó en su investidura. Tras la toma de posesión, aseguró contra toda evidencia que había sido la más multitudinaria de la historia. Ante las imágenes de la ceremonia de Obama que le desmentían sin atisbo de duda, sus asesores rebuscaron en la chistera y respondieron con la teoría de los “hechos alternativos”. Había nacido la realidad paralela de Trump. Un universo donde no importa el contraste empírico sino el efecto ante el votante. A esa criatura escénica, que algunos días roza el delirio, Trump pronto incorporó el bombardeo a los medios críticos (“The New York Times”, “The Washington Post”, CNN…) a los que calificó de “enemigos del pueblo”. La estrategia, marcada por su antiguo consejero áulico Steve Bannon, pasaba por considerarles un brazo opositor y, por tanto, una fuente de información sesgada. “Ya no cuentan la verdad, no hablan para la gente sino a favor de intereses ajenos”, clamó el presidente.

Construido el enemigo permanente, creada la realidad paralela, Trump ha dispuesto de un escudo contra los embistes de su mayor pesadilla: la trama rusa. Las investigaciones para determinar si su equipo electoral se coordinó con Rusia en la campaña de intoxicación contra Hillary Clinton se han vuelto un escándalo perpetuo. Trump quiso liquidar el caso forzando, a través de Departamento de Justicia, la salida del director del FBI. La maniobra devino un desastre mayor. En un juego de contrapoderes típicamente estadounidense, su propia Administración acabó nombrando un fiscal especial para hacerse cargo del caso y despejar cualquier sombra de sospecha. Desde entonces, el cerco no ha dejado de estrecharse. Ya hay cuatro imputados, entre ellos el exconsejero de Seguridad Nacional Michael Flynn y el antiguo asesor de campaña Paul Manafort. Y nadie duda de que habrá más… Hostigado, Trump ha respondido quemando puentes. Se ha declarado víctima de una “caza de brujas” y no dudó en acusar de parcialidad al fiscal especial, Robert Mueller. La posibilidad de un “impeachment” seguía lejana y el presidente contaba con que su partido no está dispuesto a abrir la puerta a ningún juicio. Pero la beligerancia presidencial y sus exabruptos constantes a los investigadores han ofrecido al mundo uno de sus rasgos más pavorosos: la inestabilidad. Colérico, desmesurado, atronador, Trump ha pulverizado cualquier precedente. Lo inimaginable se ha hecho realidad y ni siquiera la seguridad nuclear se ha librado de este festival. Mientras el aparato militar y diplomático estadounidense se enfrascaba en un complejo pulso para frenar la carrera armamentística norcoreana, el presidente no ha dejado de jugar al matón de patio. Ha llamado “gordo, bajo y hombre cohete” al no menos megalómano Líder Supremo, Kim Jong-un; se ha jactado de tener un “botón más grande y poderoso” e incluso ha amenazado con devastar Corea del Norte. Esta inflamación verbal crónica ha extremado la disputa sobre su estado mental. Unas dudas que él ha tratado de despejar aumentando sus apariciones públicas y sometiéndose a un test cognitivo.

Equilibrado o no, la agitación permanente en la que vive ha oscurecido su mandato. Sus éxitos, fuera de su esfera de influencia, han quedado rápidamente diluidos. En un tiempo de bonanza económica, con Wall Street tocando máximos históricos y la cifra más baja de desempleo desde 2001, hay quien se pregunta qué habría ocurrido si Trump no escribiese en Twitter. ¿Cómo sería su mandato?¿Cómo se entenderían la entrada del conservador Neil Gorsuch al Tribunal Supremo o la reforma fiscal, con su recorte de 1,5 billones de dólares en 10 años y sus repatriaciones masivas de capital? El propio Trump parece haber sido consciente de esta interferencia y, sin dejar de hacer ruido, ha iniciado un cambio estratégico. Desde la humillante derrota ante el Obamacare, donde no logró ni el apoyo mayoritario de su partido, el presidente se ha ido acercando al establishment que tanto decía odiar. En este camino ha prescindido del ideólogo del miedo, Steve Bannon, y ha forjado alianzas con los líderes republicanos en las Cámaras. “Ha sido una capitulación del Partido Republicano ante el trumpismo”, añade el sociólogo Lakoff. Instintivo como pocos, Trump advirtió el peligro que le acechaba en las elecciones legislativas de 2018 y no se quedó quieto. Avanzó, negoció y abrazó a los dueños del pantano. Cambió el paso, pero no dejó de ser Trump ni de cavar la zanja. Día a día, incontenible y furioso, mantuvo la estrategia de la tensión y ahondado la sima que divide como nunca desde 1968 a los estadounidenses. Ese abismo es, de momento, su principal legado.

El muro. El veto migratorio. Los “países de mierda”. La deportación de “dreamers”. La expulsión de salvadoreños, hondureños, guatemaltecos, nicaragüenses y haitianos. El rechazo a los refugiados. La reducción a la mitad de las green cards… Donald Trump ha construido su presidencia con un continuo ataque a la inmigración.A diferencia de su admirado Ronald Reagan, ha dado la espalda a la noción de Estados Unidos como tierra de emigrantes y ha puesto en marcha una singular clausura del sueño americano. El proyecto de nación ha llegado a su fin y es hora de cerrar las fronteras. La apertura ya no es necesaria. América ya no está en construcción. Sino que ha cristalizado en una forma que hay que aprestarse a defender. Es la doctrina de América Primero. De una América que él, blanco, multimillonario y enamorado de su propia genética, considera la mejor del mundo. La Ley Dream, acrónimo del inglés “Development, Relief and Education for Alien Minors Act” (Ley de fomento para el progreso, alivio y educación para menores extranjeros), también llamada Dream Act o Acta del Sueño, es un proyecto legislativo bipartidista, que se debatió en el congreso estadounidense, junto a la Reforma migratoria, que daría un camino hacia la ciudadanía estadounidense a estudiantes indocumentados que hubiesen llegado a Estados Unidos siendo menores de edad. El proyecto legislativo fue presentado en septiembre de 2006… Tarjeta de residencia permanente en Estados Unidos, conocida popularmente como Tarjeta Verde, Green Card, es un documento de identidad para residentes permanentes en los Estados Unidos que no posean la nacionalidad estadounidense. Los poseedores de esta tarjeta tienen derecho a residir y trabajar en el país…

Donald Trump es directo. Entra en cualquier discusión sin preámbulos. Corto y duro. Las presentaciones le aburren. Odia los informes largos. Nada de circunloquios. Todo tiene que ser rápidamente metabolizado. Una estrategia política cabe en un tuit, un acuerdo en una conversación. No hay nada que no pueda ser reducido, compactado, exhibido. Por eso ama Twitter. Y aún más la televisión. Frente a la pantalla pasa, según las reconstrucciones más rigurosas, un mínimo de cuatro horas diarias. Le gusta especialmente la extraplana que hizo instalar en el comedor, y cada mañana lo primero que ve es el conservador Fox and Friends. A partir de ahí empieza a escudriñar, no ya lo que ocurre en el mundo sino lo que el mundo piensa de él. Y si algo no le gusta, brama. Y cuando brama, a nadie se le escapa. Su gabinete, sus generales, sus adversarios, el orbe entero lo descubre al instante. Es ya una liturgia. De lunes a viernes, a eso de las seis de la mañana, a veces con un Big Mac en la mano y una Coca-Cola light esperando, Donald Trump lanza su metralla en Twitter. Lo hace, según los medios estadounidenses, desde la cama, en pijama y casi siempre solo. La intimidad es algo sagrado para él. No comparte habitación con su esposa Melania y desde que llegó al 1600 de Pennsylvania Avenue exigió, en contra del servicio de seguridad, colocar una cerradura en su puerta. Ahí dentro, con la televisión encendida y el móvil en la mano, el antiguo rey de la telerrealidad se crece. Puede ser una amenaza al juez que ha paralizado su veto migratorio, un ataque a los medios críticos, una acusación de espionaje a Barack Obama, un insulto sangrante a la presentadora Mika Brzezinski, otro a un jugador negro de fútbol americano, un indulto al sheriff racista Joe Arpaio, una invectiva al alcalde musulmán de Londres en pleno atentado terrorista… El presidente dispara tuits como si estuviera en una caseta de feria. Incansable, ha apretado el gatillo más de 2.300 veces. Los fake news (bulos), Corea del Norte, Rusia, Hillary Clinton y México ocupan los primeros lugares.

@BestiarioCancun

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